Fotograma de La fórmula secreta, filme dirigido por Rubén Gámez en 1965
Existen tres datos acerca de la vida y la obra de Juan Rulfo que, en apariencia, están fuera de cualquier tipo de duda: 1) que era una persona demasiado silenciosa, en extremo —rasgo constatable en las entrevistas que le hicieron y que aún sobreviven—, 2) que escribió muy poco en comparación con las otras grandes figuras de la literatura universal y 3) que eso, por increíble que parezca, le bastó para convertirse en el mejor narrador mexicano del siglo XX, en el más reconocido. Sin embargo, cuando se trata de las proporciones de su producción, hay una curiosidad no tan consabida pero igualmente sorprendente: Rulfo, ese amante apasionado de la fotografía y de las culturas prehispánicas, redactó casi la misma cantidad de folios para el cine que para la literatura propiamente dicha.
Aparte de El despojo (1960) y de El gallo de oro, concepción ecléctica y miscelánea que comprendió técnicas procedentes de la narración literaria y del guion cinematográfico, compuso, en el año de 1965, otro texto pensado especialmente para proyectarse en la gran pantalla. El título tentativo, aseguran sus biógrafos, no era del todo afortunado: Coca-Cola en la sangre. Pero tiempo después, a fin de no aniquilar prematuramente las expectativas de los posibles espectadores, Rulfo, por sugerencia de conocidos y de amigos, lo cambió por uno mucho más seductor: La fórmula secreta.
Con una duración aproximada de treinta y ocho minutos y algunos segundos más, La fórmula secreta suele considerarse un mediometraje. Por lo demás, no ostenta una secuencia tradicional, sino que tiene, más bien, un estilo profundamente vanguardista; en el año de 1965 el Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica lanzó una convocatoria para un concurso experimental, enemigo de los convencionalismos, y ése fue el resultado.
Al principio aparece alguien al que le están inyectando un líquido negro en el torrente sanguíneo a través de un gotero y una aguja. Después, separadas las escenas con el relampagueo centellante de las siluetas de unos envases de refresco, suceden diferentes acontecimientos: un hombre camina con una longaniza bajo el brazo por las calles de una ciudad, llega a una zona portuaria y ahí, usando las tiras del embutido, pesca a tres de sus congéneres; un joven destaza a una res, carga parte de ella, una pierna, y en el trayecto el animal se convierte misteriosamente en una mujer; unos niños juegan dentro de una estructura tubular y dejan caer a varios adultos, presuntamente sacerdotes con sotana, cuyos cadáveres se acumulan en la base; un charro que monta un caballo alazán (se intuye la tonalidad rojiza del ejemplar a pesar de que la cinta no utiliza ningún recurso del tipo tecnicolor) en la vía pública intenta, luego de ver cómo emprende una carrera desaforada, lazar a un sujeto, probablemente un oficinista, que viste de traje y usa un portafolio.
Fotograma de La fórmula secreta, filme dirigido por Rubén Gámez en 1965
A propósito de los riesgos temáticos y técnicos de La fórmula secreta, Francisco Sánchez, en Luz en la oscuridad (crónica del cine mexicano: 1896-2002), afirma: “Es una de las pocas obras auténticamente experimentales que se han realizado en México, un ensayo alegórico-poético-surrealista de la tramoya social, montado con imágenes insólitas que fueron acompañadas de un texto fantasmagórico de Juan Rulfo.”
El escrito que Rulfo elaboró y que, en ciertos momentos clave, lee una sonora voz en off, hace que La fórmula secreta sea uno de los únicos casos, en el cine mexicano y en el mundial, donde se puede hablar de algo tan aparentemente incompatible como “un poema para cine”. Dylan Brennan, en “Sobre La fórmula secreta”, lo confirma: “Encarnado por el poeta Jaime Sabines en la banda sonora de la película y luego arreglado en formato de verso por Carlos Monsiváis, no nos sorprende que cuando el texto fue presentado al público por primera vez en 1976 recibiera el subtítulo de ‘poema para cine’.”
Ahora bien, el poema, a diferencia del cuento o de la novela, no se gobierna por las categorías del tiempo y del espacio, o no necesariamente lo hace. En este sentido, es sumamente difícil que un poema sea adaptado al formato requerido por el séptimo arte. Si la narrativa por lo regular es cinematografía, la poesía es usualmente fotografía, y en La fórmula secreta no se encuentra ninguna excepción a esta regla. Las líneas de Rulfo no llevan una sincronía con las imágenes que aparecen en la pantalla, y tampoco, por supuesto, fungen como directrices inviolables. Más que una serie de instrucciones de acomodo y de posicionamiento, de señas y de gesticulaciones, de diálogos, intervenciones y silencios, de cambios de ángulo de cámara, etc., el poema es un elemento puramente auditivo, acústico, que desempeña una función no muy distinta a la que desarrollan las composiciones musicales de Antonio Vivaldi, de Ígor Stravinski y del oaxaqueño, amigo de Rulfo, Leonardo Velázquez.
Fotograma de La fórmula secreta, filme dirigido por Rubén Gámez en 1965
Las palabras de Rulfo, pues, están superpuestas en La fórmula secreta, lo cual no quiere decir que sean innecesarias. De hecho, aumentan la intensidad del proyecto cinematográfico y, hasta cierto punto, se sabe que en su época suavizaron la percepción de éste. En “Nota a La fórmula secreta”, Jorge Ayala Blanco ofrece algunos indicios de este fenómeno de, diríase, amortiguamiento: “El texto de Rulfo […] es mínimamente conocido y se hallaba perdido por completo. Ello se debe a su índole circunstancial y anónima. Fue escrito de una sentada y en reunión de amigos, a petición del productor de La fórmula secreta, Salvador López O., quien temía el desconcierto del público ante un producto que rompía con todos los hábitos de intelección fílmica en México. Se imprimió en una especie de programa de mano, sin firma, y se repartió en la entrada del cine Regis en noviembre de 1965 durante el estreno normal del filme.”
El carácter sui géneris que deviene del empalme entre un texto que, si bien no fue hecho originalmente en verso, se llevó a cabo de tal manera que su conversión y su trastoque a poema terminó por ser la versión definitiva, no sólo obedece, pues, a la ya señalada distancia entre la poesía y el cine, sino también a que, efectivamente, a Rulfo se le ocurrió después de que miró las grabaciones de Rubén Gámez, director y primero al mando, y no a la inversa.
El poema de La fórmula secreta, que nada más se oye en dos escenas (una donde unos hombres, campesinos indígenas, observan atentos la lente de la cámara con cierta rigidez amenazante y conminatoria, con alguna superstición insondable, y otra donde los mismos campesinos indígenas desfallecen por inanición, quedando tendidos en el suelo), no antecedió, quiero decir, al celuloide; antes bien, éste precedió a aquél. Al respecto, Dylan Brennan dice: “Se sabe por la introducción de La cultura en México [publicación periódica en la que apareció impreso por primera vez en el año de 1976] que el texto fue escrito por Rulfo a posteriori, cuando ya había visto las imágenes filmadas por Rubén Gámez. Es posible que con la ayuda de Gámez, Rulfo encontrase una representación visual de los habitantes constreñidos y pisoteados del mundo literario previamente construido por él.”
La fórmula secreta, en su calidad de poema, pone de cabeza el proceso usual de filmación. Por regla general, el guion antecede a la cinta o, lo que es lo mismo, la palabra precede a la imagen. Una película antes de un guion y un poema después de una película, lo único que tiene un orden más o menos conservador en La fórmula secreta es el final del texto de Rulfo, hombre marcado por el catolicismo y por la Guerra Cristera, que casi hace las veces de cierre (escuchándose en la penúltima escena) y de letanía lauretana: “Ánimas benditas del purgatorio, / ruega por nosotros.”
(Pénjamo, Guanajuato, 1984). Es licenciado en Filosofía, maestro en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Guanajuato y doctor en Humanidades por la UAM Iztapalapa. Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Literario Alfonso Reyes y el Premio Bellas Artes Sonora de Minificción Edmundo Valadés 2023.