TIEMPO EN LA CASA 8

México, ese viejo espacio beat

Ricardo Donato M. Plata
abril-mayo de 2023

Ilustraciones de Beatrix G. de Velasco

 

Si hiciéramos una lista de los escritores extranjeros enamorados o perdidos en México más leídos en la actualidad quizá el puesto de honor se lo llevarían los autores de la Generación Beat. México en los años cincuenta fue la tierra prometida que dinamizó los ideales de libertad, autoconocimiento y beatitud de los escritores beat, sobre todo en el caso de la santísima trinidad conformada por Jack Kerouac (1922-1969), William S. Burroughs (1914-1997) y Allen Ginsberg (1926-1997).[1]

Antaño despreciados por la crítica académica, la Generación Beat designó a un grupo de artistas hermanados por su postura crítica, subversiva e incendiaria frente al establishment, “una generación de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, beatíficos, hermosos, de una fea belleza beat [...] beat quería decir derrotado y marginado, pero a la vez colmado de una convicción muy intensa”.[2] Hijos naturales de los hipsters salvajes, los beats fueron los primeros white negros,[3] es decir, jóvenes blancos ávidos de sexo y drogas, pero también de iluminación espiritual y revolución política. Bajo la inminencia del Armagedón nuclear —hoy peligrosamente de vuelta en el mundo—, su rebeldía desmanteló la uniformidad de la sociedad de consumo norteamericana de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Hipsters y beats retomaron el slang, la música (bebop, blues y folk) y el estilo de vida marginal y proscrito de los afroamericanos de aquella época.

“Quería ser negro, considerando que el mundo de los blancos no me proporcionaba un éxtasis suficiente, ni bastante vida, ni alegría, diversión, oscuridad, música; tampoco bastante noche […] Quería ser un mexicano en Denver […] lo que fuera menos lo que era de un modo tan triste: ‘un hombre blanco’ desilusionado” [4], confiesa Sal Paradise, protagonista de la novela En el camino.

Fue Jack Kerouac quien más páginas dedicó —y con sumo entusiasmo—– a México. Sus escritos ofrecen una visión ajena a los ensueños folcloristas de ilustres predecesores como Antonin Artaud, D. H. Lawrence, Bruno Traven y hasta Malcolm Lowry. Kerouac visitó el país una decena de veces entre 1950 y 1964. Esto es, durante la época del “Milagro Mexicano” o “Desarrollo Estabilizador”, un periodo de crecimiento económico, modernización e industrialización aceleradas. Fue en el otrora Distrito Federal, en la calle de Orizaba 210, departamentos 5 y 8, en la colonia Roma, donde escribió las novelas Doctor Sax (1959), Tristessa (1960) y El viajero solitario (1962), además de los poemarios México City Blues (1959) y Orizaba 210 blues.

El descubrimiento de la tierra prometida comienza en las últimas páginas de En el camino. La trama de la novela es conocida de sobra: entre 1947 y 1950, a bordo de un Ford 1937 destartalado, el compasivo y católico Sal Paradise (alter ego de Kerouac) se embarca con el desbocado Dean Moriarty (Neal Cassady, musa e ícono hipster) en una serie de alucinantes viajes por las principales carreteras y ciudades de Estados Unidos (el libro popularizó la U. S. 66 o Ruta 66, la “carretera madre” que atraviesa el Medio Oeste norteamericano): “Con la aparición de Dean Moriarty empezó la parte de mi vida que podría llamarse mi vida en la carretera”.[5]

 

 

 

El viaje por carretera hacia un mundo extranjero y maravilloso define la cronotopía (cronos/tiempo y topos/lugar) de En el camino. Recordemos que para el crítico ruso Mijaíl Bajtín uno de los cronotopos[6] dominantes de la novela occidental es justo el símbolo del camino en tanto metáfora de la transformación espiritual del hombre. Encontrarse con uno mismo, piensa Bajtín, sólo es posible en el “camino de la vida”, mediante el viaje iniciático que “pasa por el país natal” y culmina en un “mundo exótico ajeno”.  

Las palabras de Dean Moriarty resuenan plenas de sentido aún hoy en día: “¿Cuál es tu camino, tío? Camino de santo, camino de loco, camino de arco iris, camino de lo que sea. Un camino a cualquier parte y de cualquier modo”.[7] Para los beat salir al “camino de la vida”, a las autopistas, significaba ponerse en movimiento (to go en el slang hipster), moverse frenéticamente para vivir todo tipo de viajes y aventuras, primero en dirección Este-Oeste por el país nativo (Estados Unidos) y luego de Norte a Sur (Canadá-México) por la tierra desconocida.[8] Para esto hay que cargar con lo mínimo, deshacerse de todo lo accesorio e inútil. Hay que viajar ligero, al estilo Moriarty, como “una pluma en el viento”, dejándose llevar por el “viento del Oeste”. Sal Paradise, a su vez, sólo carga consigo cincuenta dólares, que se multiplican milagrosamente cada vez que le escribe a su madre. También lleva un saco de lona con unas cuantas mudas de ropa y unos huaraches de suela de esparto, cuyas cerdas, después de unos meses, terminarán por descoserse. Su pobreza y soledad en la carretera anticipa su comunión con el país al sur del Río Bravo: “Creían que yo era mexicano, claro; y en cierto sentido lo era”.[9]

El peregrinaje de la dupla Paradise-Moriarty culmina en los pueblos fronterizos de México. Sus protagonistas entran al paraíso prometido en el verano de 1950, por el lado de Ciudad Victoria, Tamaulipas. México es la “tierra mágica, india y pura al final de la carretera”, un espacio-tiempo otro donde reina el caos, la locura y el desenfreno, un oasis donde acontecen un montón de iluminaciones psicodélico-espirituales:

 

Tuve que hacer grandes esfuerzos para ver la imagen de Dean entre una mirada de radiaciones celestiales. Me pareció que era Dios […] La sola idea de contemplar México a través de la ventanilla […] era como retirarse de la contemplación de un tesoro resplandeciente que se teme mirar porque contiene demasiadas riquezas y tesoros como para que los ojos, vueltos hacia dentro, puedan verlo de una sola vez. Me sobresalté. Vi ríos de oro cayendo desde el cielo que atravesaban con toda facilidad el techo del pobre coche y se introducían en mi interior; había oro por todas partes.[10]

 

La última parada es el Distrito Federal: “¿Te das cuenta? Es la única ciudad de todo el país, todo señala hacia ella”, dice Dean Moriarty, extrañado por las señaléticas de las carreteras mexicanas que apuntan siempre al mismo lugar: México. Ayer como hoy, una ciudad fascinante y siniestra dominada por la anarquía y el crimen, donde la fiesta es una con la tragedia. Es decir, el sueño anhelado para la personalidad forajida, outsider, de los beat. El mismo William S. Burroughs,[11] cuya opinión sobre México oscilaba entre el asco y el odio, en un principio también cayó rendido ante el paisaje del Valle de Anáhuac y su cielo “claro y brillante”, de “ese tono especial de azul que tan bien combina con los revoloteantes buitres, la sangre y la arena: el puro, amenazador y despiadado azul mexicano”.[12]

El Distrito Federal ofreció experiencias vitales de intensidad mayúscula, difíciles de soportar para la mayoría de los beatniks. La estampa enloquecida de Dean Moriarty, “ese Idiota Sagrado” y “pariente occidental del Sol”, conduciendo de forma desenfrenada por Paseo de la Reforma testimonian ese contacto gozoso con la tierra desconocida:

 

Conducía como un indio. Se metió en una glorieta circular de la avenida Reforma y dio la vuelta mientras ocho calles echaban coches encima en todas direcciones izquierda, derecha, izquierda, por delante, y Dean gritaba y saltaba de alegría. “¡Esto sí que es tráfico! ¡Siempre había soñado con algo así! ¡Todo el mundo se mueve al mismo tiempo!” […] todo México era un campamento de gitanos […] Era la grande y definitiva ciudad de los salvajes y desinhibidos indios que sabíamos nos esperaba al final de la carretera.[13]

 

No obstante, cautivado por el frenesí y la exoticidad de la capital mexicana en un inicio, Moriarty/Cassady terminó por abandonar a su suerte a Sal Paradise/Jack Kerouac cuando éste enfermó de disentería, la primera de muchas malas experiencias que vivió el novelista en el DF. Y es que para Kerouac la metrópoli azteca es la “Ciudad de la Medianoche”, una “Fellaheen City”, un término que retoma de Oswald Spengler. Es decir, una urbe salvaje habitada por una sociedad rezagada, premoderna e inocente, pero por lo mismo ajena a la decadencia e influencia nihilista de Occidente: “Unos ladrones fellaheen / me robaron mis poemas / La Ciudad de la Medianoche”,[14] reza el coro 26 del poemario Orizaba 210 blues. El coro 58, a su vez, es una oda a la visualidad de las taquerías mexicanas: “En pequeñas taquerías / Se habla de las sombras de las vengadoras / Cuando en el atardecer la penumbra se filtra en tierra Azteca / El México Fellaheen / Las sombras vengadoras”.[15] Mientras que en el poemario Cerrada de Medellín blues, el DF se convierte en una versión de la isla-lago de Innisfree,[16] una ínsula de asfalto en la que Kerouac puede retirarse a meditar, practicar la abstinencia sexual y conocerse a sí mismo: “Sólo con mi ángel de la guarda / Solo en Innisfree / Solo en la Ciudad de México”.[17]

Con todo, el DF de Kerouac, donde la “tristeza brilla por todos lados”, conserva intacta la magia, espiritualidad y misticismo de la milenaria cultura mexicana. Esto a pesar de los estragos que la modernización dejó a su paso: miseria, corrupción, autoritarismo, vicio, drogas, contaminación y crimen generalizados. De este submundo da cuenta la novela corta Tristessa, una “elegía beat” (García Robles dixit) que narra el amor y la devoción de Kerouac por una prostituta mexicana adicta a la heroína: Esperanza Villanueva. Un gran solo de blues donde la ciudad se devela como un hoyo negro de sufrimiento, fiesta y vicio, pero también de gracia y redención. Indígena pura, de veintitantos años, carterista, prostituta y heroinómana violenta, devota de la Virgen de Guadalupe y la Santa Muerte, Esperanza Villanueva condensa la simpatía de Kerouac por los olvidados y desposeídos del mundo, por la gente genuinamente golpeada y derrotada por la vida, es decir, beat. Tristessa-Esperanza es su otro yo femenino, el pretexto para expresar esa idea escandalosa de amor al prójimo, pero también de conjurar y huir de la muerte que lo persigue desde las carreteras: “No somos nada. Tal vez mañana nos llegue la muerte. A ti, a mí. Desde los tiempos infinitos y hasta el eterno futuro el hombre ha amado a la mujer sin decírselo y Dios los ha amado a ambos sin decírselo tampoco, y el vacío no es el vacío porque no hay nada que vaciar”.[18]

 

 

 

Al igual que otros narradores extranjeros que visitaron el país (el sureste maya descrito por Graham Greene en el Poder y la gloria, las ciudades de Cuernavaca y Oaxaca evocadas por Malcolm Lowry en Bajo el volcán), la Ciudad de México alumbró los demonios y alimentó la búsqueda de vivencias extremas, delincuenciales y autodestructivas, pero también místicas y de autoconocimiento, de los escritores beat.

Como escribe el nicaragüense Ernesto Cardenal la actitud beat representó una “rebelión social contra las monstruosidades de la vida moderna norteamericana (y de la vida moderna de todas partes) contra la idolatría del dinero y el culto del confort, contra la superhigiene, los supermercados, las superproducciones de Hollywood. Su revolución me recuerda un poco a la que hicieron en otro tiempo […] las órdenes mendicantes”.[19] Cardenal cita por su parte al poeta zen Gary Snyder, quien resume los tres elementos que definen a la Generación Beat: 1) Búsqueda de visiones de iluminación, con narcóticos, con disciplinas de la meditación (yoga), 2) Amor, respeto por la vida, desprendimiento, Walt Whitman, pacifismo, anarquismo, etcétera, y 3) Disciplina, estética y tradición, esto es, sabiduría.    

Ignoro si entre los millares de extranjeros que actualmente viven en la capital del país, la ciudad sigue representando ese viejo espacio beatífico de sabiduría como lo fue para los beat. Desconozco también si entre tanto hijo del nomadismo digital, influencers-youtubers-tiktokeros ocasionales o de tiempo completo, hay algún heredero espiritual de Kerouac y su camarilla. Ojalá que sí los haya, o al menos, que sigan leyendo sus libros.


[1] Además de esta triada, también visitaron México los poetas Gregory Corso y Peter Orlovsky, el editor Lucien Caar y el mismo Neal Cassady (Dean Moriarty de En el camino). En los setenta arribó Philip Lamantia, amigo entrañable de Homero Aridjis, así como de Sergio Mondragón y Margaret Randall, poetas y editores de El corno emplumado. Mención aparte merece Lawrence Ferlinghetti, propietario de la mítica City Lights Bookstore, el escritor más longevo del grupo, quien visitó México por última vez a los 84 años, en 2004. Consúltese: http://bit.ly/407lpcZ

[2] Jack Kerouac, La filosofía de la generación beat y otros escritos, Buenos Aíres, Caja Negra, 2015, p. 67.

[3] Término acuñado por Norman Mailer en su ensayo “El negro blanco: reflexiones superficiales sobre el hipster”, en América, Barcelona, Anagrama, 2005.

[4] Jack Kerouac, En el camino, Anagrama, Barcelona, 1989, p. 216.

[5] Kerouac, 1989, op. cit., p. 11.

[6] El cronotopo artístico es una categoría central de Mijaíl Bajtín que da cuenta de “la forma y el contenido de la literatura”. Representa la “conexión esencial” o “unión indisoluble” de relaciones espacio-temporales “asimiladas artísticamente” en el “todo inteligible y concreto” del arte de la novela, así como su conexión esencial con el lenguaje y cosmovisión de una época. Cfr. Mijaíl Bajtín, Teoría y estética de la novela, Taurus, Madrid, 1989, pp. 237-238.

[7] Kerouac, 1989, op. cit., 299.

[8] Este vaivén migratorio a lo largo de las fronteras de los tres países de Norteamérica prefigura, además, el espacio de integración geoeconómica, cultural y “circulatorio” del que gozan, sobre todo, los viajeros del mundo desarrollado en la actualidad. Cfr. Daniel Hiernaux-Nicolas, “México: el espacio mágico y efímero de los Beats. (En el cincuenta aniversario de la publicación de “On the Road” de Jack Kerouac)”, Casa del tiempo, núm. 100, julio-septiembre, UAM, México, 2007. Versión en línea: https://bit.ly/3Lp72wO

[9] Kerouac, 1989, op cit., p. 120.

[10] Ibid., p. 337.

[11] Kerouac visitó México por primera vez en 1950. Se hospedó con William S. Burroughs (quien detestaba a Neal Cassady) y su esposa Joan Vollmer. Dos años más tarde, en 1952, compartía departamento con Burroughs en la privada de Orizaba 210, después de que el autor de El almuerzo desnudo asesinara a su esposa de un balazo en la cabeza, supuestamente de forma accidental mientras jugaban a Guillermo Tell, el 7 de septiembre de 1951. El mejor relato de este alucinante suceso, una de las notas rojas icónicas de la época, la encontramos en el ensayo La bala perdida, de Jorge García-Robles. Asimismo, el prólogo de la novela Queer ofrece una perspectiva de primera mano del mismo Burroughs.

[12] William Burroughs, Yonqui, El almuerzo desnudo, Queer, Anagrama, Barcelona, 2018, pp. 517-518.

[13] Kerouac, 1989, op. cit., 355-356.

[14] Jack Kerouac, Orizaba 210 blues. Cerrada de Medellín blues, Laberinto Ediciones, México, 2005, p. 41.

[15] Ibid., p. 77.

[16] Innisfree es el nombre de una pequeña isla irlandesa en la que William B. Yeats, uno de los referentes poéticos de Kerouac, se retiró para escribir cobijado por la naturaleza. El bardo irlandés le dedicó a este espacio apartado del mundo el poema titulado “La isla-lago de Innisfree”.

[17] Kerouac, 2005, op. cit., p. 104.

[18] Jack Kerouac, Tristessa, Ediciones del milenio, México, 1997, p. 97.

[19] Ernesto Cardenal, “Misticismo beatnik”, en Revista de la Universidad, Vol. 15, núm. 8, abril de 1961, pp. 12-13. El poeta nicaragüense traduce en ese número, además, textos de Lawrence Ferlinghetti y de Gary Snyder.

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Ricardo Donato M. Plata

Ciudad de México, 1982. Periodista mexicano. Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Autónoma Metropolitana. Estudió Filosofía en la Universidad Iberoamericana UIA. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en Narrativa 2010-2011, así como del programa Jóvenes Creadores del Fonca.