Robert de Montesquiou (quien inspiró al personaje Palamède de Guermantes, barón de Charlus, de À la recherche du temps perdu, de Marcel Proust), retratado por Giovanni Boldini, Museo de Orsay. Imagen: Wikimedia Commons
Roberto Calasso, reconocido por su labor como director de la editorial italiana Adelphi, fue una de las plumas más interesantes de la ensayística contemporánea. Filippo la Porta lo describió como “un crítico-escritor sin método, antiacadémico, laberíntico y seductor, riguroso y divagador”. A lo largo de su carrera, su prosa se erigió como un gran proyecto de materialización de lo invisible y de su comunicación con lo humano a través de lo simbólico.
Su escritura estuvo influida por Nietzsche, cuyo Ecce Homo prologó para la edición de Adelphi, en 1969, y que, además, analizó a conciencia en “Monólogo fatal”, texto de apertura de Los cuarenta y nueve escalones, de 1994. En sus propias palabras, “Nietzsche encarna el advenimiento de un pensamiento que no quiere agotarse en la construcción de sistemas formales, conscientes o inconscientes; que no sabe ni quiere dar pruebas, que se presenta como puro imperativo, como sucesión de formas, que propende a ignorar a cada pasó lo que lo precede y lo que sigue”.
Así como en el filósofo alemán, el pensamiento de Calasso tampoco se agota en un sistema clausurado. En su vasto corpus exploró muchos temas, problemas y figuras, poniendo siempre en relación los mitos fundacionales y el devenir moderno de la conciencia. Su obra y pensamiento poseen un carácter seductor y enciclopédico que va desde el arquetipo del jeroglífico (Los jeroglíficos de Sir Thomas Browne, 2010) hasta el terrorismo islámico (La actualidad innombrable, 2018), pasando por la pintura de Tiepolo (El rosa Tiepolo, 2008), y el cine de Hitchcock (Los cuarenta y nueve escalones, 1994).
Nacido en el seno de una familia intelectual de la Toscana, Calasso creció rodeado de libros; su madre fue una destacada especialista en literatura alemana, quien dejó la academia para dedicarse al cuidado de sus hijos, y su padre fue profesor universitario de Derecho. Su abuelo materno, Ernesto Codignola, dirigió La Nuova Italia, una importante casa editorial fundada en Venecia a mediados de los años veinte, la cual se mantuvo activa hasta finales de la década de 1990. Tampoco le eran ajenas las bellas artes. Las buenas relaciones de su familia con otros círculos de intelectuales lo llevaron a tener contacto constante con pintores, escritores y músicos. Entre sus allegados encontramos nombres como los de Hans Jæger, Paul Oskar Kristeller, Mijaíl Ivánovich Rostóvtsev, Leonid Pasternak, Giorgio Pasqualli y Grete Bloch.
No se sabe cuándo Calasso adoptó el pseudónimo “Memè Scianca”, mote con el que también tituló a uno de sus últimos libros, publicado póstumamente por el sello español Anagrama, en 2023. El nombre tiene una estrecha relación con Palamède de Guermantes, barón de Charlus, un famoso personaje, creación de Marcel Proust. Se trata de un inteligente aristócrata de gustos brutales, aunque refinados, que aparece en algunos pasajes de En busca del tiempo perdido. El sobrenombre de Palamède era “Memè”, y es el probable origen del sobrenombre elegido por el autor durante su niñez.
Sobre el apellido Scianca, el pensador afirmó que no tenía claro cuál era su origen, pero podría tener relación con aquello que “una voz femenina” le dijo. Se trataba de “un nombre indio: en sánscrito, shanka, ‘concha’, utilizada para las libaciones de agua. Perforada, se usaba en la batalla por el sonido que emitía, como un cuerno o una trompeta”. Para el Calasso infante, Memè Scianca era un nombre singular e irrepetible por su nula gracia sonora, pero también porque le “hacía pensar en la delincuencia” y la enfermedad.
Inspirado por el ejercicio autobiográfico A mis hijos. Recuerdos de los días pasados, del intelectual ruso Pável Florenski, Calasso reunió algunas de sus memorias infantiles en Memè Scianca. En él, el escritor, mediante textos muy breves, hace patente una cierta percepción lacunar del tiempo, un ir y venir característico de quien habita la memoria previo a la rememoración.
Desde los primeros momentos del título, el ensayista deja clara su obsesión escritural, así como una cierta inquietud autobiográfica que no se vio atendida sino hasta su vejez. Para él, “escribir quedaría ligado para siempre a la exploración de algo lejano, también en la lengua, que me parecía más urgente que cualquier otra cosa sobre mí, incluido yo mismo”.
La intención de Memè Scianca era evitar la progresión lineal de sus vivencias, ya que “la memoria está hecha fundamentalmente de agujeros, como un territorio acribillado de cráteres volcánicos ya inactivos”. De ahí el carácter laberíntico y fragmentario de las memorias calassianas. De acuerdo con el autor, hay una especie de pérdida de fiabilidad en el encadenamiento lineal de los elementos que componen la memoria, pues al relacionarse de tal manera, éstos tienden a desfigurarse fácilmente. De ahí que fuese necesario aferrarse a los jirones de cada recuerdo: “todo fragmento que aflora podría aflorar por última vez”.
Aunque no sean precisos y se presenten como incompletos, los recuerdos a los que Calasso alude constituyen un panorama anacrónico de aquello que lo llevó a convertirse en el gran escritor con el que hoy estamos en deuda. Los momentos vividos en la casa de sus abuelos maternos, ubicada en el poblado de San Domenico, en la cual su familia se refugió durante algunos momentos del régimen fascista, se entretejen con detalles sobre los afectos y aficiones de aquel niño: Gnao, el gato de tela que lo acompañó hasta el momento de su muerte; los autos de las Mille Miglia, carreras automovilísticas de resistencia llevadas a cabo en Italia entre 1927 y 1957; los cuentos de “el Drama”, un escenario de títeres itinerante al que Calasso acudía durante su estancia en Viareggio.
En esa urdimbre, el narrador relata cómo fueron sus primeros acercamientos con los grandes músicos de la época, patrocinados por Paolo Nassi, un pediatra wagneriano, quien era también el padre de su mejor amigo. Los conciertos del director alemán Hermann Scherchen tuvieron un papel fundamental en el acercamiento del autor al teatro. Asimismo, las charlas con un compañero de escuadra en el calcio crearon en él la necesidad de leer a Proust, cuya obra llegó a sus manos como un regalo de su padre durante la Navidad de 1954. A través de su narración, Calasso nos convierte en cómplices de la lectura de los tomos de En busca del tiempo perdido, la cual coincidió con un período de convalecencia por una caída, cuyo resultado fue una rodilla lastimada.
Desde Proust hasta la literatura policíaca norteamericana, Calasso se vio arrasado por la lectura, una “región ignota y fascinante”. Incluso, fue en la literatura en donde tuvo lugar su despertar erótico. Cumbres borrascosas (1847), de Emily Brontë, y El Orlando furioso, de Ludovico Ariosto, ilustrado por Gustave Doré, enmarcaron la llegada de su adolescencia.
Posteriormente, Memè Scianca dedica varias páginas a una anécdota familiar. Años antes de su despertar erótico adolescente, fue testigo de los intentos frustrados por arrestar a su padre, junto con otros dos profesores universitarios abiertamente antifascistas, acusados por el asesinato del filósofo fascista Giovanni Gentile en 1944. Sin embargo, el cónsul alemán en Italia, Gerhard Wolf, logró presentar algunos alegatos en favor de los docentes, consiguiendo su liberación, pues éstos no estuvieron relacionados con la muerte del llamado “filósofo del fascismo”.
Al establecer el contexto en el que dichos sucesos tuvieron lugar, así como las relaciones de causa-consecuencia que llevaron a Wolf a abogar por su padre, Calasso convierte, una vez más, su trabajo en una aplicación del pensamiento narrado. Es decir, en un tipo de escritura en la que las narraciones se intercalan con momentos de reflexión que se acompasan sobre el ritmo del relato.
De acuerdo con Elena Svrojabacca, para Roberto Calasso los relatos son capaces de generar y propagar el significado más eficazmente que otras formas expresivas. Por eso es por lo que su laberíntica escritura resulta cautivante. Un claro ejemplo de ello es Memè Scianca, en donde enmarca la diferencia entre el “hoy”, ese momento en el que escribió su autobiografía fragmentada y su vida en Florencia hasta 1954, marcada por la imagen de los escombros de Via Por Santa Maria, cuyo “olor a detritus” envuelve “todavía los recuerdos”.
Memè Scianca
Roberto Calasso
(Traducción de Edgardo Dobry)
España, Anagrama, 2023, 120 pp.