Candela, eso que viene del caribe y se convierte en fuego, agua, algo que transforma

Brenda Ríos
Enero-febrero de 2021

 

 

El primer mundo vive una placidez tremenda. Se interesa por lo exótico, lo pintoresco, lo violento del tercer mundo. Claro, lo que el primer mundo no sabe es que su tranquilidad cuesta la violencia de este otro mundo, esas dicotomías que bien supo entender Carpentier entre allá (París) y acá (Haití). La ironía está en la atracción de lo sórdido y lo pobre. Como si con ello compensaran las generaciones anteriores de abuso, explotación, mutilación y genocidio.

Los mundos de arriba-abajo/norte-sur no suelen encontrarse. Su destino radica en que no se encuentren nunca. Y si lo hacen no sepan a qué pertenecen.

El primer texto que leí de Rey Andújar salió en una antología editada por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México-Elefanta, con un repertorio de autores de República Dominicana a cargo de Rita Indiana, Sin pasar por Go. El primer cuento es el de él: “Caine”. Se nota ahí una voz propia, trabajada, bien armada, fresca y dura. Extraña combinación. Difícil de lograr, por otro lado.

Lo que me saltó al ojo fueron algunas influencias, o algunos nombres, porque eso de las influencias sabemos que tienen trampa: Rubem Fonseca, Pedro Juan Gutiérrez y Leonardo Padura. Y si Andújar no leyó a ninguno de ellos me tiene absolutamente sin cuidado. Esos nombres están ahí, en medio del paisaje, las conversaciones, las tramas de sus libros. Andújar le da voz a una serie de personajes tristes, desguarnecidos y complejos. Justo esos de los que la literatura universal se alimenta: proteína de lo solo.

La escritura de Rey Andújar proviene de un sitio que no ofrece calma, y tiene una temperatura extrema y posee, eso sí, un espacio propio: un espacio en masculino, además. Un espacio viril, agregaría para alzar la ceja. La literatura no es una cosa estática: se mueve de un sitio a otro: desde la lengua, el oficio, el ritual de pertenencia. Desde Sandra Cisneros, Gloria Anzaldúa, en Estados Unidos, hasta Junot Díaz, estamos viendo resurgir el tema tan gastado por los autores del Boom: qué es América Latina, por qué habla como lo hace, por qué se enfrasca en discusiones desiguales de poder, de demarcación territorial, de lenguaje, obra y omisión. El mestizaje está vivo y fuerte: como si acabara de nacer.

Candela cuenta la historia de un cadáver, un inspector, una abogada con estudios en el extranjero, una chica mágica y unos hermanos que se buscan siempre sin poder coincidir. La novela policiaca tiene lugar en el Caribe, sujeto a medidas de corruptelas y de complicidades entre las esferas de poder. El orden se contiene a duras penas. Ella, Candela, a pesar de darle nombre a la novela, no será el personaje central. Será un personaje medium: por ella habitan los otros. La novela es dura y suave, húmeda, es femenina sin duda. ¿Puede un libro tener identidad sexual, cuerpo? Este lo tiene. No lo esconde. Es una novela en tránsito, hace trampa: incluye poemas. El narrador que lo ve todo sabe que Lubrini declama poemas y como tal es un iluminado, un ser que pertenece a un plano distinto. Quizá peca de romantizar al “que ve”, y para eso, Candela es la sacerdotisa oscura. Quizá por eso ella misma no acaba de brillar del todo, su historia es enorme, pero      la cámara no la mira siempre, se mueve, una cámara tramposa, se desplaza o se queda sin batería. Una mujer con capacidad de “ver” el más allá, pero      que se gana la vida en el más acá, en lo más real que es el cuerpo, como prostituta.

Ella, es, irónicamente, un personaje secundario aunque dé luz a los otros, no logra que nadie se salve. Se desvanece como una vela en la tormenta, y esto puede que sea metáfora de algo mayor, algo obscuro, o algo que no sabemos cómo puede terminar: el Caribe tiene demasiado encima.

 

Gustaff Castratte recibe la noticia de la muerte de su hermano Renato como un chapuzón en una alberca de limonada frozen; quizás por eso se encoge en el asiento del autobús que lo lleva a la capital, o tal vez porque en la guagua está haciendo un frío del coño y el chofer se niega a apagar el aire acondicionado. Los asientos huelen a vómito, a fritura, a niño cagado. Él se ha jurado no volver a viajar por Caribe Tours pero no había tiempo que perder; el tipo de la pensión le dijo que lo estaban llamando de emergencia, debía partir inmediatamente, algo terrible había pasado con su hermano. No atinó a preguntar el nombre de quien había llamado, no le interesaba devolver la llamada. Otra vez camino abajo, a ponerse triste mirando letreros descascarados, señoras con palanganas de semillas tostadas, mangos y pastas de dulce de leche.

 

Esta es la atmósfera que rodea y mantiene inmersos a los personajes, quienes están vinculados a relaciones afectivas difíciles con familiares a quienes no ven por rencillas viejas. Por el otro lado está el marco de pobreza, el fanatismo religioso que confiere a la historia una marquesina de brillitos para un escenario de otro modo no sólo triste sino miserable.

Las mujeres, por su parte, son poderosas. Saben lo que tienen que saber. Los hombres saben que no saben y sucumben.

Me gustaría decir que el relato cabalga el difícil caballo de la poesía y la prosa pero no quiero gastar lo poco que tengo.

Los personajes de Andújar corresponden a un cliché muy bien construido, predecible incluso. El caribeño no puede evitar hacerlo: las mujeres deben de ser de tal manera que los hombres no tengan cómo defenderse. Ellas son las hermosas, las fuertes, las poderosas. Las vengadoras en un mundo dominado históricamente por machos malacopa, abandonadores y a la vez pusilánimes. El mundo de los machos se acabó y las mujeres triunfan en un reino para nadie. Para otras mujeres. Cada una es más hermosa, curvilínea, negra, mística que la anterior. Un catálogo exquisito de mujeres puestas a prueba.

La hipersexualidad explícita en los cuentos de Pedro Juan Gutiérrez y Rubem Fonseca hacen constar que es necesario hablar y describir el sexo. El hombre es el más poderoso, el más deseable, las mujeres mueren por ellos y pueden coger varias veces en un día.

Contar el sexo es quizá la mayor demostración de hacerlo valer. Sin embargo, aun si está contado de manera fantástica en las novelas de Rey Andújar, este no será su tema central. Incluso pareciera que lo contara como algo inevitable, como diciendo “Ahhh bueno, somos caribeños, debemos hablar de esto: las mujeres no pueden ser ni feas ni frígidas”. Ni los hombres impotentes. Sería faltarle el respeto a los clichés institucionales, a los símbolos patrios, a la entidad misma del ser caribeño. Lo que él quiere contar es una nación entera, una lengua, un acento que va de un Caribe a otro, de las diferencias de clase, de la diferencia entre personas, del mundo real y del otro: el místico que va ganando forma, detalle, en una realidad brumosa y fantasmagórica.

Como postales, América Latina y el Caribe son nubes cargadas de agua sucia. Parecen hermosas en el cielo y anuncian la abundancia, el tiempo de agua, la siembra. Pero lo que cae no ayuda ni abona ni enriquece el suelo que toca.

Candela

Rey Andújar

Buenos Aires, Corregidor, 2020, 160 pp

 
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Brenda Ríos

(Acapulco, 1975). Escritora, editora, traductora, profesora universitaria. Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2013. Autora de los libros Las canciones pop hacen pop en mí. Ensayos sobre lo ridículo, lo cotidiano, lo grotesco; Empacados al vacío. Ensayos sobre nada y Raras, entre otros.


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