Aníbal, cuando África amenazó a Roma

Roberto García Jurado
Febrero-marzo de 2022

 

Retrato de Aníbal a caballo. (Imagen: Hulton Archive / Getty Images)


De la antigua Roma llegan hasta nosotros una enorme cantidad de nombres de grandes personajes políticos y militares. De la época de su mítica fundación, en 753 a. C., quedan los nombres de sus igualmente míticos fundadores, Remo y Rómulo; también en alguna medida el del segundo rey, Numa; incluso resuena de manera clara el nombre de Tarquino el Soberbio, el último de los siete reyes que tuvo la ciudad, y que fue expulsado de ella junto con todos sus familiares en 509 a. C. por causas más que justificadas. A partir de ese momento comenzó Roma su etapa republicana, de la cual nos llegan igualmente los nombres de Bruto, Publícola o Camilo, como también resuenan los protagonistas de sus últimos años, del ocaso de la república, sobresaliendo Julio César, Mario, Sila, Pompeyo y el multifacético Cicerón. Y qué decir de su etapa imperial, de la cual abundan también personalidades reconocibles, como Augusto, Nerón, Calígula, Marco Aurelio y un largo etcétera de emperadores que se sucedieron durante los casi cinco siglos en que existió el Imperio.

De este modo, que perduren y sean reconocidos los nombres de los monarcas o emperadores de una sociedad no es algo extraño o anormal, sino todo lo contrario, ya que la estructura política en su integridad depende de ellos, y muchas veces su nombre se proyecta con más fuerza por pertenecer a una dinastía gobernante.

Sin embargo, aunque todas las repúblicas antiguas asumían la necesidad de nutrirse de ciudadanos ilustres, el cometido de sus instituciones políticas era en buena medida el contrario, es decir, que no sobresalieran o, más bien, que no sobresalieran demasiado, que no se formaran líderes políticos que acumularan prestigio y poder político en exceso, lo cual no solo los colocaría en una posición de extrema desigualdad con respecto a sus conciudadanos, sino que los invitaría a convertirse en monarcas o tiranos.

La república de Roma no estuvo exenta de estos temores y precauciones, pues durante toda su existencia nunca faltó un ciudadano que acusara a otro de querer sobresalir, de querer ser protagonista e incluso de buscar la simpatía del pueblo con el fin de convertirse en monarca. Precisamente por ello, el consulado, la máxima magistratura de la ciudad, y la más característica, que se creó desde el inicio de la república con el fin de sustituir la función del rey, no sólo tenía una duración muy acotada, de un año, sino que además era ocupada en tándem, para operar de manera colegiada, involucrando a los dos cónsules en las decisiones políticas y militares más importantes, con el fin explícito de poner límite a la autoridad unipersonal.

Sin embargo, como se ha dicho ya, a pesar de estas restricciones institucionales, durante la existencia de la república romana se forjaron grandes personajes de la vida pública, grandes líderes políticos. Este es precisamente el propósito del trabajo de Pedro Ángel Fernández Vega, que lleva como título La sombra de Aníbal. Liderazgo político en la República Clásica, ya que se ocupa de analizar el desempeño político de seis notables líderes de la etapa clásica de la república, particularmente de la que suele llamarse República Media, que va de 264 a. C. a 133 a. C., y, más específicamente, de los líderes que destacaron y protagonizaron la vida pública de la ciudad durante la segunda guerra púnica, que va de 218 a. C. a 201 a. C., la que tocó encabezar a Aníbal del lado cartaginés en contra de Roma. Estos seis personajes son Cayo Flaminio Nepote, Quinto Fabio Máximo, Marco Claudio Marcelo, Publio Cornelio Escipión Africano, Tito Quincio Flaminino y Marco Porcio Catón.

A pesar de un cierto aire novelesco, el título del trabajo de Fernández Vega, La sombra de Aníbal, no podía ser más acertado, pues su propósito fundamental es analizar las reacciones y alteraciones que produjo al interior de Roma, y especialmente en el desempeño de las principales magistraturas, la segunda guerra púnica, la que condujo Aníbal, un personaje de leyenda.

El análisis que hace Fernández Vega, notable por su minuciosidad y perspicacia, se entiende mejor si se consideran algunos antecedentes. La república de Roma que se inauguró en 509 a. C., luego de la expulsión de su último rey, Tarquino el Soberbio, se asentó en varias instituciones políticas, de las cuales destacan tres: una que ya existía bajo la monarquía y dos que se crearon en los albores de la república. La que ya existía bajo el gobierno de los reyes era el senado, que se creó incluso desde la época de la fundación de la ciudad, bajo el reinado de Rómulo. La segunda fue el consulado, que como se ha dicho ya, se creó al inaugurarse la república, en el mismo año de 509 a. C., con el fin expreso de sustituir al monarca, aunque para evitar que quien ostentara el cargo acumulara demasiado poder, se limitó su duración a un año y se depositó en dos personas. La tercera magistratura fue la de los tribunos, que se creó en 494 a. C. debido a una rebelión de los plebeyos, quienes reclamaban a los patricios su desventajosa posición social y su carencia de vías institucionales para defender sus intereses o plantear sus demandas, por lo que se les concedió esta magistratura conformada en un principio por dos personas.

A partir de esta estructura básica, se fueron creando y sumando varias otras magistraturas encaminadas a cumplir algunas funciones públicas específicas, y las existentes, el senado, el consulado y el tribunado, experimentaron en sí mismas transformaciones muy importantes. El senado, por ejemplo, que en un principio estaba compuesto tan solo por 100 senadores, elevó su número hasta 300; el consulado, que originalmente estaba reservado a los patricios, admitió después también a plebeyos; y los tribunos, que inicialmente eran dos, se elevaron a diez. De esta manera, aunque se habían venido experimentando múltiples cambios en su organización gubernamental, para el año 264 a. C., cuando empezó el conflicto armado con Cartago, la primera guerra púnica, la república contaba con una sólida estructura institucional.

Sin embargo, las guerras púnicas representaron uno de los más grandes desafíos militares para Roma, sobre todo la segunda, la que condujo Aníbal, quien llegó a amenazar literalmente las puertas de Roma, por lo que la ciudad experimentó uno de los mayores temores en su existencia. De esta manera, el trastorno económico, social y militar provocado por el asedio de Aníbal impactó también directamente el desempeño institucional del gobierno republicano, que es lo que muestra con gran detalle y meticulosidad Fernández Vega.

El primer personaje que analiza Fernández Vega es Cayo Flaminio Nepote, un nombre que tiene un reconocimiento inmediato por dos obras públicas muy significativas, la primera es la creación del circo flaminio, el circo que lleva su nombre y que creó en 220 a. C., siendo censor, un cargo que llego a adquirir una enorme importancia en la ciudad. La segunda obra es la vía flaminia, el camino que iba de Roma a Ariminium, la actual Rímini, que también data aproximadamente de las mismas fechas. Ambas obras son muy importantes y significativas. La primera, el circo, podría considerarse todo un emblema de la personalidad de Flaminio, ya que como es bien sabido, los espectáculos de circo eran el entretenimiento principal de toda la sociedad romana, pero principalmente de la plebe, un sector con el que Flaminio se identificaba ostentosamente. De mismo modo, la vía flaminia se convirtió desde entonces en una ruta de comunicación vital para Roma, dado que la unía con la parte norte de la península, sobre todo con la costa del Adriático.

No obstante, más allá de estas aportaciones al patrimonio urbanístico romano, la conducta de Flaminio tuvo una fuerte repercusión en las instituciones de la república, principalmente por dos razones. La primera fue por su apoyo a la Lex Claudia de 218 a. C., la ley que impedía a los senadores ser propietarios de naves comerciales de grandes proporciones, lo que limitaba directamente sus actividades y capacidades económicas. Con ello, Flaminio reafirmaba y profundizaba su distanciamiento de los patricios, más notorio aún porque fue el único senador que apoyó la controvertida Ley. La segunda fue por su segundo consulado, para el que fue electo en 217 a. C, luego de haberlo sido por primera vez en 223, pasando por alto la Ley Genucia de 342 a. C. que establecía un período mínimo de 10 años para que un ciudadano pudiera ocupar nuevamente el consulado. Ciertamente, ese mismo año Aníbal estaba cruzando los Pirineos con rumbo a Italia, por lo que la república necesitaba de manera imperativa una conducción experimentada y capaz, lo cual seguramente se consideró una justificación suficiente.

Aunque no era la primera vez que se violaba la Ley Genucia, la reiterada falta comenzaba a ser preocupante, por lo que unos cuantos meses después de este segundo consulado de Flaminio, se realizó un plebiscito por el que se permitió la repetición en el consulado sin que hubieran transcurrido los diez años establecidos, lo cual pretendía corregir o justificar una regulación institucional que había tenido pleno sentido en su momento, aunque por otro lado se sentaba un terrible precedente, el de violar la ley procediendo a su posterior enmienda.

El segundo personaje que analiza Fernández Vega es Quinto Fabio Máximo, un protagonista de la vida pública romana que también goza de un gran prestigio, aunque completamente contrastante con Flaminio, comenzando por el hecho mismo de que eran acérrimos enemigos. Fabio pertenecía a una familia patricia de gran abolengo, lo que ayudó sin duda alguna a que tuviera una carrera política temprana, larga y exitosa. No sólo fue augur y pontífice, sino que además fue también interrex, dictador, censor, princeps senatus y cinco veces cónsul, sumando así a su relevante carrera religiosa una basta y sólida carrera civil.

Uno de los hechos que le significaron mayor renombre fue su peculiar estrategia militar, caracterizada por evadir o retardar las batallas campales, los enfrentamientos definitorios, prefiriendo las escaramuzas y, sobre todo, apostando al desgaste y cansancio del enemigo, por lo que se le aplicó el adjetivo de cunctator, que pronto se convirtió en sobrenombre, y que luego también, además de calificar su conducta, tipificó una estrategia militar, hasta el grado de convertirse en todo un título honorífico. Muchos historiadores romanos y analistas político-militares se han preguntado si la estrategia de Fabio era más un rasgo definido de su propio carácter, es decir, una actitud prácticamente inercial, que una estrategia militar deliberada y racionalmente planteada, lo cual no se ha llegado a esclarecer de manera rotunda, y tal vez no haya manera de hacer. En todo caso, fuera actitud o estrategia, le reportó notables triunfos militares.

Sin embargo, más allá de la admiración por los resultados obtenidos por Fabio en sus enfrentamientos con Aníbal, lo que destaca Fernández Vega son varias de las irregularidades en que incurrió durante el ejercicio de sus diferentes magistraturas, tanto civiles como religiosas, muchas de ellas ignoradas o desconocidas por Plutarco, quien en sus Vidas paralelas presenta a una figura ejemplar, casi heroica, lo cual puede matizarse o, al menos, relativizarse a partir de una evaluación de conjunto. De este modo, Fernández Vega hace notar, por ejemplo, que no sólo favoreció y facilitó la carrera política de su hijo, sino que también muy probablemente utilizó su autoridad y prestigio sacerdotal para manipular los augurios en contra de sus enemigos.

El tercer líder del que trata Fernández Vega es Marco Claudio Marcelo, un personaje que si bien no tiene el mismo renombre que Flaminio y Fabio, no es en modo alguno menos ilustre y trascendente. Es recordado sobre todo por haber tomado Siracusa, la ciudad griega más importante de Sicilia, la cual había sido aliada de Roma en contra de Cartago durante varias décadas, hasta que murió su rey Hierón II en 215 a. C, cuyos sucesores se aliaron a los cartagineses, en plena segunda guerra púnica, por lo que caída de la ciudad en 212 a. C. fue un gran acontecimiento para Roma, logrando Marcelo mayor reconocimiento aún por la inteligente estratagema de que se valió para tomarla.

Marcelo, como Fabio, fue cinco veces cónsul, además de procónsul y privatus cum imperio, un nombramiento peculiar, mediante el cual se le confería el mando de tropas pero sin ostentar magistratura alguna, algo que iba en contra de la estructura político-militar romana. Y es que debido a la amenaza de Aníbal, Roma necesitaba de generales capaces y probados, como ya había demostrado serlo Marcelo en su lucha contra los galos unos años atrás. Más aún, el nombramiento se dio a raíz de que el pueblo quiso elegirlo cónsul una vez más, pero siendo que ya había un cónsul plebeyo, la ley establecía que al menos uno debía ser patricio, por lo que no fue posible otorgarle el nombramiento.

Es cierto que Marcelo murió a consecuencia de una emboscada tendida por Aníbal, sin embargo, fue un factor determinante mientras vivió para contener, acosar y debilitar a Aníbal, lo que a la postre rindió sus frutos.

El cuarto personaje es Publio Cornelio Escipión Africano, uno de los nombres del período más reconocidos. Sus primeros logros militares se dieron en Hispania, en donde luchaba al lado de su padre, que fue elegido cónsul en 218 a. C. y que permaneció ahí luchando contra los cartagineses, en donde murió en 211 a. C.

Sin duda el mayor logro militar que ostenta Escipión es el haber vencido a Aníbal, y haberlo vencido no sólo en el campo de batalla, en Zama en 202 a. C., sino sobre todo en la estrategia que condujo a esta batalla final.

Luego de su éxito en Hispania y de la toma de Carthago Nova en 209, la actual Cartagena, Escipión volvió a Roma, en donde gozando de una gran popularidad fue elegido cónsul. Apoyándose en esta condición, le propuso al senado atacar a los cartagineses en su propio terreno, en África, es decir, no limitarse solo a defenderse en terreno italiano. La propuesta la hizo con bastante soberbia y autosuficiencia, pues declaró que de un modo u otro iría a África a enfrentar a los cartagineses. Tal vez haya sido esto lo que más irritó a Quinto Fabio Máximo, que en ese momento era el princeps senatus, el líder del senado en cierto modo, quien se opuso tenazmente a la propuesta, argumentando que la prioridad era defender el suelo italiano. Escipión venció al final, y consecuentemente el liderazgo de Fabio se eclipsó muy pronto.

Sin embargo, Escipión tuvo razón. Al desembarcar en África y comenzar a cosechar las primeras victorias, Cartago ordenó a Aníbal que abandonase Italia y se embarcara rumbo a África para hacerle frente. A pesar de los ochenta elefantes que Aníbal colocó al frente, Escipión ganó la batalla, ganó la guerra y sometió a Cartago, imponiéndole una paz costosa y humillante.

Escipión llegó así a la cumbre de su fama, cimentada no sólo en su indiscutible talento y valía, sino también en una intención expresa de agradar al pueblo, pues su reparto de aceite tras haber ganado las elecciones, la organización de los juegos de circo para agradar al pueblo y su irreverencia ante el senado lo hicieron aún más popular. Finalmente, debido a que en la campaña de Hispania dirigió el ejército sin ostentar magistratura alguna, pidiendo que a cambio sus soldados se dirigieran a él simplemente como imperator, dio así origen a un título que después tendría un largo recorrido histórico.

Los últimos dos personajes que analiza Fernández Vega son Tito Quincio Flaminino y Marco Porcio Catón. Ambos ocuparon el consulado a principios del siglo II a. C. y se distinguieron también por sus servicios a la república, el primero esencialmente en el ámbito militar y el segundo en el terreno de la administración pública. La sobriedad y austeridad de Catón en el gobierno de Roma no sólo hicieron historia, sino que se han vuelto proverbiales, al grado de que aún en la actualidad se le sigue considerando un inspirador de la austeridad republicana.

Resultaría vano e innecesario tratar de resumir en unas cuantas páginas el extenso análisis que hace Fernández Vega de estas seis figuras de la Roma republicana clásica. Sin embargo, no puede dejar de señalarse que valiéndose de abundantes y pertinentes fuentes clásicas, de los más recientes y rigurosos estudios contemporáneos, y de un rigor metodológico y documental notable, se logra recrear el ambiente político, social y hasta psicológico de esos años tan decisivos para la república romana, y para el mundo de la posteridad.

La sombra de Aníbal. Liderazgo político en la República Clásica

Pedro Ángel Fernández Vega

Madrid, Siglo XXI, 2020, 525 pp.

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Tiempo en la casa 71
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Roberto García Jurado

Licenciado y maestro en Ciencia Política por la unam y doctor en Ciencia Política por la Universidad Complutense de Madrid, es miembro del SNI. Es coeditor de La democracia y los ciudadanos, y autor de La teoría de la democracia en Estados Unidos. Almond, Lipset, Dahl, Huntigton y Rawls. Es profesor de la Unidad Xochimilco de la UAM.