Alberto Beltrán, El éxodo, 1959, Linografía, 50.2 x 65.5 cm (soporte), 29.5 x 57.2 cm (imagen). Colección Academia de Artes
Eran las primeras horas de la mañana y el sol se asomaba quemando mis pupilas mientras el Río Usumacinta, como serpiente que aguarda a su presa, se enroscaba hasta perderse en la selva de Tenosique; justo, llegué temprano a la oficina donde se ayuda a los migrantes que buscamos refugio en México. Hace quince días —y hace dos meses también— que vengo: a veces solo, otras con Tati (mi esposa) y Brandon, que a sus recién dos años ya sabe lo que es esperar a la firma. La firma.
“¡Pase!”, se escucha detrás de la puerta metálica una voz grave. Avanzo y cruzo hasta una mesita: lo de siempre. “¡Listo! Esté atento a que le llamemos para su entrevista y si no, no olvide venir en una semana para volver a firmar. Recuerde que si no viene a firma se puede alargar la espera. ¡Hay mucha gente esperando su turno!”, me dice el oficial que resguarda la puerta. ¡Otra semana! —pienso y suspiro—, hace cinco meses que salimos de Puerto Cortés, en Honduras, y hemos pasado cuatro de éstos en México. ¿Cómo vamos a seguir comprando la leche para Brandon?
De regreso a la casa del migrante, respiro un poco. “¿Cómo le fue?”, me pregunta un voluntario mientras me extiende un vaso de refresco. “¡Pues nada, oiga!, es seguro que deba ir la otra a semana a seguir firmando”, le respondo. Me duelen los pies de usar estas chancletas. “¿Ya escuchó que a Osman ya le dieron el refugio?”, me dice como si con eso me inyectara esperanzas. “¡Ese hombre!, ¡qué suerte tiene!, ¡y sólo le costó ocho meses de espera!”, respondo y regreso el vaso de plástico tan desgastado como yo. Nos reímos mientras el sol quema nuestras caras.
Mientras camino a las mesas del comedor para ver a Tati, veo a Liliana —una mujer garífuna— mirando las noticias desde su celular: “México ha vuelto a romper récord de solicitudes de refugio”. Ella y yo movemos la cabeza con resignación. ¿Será que saben o cuentan a quienes estamos varados en Tenosique? Me parece que aquí nadie sabe de nosotros, pero seguimos llegando. Y todos esperan meses y meses tan sólo para saber si seremos deportados o si podemos estar en México: ¡si podemos seguir migrando! La única certeza que tenemos es que, de aquí, no nos podemos mover.
“Hace dos meses, estaba en frontera Corinto (entre Honduras y Guatemala). Luego pasé por aquí (por la casa de migrantes) y pedí mi cita para el CBP One”,[1] decía Ovidio, mientras alzaba las manos para tal vez dar más drama a su relato, “entonces me dijeron que ya, que ya estaba pronta mi cita. Llegué al D.F. o, ¿cómo le llaman ustedes?”, se dirigió al voluntario. “Ya hace tiempo que es Ciudad de México, Ovidio”, respondió sin ocultar su risa. “¡Bueno!, llegué y tomé el otro autobús a Piedras Negras, para mi cita con migración de allá”, entonces, Ovidio resopló, “¡quién iba a saber que el “Trompetas” cancelaría todas las citas de cbp one!”.
Así como Ovidio, yo y otras y otros esperamos a regresar por dónde vinimos o a que las citas se reanuden; esperamos en cualquier lugar: hoy es la casa de migrantes, mañana puede ser una estación de autobuses o la calle; ayer fue la carretera, el monte o la selva. “Se suspenden las citas de forma indefinida. La aplicación móvil de cbp one no está disponible”, vimos en Facebook hoy. Nadie lo cree y algunos intentan entrar desesperadamente a su aplicación: “¡No abre esto!, ¡pero si ya me tocaba!, y ¿ahora?”.
Nadie nos da una respuesta, sólo nos queda esperar o regresar. Al menos no llegamos hasta el norte: ¡imagínate!, todas esas personas que estaban a horas de cruzar a su cita despertando con la noticia de que debían esperar a no sé quién y quién sabe cuánto.
El anterior relato de ficción especulativa sobre lo que experimentan, en parte, las personas que migran o los solicitantes de refugio en México hacia los Estados Unidos ha sido narrado desde mi experiencia al investigar las movilidades humanas de personas en situación de migracion irregularizada o en refugiosidad, así como las atenciones humanitarias que reciben dichas personas y las políticas de contención de dichas movilidades. Esto, desde una labor etnográfica que me ha permitido conocer de primera mano los testimonios de mujeres, hombres, infancias y otros que han transitado y habitado espacios humanitarios como las casas de migrantes en México.
La espera, como dispositivo de contención de los cuerpos —en espacio y tiempo— de aquellas personas migrantes o refugiadas, es algo que se vive día con día, y más allá de las cifras estadísticas que pueden ilustrar la magnitud de una política migratoria aplicada, trato de mostrar la cotidianidad con que se vive esto: miles de personas que parten en caravanas que se desarticulan mucho antes de llegar, por ejemplo, a Veracruz, Puebla o a la Ciudad de México. “Esperar a partir”, podría decirse, sin embargo, hay otras esperas: el tiempo que toma una resolución para ser reconocida comos persona refugiada o la cita CBP One, ambas entre tres y seis meses, o más, donde lo único seguro es eso: esperar.
El “cuerpo en espera”, retomando la idea de Javier Auyero, y los “pacientes del Estado” arrojan luces sobre esos procesos administrativos burocráticos que gestionan las movilidades humanas y los caminos hacia las fronteras, pero parecen olvidar —en la obviedad posible— que las personas en su práctica corporeizada también deben gestionar y responder a esa espera que va desde acudir a la firma para no perder su trámite de solicitante de refugio a esperar el aviso en la aplicación móvil. No olvidemos la forma más cruda: el cuerpo en espera de una oportunidad para seguir migrando de forma segura, sabiéndose vulnerable a las distintas violencias estructurales y cotidianas, esperando el momento adecuado a subir al tren, la balsa, el autobús, etcétera.
Finalmente, esto acontece en espacios y territorios que configuran un “paisaje de esperas entre fronteras” en múltiples escalas de problematización donde la edad, el género y el origen nacional, entre otras categorías, se vinculan al clima, la geografía y la cultura e ilustran aquello que Sandro Mezzadra llamó “paisaje de fronteras”. ¿Qué es la espera sino un enorme agujero negro que devora la luz y esperanza de quienes se debaten entre las incertidumbres y la sentencia del “no avanzar” sus tránsitos? Ya lo dijo en su momento Kamala Harris: “No vengan”;[2] hoy, Donald Trump dice: “los deportaremos”.
El “microespacio de contención”, de formas simbólicas, digitales o físicas, permite observar la verticalidad y securitización de las fronteras; es una forma posible de vivir y sentir las esperas en las migraciones en tránsitos irregularizados o en refugiosidad. Estos microespacios de contención son múltiples y diversos: la oficina de migración, las casas y albergues de migrantes o, en algunos casos, un cuarto o un precario campamento a las orillas de los espacios humanitarios, de las vías del tren, del río o de la misma frontera que se alza como un muro simbólica, digital, física e inmensamente vertical.
Pero en este paisaje de esperas, hay también vida, esperanzas y alegrías; el capitalismo gore en las migraciones y el espectáculo de fronteras que criminaliza victimiza y precariza las movilidades humanas debe ser contrarrestado: una contranarrativa posible desde los cuerpos y afectos que permita mostrar lo cálido en todo un mar frío de datos o notas sensacionalistas que alimentan las representaciones sociales negativas sobre la migración y la persona que migra o busca refugio; esta contranarrativa aparece como un ejercicio y posicionamiento político necesario ante las injusticias y violencias que, en efecto, atentan contra la dignidad humana de las personas en tránsitos migrantes irregularizados, indocumentados o en refugiosidad. Migrar es “como el pan, la poesía, el mundo”: es de todos.
[1] CBP-One: Aplicación móvil lanzada por el gobierno de los Estados Unidos para atender las solicitudes de asilo entre 2020 y 2025.
[2] Kamala Harris pronunció estas palabras en una visita en Guatemala con motivo de las movilidades humanas, en junio de 2021, como vicepresidenta durante el gobierno de J. Biden en los Estados Unidos.
Doctorante del Posgrado en Ciencias Antropológicas en uam Iztapalapa. Especialista en temas de Antropología de la Cultura, migraciones irregularizadas, procesos de refugio en México, actores e instituciones humanitarias para personas migrantes. Voluntario en casas de migrantes en la frontera sureste de México.