Escena de la pieza Amarillo, Teatro Línea de Sombra. Fotografía: Roberto Blenda
Como seguramente notaron mi entusiasmo, antes de terminar las vacaciones de diciembre los compadres me regalaron la novela Nosotras (Paraíso Perdido, Instituto Sonorense de Cultura, 2023), de Suzette Celaya Aguilar (Hermosillo, 1982), la cual aborda, mediante el espejo de la ficción literaria, el fenómeno de desplazamiento forzado que vivieron las poblaciones de Tepupa, Suaqui y Batuc cuando la presa El Novillo se llenó.
Narrada en primera persona a lo largo de veintisiete capítulos, la novela cuenta principalmente la historia de Violeta, una mujer joven que, atrapada espiritualmente en el triángulo macabro de su abuela, su madre y su hija muertas, hereda la casa familiar, ubicada en la parte alta del pueblo —no se dice el nombre; al mismo tiempo es Tepupa, Suaqui y Batuc— que próximamente será inundado. Para lograr un efecto coral complementario al punto de vista único de Violeta, Suzette Celaya alternó entre cada capítulo estampas o diálogos de lugares y personas del pueblo.
Lo que hasta hacía poco era la vida normal, se ve trastocada radicalmente por la urgencia de evacuar. Agentes gubernamentales convencen a la mayoría de los vecinos de aceptar una indemnización por sus hogares, con la promesa de que ese dinero les servirá para establecerse en la ciudad. Una migración forzada que se suma a la ya impulsada por el Programa Bracero de 1942. El discurso demagógico de los agentes del gobierno es que si la gente se va y deja atrás su modo de vida tradicional, cooperará con el progreso de la región y además gozará de sus beneficios, pues la presa generará electricidad y a su disposición habrá Luz, ese mito con mayúscula de la Modernidad materializado por una deidad o fuerza institucional de la naturaleza llamada, aquí, Comisión Federal. Muchos aceptan y pronto se marchan. Poco a poco, como fuga de agua que vacía un tinaco, el pueblo se afantasma y adquiere un aspecto rulfiano en el que las tensiones sociales antes aceitadas comienzan a rechinar igual que un teatro de calacas atormentadas —hay un capítulo entero dedicado a la exhumación de cadáveres en el panteón—.
Quienes permanecen todavía en el pueblo advierten que la indemnización es injusta y negocian de forma grotesca con unas autoridades cada día más esperpénticas. La inminencia apocalíptica de la inundación opera en la psique de cada personaje de manera distinta: hay quienes incurren en asesinato, lujuria, ebriedad, negación, cinismo o simple aburrimiento, como Javier, el hombre que se dedica a atrapar víboras venenosas nada más “para tener algo que hacer” en lo que llega la inundación. Las convenciones se relativizan y las instituciones morales dejan de importar. Abusos históricos y familiares salen a la luz por unos momentos antes de quedar sumergidos para siempre. Sin policía ni iglesia, es momento para los crímenes y las venganzas, pero también para las alianzas, las reconciliaciones.
Leo en la solapa de Nosotras que la autora escribió también una tesis de maestría en Ciencias Sociales titulada Lo que El Novillo se llevó. Me pregunto entonces qué es lo que puede decir una obra literaria que no diga un texto académico. Hojeo de nuevo la novela y aprecio las importantes dimensiones del delirio, las apariciones simbólicas que no encajan en la causalidad de los hechos históricos y, sin embargo, los llenan de sentido y los vuelven transmisibles mediante la narración y la leyenda. Imponderables son los actos de magia que pacta la ficción al decir y “volver realidad” que Violeta se quedó en el pueblo cuando los últimos se fueron y, tras la llegada del agua, se convirtió en un árbol que espera reverdecer pese a la muerte que lo rodea.
Lo históricamente cierto y comprobable es que, desde finales de la década de 1960 hasta el año 2013, la presa El Novillo, ubicada en la cuenca del río Yaqui y operada por la Comisión Federal de Electricidad, represó agua para producir energía en la región. Téngase en cuenta que, en dicha cuenca, hay tres presas que gestionan de manera distinta un mismo líquido. La primera y más antigua es La Angostura, que por un decreto presidencial de Lázaro Cárdenas aún vigente en nuestros días debería destinar el cincuenta por ciento de su agua para consumo humano y agrícola de las comunidades yaquis, aunque en la práctica no es así, pues sirve principalmente para abastecer a numerosas empresas mineras que operan en la Sierra Madre Occidental. La segunda es la mencionada hidroeléctrica El Novillo y la tercera se llama Oviáchic, que alimenta, sobre todo, a las grandes empresas agroindustriales del valle y, desde 2020, a la gigantesca cervecera Constellation Brands, instalada en Ciudad Obregón después de que en el año 2019 fuera expulsada de Mexicali, Baja California, por el colectivo Mexicali Resiste debido a que su funcionamiento agravaba la crisis hidrosocial que se padece en la cuenca del río Colorado.
Desde el año 2013, una gran parte del agua que cubre las ruinas de Tepupa, Suaqui y Batuc en la hidroeléctrica El Novillo comenzó a ser trasvasada a la presa Abelardo L. Rodríguez, ubicada en la cuenca del río Sonora, como una manera de paliar la sequía y garantizar el abasto en la ciudad de Hermosillo. Ingenierilmente hablando, dicho trasvase de una cuenca hidrográfica a otra es un tubo de ciento cuarenta y seis kilómetros de largo por cincuenta y dos pulgadas de diámetro llamado Acueducto Independencia, el cual conduce, al menos en teoría y gracias a dos plantas de bombeo eléctrico, setenta y cinco millones de metros cúbicos de agua al año. Viéndolo con otra perspectiva, el trasvase es la materialización en infraestructura de un modo de ilegalidad operado desde el Estado para favorecer a sectores sociales específicos —el empresarial y el urbano— a costa de poblaciones marginadas —comunidades indígenas, rurales y urbanas de bajos recursos económicos—.
La Tribu Yaqui se enteró de la construcción del Acueducto Independencia por los medios de comunicación, cuando el proyecto ya estaba aprobado por el Estado, sin que nadie los hubiera consultado al respecto, aunque por decreto presidencial ellos tienen derecho a esa agua. Una parte de la Tribu interpuso un amparo ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, misma que “canceló la Autorización del Manifiesto de Impacto Ambiental del Acueducto por violar el derecho a la consulta para la realización del megaproyecto”. Avalados por la Suprema, los yaquis mantuvieron durante un par de años un intermitente paro carretero como forma de manifestación. Sin embargo, al final “el Acueducto se construyó por encima de la ley; contra toda lógica legal, se inauguró en 2013 e inició sus operaciones pese a que órdenes judiciales señalaban su irregularidad”.
La consecuencia directa fue que la parte baja de la cuenca, donde se encuentran los Ocho Pueblos Tradicionales Yaquis, se secó. Hace años que el río no corre por esas tierras, lo cual no quiere decir que no haya agua. El líquido del Novillo que no se trasvasa hacia Hermosillo mediante el Acueducto Independencia y que por lo tanto se queda en la cuenca del río Yaqui y llega a Oviáchic, se canaliza y fluye como el capital en la agroindustria del valle, en la Constellation Brands y en la zona urbana de Ciudad Obregón. Por su parte, el agua del El Novillo que sí se trasvasa a Hermosillo sirve principalmente para las industrias instaladas en esa ciudad. En segundo término se distribuye entre la población, que la recibe a cuentagotas a determinadas horas del día o de plano no cuenta con ella más que a través de pipas y cubetas. Mientras tanto, la fábrica de automóviles Ford en Hermosillo consume 64 352 000 litros de agua al mes, según un artículo publicado por la propia empresa en Internet.
En este punto las aguas y las historias se mezclan. Según lo que observé, los viernes por la noche es común encontrar obrerxs de la fábrica Ford en el Club Obregón. Esa noche todos bebimos cerveza y bailamos. Seguramente en sus casas, como en la de mis compadres, el suministro de agua es limitado. La inminencia apocalíptica opera en cada psique de manera distinta, pero incluso en los tiempos de escasez Mad Max, los humanos bailamos una danza macabra. ¡Viva Tepupa! La Cuauhtémoc Moctezuma opera dos plantas en Sonora: Tecate y Navojoa. Toda agua lleva historias, voces, pueblos sumergidos. Para fabricar un litro de cerveza se necesitan de tres a cinco litros de agua. El Acueducto Independencia no es la única fuente de Hermosillo. Los pozos de la presa El Molinito surten a la capital del estado con agua de la cuenca del río Sonora. Para narrar lo que sucede en esa cuenca hay que trasvasar las historias.
Hace poco, Mónica Nepote me recomendó navegar el sitio www.georelatos.mx, de la escritora sonorense Gabriela Villa. En agosto de 2014, el río Sonora sufrió un desastre ambiental. La página georelatos despliega una vista satelital de la cuenca y nueve puntos ribereños: Cananea, Bacoachi, Arizpe (dos veces), Banámichi, Huépac, San Felipe de Jesús, Aconchi, Baviácora y Ures. El seis de agosto, una minera de Grupo México derramó cuarenta mil metros cúbicos de cobre acidulado en el río Bacanuchi de Cananea, afluente del Sonora. Cada punto lleva al audio y al texto de un cuento ilustrado con tomas de dron del sitio donde suceden los hechos narrados, en su mayoría cuentos que tienen el derrame de cobre acidulado como telón de fondo. En “El ombligo” (Bacoachi) una madre le habla a su hija después de que esta comió lodo en el río. Ahí encuentro otro “nosotras” —para mí un “ellas”— que me conmueve: “Al otro día anunciaron lo del río y allí me entró el remordimiento de todo mi cansancio acumulado. Sin apagar el radio te desperté para lavarte la boca con jabón Zote. Aunque no parecía que íbamos a tener nada de lo que decían te revisé todita antes de calentar el agua y bañarte. No había nada que se pudiera leer en tu ombligo. Tenemos la raíz unida desde dentro, pensé. Tú cantas y yo canto. A veces nosotras cantamos”.
(Mazatlán, 1988).
Es ensayista y narrador. Estudió Letras Hispánicas en la unam. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y el Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales, antes Fonca. Es autor de tres libros de ensayos: El investigador perverso (2014), Nadie es tan desvergonzado como desea (2019) y Drenajes (2022), así como de la novela Desagüe (2019). Fue ganador del Premio Nacional de Novela Histórica Ignacio Solares 2020.