Imagen de la exposición Leonora íntima: objetos y memoria, 2019, en la Casa de la Primera Imprenta de América. Fotografía: Coordinación General de Difusión uam.
Crecemos y, se dice, perdemos la capacidad de maravillarnos. Leonora Carrington no piensa igual. De hecho, ella está convencida de que la edad poco importa para imaginar. Escuchar, andar, hacer que ocurra lo imposible: de todo esto y más trata la novela La trompetilla acústica de la reconocida pintora anglo-mexicana.
Reinventarse con cada nueva historia es su estilo de vida. Aunque más conocida por sus artes plásticas, Leonora ha sido redescubierta como escritora gracias a la reedición de esta novela en 2017 y a la más reciente reunión de sus cuentos completos en 2020. Sus textos ofrecen un complemento valioso para desentrañar los símbolos y creaturas plasmadas en cobre y lienzos. En particular, La trompetilla acústica permite atisbar lo que significaba el surrealismo para ella y por qué lo adoptó como parte de su vida.
En este espacio viajan abordo una mujer con dones divinos un psicólogo poco ético, una mujer loba, una Diosa Venus que rige el destino de la tierra y, sobre todo, la capacidad de una mujer como Marion que aún puede aprender mucho con noventa y nueve años. Que su protagonista obtenga nuevas aventuras a tal edad es reflejo claro de la línea surrealista: no perder la capacidad de imaginar con el paso del tiempo.
La novela, escrita en 1940, trata la extravagante travesía de Marion Leatherby en un asilo. Su vida cambia drásticamente tras dos eventos consecutivos: su mejor amiga le regala una trompetilla acústica para que, por fin, pueda escuchar claramente; después, con ayuda del artefacto, se entera que su familia planea enviarla al asilo “El pozo de la hermandad de la luz”, lugar que tiene consonancia con la pintura La hora del Ángelus, firmada en 1949.
¿Cómo es tal artefacto? Marion describe la trompetilla como un bello y elegante cuerno de bisonte. Ella, tras estar acostumbrada a un cierto aislamiento (debido a la sordera), comienza a interesarse por las demás personas gracias a la trompetilla. La capacidad de escuchar la lleva a conocer otras posibilidades, oír mejor los consejos de su amiga o incluso los propios sonidos del mundo.
Escuchar. Aunque suena sencillo, es algo que cada vez comprendemos menos. Ahí donde Marion nota que quiere ser escuchada, entonces oye a las demás. Se trata de un acto recíproco, de empatía y conexión. Algo de esto resuena en mí: no soy la persona más atenta, me parece que es algo para lo que se necesita un artefacto extra: ¿voluntad?, ¿tolerancia?, ¿compromiso? Tal vez una trompetilla acústica para no hacer oídos sordos a lo que sucede en el mundo. Todo un ejercicio constante.
También lo es pensar de una manera más autónoma: “la máxima libertad espiritual”. Esto es lo que busca nuestra protagonista, la autora y, según Breton, una de las claves del surrealismo. Así, Marion se encuentra envuelta en una serie de situaciones que podrían pasar por imposibles o mágicas. ¿No es esto también la vida? Entender que a veces ocurren cosas extraordinarias. Para eso, mejor tener la mente abierta a distintas posibilidades y perspectivas.
Un abrazo, Leonora Carrington, 2011. Fotografía: Mario Alberto Delgado
Como diría Marion: “uno nunca puede estar seguro del futuro”. Entonces nos enteramos de que hace mucho tiempo, alrededor de cincuenta años, había comprado un baúl para partir a Laponia como había soñado. Eso no sucede, sino que la vemos llenándolo porque irá al asilo. Si bien su primera respuesta es de tristeza y miedo, acepta el viaje como una oportunidad de cambio.
A veces me narro lo que sucede o sucedió y, al igual que la autora, al igual que Marion Leatherby —parónimo que encuentro con mi propio apellido de autora, Bathory, y que al mismo tiempo nos une con la condesa Erzsébet, cada una encerrada en su propio castillo—, las ensoñaciones cobran la fuerza de una realidad concomitante. ¿No es esto un poco de lo que deseaba Breton con su manifiesto del surrealismo? “Yo creo firmemente en la fusión futura de esos dos estados, aparentemente contradictorios: el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, de superrealidad”, escribió hace cien años.
Dentro del asilo, nuestra protagonista revisita sus propias creencias —“¡Oh, Venus!, ¿qué he hecho para merecer esto?”—, mitos, símbolos, rituales y creaturas fantásticas. Las páginas se convierten en hogar para lo extraño y lo fantástico. Ir más allá de lo que dicta la razón, la lógica. Tal como diría Marion: “prefiero leer algún libro. No, no necesariamente intelectual, cuentos de hadas. ¿Cuentos de hadas a tu edad? ¿Por qué no? ¿Qué es edad en todo caso?”. Añadiría que la vida misma es una ficción, y que en este tipo de textos es necesario tener una mente atenta y activa.
Hay que fijarse bien en las palabras de los textos fantásticos, podría haber una clave ahí escondida. Porque las palabras son signos, indicios, una de las formas en que representamos —y conocemos— la realidad. Marion misma deja ver su interés por los significados, hablando sobre poesía, dice: "¡Hay tantas palabras! ¡Y todas significan algo!”. Desde la perspectiva peirciana, el signo es un lente que permite ver un objeto. Aquí se enredan lo surreal y lo fantástico: ambos ofrecen claves para asir la realidad. No por nada Breton también señaló en aquel primer manifiesto: “lo admirable en lo fantástico es que desaparece lo fantástico: sólo existe lo real”. Porque los signos y símbolos que ofrecen nos acercan de una manera distinta, quizá más cruda, de lo que comprendemos como realidad.
Por eso Marion se mantiene fiel a sí misma. Incluso sabiendo que su “extrañeza” no encaja del todo en la sociedad. Es orgullosa de su apariencia, con “una barbita corta y gris, que gente convencional podría encontrar repulsiva”. Esta autenticidad la ha relegado a cierto aislamiento. “Nunca sufro por la soledad”, deja en claro. La búsqueda se centra en la autarquía. Como mujeres, eso es una tarea de vital importancia; pero como parte de la humanidad, la libertad es todavía más valiosa. En un diálogo que Marion sostiene con su mejor amiga, dice que es imposible comprender “cómo millones y millones de personas obedecen ciegamente a un grupo de caballeros enfermizos que se llaman a sí mismos ‘Gobierno’”.
La base quizá está en cuestionar a uno mismo, a los demás; ser críticos para forjar un camino. Durante la experiencia dentro del asilo, Marion se encuentra con que deben romper ciertas imposiciones de la institución y cuando lo logran se niegan a regresar al punto anterior donde no tenían la libertad de elegir qué hacer. ¿Hasta qué punto somos libres?
Leer La Trompetilla Acústica es abordar muchas de las preguntas que yo misma me hago. También es la preocupación por los animales, por los cambios climáticos, por resolver misterios y acertijos. Es enfrentar miedos, cambios inesperados y cosas insólitas. Marion, Leonora y yo solemos tomar las cosas con humor y determinación. Al terminar estas breves palabras pienso que somos mujeres que buscamos seguir con una vida surreal.
No al modo de algún manifiesto; tampoco olvidando la razón. En esta novela, Leonora Carrington cultiva el pensamiento libre —mas no automático—, distinto a aquello con lo que Breton insistía. De nuevo Marion: “no quiero que nadie piense que mi mente desvaría. A decir verdad desvaría, pero nunca más allá de donde yo quiero”. Esta vida surrealista se preocupa por escuchar con una trompetilla acústica, acercarnos a los sonidos del mundo y gozar de esta realidad que no es absoluta.
(Ciudad de México, 1994).
Sus cuentos han sido incluidos en las antologías Mortuoria: Sombras en Día de Muertos (2017) y Lotería del caos. Horror vol. II (2022) y en revistas digitales como Penumbria y Exocerebros.