La piñata, Soledad Velasco.
Mi primer contacto con la pintura de Soledad Velasco (Oaxaca, 1964) fue en el año 2019, durante el xv Aniversario del Colectivo Arte Guenda, grupo en el que han participado más de veinte artistas visuales mujeres de Oaxaca, de México y de otros países. El colectivo celebró sus quince años con una exposición llevada a cabo en el Museo de los Pintores Oaxaqueños (mupo), llamada El sendero de los espejos. Guenda se formó en un momento en que había en el estado poquísimos espacios para las mujeres dedicadas a las artes. Las galerías y los museos exhibían escasamente obras de las artistas. El colectivo abrió un camino de visibilización importante, fraterno y colaborativo.
Sólo cuatro años después de la exposición de Guenda, se presentó la exposición individual A Eva, en el mismo museo, la cual revela con mayor amplitud la naturaleza del trabajo de la artista. El título mismo de la exposición remite a un interés arquetípico en la figura de Eva, como mujer origen, portadora de una carga mítica que Velasco quiere reelaborar desde su propia experiencia. No en balde un díptico en el que se representa a sí misma lleva por título Yo soy yo…/…Y mi circunstancia. Tal frase de José Ortega y Gasset puede tomarse como una declaración de principios.
Los cuadros de Velasco vienen de una experiencia y reflexión directa antes que ser fruto de la aparición espontánea e irreflexiva que de pronto se manifiesta en la tela. Destaca la calidad del dibujo en todos los formatos que utiliza, sean grandes o pequeños; la precisión y cuidado en el trazo, así como la aparición de elementos simbólicos más o menos constantes en las piezas. Cada una de ellas expresa una narración por descubrir. La visión de manos, brazos, zapatos puede llevar a largas consideraciones; lo mismo la figura del pulpo, los borregos, los peces, y de objetos tan extraños como la escafandra, que, sin embargo, cobran sentido cuando se insertan en el conjunto del discurso, o, mejor dicho, de los varios discursos que la artista ofrece.
Tres aspectos en ellos me han interesado particularmente. El primero tiene que ver con el ámbito literario que rodea las obras; el segundo, con el manejo personal del color que hace la artista, y el tercero se refiere a la relación que mantienen sus piezas con la realidad.
...Y mi circunstancia, Soledad Velasco.
Respecto a la literatura, uno de los cuadros de esta exposición lleva por título Frankenstein. En esta pieza puede verse, parcialmente, el cuerpo del ser imaginado por Mary Shelley. Sabemos que el monstruo creado por Víctor Frankenstein, al cual podemos considerar su hijo, fue un ser de extrema sensibilidad e inteligencia, y también conocemos su trágico destino, desatado por la incomprensión del mundo.
En la obra de Soledad Velasco, la creadora del monstruo es una mujer, la propia artista, que se autorretrata. Lo hilvana con aguja e hilo, instrumentos profundamente femeninos que han caracterizado por siglos los quehaceres cotidianos de las mujeres y sus productos artísticos. La ambición de hacer se centra en la mano en alto de la mujer y es algo para detenerse. Mary Shelley escribió su novela deseando hacer reflexionar a sus lectores en la naturaleza humana. En este cuadro, la artista mantiene un diálogo y un acuerdo con Mary Shelley, hija de una de las primeras pensadoras feministas de la historia, Mary Wollstonecraft.
En la postura de Soledad, la mujer puede ser creadora desde lo terrible que, no olvidamos, también alcanza lo bello. En el cuadro propone una creación, incluso, colectiva. Creamos al monstruo de nuestra ambición con los instrumentos al alcance, y quizá debamos preguntarnos, como lo hizo Mary Shelley, como lo hace Soledad, qué puede suceder después de esta osadía.
Frankenstein, Soledad Velasco.
El puro color en la pintura es un lenguaje, lo intuimos al mirar. Sea en lo figurativo, en lo abstracto o en la representación que se encuentra entre estos extremos, ocurre lo dicho, lo expresado por el color. La elección del color manifiesta una postura personal y tiene alcances culturales más amplios. “De ser un abismo insondable, el color se revela como una apta herramienta para redefinir y ampliar la percepción”, dice el estudioso David Horacio Colmenares al reseñar el libro Color y significado, de John Gage.
Me parece que en efecto es así. Y en lo que hace a la pintura de Soledad Velasco es claro que su paleta cromática se aparta del gusto o tendencia predominante en los lienzos de muchos de sus colegas en Oaxaca. Quizá porque el color de Oaxaca, en sus artes plásticas, ha sido más o menos una seña de identidad aprovechada por algunos artistas. Esta senda los acerca a lo que se ha llamado escuela oaxaqueña de pintura, esquema en el que no se ubica la obra de Velasco.
En cambio, sus colores provienen de ese ánimo reflexivo que contienen sus telas. No son algo fortuito. Los colores que utiliza y cómo lo hace apuntan a estados de ánimo, pero también a afirmaciones o refutaciones que el espectador reconoce. Acentúan la narrativa que propone. En A Eva, predominan el azul y el blanco, pero lo mismo están la línea y los tonos del negro, el rojo, el verde y el amarillo, siempre en equilibrio. Hay una especie de contención en el uso del color que huye del exceso. A Soledad, el color no se le desborda. La austeridad en su manejo no es privación ni falta. La artista no se engolosina con él y se agradece. Hay una dilatación en los tonos que logra resaltar las posibilidades de cada color elegido, en veladuras y matices, de una forma muy atractiva. El cuidado en esta manera de pintar invita a mirar con detenimiento, más a fondo. A gozar la puesta en escena del color. Su razón de estar en la tela en gamas, sin revolturas que induzcan a una confusión que no hay en la mente de la artista.
El color azul, en concreto, dentro de las series Durmientes, Retratos de emociones y Escafandras, responde a fuerzas psíquicas. Es un azul que envuelve la presencia asediada de los personajes retratados, sea que el asedio venga del hastío, la depresión o el aburrimiento. Fueron piezas realizadas durante la pandemia, de ahí su fuerte carga emocional, la contundencia de la opresión que revelan dentro de la soledad y el silencio que exponen. A su vez, el azul, si bien precedido por la carga de su simbolismo, anuncia la melancolía, el desasosiego; abre, sin embargo, vinculado con el agua, una vía a la fluidez y a la posibilidad de escapatoria.
Sobrevivencia, Soledad Velasco.
Desde el principio, la obra de Soledad Velasco me dejó una honda impresión. Sentí que se hacía preguntas importantes, como la vivencia del desequilibrio emocional y físico en las personas. Se abre a las posibilidades de lo erótico poniendo a la vista las afectaciones que puede provocar; representa el cuerpo femenino bajo criterios que descartan su idealización y lo colocan en situaciones de cuestionamiento. De modo que encontré en ella lo que el crítico Robert Valerio llama “la realidad de lo representado”, en Atardecer en la maquiladora de utopías. Ensayos críticos sobre las artes plásticas de Oaxaca, característica que el también poeta y narrador halló muy escasamente, en su momento, hace poco más de veinticinco años, en 1998, dentro de la obra de los artistas en Oaxaca. En su extenso análisis de este fenómeno, frente a lo “real maravilloso,” que en cambio sí vio, Valerio dice: “Y ¿qué hay de lo real doloroso, lo real espantoso, lo real vergonzoso? Son, en Oaxaca, realidades ausentes, es decir, posibilidades estéticas no exploradas”.
Muchos años han pasado desde esta aseveración de Valerio. A partir del año 2006, las obras sobre las “realidades ausentes”, que menciona Valerio, surgieron motivadas por la efervescencia social y política del momento, predominantemente en las expresiones gráficas. La calle fue tomada para realizar murales con esténcil y otras técnicas que plasmaron la disconformidad social. En la pintura, estas expresiones no fueron ni han sido después tan evidentes. Son varias las razones por las cuales estas “realidades ausentes” mencionadas por Valerio no emergen en la plástica hecha en Oaxaca; algunos factores que inciden en ello son las expectativas del mercado del arte, han dicho los propios artistas, pero hay también razones que tienen que ver con el agotamiento de ciertos temas a lo largo del desenvolvimiento del arte mexicano del siglo xx.
A Robert Valerio, quien murió en el mismo año 1998, no le tocó presenciar el aumento de la violencia atroz hacia las mujeres que hoy en día nos mantiene cercados. Esta es una de las realidades de nuestro tiempo que, probablemente, de vivir aún, él consideraría deseable ver plasmada en el arte de Oaxaca.
En A Eva se representa esta realidad en obras como Atrapada, La piñata, Y te salieron alas o Todo negro. En este conjunto, hay también obras que remiten a una saturación asfixiante de la existencia como La marea y La huida. En todas ellas, y otras más, el trazo y la selección del color inducen a pensar en males de nuestro tiempo como la docilidad, la violencia soterrada y la ausencia de espacio vital. Si la disidencia es la única posibilidad de avance en el arte, según han previsto especialistas como Charles Merewether, Soledad Velasco comulga con esa idea.
La marea, Soledad Velasco.
Poeta, narradora y editora mexicana. Estudió Leyes en la Escuela Libre de Derecho de la Ciudad de México. Postgraduada en Cultura Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid - Fundación Ortega y Gasset. Es autora, entre otros, de los poemarios Instantes de la llama, Brazos del tiempo y La caza del ciervo, éstos últimos publicados por la Universidad Autónoma Metropolitana.