Tra(j)edias
Tenosique / Nueva York
Danzantes del Alba

Rodrigo Parrini
octubre-noviembre de 2024

 

 

Imagen de la pieza Danzantes del Alba, Teatro Línea de Sombra. Fotografía: Jessica Villamil y Javier García


El destino de Danzantes del alba era presentarse en Nueva York. Como cualquier destino, sus tendencias no tienen fecha, pero podemos estar seguros de que algún día se realizarán. Cuando pienso retrospectivamente en este tiempo en el que se cumple, por así decirlo, una promesa fronteriza, surgida en 2006, en una ciudad del sur de México, a menos de sesenta kilómetros de Guatemala, me doy cuenta de que ya me lo habían dicho: Nueva York es nuestro destino. 2006: antes de que transitarán por Tenosique los flujos migratorios que hoy la abarrotan, antes de que existiera el Hogar-Refugio para personas migrantes La ‘72, antes de que conociera a los integrantes de Teatro Línea de Sombra y la compañía montara Amarillo en la ciudad.

Me lo habían dicho algunos políticos cuando les pregunté cómo explicaban que en la ciudad existiera un colectivo queer como el Club Gay Amazonas. Ellos me dijeron, en ese entonces, que “Tenosique era como Nueva York”, ¿en qué sentido?, “liberal, abierto, tolerante”. La gran ciudad del norte global y la pequeña localidad rural del sur, vinculadas por una apertura moral que permitía que existiera el Club.

En ese momento, la comparación me pareció sorprendente. La leí como un deseo de modernidad subjetiva y corporal. La historia les daría la razón. Solo había que esperar.

En junio de 2014, en medio de lo que se llamó “la crisis de los menores no acompañados” en la frontera de México con los Estados Unidos, el periódico New York Times publicó en su portada una foto de dos menores migrantes alojadas en ese refugio. De una forma imprevista, Tenosique estaba en Nueva York.

Nueve años después en la puesta en escena de Danzantes, Alan Contreras, presidente del Club, aparece en uno de los videos de la pieza.

 

Imagen de la pieza Danzantes del Alba, Teatro Línea de Sombra. Fotografía: Jessica Villamil y Javier García

 

No se trata de seguir coincidencias, sino de pensar el destino histórico que se devela en estos eventos. Un destino colectivo y, fundamentalmente político, que se desplaza mediante las tramas de un inconsciente político de la migración y el arte.

Quisiera argumentar que el destino de la imagen debe leerse como el destino de los cuerpos y que Danzante del Alba es un escaparate a dicho inconsciente. Frederic Jameson escribe, respondiendo a una cita de Marx sobre la lucha de clases, que “en el rastreo de las huellas de ese relato ininterrumpido en la restauración en la superficie del texto de la realidad reprimida y enterrada de esa historia fundamental, es donde la doctrina de un inconsciente político encuentra su función y su necesidad”. No sé si se trata de una realidad reprimida. Pero me gustaría proponer que ese inconsciente crea lo que Mariana Botey llama zonas de disturbio, donde procesos históricos de densidades heterogéneas se manifiestan de maneras inesperadas, en encrucijadas que no comprometen sólo los significados sino los “usos”, como dirá Jameson siguiendo a Deleuze y Guattari.

Leyendo retrospectivamente la genealogía de Danzantes, diré que Nueva York siempre estuvo en juego, a la espera, en el horizonte. No sólo la ciudad donde estamos hoy, sino la zona de disturbio que emerge de los imaginarios de la miseria y la desposesión, las fantasías sobre la riqueza y la prosperidad, las demandas urgentes de la sobrevivencia y las posibilidades reales de los cuerpos explotados de los migrantes.

 

Imagen de la pieza Danzantes del Alba, Teatro Línea de Sombra. Fotografía: Jessica Villamil y Javier García

 

En las zonas de disturbio se generan revueltas contra un régimen visual y un orden del mundo que parece comprensible y representable, pero que está cruzado por fracturas múltiples que interrumpen su inteligibilidad. Creo que, en este caso, debemos ubicar los disturbios del lado de las manifestaciones migrantes (marchas, caravanas, bloques, alzamientos) y no de la pieza. Esta será como una superficie disponible en la que se registran los acontecimientos de esa turbiedad en curso.

¿Cómo expresar o dar cuenta de esas turbiedades, de las fuerzas que se manifiestan, de las inquietudes que cimbran el régimen migratorio, pero también el sistema del arte, cuando se levantan las energías históricas de las multitudes migrantes, sus potencias libidinales?

Danzantes surge de una convergencia de distintos procesos, en los que se entrecruzan las artes vivas y la etnografía. Dado que seguí el curso de diferentes eventos a lo largo de varios años, escribí la “dramaturgia” de la pieza. Es una estrategia de escritura que denomino etnografía cantada, que busca en los recursos sonoros de la poesía las posibilidades analíticas de la antropología. Si bien no es una estrategia resuelta, aunque he realizado varios ensayos, creo que permite hacer juegos que otras escrituras no admiten. Llenar de pequeñas palabras la larga duración de la historia, aplicar turbiedades significantes sobre las claridades conceptuales, atisbar manifestaciones donde quizás, en primera instancia, encontramos evidencias.

Al releer este texto y tratar de buscar imágenes de distinto tipo que pudieran acompañarlo, me di cuenta de que se trata, también, de un archivo, de una diminuta caja con materiales plurales y dispersos que he tratado de rescatar de mis propios registros, en un ejercicio de resurrección visual de memorias sedimentadas.

 

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Reseña I: “Danzantes del alba explora las fuerzas corporales e históricas que se condensan en unos trajes de carnaval y los relatos que surgen de su producción industrial o artesanal. Se confeccionaron cuarenta trajes del ‘viejo de la danza’, una figura común en bailes y carnavales de México, mediante recorridos por geografías rituales, afectivas y materiales: desde la vida de migrantes en la frontera sur, hasta las formas de trabajo de obreras de maquiladoras de ropa en el centro de México. Los trajes sirven como objetos para una instalación y como elementos vitales para una puesta en imagen

 

Reseña II: “Danzantes del alba es un giro en el que un grupo teatral explora la imaginación dispersa de los rituales y la explotación, de las identidades y las desposesiones. Se confeccionaron 40 trajes que nunca aparecerán en escena, pero que esperan la llegada de una aurora en la que los bailes y el trabajo sean una práctica sincrónica. El fin del temor y el inicio de la felicidad. Encargamos los trajes para acompañar a migrantes, trabajadores, activistas, actores/actrices en la producción de otros cuerpos. Se trata del dolor y el goce.”

 

Reseña III: “Danzantes del alba reúne espectros que danzan: trajes de carnaval y el sonido de las máquinas en las maquiladoras. La escena es una fisura. En el vértigo del trabajo y el baile, los cuerpos. Trajes deshabitados. Cuerpos en espera de otros gestos. Se trata de escribir yámbicos con la carne. Ritual de la desposesión del mundo, Danzantes asiste al momento en que se difuminan las sombras, pero no encontramos algo más real que nuestra sorpresa”.

 

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Imagen de la pieza Danzantes del Alba, Teatro Línea de Sombra. Fotografía: Jessica Villamil y Javier García

 

A Teatro Línea de Sombra y a mí nos inquietaba la relación entre el trabajo, la explotación y el gozo; entre las máquinas industriales y las tecnologías dancísticas y visuales del carnaval. Esa inquietud se condensó en los trajes, que son artefactos manufacturados en pequeños talleres de distintas localidades del país (Ecatepec, Topilejo, Querétaro, Tenosique) y también aparatos estéticos que encarnan los desechos que generan las industrias textiles. Hechos de retazos, de pequeñas tiras de tela, siguen el diseño de los Locos de la danza, pero se transforman también en aparadores de la explotación.

¿Danza el inconsciente político del que habla Jameson?, ¿podemos ver los procesos de desgaste y descarte de las relaciones de producción industriales en los cuerpos-telares que portan los y las bailarines de la pieza?, ¿llevan esos trajes las turbiedades históricas que menciona Botey?

Danzantes es una pieza turbia: los trajes que visten bailarines, las luces que alumbran y oscurecen, la música que retumba y se retira, un relato que acompaña los gestos y que se asoma y se esconde, como si nada se pudiera mostrar: ni los cuerpos, ni las máquinas; ni la migración, tampoco el trabajo o la explotación y el gozo. No es seguro que se trate del alba, podría ser también el atardecer.

¿Por qué Nueva York?, ¿qué trayectoria llevó la pieza hasta esa ciudad a la que, muchas veces, desean llegar los migrantes que pasan por Tenosique? La imaginación histórica parece más potente que la etnográfica o la artística. En algún sentido, durante diecisiete años se trazó una escena en la que Tenosique “sería” como Nueva York y, quizás, arribarían a la ciudad los recuerdos de los migrantes que nunca pudieron alcanzarla. Aquí está el destino que Jameson cita, pero que sólo conocemos cuando se ha “cumplido”. No sabemos si el carácter político del inconsciente reside ahí, enterrado y a la espera.

La danza, el relato, la música, los trajes son formas de conjurar ese destino y agitarlo.

Propusimos una etnografía cantada para poder dar cuenta de esa casualidad centelleante. Sucedió lo que nunca habríamos imaginado. En esa fuerza, esa especie de curva en la historia, situamos el canto: como invocación de las rasgaduras y memoria de los esfuerzos y las pérdidas. La etnografía es el primer relato, antes de que las potencias de la historia —la lucha de clases, que Jameson cita— irrumpan cualquier narración para darle otro curso o entorpecerla.

Cuando estaba en el escenario del Centro Skirball, de la Universidad de Nueva York, en un barrio elegante de la metrópolis del siglo xx, y observaba los videos de la pieza me preguntaba qué ríos profundos surcaban ese espacio. Alan Contreras aparece en uno de los videos que se proyectan en dos pantallas laterales. Se encuentra en su casa y menciona que esa es la sede del Club. La habitación está llena de ropa que cuelga del techo o esparcida en el suelo. De pronto, me percato que esa es la escena originaria de Danzantes: la ropa regada o colgada, la voz que surge entre las telas, la intimidad que se devela en una imagen. La forma primordial de una tra(j)edia.

Este texto fue presentado en el simposio “Stages in Movement: Teatro Línea de Sombra on the Migrant Trail”, realizado el día 5 de diciembre en la sede del Instituto Hemisférico de la Universidad de Nueva York. Formó parte de las actividades relacionadas con la puesta en escena de Danzantes del Alba, los días 3 y 4 de diciembre en el Centro Skirball de dicha universidad.

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Rodrigo Parrini

Doctor en Antropología por la UAM-I y maestro en Estudios de Género por El Colegio de México. Profesor investigador de la UAM-X. Sus libros más recientes son Falotopías. Indagaciones en la crueldad y el deseo (2016) y Deseografías. Una antropología del deseo (2018). Colabora con la compañía Teatro Línea de Sombra y el colectivo Teatro Ojo.