Seis poemas

Sandro Cohen
Enero-febrero de 2021

 

 

Música somos nosotros[*]

 

A cuatro manos sobre el blanco y negro,

cuatro manos, el hombro contra el hombro.

A cuatro manos, dedos, veinte lumbres

en el blanco y su negro, piel, marfil.

 

Puede tocarse música por dentro,

tu música de adentro y por lo bajo.

Así suena tu música, a respiro

y tormenta, remanso y catarata.

 

Una vez y de nuevo, flotas sobre

el teclado con dedos, brazos, lengua,

el pecho contra espalda, espalda contra

el tiempo, fuga con dos contra tres

sobre la partitura entre tus piernas

en la cadenza, ritardando, notas

negras son sobre blancas, esta fusa

hasta el fandango, hasta el fin, hasta el fondo.

 

Canta contra mis ojos. toca, loca.

no te detengas, llena mis oídos

de tu viento, saliva con sudor

y semen, lágrimas y sangre adentro.

 

Mueve tus dedos, piano y piano, suave

pianísimo y más fuerte, ¡sí!, más lento.

 

¿Notas las notas? ¿mis corcheas, fusas

revueltas? todo es piel entre las sábanas

escrito en blanco y negro a cuatro manos,

dos lenguas con sus dedos, su saliva

en mi hombro y en tu pecho, sus tresillos

desbocados, su encabalgada furia

de frases al oído, dedos… canta

con tus dedos adentro, que los muevas

piano, suave, tan fuerte como puedas

hasta que vibren todos nuestros músculos,

hasta que se relajen, por vencidos.

 

toca tu blanco y negro a cuatro manos.

 

Entre tus dedos y el marfil, silencio.

Entre papeles y armonía, el aire.

Estamos suspendidos todavía,

por siempre:

          música

somos

nosotros.

 

Y si no me bendices con tus garras…

 

Y si no me bendices con tus garras

de terciopelo, dientes que me inventan

con cada trozo de mi carne, dura

en el altar perfecto de tu boca;

si no me abrazas, con tu muerte líquida,

la lisa superficie de mi sangre

a presión entre el vaso y sus esclusas,

la leche que no encuentra la salida,

la tinta que renuncia a los azules,

el agua que se priva de su sangre…

si no me vienes a erigir tu esclavo,

el que limpia tus botas con saliva

de sereno candente, que recorre

la lengua por tus piernas enlodadas

para probar la gloria de tu infierno;

si no te hincas como diosa virgen

y vencida a mis pies que, victoriosos,

pisan tu pecho inflado de miradas

que cualquiera te ha puesto sin pensar;

si no eres luz y oscuridad tejidas,

un solo torbellino de fracaso

triunfante entre los brazos más desnudos

de un cuarto desvalido, que amanece

solo por el calor de nuestros cuerpos;

no soy nada, ni el blanco de la sombra

que dejas al pasar por una calle

o el mismo cielo donde naufragamos

tantas veces, felices, en tinieblas.

 

Hay tiempo…

 

Hay tiempo.

 

Todavía no muere

ningún sol de mañana.

Esperaba encontrar todas las huellas

pero ni doy con el lugar del crimen.

 

Busco un lugar que esté fuera del tiempo:

su sentencia me alcanza inexorable

y no muero.

 

Esto,

solamente,

quisiera pedir:

que me des una muerte que lo sea

de veras,

que me tomes en brazos de tu infierno

blanco.

 

No sé dónde he pasado tantas noches

sin voz, sin cara,

lengua que me diga:

 

Yo no soy de este mundo.

 


Midrash

 

¿Para qué sirve el silencio

si no es para que canten

las aves?

 

¿Para qué sirven las aves

si para su canto no hay

mañana?

 

¿Para qué sirve el mañana

si no es para sentirnos

más solos?

 

¿Para qué sirve estar solos

si no podemos amarnos

de nuevo?


 

Morir, a veces

 

A veces me da gusto, así, morir:

boca arriba, flotando, en una barca

de sábanas tan limpias que se escapan

del tiempo, como yo, cuando me muero.

Las nubes se transforman. Son los libros

que me acompañan río abajo, páginas

abiertas que se leen en verso blanco,

casi igual que estos, pero son mejores

aquellos que escribimos en el cielo.

 

Morir, a veces me da gusto así:

sin darme cuenta, poco a poco, lento,

como anochece el alma, como muere

el día entre los últimos capítulos

de una novela que habitamos todos.

 

Así —sin aspavientos, con los ojos

hacia atrás y sintiendo todo el peso

de la tierra en mis huesos que también

son forma que sostiene, que son versos

blancos que ritmo y gracia dan al cuerpo—

me da gusto morir, a veces, mas

no siempre, sino a veces, sin pensarlo…

 


Esto, en esencia, se acabó…

 

Esto, en esencia, se acabó.

Hace mucho empezó, lo sé,

pero desde hace rato no me siento

inmortal. Y cuando yo ya no esté,

las servilletas seguirán

en su mismo lugar sobre la mesa,

los mismos autos se estacionarán

en los mismos lugares, más o menos,

con los mismos niveles de esa angustia

tan mexicana y entrañable,

pero yo ya no los veré

desde esta mesa verde con mantel,

sentado en esta silla

de plástico innegable

que me permite estar tranquilo,

leyendo las noticias de las cuales

ya no voy a enterarme, a medio metro

de la banqueta donde se pasean

señoras con sus perros y sus hijos,

donde colocan, con cuidado, bolsas

de basura en espera del camión

que ya no tarda con su campanita

insoportable, pero yo

ya no pienso quejarme,

ni me taparé los oídos:

simple y sencillamente, no estaré.

 

Y es difícil hacerme

a la sólida idea de mi ausencia,

pero es palpable, tan palpable como

los pechos de una joven, o sus labios,

o su manera de pedirme

que le haga caso, ¿pero cómo, 

si ya no voy a estar?

 

Y no he estado desde hace muchos años.

 

Estas palabras, que se escriben solas,

serán mi testimonio, darán fe

de que por fin lo he comprendido:

solo un poco estaremos en la tierra,

pero es de todos, como he sido todos,

y entre todos escribiremos

las palabras que urgen,

aquellas que se escapan

y que hemos dicho desde siempre.

 


[*] Poemas tomados de Quintaesencia. Poemas: Antología personal, Coordinación de Humanidades UNAM, 2006; y Flor de piel, El Errante Editor, 2017.

Ir al inicio

Fotografía: Facebook


Sandro Cohen

(1953 - 2020). Cronista, ensayista, narrador y poeta. Estudió la Maestría en Lengua y Literatura Hispánica en la Universidad de Rutgers y obtuvo el doctorado en la UNAM. Fundador de la Editorial Colibrí. Algunos de sus últimos poemarios fueron Tan fácil de amar (2010), Quintaesencia. Poemas: Antología personal (2016) y Flor de piel (2017).


Compartir