Tornaviaje: Extremadura y América, España y México, Mérida y Mérida

Paul Antoine Matos
abril-mayo de 2025

 

 

Minerva Cuevas, América, 2006, pintura acrílica. Estudio Minerva Cuevas. Realización del mural: Chabela Diablas


De la muerte de mi padre aprendí que la sangre también migra. Mi historia particular —no por ser yo, sino porque es una fotografía del efecto mariposa de las migraciones— se trata de una serie de articulaciones que se remontan a hace 2050 años, cuando se fundó Emérita Augusta, la Mérida española. Un pequeño momento en la historia para homenajear al emperador romano se convirtió en la fundación de una ciudad al otro lado del Atlántico en 1542 y, 450 años después, en 1992, un acto político-cultural con ciudades homónimas en las que una mujer y un hombre se conocieron y, meses más tarde, concibieron un hijo, bastardo, que vuelve a escribir sobre esa historia. Al menos tres grandes diásporas migratorias tuvieron que ocurrir en un periodo de dos mil años para que eso sucediera.

Soy hijo de dos Méridas. Ricardo Ordóñez, mi padre, al que conocí hasta que tuve catorce años, nació, vivió y murió en Mérida, la de Extremadura, en España. Ana Matos, mi madre, con quien crecí, nació y vive en Mérida, la de Yucatán, en México.

El 11 de febrero de 2025 se cumplió la primera década de la muerte de mi padre, tras una agonía en una cama de hospital consecuencia de una enfermedad en el hígado. Soy fruto de un amor de verano entre el Teatro Romano emeritense, la Expo ‘92 de Sevilla y concebido en las playas del Atlántico portugués, en Caparica. Su muerte fue extraña para mí. La lejanía geográfica y sentimental, además que para entonces estaba entrando al mundo laboral, hacen que aquella muerte se envuelva en el tiempo perdido y el tiempo desaprovechado con mi familia extremeña.

En diciembre de 2021, catorce años después del único viaje que hice para conocerlo, volví a Mérida, la de Extremadura, para reencontrarme con mi familia paterna, los Ordóñez, y su memoria. A la par, ese viaje era para conocer la otra cara de México y América latina: la de los conquistadores. Pero también la del sufrimiento histórico de un pueblo, el extremeño, que está vinculado íntimamente con nuestras historias en el continente a través de las migraciones pasadas y presentes.

De ese viaje surgió un libro de crónica aún no publicado, que probablemente se llame Tornaviaje, aunque en un inició se tituló Pater Patriae. El título (tal vez) descartado habla sobre las figuras de los “padres de la patria” que han recorrido Extremadura: el emperador Augusto, a quién se le honró con Emerita Augusta, la actual Mérida –—de la que surgieron tres más, la mexicana, la venezolana y la filipina— al ser la ciudad de retiro de los soldados romanos; los conquistadores Hernán Cortés de la Nueva España, Francisco Pizarro del Perú y decenas más, quienes emigraron de una tierra sin futuro a un Nuevo Mundo lleno de posibilidades; del dictador Francisco Franco, responsable del fusilamiento y la desaparición de cientos de opositores hasta su muerte, hace 50 años, y que provocó los movimientos de emigración desde Extremadura —y su despoblamiento— hacia Madrid, Cataluña y País Vasco; y mi padre, el pater familias Ordóñez, quien se postuló dos veces a la alcaldía de Mérida, la de Extremadura, y dos veces fue derrotado.

(De este lado tenemos nuestros propios pater patriae en figuras como Miguel Hidalgo, Simón Bolívar, José de San Martín; y nuestra madre de la patria, Guadalupe, una virgen inmigrante que provino de Extremadura)

El título Tornaviaje surgió de una exposición en el Museo del Prado, en Madrid, durante aquel viaje. Tornaviaje es un “viaje de regreso”, que se hacía durante la Colonia. Este título tiene muchas capas: fue mi regreso a Extremadura; habla también de estas idas y vueltas entre ambos continentes, desde los movimientos iconoclastas contra figuras como Cortés y Cristóbal Colón; la replicación en Argentina, Chile y México de estrategias de desaparición forzada tomadas del franquismo y, en retribución, los mecanismos de búsqueda nacidos en Sudamérica que han sido retomados por organizaciones y familiares en España; y hasta el intercambio cultural actual, con migrantes latinoamericanos en ese país, y muchos migrantes que llegaron a México a raíz de la crisis económica de 2008.

En los viajes de Conquista y Colonia, el movimiento fue esencial para que España se apropiara de las tierras americanas. El tornaviaje es un ciclo que habla del ir y venir a través del Atlántico, un movimiento que, con las independencias, continuó debido a la pobreza en España y las expectativas de riquezas en las nuevas democracias latinoamericanas.

El tornaviaje es por la sangre que está en movimiento, que sale del corazón hacia las arterias y regresa al punto de partida vía venas. El corazón: Mérida.

 

Las migraciones fundacionales

Extremadura es una tierra de migrantes desde su momento fundacional en el año 25 antes de Cristo, cuando Roma se estableció en la Dehesa, tierra de olivos y cerdos. Los conquistadores que arribaron a nuestro continente son el reflejo de esa vocación migrante. “Cortés. Cortés comienza a forjarse la idea debajo del Castillo. Mira a los guardias y se pregunta qué hace ahí, hacia dónde va su vida. Mejor se iba a las Indias a hacer fortunas”, me dijo el periodista extremeño Máximo Durán en Medellín, la de Extremadura, a las faldas de un castillo medieval.

Con la llegada de Francisco de Montejo a la península de Yucatán, se fundó Mérida, en honor a la extremeña.

Probablemente el mayor impacto de ese encuentro migratorio haya sido para ellos, los europeos que arribaron a las costas de Abya Yala: los habitantes de esta tierra comerciaban entre sí y conocían las especies animales y vegetales de gran parte de la misma, cuando los que llegaron de donde nace el sol solo traían unas cuantas cosas —caballos y ganado, espejos, armas de fuego— que deslumbraron a los que ya estaban. La imaginación plasmada en los grabados y el arte de la Conquista en los museos de Madrid demuestra quiénes fueron los más sorprendidos que muestran a acéfalos y especies animales monstruosas. Y no fuimos nosotros. O, mejor dicho, no fueron los que ya estaban antes aquí.

España, que sigue pensando en sus glorias de antaño, se convirtió en el gran imperio mundial durante tres siglos por las riquezas que sacó de América. América, que sigue pensando en sus penurias, se transformó en un continente efervescente de nuevas ideas. Sus capitales —Ciudad de México, Lima, Santiago, La Habana, Caracas, Bogotá— fueron centros académicos y culturales inigualables para lo que ocurría en sus contrapartes españolas. A su vez, se cometían (se siguen cometiendo) crímenes contra los habitantes originarios, se comerciaba con esclavos africanos y la religión se imponía a los indígenas, aunque en esos años oscuros surgían voces que los defendían.

 

La patria perdida

Mi padre provino de ese pasado de conquistadores y creció en el Franquismo. Sin moverse de su ciudad, el mundo migró a su alrededor. En sus setenta años de vida, conoció la dictadura represora de Franco, la transición a la democracia y la apertura económica que le permitió importar automóviles de lujo y disfrutar las vides de la libertad española de los ochenta, fue testigo de la integración europea y mundial que le dio acceso a la Mérida mexicana en la que conoció a mi madre en 1992, y en sus años finales la crisis económica de 2008 provocó un cisma en su familia al momento de su muerte.

Sus padres, mis abuelos paternos, vivieron la dictadura de Primo de Rivera, el fin de la monarquía, la Segunda República y la Guerra Civil; la abuela Manoli incluso llegó a vivir hasta conocer el Internet. Mi tío Domingo, fallecido justo al regresar de mi viaje en 2021 y en vísperas del séptimo aniversario de la muerte de Ricardo, nació en agosto del ‘36, cuando Mérida caía ante los sublevados dirigidos por Juan Yagüe, el “Carnicero de Badajoz”, por la masacre cometida en la Plaza de Toros pacense en esas fechas. Durante esos meses cientos de españoles arribaban a México, exiliados de la guerra.

Capas bajo capas de historias que entrelazan México con España a través de los siglos compartidos por quienes van y por quienes vuelven, por quienes también emprendieron sus viajes sin retorno y sus tornaviajes.

Uno de los epígrafes que elegí para Tornaviaje fue una cita de escritor Javier Cercas, nacido en Extremadura, cuya familia, ante las carencias del Franquismo, emigró a Cataluña cuando él era bebé: “Extremadura es para mí el recuerdo imposible de una patria perdida”.

Años después de la muerte de mi padre, volví a Extremadura para recuperar una patria que no tuve, para recopilar los recuerdos de un padre ausente y difunto. Una patria que, a pesar de eso, migró a mí a través de la sangre paterna.

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Paul Antoine Matos

(Mérida, 1993) es periodista y escritor del sur de México. Autor de dos libros de crónica, Embellecedores de huesos (Los libros del perro, 2021) y En modo avión: The real Americana y Cubita la bella (Libros del marqués, 2024). Cofundador del Festival Periodismo del Caribe. Fue verificador de datos en la AFP y ha colaborado con medios como Este País, Gatopardo, Radio Ambulante, entre otros.