Los sueños del junco

Rafael Toriz
Enero-febrero de 2021

 

 

Presas como vivimos de incontables estímulos seductores, resulta difícil decantarse por la lectura de un libro con un título tan vago como El infinito en un junco, serena expresión que impide tener una idea general del contenido cuyo subtítulo pareciera una invitación dirigida a un cónclave de especialistas: la invención de los libros en el mundo antiguo.

Por ello, además de sorpresa, entraña un auténtico regocijo viajar por las páginas de la filóloga y periodista Irene Vallejo (1979) quien, con una prosa encendida, dibuja un viaje luminoso a las entrañas de la más noble de las creaciones humanas: el libro, extensión de la imaginación y la mortalidad de la especie.

A medio camino entre el ensayo cultural y la divulgación histórica, la autora cuenta los avatares del símbolo de la civilización par excellence con el deleite con que se lee una novela de misterio, sostenido en un trabajo artesanal sobre un lenguaje de curiosidad enciclopédica, lo que no suele ser común en obras de esta naturaleza, de suyo superficiales. Inspirada, el ritmo y la cadencia de sus frases sugieren el encuentro con una fecunda lectora de poesía: “después, la oscuridad borraba la luz, y la arena empezaba su invasión, levantando sofocantes y cegadores muros de polvo que entraban por las rendijas de las casas, secaban la garganta y la nariz, inyectaban los ojos, provocaban locura, desesperación y crímenes”. Con una erudición ágil y cordial, el libro es también la biografía de una lectora curiosa, lo que condimenta el ensayo con datos sabrosos de toda laya, bocadillos intensos de los que aderezan cualquier opípara sobremesa o incluso ese animal en extinción que constituyen los seminarios dichosos en las facultades de humanidades.

Especialista en el mundo clásico, la obra se divide en dos grandes apartados: Grecia imaginando el futuro y los caminos nunca agotados de Roma; empero, la prosa de Vallejo se encuentra poseída por una sutileza moral, que nos recuerda permanentemente que estamos frente a la obra de una historiadora pero sobre todo de una esteta: “que algo tan efímero el dibujo de un soplo de aire, la vibración musical de nuestros pensamientos tenía que ser preservado pensando en las generaciones futuras; que las antiguas, historias, leyendas, cuentos y poemas son testimonio de unas aspiraciones y de una forma de entender el mundo que se niega a morir”.

Animales hechos de pasado, sólo nosotros podemos continuar el diálogo con los que han sido. Y es gracias al lenguaje que hemos podido arrebatarle la última palabra a la muerte, sobreponiéndonos a la insignificancia a partir del perfeccionamiento de los soportes para la palabra: “poseer libros es un ejercicio de equilibrio sobre la cuerda floja. Un esfuerzo por unir los pedazos dispersos del universo hasta formar un conjunto dotado de sentido. Una arquitectura armoniosa frente al caos”.

Entre las muchas preguntas que despierta su viaje, acaso las que más me deja perplejo es la incapacidad de calcular el espacio del mundo que ocupan los libros; mundo dentro del mundo, ha sido una deliciosa locura creer que la representación cabal de la realidad podía ser algo medible y asequible para la condición de nuestra especie: hace mucho que no somos sino el pretexto para atisbar la inmensidad del cosmos, por fuerza desde un errante punto minúsculo en el universo, como supo describir de precisa manera Jorge Luis Borges.

Historia antigua del mundo que habitamos, no deja de ser elocuente el hecho de que el lenguaje haya florecido de manera tan poderosa una vez que encontró su mejor elemento, reflejo de la vida que convoca: “tras siglos de búsqueda de soportes y de escritura humana sobre piedra, barro, madera o metal, el lenguaje encontró finalmente su hogar en la materia viva. El primer libro de la historia nació cuando las palabras, apenas aire escrito, encontraron cobijo en la médula de una planta acuática. Y, frente a sus antepasados inertes y rígidos, el libro desde el principio fue un objeto flexible, ligero, preparado para el viaje y la aventura”.

Un junco, en efecto, como dijo Pascal: pero junco pensante.

El infinito en un junco

Irene Vallejo

Madrid, Siruela 2019, 472 pp​.

 
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Rafael Toriz

(Veracruz, 1983). Es egresado de la Facultad de Lengua y Literatura Hispánica (uv). Entre sus publicaciones destacan Animalia, editado por la Universidad de Guanajuato, y Metaficciones, editado por la unam, ambos en 2008. Publicó La distorsión en 2019.


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