Diente de León

Jorge Iván León Solórzano
octubre-noviembre de 2024

 

 

Magdalena, Sonora, México. Acuarela de John Russell Bartlett, 1851. Imagen: Wikimedia Commons

 

¿Existe el destino? ¿Ya está escrito lo que va a suceder? Al respecto, el famoso psicólogo Karl Jung ha establecido: “Hasta que lo inconsciente no se haga consciente, el subconsciente seguirá dirigiendo tu vida y tú le llamarás destino”. Carl Gustav Jung, en 1950, concibió la idea de la sincronicidad. Esta es una teoría que establece que: “Ningún acontecimiento es un hecho accidental”, es decir, que nada sucede por casualidad. Nunca imaginé que al escribir esta crónica me sucediera un “hecho sincrónico”.

Cierto día el escritor Daniel Salinas Basave se presentó diciendo que había nacido en Monterrey, Nuevo León, y que vivía actualmente en Tijuana, Baja California. Lanzó este reto: “Recorre una calle, un sendero de tu barrio, de tu colonia, de tu aspecto más cotidiano de vida. Que de alguna u otra forma pases cerca de ahí… Siempre hay una calle que a lo mejor pasamos pero nunca nos metemos porque nuestra ruta no la contempla... Cuenta una historia sobre ese lugar… Explora tu propio microcosmos”.

Pues bien, me apresté a escribir esta crónica para practicar, pero también quería hacerla con calidad. Los textos de este género que he leído y que más me han gustado siempre terminaban con una sorpresa o una revelación. Era una conclusión que me parecía realmente extraordinaria y que me dejaba pensando en el hecho (dramático o no) o con la mente en blanco por unos segundos, como asimilando muy en lo profundo de mis pensamientos la verdad de lo encontrado.

Un hecho extraordinario en un texto es cuando ocurre la serendipia. Eso le ocurrió a la escritora Isabel Allende y lo cuenta en su libro Paula. Escribió que en su novela De amor y de sombra —publicada en 1984— hizo referencia al hecho real del descubrimiento de “los cuerpos de quince campesinos asesinados por la dictadura del General Augusto Pinochet y ocultos en unos hornos de cal abandonados. La iglesia católica denunció el hallazgo…”. Lo anterior sucedió en 1978 y en la localidad de Lonquén, República de Chile. La escritora afirmó que guardó los recortes de periódicos alusivos al hecho como un material para utilizarse más adelante en alguna de sus obras. Siete años más tarde, escribió sobre el hecho como una escena de su segundo libro. Isabel “ficcionó” cómo se encontraron esos restos, pero resultó tal y como lo escribió. Después de publicar su libro, un sacerdote fue a su casa y le cuestionó cómo se había enterado de los detalles cuando se encontraron los cadáveres, que eso era algo secreto porque la dictadura lo habría desaparecido a él también.

Sin embargo, algunas personas pueden explicar la serendipia con una idea extravagante como la “falla en la Matrix”. Después de la trilogía de Matrix, que se inició en 1999, ha habido muchas personas que han seguido creyendo que se vive en una realidad simulada por computadoras tal como se planteaba en las películas. Los videos de personas que desaparecían a plena luz del día u otros fenómenos similares han alimentado más su creencia.

Mi meta de encontrar algo espectacular o interesante en el reto planteado, puede lograrse si se persevera, una cosa puede llevar a otra y de alguna manera comprobar que es cierto el dicho popular que proviene de la Biblia, en Mateo 7,8, donde Jesús dijo: “…el que busca, encuentra…”.

* * *

Dos días después del reto inicié mi texto así:

He vivido en la capital del Estado de Sonora, Hermosillo, por casi treinta años. Aunque es la ciudad más grande de dicha entidad federativa, para mí ha sido difícil encontrar una calle desconocida en el trayecto de mi casa al trabajo o en mi colonia. Es que he sido muy vago.

Cuando vivía en Magdalena de Kino (donde nació Luis Donaldo Colosio) durante mi infancia en la década de los ochenta, era muy fácil caminar por sus calles y avenidas sin ningún peligro. Los carros no circulaban a altas velocidades, en verdad todas las familias se conocían y era por eso que a uno lo identificaban por el apellido como el hijo de alguien.

–¿Cómo te apellidas?

–León.

–¿Eres hijo del Loco León?, ¿del Toño León?, ¿del Chino León?, ¿del Seco León?, ¿o del Licenciado?

La vida pueblerina de esa pequeña ciudad (categoría ostentada desde 1923) me facilitó recorrer arroyos cercanos donde observaba el zacate en las orillas y al centro las piedras redondeadas y grandes. Sólo cuando llovía no estaba seco. El Río Magdalena siempre tenía agua y estaba flanqueado por grandes álamos y carrizos. Se escuchaba el murmullo del agua, el canto de las aves y el remolineo de las hojas. A la orilla, con el agua cristalina se podía ver entre la lama escurridizos cardúmenes de peces muy pequeños. El más largo que vi era como la extensión de mi dedo más grande.

También visitaba un lote baldío como un atajo para no rodear una cuadra y veía centenares de varas de estafiate y quelite erguidas desde el suelo, verdes en primavera; pero, en verano amarillos con tonalidades cafés, secos y quebradizos. Las veredas para cruzar estaban bien definidas por tantas pisadas, sin embargo, eran tan solitarias que no recuerdo haberme cruzado con alguien.

En las casas abandonadas observaba los grafitis, las cuarteaduras, lo que estaba tirado y las habitaciones. Hacía todo eso con el sol de la tarde y siempre acompañado del perro de la casa. A mí no me daban permiso para pasearme así pero lo hacía a escondidas. Yo no tenía muy claro, como mis progenitores, lo que era la propiedad privada y la vagancia. Para mi lógica, esos lugares no eran de nadie por estar abandonados y yo salía a pasear.

En el rancho que era propiedad de mi padre, ubicado en el Municipio de Cucurpe (donde tuvo sus raíces Luis Donaldo Colosio Murrieta), exploraba alrededor cruzando los cercos de alambre de púas con postes de mezquite. Había veredas hechas por las pisadas de las vacas. Subía a los cerros de alrededor para ver más allá. Se veía el pueblo, algunas milpas, más cerros en el horizonte con escasa vegetación y había muchos sahuaros. Algunos pájaros carpinteros golpeteaban los troncos de los mezquites, sonaba mucho el gorrión y las cachoras a veces me asustaban porque cuando estaba todo en silencio mientras caminaba, corrían de repente haciendo ruido en la corteza o en las hojas, pues no las veía antes debido a su mimetismo con el entorno.

Terminé de escribir. Me di cuenta que —por alguna razón— sentí la necesidad de indicar que en el Magdalena que recorrí nació Luis Donaldo Colosio Murrieta, el candidato presidencial asesinado en Tijuana el 23 de marzo de 1994. Recuerdo la fecha como una efeméride importante, tanto como el día de la independencia, el día del trabajo o la navidad.

También escribí que en Cucurpe Luis Donaldo tuvo sus raíces. Lo sé porque mi papá es de allá, lo conoció a él y a sus familiares. Algo dentro de mí me hacía sentir que no debía excluir esa información aparentemente fuera de lugar. Me hice estas preguntas: ¿Quería yo darme importancia por pisar las tierras de un candidato presidencial? O como escritor de esta crónica. ¿Acaso esa idea provenía de un deseo oculto de utilizar esta información como algo sobresaliente en mi texto? El problema era que el tema debía girar en torno a una calle desconocida, no sobre una persona importante.

Entonces me di cuenta que ya estaba buscando la semilla de algo ordinario que germinara en algo extraordinario.

Recordé, con nostalgia, cuando estuve en Cucurpe. Desde pequeño mi papá me llevaba a su tierra incluso con biberón. El abogado y servidor público con nombramiento de Analista Técnico Auxiliar (con funciones de Inspector Local de Trabajo), trabajaba de lunes a viernes para cumplir con su horario de ocho de la mañana a tres de la tarde. Vestía de traje y corbata o solamente con pantalón de vestir, camisola y zapatos. Pero, para ir a Cucurpe su vestimenta ad hoc como ganadero y comunero eran sus botas, su pantalón de mezclilla, su camisola y su sombrero vaquero de color blanco. Los viajes eran la mayoría de los fines de semana del año y parte de las vacaciones. Cuando la carretera no estaba terminada, manejaba casi la hora desde Magdalena en su pick up Chevrolet negro del año 1971. Yo iba con él a ayudarle (según yo), pero más a jugar.

Me llamaba mucho la atención la diáspora de los dientes de león. La primera vez que vi ese espectáculo natural el viento soplaba y revolvía mi cabello, cerca y a lo lejos pasaban lo que me parecían burbujas de jabón peludas que se desparramaban por todo el cielo. A mis cuatro o cinco años de edad las perseguía y no podía atrapar alguna, llegué a creer que tenían vida propia porque tiraba el manotazo para atraparlas y me sacaban la vuelta, tal como lo hacían los pequeños peces en los ríos y arroyos. Mi padre se estaba riendo y me dijo: “Uh, para que agarres una va a estar bueno”. Al ver que yo deseaba tenerla y no podía, atrapó un diente de león para que yo la viera. Dispuso sus manos como cuenco, se acercó a una que estaba flotando cerca y con cuidado la aprisionó como si fuera una luciérnaga que se quiere encerrar en un frasco con tapa. Entonces vi que al centro había una pequeña semilla café claro y en forma de hojuela de maíz rodeada de manera esférica por lo que parecían hilos de plumas.

Luego de divagar en mi recuerdo se me vino a la mente que cuando a la gente de Cucurpe “les queda chico el pueblo” o ya no hay trabajo, “vuelan” como los dientes de león a Magdalena en la primera oportunidad. Así sucedió con la familia de mi padre, la de los Colosio y tantos otros apellidos cucurpeños que “andan por ahí”. Magdalena ha sido lo que ha estado más cerca y con mejor nivel socioeconómico. Por allí es el paso de las vías del tren y la carretera internacional. Las personas y los comercios tienen acceso a productos y novedades que en la sierra, por su difícil acceso, han sido escasos y caros encontrar. Así como en la temporada de lluvias las gotas de agua han detenido el vuelo de los dientes de león, el dinero ganado en un trabajo estable ha hecho que los cucurpeños y sus familias encontraran un lugar más fértil donde echar raíces.

* * *

Pasaron algunos días y todavía tenía problemas para cumplir el reto. Mis antecedentes aventureros, que consistían en conocer lo que me rodeaba así como mi gusto por caminar, habían hecho que quemara el cartucho de la primera opción. Como resultado, no tenía calle desconocida alguna que elegir en mi colonia porque hacía algunos años, en una tarde que no se sentía tanto calor, me entró el impulso de conocerlo todo y caminé por todas sus vialidades.

Ahora me quedaba la segunda opción. Se trataba de encontrar alguna calle no recorrida que se encontrara en el camino al lugar de trabajo. Debía visualizar qué vialidades atravesaban tangencialmente la ruta diaria de mi casa a las oficinas. Recorrí en mi mente la trayectoria que más he utilizado en los últimos cuatro años: luego de salir a mi casa por cierta avenida, llegaba a la Calle República de Panamá, luego viraba al sur hasta el Boulevard García Morales (ex gobernador del Estado y reconocido héroe local contra los franceses), una vez ahí circulaba hacia el oeste atravesando el boulevard Solidaridad (nombre del programa insignia en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari) a través de un puente para no hacer altos. Ahí se subía circulando el Boulevard García Morales y cuando bajaba ya era el Boulevard Encinas Johnson (ex rector de la Unison y ex Gobernador del Estado). Esa vialidad cambiaba de nombre pero era un solo camino el cual seguía hasta llegar a la Universidad de Sonora donde daba vuelta al sur por el Boulevard Rosales (héroe local ejecutado por los franceses). Atravesaba tangencialmente el Boulevard Colosio, la Avenida Alberto G. Noriega, la Avenida Monterrey y daba vuelta al este por la calle Pedro Moreno como si fuera una avenida (pero en realidad se curveaba para convertirse en calle). A partir de ahí había que buscar estacionamiento en esa o en las siguientes vialidades de la Colonia El Centenario.

Recorrí esa ruta en mi mente. No encontré alguna vialidad que la atravesara y no la conociera. ¿Debía escoger alguna otra calle —la que yo quisiera— y ya?

Entonces, recordé que tenía semanas de haber cambiado la ruta hacia mi trabajo, pues ya estaba harto de un embotellamiento que se generaba por el Boulevard Encinas Johnson debido a la reconstrucción de un puente en la cuchilla donde iniciaba la circulación de la calle Veracruz. Ya había hecho dos intentos fallidos buscando en mi mente con rapidez. Al parecer, en los veintiocho años que tengo viviendo en Hermosillo, había circulado todas esas calles y avenidas de ese trayecto.

Entonces, sin darme aún por vencido, cerré mis ojos para imaginarme que manejaba desde mi casa al trabajo. Lo hice detenidamente con la idea —más bien la esperanza— de que alguna de esas vialidades no la conociera. Me imaginé conduciendo y fijándome en cada vialidad que atravesaba mi ruta. Como si utilizara la aplicación Google Maps. Empecé igual: salida de la avenida de mi casa a la Calle República de Panamá, vuelta en el Boulevard García Morales pero en lugar de subir al puente, di vuelta al sur por el Boulevard Solidaridad hasta llegar al Boulevard Colosio por donde circulé hacia el oeste hasta el costado sur de la Unison (Universidad de Sonora). En ese tramo seguía descartando una a una las vialidades que se me atravesaban. Repetía como una letanía: “esa ya, y esa, y esa… debe haber alguna que no conozca”. Una cuadra antes del Boulevard Rosales di vuelta por la Calle Galeana y fue entonces que se dibujó una sonrisa en mi rostro porque encontré la vialidad que necesitaba: Avenida Dr. Noriega entre Galeana y Campodónico de la colonia El Centenario. Me dio tanto gusto este hallazgo como el que tuvimos los sonorenses cuando en 1994 el entonces presidente de México, Salinas de Gortari, dijo en una reunión: “¡No se hagan bolas!” Con lo cual estableció que Colosio no iba a ser sustituido como candidato presidencial por Camacho Solís.

* * *

Una semana después, tuve la oportunidad de ir a la calle Alberto G. Noriega entre Galeana y Campodónico. Único tramo no recorrido por mí. Durante mi visita observé muy bien lo que me llamó la atención y lo que consideraba digno de describir. Así fue que ese mismo día escribí:

La calle Dr. Noriega está pavimentada con asfalto y tiene anchas banquetas donde hay algunos árboles. Entro por la Galeana. En una esquina está la guardería de la Unison y en la otra, una casa blanca que es como una mansión estilo árabe de color blanco y bardeada. Camino por la acera de ese hogar y encuentro palmeras altas frente a la barda. En su patio tienen palmeras coco plumoso.

A las 11:25 de la mañana, en el mes de marzo, la calle está muy tranquila y silenciosa. El aire es fresco gracias a un frente frío que interrumpe el calor que ya se estaba manifestando. En ciertas partes trina algún gorrión. Veo pasar dos estudiantes en todo ese trayecto y dentro de unos departamentos hay un señor que trabaja con una escalera.

Hay casas con fachadas de diferentes variedades. Todas son de buen nivel socioeconómico, aunque noto que algunas ya no se han remodelado. Hay una que me recuerda a las que, en los años ochenta, era de lo más nice. La moda era utilizar el balaustre en los balcones o terrazas. Veo otra casa cuya construcción, quizás, es sesentera o setentera.

La casa que más me gusta tiene su fachada con portones negros cuyo diseño no es común ver y la piedra que recubre las paredes, así como las bardas, es novedosa para mí. No es cantera blanca pero su color se le asemeja. Parece roca arrancada a cincelazos y está cortada de manera rectangular.

En todo el tramo de calle hay dos terrenos con apartamentos. Donde vi al señor trabajando con la escalera son de dos plantas, enjarrados, pintados de color beige y con mucho estacionamiento. Me parece que fueron construidos después del año 2000. En el otro terreno los departamentos son de una sola planta hechos con ladrillo pequeño y brilloso. Su estacionamiento es un callejón que termina en la barda de la casa de atrás.

Si pudiera escoger en qué casa vivir, sería la que está al final del recorrido, Dr. Noriega esquina con Campodónico, porque está edificada en un terreno grande, es una construcción de dos plantas y tiene una arquitectura dosmilera. Es de color blanca con techo de tejas anaranjadas. Tiene cerco de herrería, pintado de negro e intercalado con barda.

Al releer estos párrafos sobre mi caminata por la calle Dr. Noriega noté lo escueto de mis párrafos y de las descripciones de las casas. Reconocí que por ósmosis no pude adquirir la jerga de los arquitectos e ingenieros civiles sin haber estudiado esas carreras, es decir, no me ayudó el haber trabajado en una constructora ni en un organismo de obra pública. Los materiales de construcción que recordé en ese momento fueron: block, ladrillo, cal y cemento.

Qué curioso que treinta años después, como si este fuera un día donde se ignoran las cosas extraordinarias, yo me encuentre buscando algo especial y no lo encuentre. El escritor, periodista y analista político Jorge Fernández Meneses comentó en su artículo “Con hambre y sed de justicia” publicado en debate.com.mx, que: “Recorriendo las páginas de los periódicos del 7 de marzo…” de 1994, “se verá que no muchos apreciaron en su justa dimensión lo que acababa de decir Colosio en el Monumento a la Revolución” un día antes. “El discurso fue recibido como uno más”.

* * *

Días después de un breve descanso, para continuar escribiendo esta crónica y encontrar algo extraordinario en toda esta simplicidad, decidí cambiar de estrategia. Me apoyaría en mi gusto por la historia. Con este nuevo enfoque continué mi texto de la siguiente manera:

Me pareció curioso que ese fragmento de calle (Dr. Noriega entre Galena y Campodónico), no recorrido por mí, esté acotado por 100 años de historia en sus nomenclaturas. Hermenegildo Galeana fue un héroe de la guerra de independencia y muy conocido en la historia por haber sido uno de los capitanes de José María Morelos y Pavón. A Rodolfo Campodónico, alias “Champ”, se le reconoció por haber sido un famoso compositor de orquesta y valses, incluso dos de sus composiciones (“Julia” y “Club Verde”) fueron cantadas por Javier Solís. Sin embargo, en rebuscadas literaturas sobre la revolución mexicana en Sonora se le ha considerado como opositor al régimen de Porfirio Díaz. Lo anterior se debe a un incidente con armas, relacionado con el Club Verde de Hermosillo, en unas elecciones a Presidente Municipal. Después Campodónico fue un entusiasta maderista, luego del asesinato de Francisco I. Madero fue constitucionalista y, por último, convencionista. En 1916 tuvo que exiliarse en Estados Unidos porque el Gobierno de la Soberana Convención Revolucionaria (también conocida como la Convención de Aguascalientes) perdió la guerra de facciones contra Venustiano Carranza.

En cuanto al tramo de calle que yo no conocía, Dr. (Alberto) Noriega, supe que esta persona fue un porfirista connotado. Consulté el libro Personajes de la ciudad, de Juan Antonio Ruibal Corella, donde leí que fue concuño de Ramón Corral (que terminó su carrera política como vicepresidente con Porfirio Díaz) y que ello lo llevó a ser presidente Municipal de Hermosillo, gobernador Interino en tres ocasiones y diputado local hasta el derrocamiento de la dictadura. Sin embargo, se destaca que fue una persona muy apreciada porque al triunfo de la revolución no tuvo que huir del Estado y hasta nombre suyo a una calle le dieron.

Hasta aquí no encontré algo inusual o extraño en la calle que recorrí, mucho menos alguna serendipia o una falla en la Matrix. Solo encontré la coincidencia de que en ese tramo de calle, desconocido por mí, tres nombres enlazaran cien años con tres periodos históricos de la vida nacional: independencia (Galeana), porfiriato (Dr. Noriega) y revolución mexicana (Rodolfo Campodónico). Otra casualidad es que en ese orden hice mi recorrido.

Consideré que lo valioso en esos dos párrafos escritos es la información de cultura general y local, pero aún nada extraordinario de algo ordinario. En busca de algo más, decidí analizar la colonia El Centenario sin renunciar a mi gusto por la historia y la preocupación por verter información veraz citando las fuentes. No sospechaba que finalmente encontraría lo que ansiaba en la siguiente parte de mi texto.

* * *

Me tomé algunos días para buscar buenas fuentes para completar el resto de mi trabajo y redacté lo siguiente:

Norman Navarro Cruz, un conocido residente de la Colonia El Centenario, fue entrevistado por Sandra Solís para el periódico Expreso donde “…relató que esta colonia surgió como un homenaje al Centenario de la Independencia de México en 1910”.

Alberto Pérez Nájera escribió, en la revista Sabías Que? No. 3, editada en julio de 2019, un texto referente al año 1910 en Hermosillo y sobre algunos sucesos de las fiestas del centenario de la independencia. Eran tiempos en los cuales en la plaza Zaragoza tocaba la banda dirigida por el “Champ” Campodónico y cobraban 3 pesos la pieza. “Los bebedores decían que Hermosillo se escribía con la H…” del Dr. Hoeffer, dueño de la Cervecería de Sonora, que producía las cervezas Centenario y High Life. La ciudad tenía una población de 14,578 hermosillenses. Era gobernador el general Luis Emeterio Torres, la cabeza principal del grupo porfirista en Sonora. El general se hizo acompañar por la comitiva de los “Festejos del Centenario” y cumplían un itinerario de ceremonias en varios puntos de la ciudad. El primer acto del día 16 de septiembre de 1910 fue dirigirse a la Plazuela Hidalgo sobre la calle Urrea frente a las casas antiguas que hoy ocupan Radio Sonora, el ISC (Instituto Sonorense de Cultura) y el Colson (Colegio de Sonora). La calle Urrea desapareció y cambió a Calzada Centenario. Luego “bautiza a este suburbio como Colonia Centenario”. En aquellos años “se alcanzaba a disfrutar el aroma de los naranjales en flor.” Sin embargo, con el paso de los años, la ciudad crecerá y la colonia Centenario también, engullendo las huertas con sus casas y vialidades.

Dentro de la delimitación actual de la colonia se encuentra la Catedral Metropolitana de Nuestra Señora de la Asunción, el Palacio de Gobierno del Estado de Sonora y el Palacio Municipal de Hermosillo. El historiador Ignacio Lagarda Lagarda, en su libro Historia de Hermosillo, mostró que en los terrenos donde se encuentran dichas edificaciones estaba construida la Hacienda del Pitic (1744). Esta existió en los tiempos en que México era el Virreinato de la Nueva España. Esa hacienda albergó después un presidio, una capilla, luego casas de españoles, después se convirtió en la Villa de San Pedro de la Conquista del Pitic (1783), posteriormente tuvo su propio ayuntamiento (1812) hasta que finalmente se convirtió en la Ciudad de Hermosillo (1828) y capital del Estado de Sonora (1830, la primera vez).

En sus inicios, El Centenario era una colonia de ricos pues allí vivían médicos, empresarios, exgobernadores y exdiputados. Aún hoy en día el nivel económico es alto pero no son los más adinerados, pues estos prefieren vivir en La Jolla o Puerta de Hierro.

Hasta aquí, sólo había conseguido información fácil de consultar en otra parte. Decidí incorporar algo más rebuscado y mi opción fue analizar los nombres de las calles y avenidas del ayer y antier de Hermosillo, que encierra la delimitación de la ahora colonia El Centenario.

* * *

Días después de leer y analizar sobre las vialidades del Hermosillo de antaño, subiendo mi apuesta para encontrar algo extraordinario terminé de redactar estos párrafos:

La colonia El Centenario tiene vialidades con nombres de personajes ilustres. Un grupo muy definido es de los insurgentes de la independencia y el otro son médicos, el resto no está relacionado entre sí. En la obra ya citada del historiador Ignacio Lagarda lagarda, advertí que presentó dos mapas hechos en 1895 con diferentes nomenclaturas. Lo anterior me dio a entender que en ese año cambiaron los nombres a las vialidades de la siguiente manera (tomando en cuenta sólo a los insurgentes): Calle Galeana (antes Calle Repartidero en un tramo y Calle Cupido en el otro), Calle Morelos (antes 13 de Julio —día de la victoria en la H. Guaymas contra la invasión organizada por el Conde Gastón Raousset-Boulbon—), Calle Ignacio Allende (antes Botica Vieja) y Calle Nicolás Bravo (antes Cohetera). Después, cuando se funda la colonia El Centenario en 1910, se crea el Boulevard del mismo nombre el cual suprime las avenidas Querétaro y Urrea, y ya casi a mediados del siglo XX se le cambió el nombre a Boulevard Hidalgo. También la calle Morelos cambió su nombre por el insurgente Pedro Moreno. Cabe destacar que el general José Urrea fue insurgente de la última generación, pues fue del bando realista que se sumó al Plan de Iguala con Agustín de Iturbide. Urrea destacó por ser gobernador del Estado de Sonora, así como un defensor fanático del federalismo y la república de la Constitución de 1824 en la primera mitad del siglo XIX. Qué ironía fue que el general chihuahuense, Luis E. Torres, ya como gobernador decidiera suprimirlo en la nomenclatura de las vialidades de la ciudad y que en menos de un año él también fuera eliminado pero de la vida nacional, pues tuvo que renunciar por la victoria de la revolución maderista y salir exiliado del país para nunca más volver.

En cuanto al grupo de médicos se tiene la avenida Dr. Ignacio Pesqueira (antes Tabasco), Avenida Dr. Fernando Aguilar Aguilar (antes Chiapas), Avenida Dr. Hoeffer (antes Guanajuato), Avenida Dr. Paliza (antes Orizaba) y Avenida Dr. Alberto G. Noriega (vialidad nueva en el Centenario que prolongó su nomenclatura hasta el centro de la ciudad suprimiendo los nombres de la calle Elena, Oriente y Jalapa). Busqué información en el libro de Ruibal Corella para ver qué encontraba en común de ellos. No encontré datos del Dr. Pesqueira, sin embargo, pensé que eran reconocidos por ser médicos y que todos habían vivido en la colonia El Centenario.

El Dr. Hoeffer era alemán y se convirtió en un empresario prominente con su Cervecería de Sonora; Noriega y Aguilar fueron gobernadores y diputados locales de Sonora durante el régimen del general Porfirio Díaz; el Dr. Paliza también destacó en el régimen de Don Porfirio en Culiacán, Sinaloa, llegando al Ayuntamiento y dos diputaciones locales, pero después fue maderista y gobernador interino dos veces. La prominencia es indiscutible. Pero el común denominador de los tres médicos era su altruismo, pues no les cobraban a los pobres y los atendían incluso a altas horas de la noche. Primero falleció el Dr. Noriega en 1926 en su domicilio de la calle Tampico #11 hoy Segunda de Obregón, luego el Dr. Aguilar en 1930 (vivía en Morelos #88 hoy Pedro Moreno), después el Dr. Hoeffer en 1936 (Ruibal no dice donde fue su domicilio pero popularmente se señala que es la de la esquina de la calle Hoeffer —antes Guanajuato— y Avenida Melchor Ocampo), y el Dr. Paliza falleció en 1939 pero no da información de donde vivía. Todos los domicilios mencionados están dentro de la colonia El Centenario.

Otra cosa que noté en las nomenclaturas de las calles y avenidas es que antes de fundarse la colonia El Centenario, predominaban nomenclaturas con las capitales de algunos estados de la república mexicana. El escritor Ruibal Corella escribió (en su obra ya citada) que el nombre de la calle Dr. Noriega sustituyó a la calle Jalapa (capital de Veracruz) y que la calle Segunda de Obregón sustituyó a la calle Tampico (que fue capital de Tamaulipas en ciertas ocasiones). Busqué en los planos de 1895 que expone Lagarda Lagarda en su libro donde antes busqué insurgentes y también encontré más capitales: Tabasco (antes Jesús Nazareno y hoy Dr. Ignacio Pesqueira), Querétaro (antes Ayutla hoy Boulevard Hidalgo con la circulación hacia el oeste), Guanajuato (hoy Dr. Hoeffer), Orizaba (antes Guardia Vieja y hoy Dr. Paliza). Cabe aclarar que Orizaba también fue capital de Veracruz un tiempo, del 8 de mayo de 1874 al año de 1878. Cuando la colonia El Centenario se fundó y le ganó terreno a las huertas, nacieron más vialidades (como la prolongación de la calle Dr. Noriega entre Galeana y Campodónico donde inicié este viaje en el tiempo). En la actualidad muchos nombres de las capitales desaparecieron por el de los médicos y los héroes de la Independencia, entre otros. Sin embargo, no del todo. Sólo quedan dos: la calle Morelia (capital de Michoacán) y la calle Monterrey (capital de Nuevo León).

Detuve mi escritura. Este último nombre de calle que me encontré me conectó con lo extraordinario. Para mí ya no había más qué decir ni qué buscar.

Monterrey surgió como la pieza faltante de un rompecabezas que se estaba armando en mi nariz y sin darme cuenta. La capital del Estado de Nuevo León hizo que notara que Cucurpe, Magdalena, Tijuana y Hermosillo estaban conectados, y que también estábamos involucrados Luis Donaldo Colosio Murrieta y el escritor Daniel Salinas Basave, y yo.

Don Luis Colosio Fernández nació en el Municipio de Cucurpe. Después de irse a vivir a Magdalena y casarse, nació su primogénito en 1950: Luis Donaldo Colosio Murrieta. Fue el mismo año en que Carl Jung concibió el concepto de sincronicidad que estableció que nada sucede por casualidad.

El escritor Daniel Salinas Basave, que lanzó el reto de escribir una crónica que explore un pequeño microcosmos personal, se radicó en Tijuana hace muchos años. Ahí fue donde asesinaron a Luis Donaldo como candidato presidencial. Salinas Basave nació en Monterrey. Allí fue a parar la semilla de Luis Donaldo Colosio. Su hijo e hija, huérfanos de padre y madre, se fueron a vivir adoptados por el cuñado y la hermana de su esposa Diana Laura Riojas.

¿Y yo qué tengo que ver?

Algunas personas experimentamos la diáspora como si fuéramos dientes de león, como si el viento de los cambios nos llevara caprichosamente de un lado para otro hasta echar raíces en algún lugar fértil.

Viví mi infancia y juventud en Magdalena y Cucurpe, pero en la actualidad vivo en Hermosillo. Salinas Basave, nacido en Monterrey, lanza el reto sobre escribir acerca de una calle desconocida por la cual siempre hibiese pasado de largo en el trayecto a mi trabajo, pero que nunca la hibiese recorrido. Así fue que la única vialidad que cumplía con el requisito era la Avenida Dr. Noriega, entre la Calle Galeana y Calle Campodónico, con ubicación en la colonia El Centenario. En mi revisión de los límites de ésta me encontré, al norte, con la antigua calle Yucatán que fue renombrada Boulevard Luis Donaldo Colosio.

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Jorge Iván León Solórzano

Ing. Industrial y de Sistemas, Maestro en Administración Pública.