Escultura de Leonora Carrington. Fotografía: Mario Alberto Delgado
“Déjenlo todo, nuevamente, láncense a los caminos”, dice el Manifiesto Infrarrealista de Roberto Bolaño.[1] Ese “nuevamente” es clave para entender la manera en que los infrarrealistas se pensaban a sí mismos, o por lo menos cómo pensaba Bolaño el movimiento poético que había fundado hacia 1975 en México. Ahí está también, tal vez, la clave para entender la actitud provocadora y disruptiva de los infras ante el establishment de la literatura mexicana y sus patrones, en especial, ante la figura y la obra de Octavio Paz. Nadie entre los infrarrealistas, y menos Bolaño, podía negar la calidad de la obra poética de Paz, pero lo que rechazaban y le disputaban era haber encarnado y reivindicado como un asunto inalienable de su persona la herencia surrealista en México. Los infras le disputarían a la oficialidad de la literatura mexicana esa herencia surrealista. Recordemos el famoso episodio de la lectura compartida entre Paz y a quien llama un “poeta joven” con “una voz inconfundible” y “un astro con su propia luz”: David Huerta, el hijo de Efraín, su contemporáneo (ambos nacieron en 1914, al igual que José Revueltas, otro referente del infrarrealismo) y colega en el grupo Taller.
La frase provocadora del infra: “mucha luz, demasiada luz”,[2] ante la lectura de Paz, apunta a reivindicar el lado oscuro, cercano a la marginalidad y los suburbios donde habitaban y por donde circulaban algunos infras. De ahí también la reivindicación, al comienzo del mismo Manifiesto Infrarrealista, de la existencia de soles negros, cuerpos celestes no luminosos o “infrasoles”. Ese lado oscuro, por supuesto que estaba en el surrealismo de Breton o de Bataille: era el inconsciente que debía ser recuperado y unido al lado luminoso y consciente para una mayor realidad humana, una súper realidad.
En ese momento, el campo de la literatura mexicana estaba dominado por Paz y por el grupo contrario encabezado por Carlos Fuentes. Por fuera de esos grupos, sólo quedaba la marginación, la minoría de edad, la locura. Y ese es el lado oscuro, sucio, visceral, minoritario y plebeyo del infrarrealismo. Por eso su poesía también no sólo tenía que representar esas formas de vida marginales y suburbanas a través de una “lírica iconoclasta e irreverente” (como señaló Ramón Méndez en su recuento histórico del movimiento infrarrealista),[3] sino rechazar cierto intelectualismo que caracterizaba la poesía paciana y de otros de sus allegados. Lanzarse nuevamente a los caminos era recuperar el llamado de Breton a dejarlo todo, incluida la fama y la estabilidad económica que podía dar el éxito literario, y lanzarse a la aventura y el riesgo a través del desierto y la noche, como hacen Ulises Lima, Arturo Belano, Rosa y García Madero en Los detectives salvajes.
Tal llamado no era un simple artilugio literario, era un reclamo vital que los surrealistas trataron de llevar a la práctica cotidiana con cierta sistematicidad y con mayor o menor éxito, dependiendo de la persona y las circunstancias. El azar objetivo, los encuentros y hallazgos, tan presentes en la teorización sobre el amor fou de Breton, está presente también en esa especie de deriva situacionista que practicaban los infrarrealistas por distintos rumbos de la ciudad. El llamado de Breton a dejarlo todo planteaba una nueva manera vivir y, por tanto, aunque no lo formulara explícitamente, otra ética.
Cuando Breton concluye su famoso discurso, leído por Paul Eluard en el Congreso de Escritores por la Defensa de la Cultura, en 1935, con la frase: “Transformar el mundo, dijo Marx; cambiar la vida, dijo Rimbaud: esas dos consignas para nosotros son una sola”, antecede en cuatro décadas la fórmula de Bolaño: “Nuestra ética es la Revolución, nuestra estética la Vida: la misma cosa”. Subvertir la cotidianeidad, como escribe Bolaño hacia el final de su manifiesto, es un nuevo imperativo para situacionistas y para infrarrealistas, pero su raíz y antepasado común, como vanguardias estético-políticas, está en el surrealismo.
García Madero, el joven estudiante de Derecho que abandona su carrera para seguirle los pasos a Belano y Lima por los vericuetos de cantinas, cafés y calles de la Ciudad de México, es el personaje que ejemplifica que sí es posible cambiar la vida de manera radical y dedicarse a la poesía. Dice García Madero que desde que estaba con los real visceralistas ya no usaba el Metro, no tenía prisas, caminaba por la ciudad y cogía todos los días, es decir, era libre y soberano. Paz, Fuentes y el resto no dejaban “el pájaro en mano por los cien que están volando”, como exigía Breton, no dejaban una vida cómoda ni una situación con porvenir, no dejaban ni a sus esposas ni a sus amantes, ni a sus hijos en medio del bosque, ni mucho menos su lugar de poder entre sus respectivos grupos literarios. En cambio, los infras, sin nada que perder, podían lanzarse a la aventura de las carreteras (como Kerouac), ir a Nicaragua a apoyar la revolución sandinista, a Israel persiguiendo el amor de una mujer, a Paris o Barcelona en pos del sueño del escritor latinoamericano que triunfa.
La actitud vitalista de las vanguardias no estaba muerta en Bolaño y sus amigos, pero sí acartonada, mortificada y encorbatada en el oficialismo literario de Paz y compañía. ¿A dónde llevaría, al final, cada actitud vital? A Paz lo llevó al premio Nobel de literatura, a complacerse ante las cámaras de Televisa, a recibir el favor de salinismo para él y su grupo, y a detestar públicamente el alzamiento indígena de Chiapas. A Mario Santiago, Cuauhtémoc y Ramón Méndez y otros, a la pobreza, la enfermedad, el alcoholismo y la muerte prematura. Sólo Bolaño disfrutó de un éxito asegurado luego de la publicación de Los detectives salvajes.
El otro manifiesto infrarrealista importante, el de Mario Santiago Papasquiaro, también tiene resonancias y diálogos con los manifiestos y los dichos surrealistas. “Convertir las salas de conferencias en stands de tiro”[4]. Dalí había dicho en una ocasión que no había nada más contario al acto surrealista que impartir una conferencia. Y Breton había dicho, en el Segundo Manifiesto del Surrealismo, de 1929, que el acto surrealista más simple sería disparar al azar contra una multitud, como una manera desesperada de acabar con el sistema de degradación y estupidización vigente.
Podemos percibir en ciertos versos, gestos y comportamientos de Mario Santiago (su obsesión por Claudia Kerik, su alcoholismo, su costumbre de escribir poemas en libros ajenos, el tono de sus lecturas en voz alta) esa desesperación por cambiar la vida y transformar el mundo de manera radical. Más adelante cita a Breton: “Solamente hombres libres de toda atadura podrán llevar el fuego lo bastante lejos”. ¿Cuál fuego? El fuego de la revolución surrealista, sin duda, que era una revolución contra el arte oficial y contra la alienación de la vida, dos partes del mismo sistema.
Santiago propugna por “devolverle al arte la noción de una vida apasionada & convulsiva”. Y reivindica una aspiración (un “viejo sueño”, dice) que atribuye a Antonin Artaud: una cultura encarnada, una cultura que no está en las pinturas, ni en libros, sino en los nervios y en la carne. Hacia al final de su manifiesto, entre los artistas reivindicados por el surrealismo y que también le “interesan” a Santiago menciona a Lautréamont, Jarry, Sade y Chirico, y entre los surrealistas a Magritte, Artaud, Vaché y Breton. Sin embargo, a diferencia del fundador del surrealismo, reivindica no a Marx, sino a Bakunin, lo que nos indica aún más su inclinación plebeya, lumpen, anti dogmática e insurrecta.
Reconocer las tentativas poético-subversivas de los infrarrealistas es vislumbrar a contraluz los rastros del surrealismo no oficialista en el México de los setenta y ochenta del siglo XX. Tales ensayos de vida libre y creadora no traicionaron el espíritu rebelde de André Breton, fueron la constatación de que la estrella de tres puntas —amor, poesía y libertad— podía seguir brillando en el cielo de la tierra surrealista por excelencia, aunque su luz fuera aquella de unos soles negros invisibles ante la simple visión de telescopios y cámaras satelitales.
[1] Roberto Bolaño, “Déjenlo todo, nuevamente. Manifiesto infrarrealista”, en Nada humano nos es ajeno. Manifiestos infrarrealistas, selección de textos y diseño: tsunun, León, Guanajuato, 2013, pp. 51-62.
[2] “Boicot a Octavio Paz y a David Huerta”, Unomásuno, 25 de enero de 1980, p. 16.
[3] Ramón Méndez, “Rebeldes con causa. Los poetas del movimiento infrarrealista” en: Letras de Cambio, suplemento cultural del periódico Cambio de Michoacán, 8 de julio de 2007.
[4] Mario Santiago Papasquiaro, “Manifiesto infrarrealista” en: Nada humano nos es ajeno. Manifiestos infrarrealistas, selección de textos y diseño: tsunun, León, Guanajuato, 2013, pp. 37-41
Egresado del Doctorado en Comunicación y Política de la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana. Maestro en Historia de México por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y Licenciado en Ciencias Políticas por la unam.