En la sociedad del futuro
no habrá hambrientos,
gente descalza
o viviendo a la intemperie.
En el futuro, no habrá
odio racial, social, político.
No habrá nada de eso, dicen.
Sin cosas que lamentar,
en el futuro habrá sólo presente.
Los ayeres, una canción:
y el mañana, un cuento para niños.
Es algo muy sencillo
—dicen los expertos—:
en el futuro
no habrá futuro.
De Concierto para un hombre solo, Plan C editores, 2001
Aúllan, aúllan.
Dan miedo
las calles.
Aúllan, aúllan,
caen muertos.
La gente guarda
silencio,
cierra las puertas.
Aúllan, aúllan,
no los lobos,
los hombres.
Hacer el amor
en los hoteles.
Develar el misterio
humedecido de la intimidad
en tierra de nadie.
Por primera vez,
con manos que arden
acariciar palomas
y estrujar cadencias
ávidas de oscuridad.
Por primera vez,
siempre por primera vez,
jugar a conocer el cuerpo otro,
ahora tuyo,
embrocado en sustancias elásticas,
temblorosas.
Gargantas sumergidas
en la espuma del grito quedo
y la precipitación de una flor
que deja caer sus pétalos
de multiplicado aroma
en el arqueado respiro de los besos.
Y uñas
trepando hacia esa luz
que se derrama por el lecho.
Aurora de cabellos largos,
llena de respiros y de ansia,
resbalando exquisita,
cosquilleante,
mientras el fuego tibio de los cuerpos
se mueve al filo de la cama,
buscando,
allí, dentro, al fondo, fondo
perdido de la noche.
Noche que se graba, agridulce,
en el brusco secreto de un reloj
con su alarma de irritados gallos,
en el moho que, al despertar,
es ya jardín de la memoria.
En tierra de nadie.
Todavía el dulce otoño,
cuando se conmemoran las batallas
antes de la caída irremediable de las hojas.
Las jóvenes parejas
desoladas
buscan refugios para desatar su tanto amor
efímero
y la escasa moneda que salta en el bolsillo
cuando ya el pan, el pan sube de precio
mientras los demás en casa aguardan, confiados
preparando el café.
Parejas que no saben de batallas:
de pechos frente a las balas reclamado derechos,
de muerte en las anchas avenidas
o en este parque frondoso
donde un par busca
un lugar sombreado bajo los árboles,
una maleza lejos de la mirada viandante.
Abrazarse al menos, tocarse entre las ropas,
olvidar por algunos minutos
la ida en Metro, volver a casa.
Y de lo otro,
lo de antes,
mejor no hablar.
Es la regla.
Buenos Aires, otoño del 08.
Entonces atravieso las llanuras
cruzo altas montañas
y ya llegado, abrazo
con mi propia y desollada piel
la muerte material de ese sueño
cortado a tajos,
que todavía cargo
—inmerso en su luz—,
a horcajadas de la sombra, crecida,
de mi propia ausencia.
Sueño viejo
puesto a chirriar en la memoria
para que alguien, como yo,
arrojado a puntapiés,
sin misericordia, a la intemperie,
coma y beba,
siga viviendo.
Alguien cualquiera
seguramente olvidado ya
de la luz prodigiosa de esa estrella.
Urdido él en la áspera sed
y el hambre del frío amanecer.
Camina por las alamedas,
sin reconocerse ni reconocerme.
Juan pueblo, Juan miseria,
Que dejó de existir para no morirse.
Él y yo, caminando por las anchas avenidas
sin saber por qué.
Ni adónde.
Con heridas que no sanan.
Justamente allí,
donde aprendí
a dar con todo el cuerpo.
Instante de ser.
Ser en el otro.
Y desde allí
trasponer la luz,
la poca luz subyacente.
Ensombrecido aparato de vida
que anda, corre, salta.
Compra y vende sus días.
Amedrentada bóveda
encadenada al deseo
que inerme, miente,
casi feliz cuando,
antes de la aurora,
con pájaros revoloteando,
salimos del hotel
y sin despedirnos
cada quien vuelve a casa.
Trato de recordar,
¿fue allí, entonces,
cuando aprendí?
Amor de uno, amor de todos.
Cómo se parecen
los cuerpos entrelazados
de las parejas en el sueño.
De Mar de la Tranquilidad, Molinos de viento, UAM, 2011
Fotografía: cortesía de Lorena M. Larenas
(Ciudad de México, 1937-2020). Realizó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM). En 1960 aparece su primer libro en La espiga amotinada. Ha sido colaborador en diversos diarios de circulación nacional y revistas literarias. Fue guionista y coguionista de cine y dirigió varias obras teatrales. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores y creador artístico del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA) en la disciplina de letras.