El tranvía que no paraba nunca
Criminales cifrados
Galería de ladrones célebres

Marina Porcelli
Enero-febrero de 2021 

En 1887, en Buenos Aires, José Álvarez, que firmaba sus libros como Fray Mocho, y que había ingresado en la policía como comisario de pesquisas, presenta Galería de ladrones célebres de la capital (1880-1887), un volumen con doscientas fotografías de caras de delincuentes, sobre fondo blanco y a golpe de flash, acompañadas por las respectivas notas biográficas. Se trata de tarjetas numeradas, de nueve por seis centímetros, con el retrato a un lado, y la semblanza, en el otro. No hay mujeres. Los varones tienen entre 21 y 35 años, y en promedio, por sujeto, se registran dieciséis entradas en la policía. Estas fotos que, en rigor, Álvarez cataloga como de ladrones conocidos, fueron tomadas en la alcaldía, repartidas por todas las seccionales y colocadas en cuadros. La intención es clara: hacer una especie de archivo de memoria visual para la policía en la calle, y verificar así las reincidencias de cada ladrón. Además, la galería incluye ladrones que estaban muertos a la hora de publicarse el libro; vale decir, se trata de una definición de la criminalidad en la factura positivista de la década del 80: se sistematizan los rasgos de los maleantes y se los clasifica a nivel institucional.

Entonces existe algo que parece una obviedad: “lo criminal se cifra”. Dicho mejor, se lo define, se lo establece, se lo determina. Cifrar en el sentido que Jorge Luis Borges le daba a la palabra cifrar, cuando habla de cifrar un personaje, de singularizarlo. Lo que hace Dante en la Divina Comedia, dice Borges. Dante y Virgilio avanzan por los círculos del infierno hasta que un personaje se presenta. Se presenta y cuenta su historia. Y esta historia es justamente lo que lo cifra: sus rasgos, su aspecto, las impresiones que Dante tuvo, todo eso singulariza al personaje y hace que el personaje sea el personaje.

Además del año de la foto, en el libro de Álvarez se detallan los datos de los sujetos (nombre completo, edad, estado civil), aspectos fisionómicos (color de ojos, color de pelo, tipo de barba, estatura), nivel de alfabetización, años de residencia en el país. Los ladrones “acaban de caer”: las caras muestran algunos golpes, heridas y mucho cansancio.

Ahora bien. El avance de la fotografía es paralela al desarrollo de las instituciones policiales y, desde su invención, es usada para retratar delincuentes. La idea que acabo de anotar corresponde a Mercedes García Ferrari, a su ensayo sobre el saber policial,[1] en el que despliega cuáles fueron los alcances del libro de Álvarez. Y sigue. En 1840, en Inglaterra, aparecen los fotógrafos civiles; en 1841, en Francia, se crean daguerrotipos de los criminales; pero recién en 1854, y en Lausanne, Suiza, es cuando por primera vez circulan fotos en las comisarías.

Antes de 1880, se retrataba únicamente a criminales célebres. En cambio, en el libro de fotos de Álvarez, se muestra, sobre todo, a quienes no cometieron ningún crimen mayúsculo sino apenas uno o dos delitos contra la propiedad. Forman parte de las clases bajas. Retratados hasta el pecho (el retrato de cuerpo entero surge a fines del siglo xix y a comienzo del siglo xx), se ven cuellos desabotonados o pañuelos y nudos bajo el mentón, y se distingue con mucha claridad el paño y el corte de los abrigos. El abanico de oficios incluye jornaleros, trabajadores en la construcción, en la venta de alimentos y en la venta de vestuarios, en el transporte, en el puerto, y en las tareas vinculadas a la imprenta. Ocupaciones vulnerables del mercado laboral.

Es más, entre las modalidades delictivas están los expertos en el uso de ganzúas,

 

los cerrajeros que reproducen llaves, los expertos en romper puertas, los cuentistas del tío, los que estafan con billetes de lotería, los que falsifican moneda. Y también los viciosos y los virtuosos. Bebedores, frecuentadores de casas de tolerancia o de cafetines, jugadores y vagos. (García Ferrari)

 

Ahora en detalle, el caso de Gregorio Las Heras, consignado con el número 17. Llegó al país a los doce años, y su primer arresto se debió por “cambiar una señal en la vía en la Estación 11 de septiembre a los 18 años”. Es “compadrito y se ocupa de frecuentar cafetines”. O el de Antonio Suárez, que es muy bebedor, “un tipo de suburbios”, y que “ayudó a fugar a dos presos”. Y el de Santiago Parodi que “lleva una vida desarreglada”, y Nicolás Constantino que es ladrón por medio de llaves falsas, “entiende bastante de mecánica por más que afecta a ser un ignorante. Ha viajado mucho y es amigo de ladrones conocidos y temibles. Los golpes siempre los ha llevado contra las joyerías”. Al final, se diferencian dos grupos: los ladrones “cultos y de buenas maneras”, y aquellos fichados como etnográficamente desvalidos, como “individuo incapaz de realizar un golpe que requiera atención”.

1880 no es cualquier año para la Argentina, es el año del triunfo de Buenos Aires sobre la Confederación, año en que aparecen los primeros registros de la policía de Buenos Aires, y se toman los primeros datos estadísticos criminales del país. Estadísticas que designan o que señalan, no que testimonian. La guía de ladrones encierra la única información existente recogida en las comisarías de la época, que regentea los mecanismos de detención y encarcelamiento. Así, estos datos recopilados por el Estado “dirigen y justifican el desarrollo de las políticas de prevención y represión del delito”.[2]

 

Mala vida

En 1871, la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires dejó un saldo estimado de trece mil muertos, e impulsó el discurso higienista que fue sincopándose a los planteamientos criminológicos. Ante la falta de agua, el hacinamiento y el colapso del sistema de salud, todo elemento peligroso “debía ser empujado hacia los márgenes”. Menciones a aquello que contamina o lo que desborda, términos como “foco infeccioso” son utilizados en diversos ámbitos. Surge en 1871 la Revista Policial y en 1873 la Revista Criminal. Se publican editoriales, relatos de casos, trabajos de investigación. De la época también es la Revista Médico Quirúrgica, con estudios sobre antropología criminal, y la que fue fundante, la Revista de criminología moderna en 1898. Eusebio Gómez utiliza por primera vez el término “mala vida” en una editorial de la revista Archivo, y así titula también su libro de 1908, para referirse a las “aglomeraciones urbanas, desórdenes pasionales, a partir de casos de invertidos sexuales, prostitutas, lunfardos y vagabundos”.[3] Mala vida es todo aquello que no se constituye como sujeto hegemónico, como voz oficial. Lo que el campo de enunciación expulsa a las orillas.

El período que va entre 1877 a 1912 es, según Roman Setton, la demarcación histórica de origen del género policial en Argentina, con la expansión de los periódicos, la formación de un público lector de la clase media, el surgimiento de los primeros folletines y de los libros de aventuras y de las colecciones. En 1912 apareció Casos policiales, el primer libro de ficción de género, escrito por Vicente Rossi, firmado con el seudónimo William Wilson, sobre un asesinato a resolver. La historia sucede en París.

Todo esto va formando las definiciones de criminalidad. Ahora, pienso en los criminales célebres de la Argentina de la época. El caso más famoso, el del Petiso orejudo, por ejemplo. Chaparro, de orejas grandes, nacido en 1896, caratulado como enfermo-psicópata, asesino serial de chicos que fue linchado por los mismos presos de la cárcel de Ushuaia, en el penal de máxima seguridad del fin del mundo, cuando descubrieron que había descuartizado a un gato. Pienso también en Juan Galiffi (1892-1943) apodado “Chicho Grande”, que organizó negocios de apuestas, juego, prostitución y contrabando en Rosario, Santa Fe, al punto de que la ciudad fue rebautizada como “la Calabria” durante las décadas del 20 y del 30, y pienso en su rival acérrimo, Francisco Morrone, apodado “Chicho Chico”, que, así dicen, fue ahorcado por la gente de Galiffi en 1933.

Pero quiero referir a los bandoleros. Los legendarios que pasaron por la Patagonia y asaltaron bancos y se llevaron muchísimo dinero (Butch Cassidy, Sundance Kid, y su mujer, Etta Place). Y sobre todo, a los bandoleros sociales, los que nunca robaron a nadie de su misma clase social, los que tuvieron un accionar parecido al de los anarquistas expropiadores, y que actuaron en la década del 30. De hecho, dicen que hubo un encuentro mítico, en un barrio sur de Buenos Aires, entre Mate Cosido y Bailoretto (o Vailoretto), él sí anarquista declarado, y que actuaba en el llano de La Pampa. El golpe de Estado en septiembre de 1930, la implantación de la Ley Marcial, que autorizaba a la policía a fusilar en caso de sospecha y, desde el arranque del siglo, la represión sistemática al movimiento obrero, todo esto caracteriza esos años de la Argentina. Lo que hizo que los años 30 fueron bautizados como “la década infame”.

 

La cifra: Mate Cosido

Fichado por la policía como ladrón conocido en 1931. Las imputaciones que van desde 1918 a 1931 incluyen vagancia, atentado a la autoridad, averiguación de antecedentes, falsificación de firma, estafa, robo, hurto reiterado y disparo de arma de fuego. Sin embargo, el maleante, como dice la prensa, nunca fue encontrado “con las manos en la masa”. La reconstrucción de la historia de Mate Cosido se da por medio de relatos orales y por recortes de periódicos hasta la década del 40. En concreto, existe un libro extraordinario, escrito por Gustavo Álvarez, sobre los testimonios del bandolero.[4]

Se trata de Segundo David Peralta, alias Mate Cosido, no por la bebida (mate, en argentino, también significa cabeza) sino por la cicatriz larga, de casi seis centímetros, que le atravesaba la región frontal, y que, dicen, Peralta mostraba con orgullo. Manuel Bortolatti, Jesús, Juan de la Cruz Soria, eran algunos de sus nombres falsos. Actuaba en el norte del país, en Córdoba, en Tucumán, en Santiago del Estero y en Corrientes. Pasó por Santa Fe, por Formosa, llegó a Paraguay. Se dice que, en las primeras décadas del siglo, su trabajo fue el de encuadernador en una imprenta, que ahí empezó a interesarse en la lectura, y así empezó su formación política. Se dice que escribía bien, y que él mismo redactaba las cartas en cada secuestro y extorsión. En una carta al periódico Ahora, de marzo de 1940, Mate Cosido declara:

 

Soy fabricación por las injusticias sociales que siendo muy joven ya comprendí y por las persecuciones gratuitas de una policía inmoral y sin escrúpulos.

 

El periódico no reproduce los insultos, pero Mate Cosido agrega:

 

A veces también aparezco envuelto en hechos que distan mucho de coincidir con mi manera de proceder, estos son platos preparados para la cocina policial, presentados al público y a la prensa, en bandeja, estos manjares están condimentados con el arte culinario de la picana eléctrica.

 

Ya se dijo que los bandoleros sociales jamás roban a nadie de su misma condición. La banda de Mate Cosido se reunía a partir de una premisa: en lugar de matar a un colono por 200 pesos, mejor robar a una compañía extranjera o a algún terrateniente poderoso. Mejor llevarse miles de pesos sin disparar un tiro, y con los buenos modales. Fueron atacadas empresas como Anderson y Clayton, Dreyfus, Bunge y Born, La Forestal. Dicen que Mate Cosido declaró alguna vez: “La orden es no matar, tirar en el peor de los casos, pero antes que nada huir”.

Hobsbawm propone que el destino de los bandoleros sociales es morir por la traición. No fue el caso de Mate Cosido. Sin los lazos comunitarios que estableció, sin su banda y la lealtad del grupo, digo, su despliegue hubiera sido imposible. Parece que la relación entre sus miembros fue totalmente recíproca. Ni él ni la banda actuaron nunca contras las mujeres, de ningún sector social. Si Mate Cosido se escondía en algún rancho, dejaba dinero para levantar la hipoteca; que más de una vez lo vieron llegar a un pueblo para comprar medicamentos, o cargando un chico hasta el médico. Todas las personas secuestradas coinciden en un punto: la banda los trataba muy bien. Les preguntaban a cada rato qué les gustaría almorzar. Se esforzaban, dicen los testimonios, en cumplir los deseos con el menú. Los viejos cuentan que se cruzaban a Mate Cosido en el tren, y que lo saludaban. Su identidad no era “ningún misterio”.

Detrás de alguna que fue su casa, encontraron un pasadizo secreto que iba largo hasta un cañaveral. También estuvo presente en el velorio de su madre, en Córdoba, el 20 de febrero de 1939, en un momento donde lo buscaba intensamente la policía. Lloró todo el camino al cementerio. Nunca pudieron atraparlo. Iba vestido de mujer.

Diciembre de 1939 es la fecha de su último golpe conocido. Se trata del secuestro de Jacinto Berzon. En la carta que exige el pago, del 8 de enero de 1940, le ordena a la hermana de Berzon que, desde un tren en marcha de Santa Fe a Villa Ángela, en plena noche, arroje el paquete con el dinero cuando viera las señales de la luz de una linterna, haciendo círculos. “De no cumplirse con lo solicitado, su hermano sería pasto de los cuervos”, escribe. El tren estaba lleno de policías, y el paquete, lleno de moneda falsa. Dice la gente que, en algún momento en que se hacía el pago, la gendarmería disparó sobre la banda. Luego del enfrentamiento, el rastro de Mate Cosido se pierde. Los rumores que vinieron confirman que estuvo en Salta, en Jujuy, en Bolivia y en Paraguay. Que lo vieron en Rosario, vendiendo baratijas en una calle del centro. Lo cierto es que nunca más se supo de él. Dice la gente que, esa noche última de enero de 1940, a los gendarmes que dispararon sobre Mate Cosido se les trabaron las armas. Dice la gente que los bandoleros sociales son inmunes a las balas, que ni la policía ni nadie puede herirlos en realidad. Y, honestamente, quién asegura que la gente no tenga razón.


[1] Mercedes García Ferrari, “Saber policial. Galería de ladrones célebres”, en Rogers, Geraldine (comp), La “Galería de ladrones de la capital” de José Álvarez, 1880-1887, Universidad Nacional de La Plata, Edulp, Argentina, 2009.

[2] Hernán Oleta, La construcción científica de la delincuencia. El surgimiento de las estadísticas criminales en Argentina, Universidad Nacional de Quilmes, Argentina, 2018.

[3] Mariana Ángela Dovio, “Medicina legal en Buenos Aires 1924-1934. Proyectos legales sobre peligrosidad en la Revista de Criminología, psiquiatría y medicina legal”, en Cuadernos de Historia número 40, Santiago de Chile, junio 2014.

[4] Gustavo Álvarez, Mate Cosido. El bandido de los pobres, Prohistoria Ediciones, Rosario, Argentina, 2007.

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Imágenes del libro La “Galería de ladrones de la capital” de José Álvarez, 1880-1887, Geraldine Rogers, Universidad Nacional de La Plata, Edulp, Argentina, 2009


Marina Porcelli

(Buenos Aires, 1978). Es editora. Ha colaborado en el suplemento Laberinto, del periódico Milenio. Su primer libro de cuentos, De la noche rota, fue publicado por la Universidad de La Plata en 2009. En 2014 recibió el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés.


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