Les Menines 1, Ramiro Arango, pastel sobre papel, 1989. Imagen: Wikimedia Commons
Aunque la lengua puede describir el fenómeno de la intertextualidad mediante la retórica y la estilística, es el habla y los códigos entre hablantes los que finalmente modifican la lengua. Estos códigos resultan complejos, formados de muchos consensos históricos, culturales, de la convivencia día a día entre autores, citas, usos y abusos de la tradición literaria. Es el sentido común, la ética, la estética y el mismo comportamiento sistémico de los discursos lo que regula la manera correcta de recurrir a la intertextualidad —en paráfrasis de Beristáin— textos evocados consciente o inconscientemente, citados total o parcialmente, que cuando están muy socializados y aculturados se encuentran “metamorfoseándose” creativamente. Con base en este fenómeno, observamos en las nuevas maneras de adquirir textos a través del espionaje cerebral y del crackeo cibernético, un forzamiento del proceso de aculturación y de socialización de los discursos sin el menor respeto por quien los escribió, se intervienen, usan y apropian los textos, saltándose las “reglas de etiqueta” para mencionarlos, citarlos, aludirlos o anunciar su intervención.
¿Qué justificación legítima sostiene una apropiación?, ¿una tradición literaria?, ¿una herencia? ¿un acercamiento a los ancestros, de raza, sangre, ideoscincracia, lengua o cultura? ¿vanidad, violencia premeditada, venganza? ¿Por qué y para qué se escoge una apropiación y no una intertextualidad ordenada por el conocimiento público o la cita, la crítica, el homenaje, la alusión? ¿Qué ancestros robaron qué a quién para volver a cometer una apropiación legítima o ilegítima? ¿Qué víctimas o victimarios? ¿Quién es aquél que hoy día justifica palabra poética ya emitida tergiversada, desdoblada, deformada, maquillada sinónimamente?
La intertextualidad lleva comillas y, más cortésmente, dedicatoria, mención. Si se dirige hacia el homenaje o la crítica literaria alberga implícita una honesta apropiación. Se teje con la urdimbre de otra escritura legítimamente, honradamente, gentilmente. Así no hay plagio, ni robo ni tergiversación, mucho menos mutilación ni maltrato: delitos literarios deformados, aún impunes a través de la justificación de sus definiciones. Sin embargo, habita en el trabajo cotidiano con la tradición literaria un lugar seguro para autores y obras: el respeto, la honestidad de una “rescritura creativa y propositiva”, la mutilación, la tergiversación y el plagio están fuera de la tradición por consenso.
El despojo fue una “apropiación” que tuvo su buen lugar y lo perdió por ser una manera dañina para la comunidad de autores y obras. “Es hora de tendernos la mano” los que ya llevamos tiempo esperando en la fila nuestro turno dice el saludo, la anécdota, el reconocimiento público en las mesas de presentación cuando mencionamos de qué fuente de vida, de historia y de literatura tomamos para zambullirnos en la evocación nuevamente después de la lectura de alguien, en la rescritura legítima.
La llegada de quien escribe disintiendo de estos consensos ha causado admiración, respeto, indignación, desconfianza cuando ciertas autorías no son respetadas. Los nuevos empleos de creación de contenidos en las redes sociales, las metáforas terapéuticas de los facilitadores de observación del comportamiento humano y de la intervención del mismo mediante técnicas de hipnosis u otras han utilizado estos códigos, emulando a quien posee más experiencia y maestría en los actos comunicativos, a quien trabaja la creación artística de la palabra, en el mejor de los casos. Cualquier postura desprevenida y con prisa por recoger el pago por la lealtad a quien se ha guiado por estas actividades —o bien, con premura por atender al reclamo legítimo de lucha histórica, o en el peor de los casos, al chantaje o a la artimaña orquestada en contra de alguien “por alguna buena causa”, con base en supuestos, tergiversaciones y chismorreos— irrumpió con empujones en la fila, vociferando, sonándose con el texto de alguien o, de plano, metiendo mano en los bolsillos ajenos, en lo oscurito del crackeo y de otros actos violentos, para servirse de un libro, un borrador, o de cualquier discurso público presencial o virtual.
Los robos de información cibernéticos cada día han sido más identificables a través de lectores táctiles, visuales y de reconocimiento facial, así como de los números de serie de las macros de las computadores delictivas, que aunque cambien de nombre, no pueden de número. Igualmente, los robos de computadoras, dispositivos móviles, memorias, cuadernos, etcétera, por su puesto, son penados por la ley. Estos actos delictivos pueden ser en detrimento de cualquiera que escriba escondiendo en la ingenua impunidad de la disidencia la responsabilidad que tarde o temprano atenderán para prosperar, no sólo en los foros digitales y autogestivos, donde se han adjudicado obras literarias, bibliografía, identidades, curriculas, contactos, relaciones, etc, sino de aquellos ya consensados.
El acto que genera la dinámica víctima-victimario en este contexto quizá se llame legitimación de un sistema simbólico, que otrora nos permitió subvertir las injusticias del sistema monetario capitalista, que excluía a las humanidades de las arcas más abundantes de la economía nacional e internacional.
A su vez estos agentes (victimarios históricos y sociales) fueron excluidos del “buen lugar” en el mercado simbólico de la labor humanística, que administraba el capital espiritual de la comunidad. Ahora las nuevas “disidencias literarias” que escriben “para” “vender” este capital simbólico, no importa la edad, con mayor velocidad de la que tarda una obra literaria, está integrando en el sistema “espiritual” humanista al victimario capitalista excluido, en su peor faceta, la del cazador, en el sentido de Darío en “A Roosevelt”, repitiendo del perpetrador los mismos actos violentos que llevaron a la oposición a obrar a salvo del mismo. De esta manera le dan la razón a Marcuse en “El hombre unidimensional” (1954), sobre que cualquier acto de resistencia es “absorbido por el sistema”. En aras de una evolución pierde por completo su característica alterna.
Hoy día, cierta integración consciente y madura del capitalismo dentro de las trayectorias legítimas literarias se ha desarrollado en un sentido más benéfico para el sistema humanístico de valores, incluso, para las mismas luchas de poder. En las que conviene desdoblar sistémicamente a cada extremo, reconociéndolo como parte del sistema mayor al que pertenece. Entonces, quizá en un mismo bando humanista, cada quién en orden de llegada y por méritos, frente al victimario histórico podría preguntar: ¿cómo nos integra al sistema capitalista a las víctimas históricas del mismo? Y retomando la figura retórica en discordia: ¿de qué manera nos apropiamos de nuestro buen lugar en dicho sistema?, cuando muchas veces hemos vivido “por amor al arte” sin seguridad social —cada vez menos— o cobramos poco en relación con otras profesiones.
De esta forma nos indigna el robo de ese “Robin Hood me paro el cuello con el trabajo de otr(a)(e)”, que se identificó con el victimario histórico e hizo llegar velozmente a la comunidad de lectores y otros autores —muchas veces mutilados, tergiversados, deformados— nuestros significados a través de los viejos mass media, redes sociales, publicaciones en línea o impresas y premios literarios. El asunto preocupante es dejar un aparato epistemológico, un ethos y un ambiente ontológico de despojo, dolor, carencia, violencia, injusticia, como aquellos sinsabores de las luchas armadas, repetidos en el terreno habitual de restructuración compleja (histórica, social, cultural, artística, educacional, lingüística, entre otros), que en su momento el sector humanista sí miró, sí atendió, sí leyó, sí fue sensible y escribió sobre ello, en compañía de las “actuales disidencias”, haciendo cada vez más dramática la lucha fraticida y abandonando por completo el cometido de equilibrar el poder simbólico en otros sectores de la sociedad, que de alguna manera venía reconstruyendo la tradición literaria, aunque es responsabilidad histórica de todos los sectores sociales y profesionales.
¿La nueva generación de quien escribe a través del despojo y de la sustitución de significados documentados y sustentados en un hilo discursivo identificable para que otros discursos se conduzcan dándole el crédito a varios más continuamente está lista para llevar la carga histórica de estos sinsabores con que se formó la fila de quien escribe, esperando su turno para participar en los foros de una manera honesta y adulta cualesquiera que éstos sean sin estar en riesgo de una exclusión por compensación sistémica?
Sí nos conviene respetarnos. Nos prepara, nos educa, nos templa y nos nutre para cuando sea nuestro turno. El orden contiene esa materia inmarcesible que admiramos. Esa sustancia preciosa, que genera codicia. Está en nosotros limpiarla, cultivarla, valorarla y urdirla a la del prójimo con orden y jerarquía por su trabajo previo.
Para los que vienen llegando, vale la pena mencionar que antes del desarrollo de las instituciones gubernamentales de cultura mexicanas y de muchas otras regiones del mundo, que fomentan y distribuyen parte de la cultura y sus medios de producción, se filtraban las publicaciones y foros de expresión mediante el ejercicio de otras profesiones como la abogacía. Los intercambios eran cerrados; para las mujeres, nulos; eran elitistas, excluyentes y no desarrollados. Después crecieron con la llegada de escritores, después escritoras y otros(as) artistas a las sillas gubernamentales. Se abrieron para quien las cultivara y las abonara, con situaciones a resolver como en cualquier ámbito.
En la transferencia del pasado histórico capitalismo vs anticapitalismo conviene diferenciar a los adversarios, de los que también venimos y forman parte del sistema humano. Si no nos respetamos literariamente, se volverán a cerrar las participaciones sociales en un sistema donde las diferencias económicas y sociales son más radicales. En los consensos donde habita la oportunidad de entrar a los códigos que las nuevas disidencias denuestan “por no estar al alcance de todos”, también habita la riqueza humana que se acordó con el legado inmediato anterior; el que ofreció la manera de “vender” literatura como un producto de la cultura, en su alternancia y en su legítima autoría, aprovechando a las nuevas generaciones, con respaldo en las jerarquías y antigüedades de las anteriores para ser contenidas, ya sea para cuestionarlas y abonar a un cambio y/o nutrirse de ellas con respeto.
Una dinámica capitalista que costó sangre, luchas, leyes aprobadas y rechazadas, diálogos, rupturas, exclusiones y legitimaciones fue nutrida también con valores anticapitalistas que regularon el abuso del poder en su momento. Hay valores entre estas fibras de cambio, que derivan de la globalización capitalista efectivamente, y que vale la pena que “tomen” las “nuevas disidencias” antes de “soltar” las anteriores, en el mejor de los casos; en el peor, antes de desgarrar, agredir, despojar, etc. Pues a través de esa última via se reafirman las violencias. No hay crítica ni cambio, sólo allanamiento y desorden. Retrasa la consolidación de los derechos que venían acordándose.
Por otra parte, el cómo se comercia la dignidad en los abusos literarios, en la dinámica víctima-victimario es otro tema que deriva de aquellas dinámicas históricas entre “víctimas, trabajadores del espíritu” vs “victimarios, trabajadores del capital”, que para el mercado simbólico humanista ha resultado, según Bourdieu, los valores con que se otorgan los créditos, los medios de producción, la entrada a los foros, las preferencias del público, las publicaciones, reconocimientos, etcétera. La codicia del cracker ha generado hambre de dignidad porque la comercia igualmente como parte de este capital simbólico. Y al ser ésta inherente a la humanidad, se convierte en un asunto de prostitución que no puede ser saciado. A pesar de su fechoría, creerá al robado victimario; argumentará que éste le ha arrebatado “su trabajo”, cuando en realidad le ha cedido su dignidad al usurpar sus textos; buscará suplantar su crédito simbólico: trayectoria, méritos, reconocimientos en una comunidad, identidad y más, sin encontrar el objeto inmaterial que le satisface, sino aquella ansiedad lingüística reconocible en el falseamiento de cierta verdad creativa. Es necesario respetarle su culpa, su vergüenza y su responsabilidad a quien despoja para que se sacie, recupere en este acto su dignidad y deje de buscarla en otras trayectorias, tomándole lo que no es suyo.
En el caso de la “apropiación” más extensa, como una literatura derivada de otra, resulta un acto de pertenencia dentro de un sistema humano, por herencia de una tradición y por compensación histórica de las pérdidas colonizadas. Es inherente su apropiación, como ya Octavio Paz lo señaló en “Legítima defensa”, publicado en Las peras del Olmo, durante 1954. La apropiación por robo, no. Cuando no se cita, no se reconoce, ni alude y hubo un acto de usurpación de información y pruebas que se pueden disponer a peritaje, no se llama “apropiación”, aunque se argumente con citas de Beristáin o Company, se llama despojo. Este acto genera en el sistema literario la necesidad de que la persona que hurtó salga del mismo por supervivencia del sistema, y no alguien más en su lugar. El saqueo detenta una premeditación y no un acto de supervivencia legítima, sobre todo hoy día, en que el sistema está más abierto para ser desarrollado. Es la diferencia entre una reacción de preservación y una de violencia. La aplicación de la ley para el pago de indemnizaciones y licencias, a autores que fueron tergiversados, plagiados, deformados, omitidos, despojados, sería un acto en defensa de un patrimonio que costó sangre y acuerdos históricamente.
Los metadiscursos, mediante las metafuentes tomadas de manera no consensuada, no expresa e implican un abuso, están empobreciendo procesos éticos epistemológicos, donde ya había un caldo de cultivo de sustentos y sustancias dialógicas. El impacto lo recibe quien así se está formando sin transición con las maneras codificadas en una comunidad escritural. Este sesgo de la experiencia personal de la comunidad de una tradición humanista por la del otro(a)(e) confunde algunas luchas sociales porque están partiendo de premisas falsas, amorosamente cargadas de los enredos históricos y sociales, a costa de la exclusión de su propio pensamiento por compensación dentro de varios sistemas humanos.
Un metapoema, una metaidentidad diluyen su materia original, como el vidrio, el pet y el papel. ¿Son poemas de segunda?, ¿se abaratan en el marcado lingüístico? En redes sociales, otras plataformas cibernéticas, publicaciones impresas, premios literarios, —me refiero a aquellos con base en una apropiación abusiva— circulan y pueden “venderse” igual a los ojos de quien les lee. Sin embargo la emotividad de la evocación poética, la vigencia, la universalidad y, en general, el ethos que conforma una larga senda epistemológica a través de la historia literaria de una o varias tradiciones son principios más exigentes, aunque se hayan puesto en duda en la misma modernidad que se ha nutrido de lo que le resta a la tradición literaria universal.
Urge una ampliación de la ley sobre la propiedad intelectual con estas especificaciones y su aplicación rigurosa, así como políticas públicas con base en ellas y en una perspectiva sistémica compleja sobre la tradición literaria, el pensamiento, el uso de las capacidades neuronales, la memoria, su información y la elaboración hermenéutica, que forman parte del patrimonio inmaterial de la humanidad, orientado hacia el pago de indemnizaciones, a través de un aparato gratuito de cobro de licencias para creadores e investigadores, artísticos, que compense este desequilibrio entre dar y recibir en los vínculos literarios, en vez de romperlos y en la sociedad en general. Ello evitaría generar un desgarre social, pues el arte y la cultura han resistido los cambios históricos junto a otros sectores sociales en eventualidades como vimos en la pandemia y en las luchas armadas y han ayudado a regenerar los vínculos sociales y su salud. Es un tema que solicita múltiples reconocimientos, soluciones y aportaciones, desde diversos sectores sociales. De ahí las perspectivas legítimas para su abordamiento jurídico y de repartición de los capitales sobre las partidas presupuestales dispuestas para el arte la cultura.
(Ciudad de México, 1975)
Poeta, narradora, promotora y gestora cultural, tallerista, docente, editora y terapeuta. Entre sus publicaciones se encuentran: Poemas de Baubo (2021), Sangre, copa de luz (Novela corta, 2021), Semillas (2019). Poemas de la mitigación (Reunión de poesía 2000-2015), y Cielo lícito, la muerte (2000). Ha sido publicada en diferentes revistas, diarios y antologías nacionales e internacionales.