La eterna presencia (Homenaje a Alejandro García Caturla), Wifredo Lam, 1944. Imagen: Steven Zucker, Smarthistory, Creative Commons
Muchos mitos recorren la obra poética de la argentina Alejandra Pizarnik, algunos estudios suelen dirigirla a meras cuestiones psicológicas y autobiográficas, reduciéndose a un análisis de simple locura y delirio. Por tanto, es necesario enunciar el rastro que presenta su correspondencia con el surrealismo: ¿cómo se apropia de ese lenguaje?, ¿retoma la totalidad estética de la vanguardia?, ¿es posible señalarla como una poeta surrealista?
Los caminos que tomó esta vanguardia navegaron por varios senderos en disputa. Sin embargo, resulta necesario mencionar que su revelación se presenta como uno de los acontecimientos más importantes para la ruptura artística que delimitaban los distintos movimientos vanguardistas. Bajo la visión de André Bretón —figura protagónica que lanza el manifiesto en 1924— se señala lo siguiente:
Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar tanto verbalmente como por escrito o de cualquier otro modo el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensamiento, con exclusión de todo control ejercido por la razón y al margen de cualquier preocupación estética o moral.[1]
Ante esto, se pretende que la razón no sea el eje primordial para desbordar en el lenguaje escrito una suerte de control a lo que emana del alma. Esto permitiría romper con los límites que, para los surrealistas, se han impuesto a la palabra. Ver al inconsciente, al sueño o a la imaginación como una suerte de nueva fuente de conocimiento. Es el hito por el que apuestan los surrealistas para emprender un camino distinto: dirigir una poesía libre. Aunado a esto, también se presenta un rasgo donde se unen dos realidades para crear una sola imagen: sueño y deseo.
Sin embargo, la diferencia que marca Pizarnik ante esos ejes, es que tanto las uniones de libertad e imagen y realidad y sueño no se tornan una idea de plenitud; por el contrario, se dirigen a la angustia y estrés que genera el funcionamiento del mundo. No se refiere a un espíritu liberador, sino a un camino a la muerte que, además, no se presenta en totalidad. En este sentido, reinterpreta las herramientas de dicha vanguardia para abonar a su poesía un paisaje o mero trasfondo surrealista: el soporte de lo ingrávido. El intento por dejar de limitar la escritura y brindar a la palabra la libertad de no comprender un solo significado es el elemento que vuelve novedosa a su poesía. Por ejemplo, los versos de Árbol de Diana:
ella se desnuda en el paraíso
de su memoria
ella desconoce el feroz destino
de sus visiones
ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe[2]
La voz poética se refiere a ella misma en tercera persona: se describe fuera de sí; en su memoria no hay ocultamientos, nada la cubre. Este será el lugar al que recurra para evocar una paz que sólo aparece en la interioridad del pensamiento; por ello da paso a desconocer sus visiones, pues son sólo un deseo de alcanzar algo, lo desconocido. Y termina siendo lo inexistente, no puede nombrar su destino, pues es una constante incertidumbre.
Así, la premisa del surrealismo que apuesta por salir de la razón y dejar fluir en el caudal de la poesía libre no sólo deja que la experimentación con el lenguaje sea diferente: sin sentido. Pizarnik no se apega a esta suerte de rienda suelta, su escritura —estructura— es el punto de quiebre respecto de esta vanguardia. Sin embargo, es esta misma característica la que permite crear su propio universo, su propio lenguaje; por tanto, no sólo se pone en límite con el surrealismo, sino que crea su propia concepción.
El pulso por la vida es indivisible de su formación y actividad como escritora: la noche funge como espacio de creación y muerte; escenario de delirio y conciencia de vacío. Es decir, su sitio de escritura refleja un ambiente donde la racionalidad e impulso por la vida pierde sentido. Además del espacio, el tiempo será un aspecto más importante respecto a su forma de crear. Al habitar la palabra más que la realidad, regenera también su propia concepción del tiempo. En otras palabras, al hacer un quiebre con los esquemas estructurados del lenguaje, logra asentar un tiempo fuera de la realidad para crear la suya:
Extraño desacostumbrarme
de la hora en que nací.
Extraño no ejercer más
oficio de recién llegada.[3]
Es un constante renacer, una experiencia que la lleva al hastío de un estado per se a su existencia. Un movimiento de encarnar un ser que no es ella, ni suyo. Aquel que proviene de una experiencia y remite a la memoria y que también se relaciona con ese nacimiento sufrible, esa costumbre que encierra su propia realidad. Esta suerte de diálogo interior es el que da pie a rescatar un eco surrealista. Sus pensamientos, su interior desequilibrado, refleja una suerte de destrucción al significado de la palabra. Tal vez no en el sentido de quitar lo que delimita al lenguaje escrito, pero sí al sentido de la razón:
he nacido tanto
y doblemente sufrido
en la memoria de aquí y de allá[4]
Resulta interesante observar cómo la experiencia de esta voz poética se externa, en estos últimos ejemplos, como el sufrimiento de una extrañeza. Y, además, se encuentran dentro de una realidad propia, donde no hay un motivo de transmitir algo concreto. Sólo son palabras que se transmiten como un aliento del alma, una imagen que vuela por la boca de la garganta hasta convertirse en un viento poético; existe un vaciamiento corporal en la escritura de Pizarnik. El hecho de darle cuerpo a elementos que terminan por fundirse con características del surrealismo poético da pauta a correlacionar todas las características mencionadas con anterioridad.
La construcción poética sirve para dar cuerpo a los afectos que se albergan en el interior. Ahí se insertan lo que se desborda del inconsciente, del sueño y del deseo. Se trata de un vaciamiento para crear una nueva cadena de palabras. Sin olvidar que el espacio desde donde hará esta expulsión es con la primacía del vacío y del delirio. Es en él donde crea su propia realidad. Esta escritura automática, presentada por Pizarnik, no comparte con fidelidad el fin de los poetas surrealistas, pues no da libre albedrío a la velocidad de construir sin ningún juicio de por medio; al contrario, se apropia de un surrealismo propio. La novedad de su obra poética no reside en el hecho de sus enfermedades mentales, ni en las meras experiencias de vida trasladadas al papel. El hito que mantiene Pizarnik con esta vanguardia es que siempre tuvo influencias de figuras artísticas como Breton, pero no se centró en conformar una copia de pensamiento estético.
Esto es lo que brinda el surrealismo: las herramientas para hacer del sueño una realidad libre para quien escribe. No sólo por la libertad de una escritura sin ataduras estéticas, sino por la autonomía de desbordar al papel un sinfín de palabras internas. El surrealismo en Pizarnik no es una mímesis de la vanguardia original. Tampoco es un rasgo de simple influencia, es más bien una reapropiación de recursos tan sublime que vuelve al surrealismo una presencia ingrávida.
[1] André Breton, Manifiestos del surrealismo. Traducción, prólogo y notas de Aldo Pellegrini, Buenos Aires, Argentina, Argonauta, 2001, p. 44.
[2] Alejandra Pizarnik, Poesía completa, México, Penguin Random House, 2023, p. 108.
[3] Ibid., p. 117.
[4] Ibid., p. 123.
Estudió la Licenciatura en Letras Hispánicas en la uam Iztapalapa y la Licenciatura en Danza en el inbal.