La portada de Las indignas, novela de Agustina Bazterrica (Argentina, 1974), reproduce un detalle de Brujas yendo al Sabbat, de Luis Ricardo Falero, pintor decimonónico casi desconocido en su natal España, pero célebre en Inglaterra, donde se avecindó hacia 1887. Tildado de pornógrafo en España e incluso en Francia, su exaltación de la sensualidad femenina, sus cuadros orientalistas y sus temas esotéricos, en los que brujería y erotismo concuerdan, fueron apreciados por la sociedad inglesa.
A primera vista, el cuadro de Falero en la portada parecería un equívoco, porque en su novela Bazterrica narra la existencia de un grupo indeterminado de mujeres en la Casa de la Hermandad Sagrada, que las rescata de la desolación de un mundo postapocalíptico, pero que las atrapa en una comunidad distópica, en la que la tortura psicológica y la física se cumplen de un modo sistemático que evoca al marqués de Sade; atmósfera crispada ajena a la luminosidad y el erotismo gozoso de los lienzos de Falero. Sin embargo, el equívoco comienza a despejarse cuando la innominada narradora en primera persona apunta:
Como también es peligroso escribir esto, en este instante, en este lugar, pero lo hago para recordar quién era yo antes de llegar a la Casa de la Hermandad Sagrada. ¿Qué hice, desde dónde vine, cómo sobreviví? No lo sé, algo se quebró en mi memoria que no me deja recordar.
Con gran dominio narrativo, Bazterrica enlaza el relato postapocalíptico y el distópico mediante la anónima narradora, mirada única que expone las intimidades de ese microcosmos cruel donde las mujeres pierden la identidad y la historia personal para rebajarse a insectívoras, sumisas a una nueva religión que desecha al “Dios erróneo, el hijo falso, la madre negativa”, pero que reprime la disidencia con la misma furia e intolerancia que cualquier otro fanatismo religioso.
En las palabras de la narradora se asoman las primeras luces de la rebelión, a pesar del recuento, ya indiferente, ya afligido, de los recursos con que Él y la Hermana Superior imponen la resignación y la enajenación, y que llegan a extremo en los castigos que se infligen las mujeres entre sí como ofrenda para la protección de su Dios. Son castigos en los que impera el rencor, la envidia, la desesperación:
Tengo la espalda marcada con latigazos que me dio Lourdes, porque la Hermana Superior estaba ocupada con otras indignas.
Sé que Lourdes disfrutó cada momento. Intentó ocultarlo, pero le vi el brillo en los ojos.
Narrada desde un punto de vista único, Las indignas, sin embargo, es una novela polifónica, gracias a que Bazterrica recurre con habilidad a la intertextualidad, la sinestesia y la anagnórisis, recursos que imprimen a la historia de plasticidad y tensión discursiva. En efecto, estructurada como un largo relato, sin capítulos y apenas con divisiones, en su relación de hechos la anónima narradora apunta que ha destruido muchas páginas, e incluso en el texto observamos sus enmendaduras y tachaduras y, por ende, somos lectores tanto de sus confesiones como de sus secretos y confusiones, lo que se advierte en las referencias intertextuales a Circe, que reúnen a la bruja mitológica y al cuento de Julio Cortázar:
En ese instante pensé en el nombre Circe. Recordé las caras de fascinación de los niños tarántula cuando les leía fragmentos del cuento de una mujer que le preparaba bombones a su novio, bombones con cucarachas. También recordé que mi madre me hablaba de una hechicera capaz de convertir a los hombres en animales.
Postapocalíptico y distópico, irrepresentable, Bazterrica permite a su narradora explicar el mundo en que habita por medio de sinestesias en las que se cruzan imágenes poéticas y metáforas que se vuelven más audaces con la presencia de Lucía en la vida de la narradora: “Hace días, semanas, horas que solo espero escuchar su voz amarilla, esas palabras de lobo. Hace días, que solo quiero tocar su piel, que solo quiero sentir su aroma de pájaro de aire.”
Para la relatora la escritura es confesión que deviene rencuentro consigo misma, anagnórisis que implica rebelión. La escritura como acción creativa conduce a la búsqueda de la libertad como acción que refunda al mundo. Es decir que cuando leemos las clandestinas palabras de la narradora, atestiguamos la recuperación del ser individual, el proceso, angustiante y hermoso, de aceptación de sus traiciones y sus fidelidades, de su miedo y su valentía.
En un mundo postapocalíptico, arrasado por desastres ambientales y por la falaz redención prometida por la inteligencia artificial, y en un microcosmos distópico en que la constancia del dolor reduce la vida a la enajenación y los sentimientos al miedo y el rencor, el amor de Lucía y la narradora (que se dicen sus verdaderos nombres) es un desafío que cuestiona el orden instaurado por las figuras misóginas de Él y la Hermana Superior, mujer masculinizada que ejecuta los mandatos del líder con celo atroz. Desafío que representa la autonomía del ser individual por encima de un salvador improbable, como intuye y descubre la narradora.
Se trata de un desafío que complementa la rebelión de la palabra escrita, la que expresa los pensamientos y emociones de la narradora, su ansia de emancipación, no sólo individual, sino colectiva, de superar la condición de indigna, no para ser una elegida o una santa menor, sino para ser ella, para que las mujeres sean ellas, seres capaces de gozarse a sí mismas, como las brujas en los contestatarios y provocadores lienzos de Falero
Si, como expone el filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi en su libro La segunda venida, nos encontramos ante el advenimiento de un neofascismo que ha provocado un apagón de la sensibilidad y de la razón, tan estéril como el otro, entonces es a esa distopía que crea escenarios postapocalípticos para ejercer el dominio absoluto de la sociedad (Javier Milei en Argentina), a la que se opone la memoria escrita en Las indignas, novela que se expresa desde una mirada única, pero que es plural en lecturas perspicaces y fructíferas
Las indignas
Agustina Bazterrica
México, Alfaguara, 2023, 192 pp.