Luis Zapata:
¿Qué fue de tanto galán?

Sergio Téllez-Pon
Enero-febrero de 2021

 

 

 

A Malena Steiner

Inquieto. Si pienso en una palabra, un adjetivo que me ayude a describir a Luis Zapata es “inquieto”. Con eso no quiero decir que Luis fuera una persona aventurera ni parrandera y menos desmadrosa; muy al contrario, era tranquilo, sereno, sin excesos y pocos vicios, uno de los cuales era el cigarro. Era inquieto intelectualmente o, para decirlo con otras palabras, era una de esas personas curiosas que quieren hacer todo. Por ejemplo, aunque hablaba con facilidad francés, inglés y portugués, durante un tiempo se puso a aprender italiano, alemán y latín. Era inquieto porque siempre quería hacer cosas, confabulaba proyectos con todos sus amigos, involucraba a varios de ellos para poder realizarlos cuando sea que se pudieran concretar. También era inquieto como lo son los muchachos, lleno de jovialidad, pues siempre aparentó menos años.

Publiqué cuatro libros de Luis Zapata entre 2007 y 2009 bajo el sello de la primera editorial gay mexicana, Quimera ediciones. El primero fue una novela, La historia de siempre (2007), le siguió Triple función (2007, en coautoría con José Joaquín Blanco y José Dimayuga), luego vino otra novela suya, Melodrama (2008), y finalmente su traducción de El buen negro (2009), de Adolfo Caminha. Luis llevaba algunos años sin publicar. Su libro anterior había sido Siete noches junto al mar (Colibrí, 1999), un libro de cuentos que justamente le publicó Sandro Cohen, muerto un día después que él. De manera que quisimos hacer un gran lanzamiento para La historia de siempre y nos fuimos a presentarlo a varias partes, a todas, claro, a las que Luis podía porque, como no se subía a aviones, sólo iba en autobús a lugares más o menos cercanos: Guadalajara fue la más lejana pero porque allá tenía familiares y querencias. Con esos viajes y presentaciones nuestra amistad se estrechó más al grado de que me “adoptó”.

La edición de La historia de siempre fue un poco ríspida pues en mi papel de editor le envié una lista de correcciones y él me respondió con una larga carta rechazándolas todas. Luego, habiéndole agarrado el modo, la publicación de los otros libros fue relativamente sencilla. Él participaba y aceptaba las recomendaciones de diseño y portadas casi sin chistar. Para El buen negro aceptó que omitiéramos su prólogo original y que incluyéramos uno del poeta Alfredo Fressia y, sobre todo, aceptó que le cambiáramos el nombre, que le pusiéramos uno en español en una traducción cercana al original en portugués. Él conoció esa novela brasileña del siglo xix por el fragmento que se publicó en la antología My Deep Dark Pain Is Love (Gay Sunshine Press, 1983) y, según me contó, luego les pidió el original en portugués a esos editores de San Francisco para traducirla. Fue así como se tradujo y publicó por primera vez en español Bom-Crioulo (Posada, 1987) y, después de varios años, la rescatamos en una nueva edición. En el proceso de edición, la correctora propuso algunos cambios, pero Luis volvió a ser inflexible, no aceptó ninguno, que yo recuerde. De la misma manera en que fue inflexible cuando le pidieron poner puntuación y mayúsculas a El vampiro de la colonia Roma como condición para publicarla.

Melodrama y Triple función fueron dos libros que Luis y José Joaquín Blanco tenían en mente publicarlos ellos mismos, en ediciones casi de autor. A Luis se le ocurrió que podríamos unir esfuerzos y hacer una especie de coedición en lo cual Joaquín estuvo de acuerdo y dio luz verde al proyecto. Por eso aparecieron bajo el sello de Quimera aunque en una de las portadillas también dice Producciones Caimito.

Confieso que yo no había leído Melodrama, la leí corrigiéndola y me encantó, me fascinó desde la primera lectura. A partir de entonces se convirtió en una de mis favoritas, incluso más que el Vampiro, cosa que Luis sabía. Hubo una feliz coincidencia, pues me di cuenta de que ese 2008 la novela cumplía 25 años de haberse publicado por primera vez, así que hicimos una edición especial que consignaba el festejo en la portada, hecha muy atractiva para la ocasión.

Melodrama era un conflicto interno para él pues su propósito siempre fue llevarla a la pantalla grande (o a la chica, la que más nos acomode, leo que me escribió en la dedicatoria). Nunca pudo hacerlo, sólo se adaptó una vez al teatro producida por su gran amiga Angélica Ortiz (la mamá de su admirada Angélica María): ella le prometió que produciría la película pero murió al poco tiempo y el proyecto se quedó siempre como obsesión de Luis. Muchas veces él se entusiasmó para rodarla e hizo varios cast y cambiaba de actores conforme conocía a algunos galanes. Eso sí, el papel de la mamá de Alex siempre estuvo reservado para Angélica María. En los últimos meses estaba muy emocionado porque ya había firmado el contrato que llevará El vampiro de la colonia Roma al cine. Ver estas dos novelas adaptadas al cine era, sin duda, su mayor sueño que ya no podrá ver realizado.

Gracias a la importancia que le dio al lenguaje coloquial, deuda que siempre reconoció en la novela de la Onda, hizo un gran manejo de los diálogos como puede apreciarse en novelas totalmente dialogadas como De pétalos perennes (Posada, 1981), ¿Por qué mejor no nos vamos? (Cal y Arena, 1992) y La más fuerte pasión (Océano, 1995). Además, en Melodrama y De pétalos perennes hay una sensibilidad muy camp, pues están escritas de una forma en que sólo puede hacerlo un escritor gay, aunque De pétalos perennes no sea propiamente una novela gay o protagonizada por un hombre homosexual: son dos mujeres representadas por un homosexual sensible a sus emociones. En ese sentido, habría que verlas como a las mujeres que Almodóvar ha presentado en sus películas. De pétalos perennes tuvo su versión cinematográfica: Confidencias (1982), dirigida por Jaime Humberto Hermosillo, con Beatriz Sheridan en el papel de la señora Adela y María Rojo en el de Anastasia, “Tacha”. En años recientes, el inquieto Luis pensaba hacer una nueva adaptación actualizada: que en vez de ver hombres en revistas y escribirles cartas, ahora los vieran por Facebook y les escribieran por allí. Y, por si fuera poco, filmarla con celular, pues ése era el nuevo método que el propio Hermosillo le contó que estaba usando en sus recientes filmes.

Sin embargo, la más conocida de sus novelas fue El vampiro de la colonia Roma (Grijalbo, 1979), sin duda una obra central en la literatura lgbt mexicana. Luis no fue uno de los pioneros en la literatura gay mexicana, como se dijo y se repitió en los días que siguieron a su fallecimiento. Habría que matizar un poco esas palabras porque antes de que él publicara sus primeras novelas ya habían aparecido algunos libros (pocos, eso sí) que abordaron la temática, como Fabrizio Lupo (1953), de Carlo Coccoli, El diario de José Toledo (1964), de Miguel Barbachano Ponce, o Después de todo (1969), de José Ceballos Maldonado, entre otros muy contados. Lo que sí hizo Luis Zapata con sus novelas y sus personajes fue darle un giro radical a la manera en que hasta entonces se presentó al personaje gay, desde El vampiro de la colonia Roma mostró al homosexual no sólo como protagonista de la historia, sino haciéndolo vivir de forma más libre y gozosa, sin tabús ni conflictos internos. Los personajes gays de Zapata viven su sexualidad a plenitud. Y, por si fuera poco, en varias de sus novelas esos personajes tienen finales felices.

Cuando conocí a Luis tenía otras dos novelas listas y que se publicaron después: Como sombras y sueños (Cal y Arena, 2014) y Autobiografía póstuma (Universidad Veracruzana, 2014). Luis publicaba poco o muy espaciado porque, como él decía, no sabía ofrecer la charola de merengues. Así que como no buscaba editor o editorial, más bien publicaba cuando le pedían o alguien le ayudaba a colocar el libro en cuestión o, en caso extremo, cuando tenía la suficiente confianza con un amigo y se envalentonaba para ofrecerle un libro inédito.

En el caso de Como sombras y sueños se la ofreció a Rafael Pérez Gay, con quien se sentía en la confianza de hacerlo pues antes le había publicado otros tres libros. Recuerdo que una vez en su casa, Luis me leyó partes de esta novela cuando aún era un manuscrito. Y luego me dijo el título que le había puesto: “Mi vida como enfermo”, y yo, que también me sentía en confianza, le contesté: “¡ay, qué pinche nombre tan feo!”. Cuando finalmente se publicó, me agradeció porque mi comentario lo obligó a buscarle otro título, uno más cervantino. Es una novela cruda porque es Luis desnudo ante uno de sus mayores fantasmas: la depresión. Otra característica que tiene su obra es el sentido del humor y en esta novela, a pesar del tema, sobresale este rasgo y entonces puede verse cómo Luis le dio un giro muy afortunado, hizo de esa enfermedad un asunto lúdico.

Luis Zapata fue, para la mayoría, el autor de El vampiro de la colonia Roma. Para mí fue un amigo, cómplice, confidente, maestro, el escritor de la genial Melodrama, de la azotada En jirones, de la hilarante De pétalos perennes y varias novelas más. Además, fue un apasionado del cine por muy malo que fuera, con quien había que lidiar dado sus varias fobias como los aviones o los ratones, el creyente que con suma discreción practicaba el catolicismo, el que tenía cerca de su corazón todo lo relacionado con Brasil, al que le gustaban los boleros, el bossa nova en voz de Caetano Veloso y las baladas de Angélica María, el que siempre tenía un cigarro en la mano y la boca, esa adicción que finalmente le quitó el último aliento. Ahora que él ya no está, al releer sus novelas se le puede encontrar por todas partes con sus manías, fobias, gustos, hábitos, pasiones, miedos, tics… seguirá vivo en las páginas de sus libros, que en su caso no es una frase hecha más porque está en las tramas de sus novelas, en sus historias, travestido en sus personajes, camuflado en sus propias palabras.

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Fotografía: Autor anónimo, CNL / INBAL


Sergio Téllez-Pon

(Ciudad de México, 1981) es escritor y editor. Autor de No recuerdo el amor sino el deseo (2008; traducido al inglés como Desire I Remember But Love No, 2013), La síntesis rara de un siglo loco (2017) y Retratos con Federico (2021). Compiló la antología Un amar ardiente. Poemas a la virreina (2017), de sor Juana Inés de la Cruz.


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