La giganta, Leonora Carrington, 1946. Imagen: Alejandro Arteaga
La vida literaria de Mario Levrero se inicia en 1966 con la redacción de su novela La ciudad, manuscrito que para 1969 gana una mención especial en un concurso convocado por el semanario uruguayo Marcha que, a pesar de prometer publicarlo, no llevó a la imprenta.
Por la misma época, un joven editor llamado Marcial Souto, lector asiduo de autores como Brian Aldiss, J. G. Ballard o Ray Bradbury —a quienes conoció personalmente y de quienes incluso fue traductor—, es contratado por la editorial Tierra Nueva para dirigir una colección llamada “Literatura Diferente” con la finalidad de atraer lectores jóvenes mediante historias de ciencia ficción.
Formalmente presentados, Levrero confía el manuscrito a su futuro editor, no sólo de su novela, sino también de una oncena de cuentos bajo el título de La máquina de pensar en Gladys, así como un texto suelto llamado “El crucificado”, destinado a incluirse en la antología Llegan los dragones, otra de las apuestas de Souto.
Cabe decir que el fracaso tanto de la colección como de la casa editora ocurrió en 1973, la primera debido al nulo interés por las obras publicadas y la segunda como consecuencia del golpe de Estado que llevó a Julio Barreiro, su director, a buscar asilo político en Buenos Aires. Además, debido a las precarias circunstancias, se mandó a guillotinar la casi totalidad del tiraje de La máquina de pensar en Gladys. Finalmente, los pocos ejemplares que Barreiro cargó a cuestas los terminó malbaratando en las mesas de saldos de la avenida Corrientes.[1]
Hablemos ahora de la “Biblioteca Orbis de Ciencia Ficción”, colección que se editó en España entre 1985 y 1987. Obras de Philip K. Dick, Isaac Asimov, Cliford D. Simak —entre muchos otros autores famosos en el género— conforman el centenar de títulos de esta compilación.
Detengámonos en el número 57: Lo mejor de la Ciencia Ficción Latinoamericana. La selección de cuentos a cargo de Bernard Goorden y A.E. van Vogt, con asesoría de Domingo Santos, incluye Caza de conejos.[2] Dice Vogt: “Tras leer atentamente Caza de conejos durante un cierto tiempo […] me pregunté de pronto: ¿cuánto falta todavía? Sorprendido e incrédulo, descubrí que apenas había empezado. […] Realmente, se necesita […] tener una mente muy osada para utilizar una forma de escribir tan distinta de lo que los lectores están acostumbrados”. Goorden dijo a su vez: “Mario Levrero es realmente sorprendente por su atrevida sátira subyacente de la sociedad humana”.
Aunque Caza de conejos está fechado en marzo de 1973, se sabe que tuvo que esperar trece años en ser publicado. Menciono esto por la fecha que indica el colofón de este tomo: 10 de abril de 1986. ¿Es entonces que se publica por primera vez en este libro español? Hasta donde he podido investigar nada indica lo contrario, por lo que resulta curioso que este escrito aparezca en una antología cuya temática parece, en primera instancia, muy ajena a la trama de las ciento dos viñetas que Levrero desarrolla en esta singular historia. Tampoco es difícil suponer que se haya llevado a imprenta gracias a las gestiones de Marcial Souto.
Hablar de ciencia ficción, de autoficción, de literatura especulativa y de muchos otros géneros en la escritura de Levrero, e intentar ajustar su amplia obra a una de estas corrientes, es una tarea que ha mantenido ocupada a la crítica literaria desde hace ya varios años. Se mencionan hasta el cansancio, por ejemplo, los tintes kafkianos que posee su “Trilogía involuntaria” (La ciudad, París, El lugar), los límites que se borran entre el realismo y la autoficción de lo que yo llamaré su “Tetralogía de la memoria” (Diario de un canalla, El discurso vacío, Burdeos 1972 y La novela luminosa), de su peculiar trilogía policial (Dejen todo en mis manos, Fauna, Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo), etcétera.[3]
Por ende, me resulta singular que esta crítica en apariencia voraz por explicar la obra del montevideano haya dejado pasar de lado un texto con tantas aristas y oportunidades de estudio como Caza de conejos. Una de ellas, por supuesto —aunque sin ser concluyente del todo—, son los elementos surrealistas que deambulan a través de sus páginas.
Dice Octavio Paz que “el surrealismo traspasa el significado de estas obras porque no es una escuela (aunque constituya un grupo o secta), ni una poética (a pesar de que uno de sus postulados esenciales sea de orden poético: el poder liberador de la inspiración), ni una religión o un partido político. El surrealismo es una actitud del espíritu humano”.[4] Por su parte, y en referencia directa al uruguayo, Pablo Fuentes refiere que: “[…] la herencia surrealista [de Levrero] se vislumbra a través de las tramas zigzagueantes y la morfología acumulativa de las imágenes. […] Prosa aparentemente caótica, caprichosa, azarosa pero sin duda con una fuerte legalidad […] En forma similar al mecanismo surrealista, una sola imagen, fundacional y cargada significativamente, dispara otra secuencia de imágenes que giran alrededor de aquélla en una suerte de acumulación caótica”.[5]
Más cercano al conejo blanco de Lewis Carroll que a los ambientes futuristas de Asimov, la invención de Levrero gira en torno a un grupo peculiar compuesto por los cazadores, el idiota (siempre con minúsculas), su hermana gemela Laura, Evaristo el plomero, el oso amaestrado, la araña, los guardabosques, las primitas y alguno que otro personaje fugaz.
¿Pero en qué radica el surrealismo de esta historia? Para empezar, en que todos sus personajes poseen una función simbólica diferente al concepto racional que se tiene de ellos: los cazadores, a veces, prefieren sitiar a los guardabosques para acribillarlos y darles así una lección a los niños; a Laura le gusta matar a los conejos entre sus piernas únicamente si antes se ha masturbado con ellos; el idiota se fastidia cuando sus huestes no siguen sus órdenes fuera del castillo puesto que nunca han estado al aire libre; las primitas mastican el mismo chicle a la vez dejando caer lascivamente por su cuerpo la saliva que les escurre de la boca; no se lleva a los niños de caza por temor a las conejitas que se dedican a la prostitución; la araña (que se le describe como ser humano) pierde la cordura al tejer por años una telaraña con la única finalidad de atrapar un conejo para conseguir un compañero de juegos; el permiso especial para cazar conejos únicamente es expedido por estos últimos mediante un intrincado aparato burocrático que parece destinado a negar el documento a cualquiera que lo solicite.
En fin, cada una de las ciento dos viñetas presenta una circunstancia particular que, no obstante su aparente incoherencia, y sin estar relacionada una con otra, se atiene a una estética similar a lo que André Breton denominó “escritura automática” que podemos ejemplificar con algunas viñetas que se componen únicamente de una sola línea: “XLII: La fuerza de los conejos radica en que todo el mundo cree en su existencia”; “LIII: Evaristo el plomero cazaba conejos con el soplete”; “LX: Poniendo un conejo contra el oído, se oye el ruido del mar”.
Por último destaco dos cosas: esta forma caótica sirve, también, como crítica hacia las estructuras de poder y a la vida misma, afán principal del surrealismo: basta concentrarse en la figura del idiota que bien puede representar a un dictador demagógico y a los cazadores como la masa que lo sigue; el prólogo y el epílogo están compuestos por las mismas líneas palabra por palabra, sólo que el segundo reproduce estas oraciones de manera inversa sin perder por ello su coherencia original, algo similar a cuando en una canción se oye un instrumento reproducirse al revés.
Dicho lo anterior, ¿se necesita alguna otra prueba para aseverar que Caza de conejos coquetea más con el surrealismo que con la ciencia ficción? Que el lector la ponga en sus manos y saque sus propias conclusiones.
[1] Ver: Gonzalo Leitón. “A cincuenta años de la primera edición de La ciudad de Mario Levrero”, en Telar No. 25, Argentina: Facultad de Filosofía y Letras–Universidad Nacional De Tucumán, julio-diciembre, 2020. Disponible en: <http://revistatelar.ct.unt.edu.ar/index.php/revistatelar/article/view/507>.
[2] Lo mejor de la Ciencia Ficción Latinoamericana. Bernard Goorden y A. E. van Vogt, antologadores, Barcelona: Ediciones Orbis, 1986, pp. 77-110.
[3] Ver: Ramiro Sanchiz, “Mario Levrero: el lugar de la fantasía”; Jesús Montoya Juárez, “El lugar de Mario Levrero: un recorrido por su narrativa”; Enrique Martín Santamaría “Mario Levrero: I(nte)rrupciones críticas”.
[4] Octavio Paz, “El surrealismo”, en Revista de la Universidad de México, Vol. X, No. 10, México: UNAM, junio, 1956, pp. 1-11. Disponible en: https://bit.ly/49GcQuM
[5] Mario Levrero, Espacios libres, estudio posliminar de Pablo Fuentes, Uruguay/Argentina: Punto Sur, 1987, pp. 308-313.
(CDMX, 1984). Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la FFyL de la UNAM. Ha trabajado como editor y promotor literario gestionando la elaboración de contenidos culturales para diversas plataformas. Ha publicado entrevistas, notas literarias y cuento en medios como La Jornada Semanal, Revista Central y El Sol de Morelos.