Retrato del poeta español Luis Cernuda. Dibujo: Arturo Espinosa, Wikimedia Commons
Desolación de la quimera es el último libro de Luis Cernuda y el epítome de aquella relación dicotómica que caracterizó su obra poética, la de la realidad y el deseo. Publicado en 1962 y escrito en sus años en México —hogar último en el que se estableció después de un largo exilio en países anglófonos a causa de la Guerra Civil— es una obra en la que se describen numerosos viajes a través de las temáticas dominantes de su poesía: la memoria, la utopía, la añoranza de la juventud, la melancolía ante el pasar del tiempo, la ruina del cuerpo e incluso la revulsión ante los hábitos de la burguesía.
Dos años después de su primera aparición, el poemario se uniría al resto de la obra poética del autor como parte de La realidad y el deseo, mostrando, de nuevo, el uso de la palabra como la única posibilidad de encuentro entre lo añorado y lo vivido. A pesar de las diferencias de estilo con aquel Cernuda embelesado con el surrealismo de Un río, un amor (1929), la voz del autor se afila y vira hacia espacios indeterminados de expresión, donde la meditación pausada, el rapto ante la belleza y el desencanto ante los órdenes sociales, confluyen en una voz.
Si bien el Cernuda de la juventud ha sido loado por su espíritu de vanguardia y su exquisitez poética como lo haría Octavio Paz en Cuadrivio (1965), Desolación de la quimera, por su variedad de tonos y la sublimidad de su crítica, puede ser, para algunos de sus lectores, el clímax de su obra de vida. En ella se expresa, con más efusividad, la separación del mundo subjetivo de Cernuda contra la modernidad que lo subsume, a la par que manifiesta la forma en la que su ideal contemplativo se encauza hacia el cinismo. Añora lo que no es y lo que desaparece, a la par que critica aquello que constriñe a la belleza.
El eje de la obra poética cernudiana, afín al término del romanticismo germánico “Weltzschmerz”, se anuda en el estar del poeta en el mundo como sujeto dividido. Este vocablo alemán se entiende como “dolor de mundo” y alude a la sensación de dolor que se apodera del sujeto ante el reconocimiento de que el “deseo” —en tanto fantasía e imaginación— no calza con el mundo que se tiene enfrente. Dicha sensación —quizás ubicua en la poética cernudiana— atraviesa todo tipo de tintes en el libro, desde la nostalgia hasta la rabia profunda. Sin embargo, es de esa misma circunstancia de la que surge la lírica; la poesía brota como búsqueda para cerrar las brechas entre el mundo deseado y el tiempo presente.
En Desolación de la quimera, el título insinúa que las dos entidades que dividen la obra de Cernuda, el sueño y lo concreto, jamás hallarán reposo. Esta idea, sin embargo, oscurece la verdad que encierra el poemario. Cernuda y su quimera se lamentan, en el drama del texto, con una escritura que se desgarra ante las brechas entre lo que es y lo que quisiera que fuera. El abismo se destroza en el último rugido del poeta, y socava un espacio teatral en el que el lector se funde también en su persona, reconociéndose como un sujeto dividido entre las posibilidades de la letra y su capacidad de revuelo. El desasosiego es todo menos murmullo; la voz del poeta se puebla de dramatismo clásico, de los colores de la tradición iconográfica y del embeleso ante la música. En otros poemas también se hallan ecos de desencanto, no sólo hacia los demás, sino también ante el yo. El espectro emocional del libro oscila entre la observación quieta de la naturaleza y el rencor desbordado ante quienes subyugan el ejercicio de la palabra para así elevar discursos que van desde la diatriba prosaica hasta la reflexión nostálgica.
El desdén de Cernuda se dirige hacia figuras homólogas, a las sombras vampíricas que castran, se alimentan o tergiversan la literatura y la palabra. En “Birds in the Night”, narra el arrebatado amor de Rimbaud y Verlaine y así el poeta denuncia la hipocresía de aquella estirpe que los despreció y que, años después, se vanagloriaría de su legado. El poder y la sociedad hueca que los simbolistas repudiaron copta a la palabra. Escribe Cernuda:
¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?
Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio
interminable
Para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por
ella,
como Rimbaud y Verlaine. Pero el silencio allá no evita
acá la farsa repugnante […]
Ese desdén misántropo se expresa también en “Otra vez con sentimiento”, una suerte de elegía a García Lorca en la que expresa la pusilanimidad de los académicos del franquismo —en particular aludiendo a Dámaso Alonso— quienes raptan la figura del poeta, alabándolo con hipocresía mientras viven de la ideología que orquestó su asesinato. Repudiando la apropiación de la obra lorquiana, Cernuda reflexiona sobre el sinsentido de su actuar, de las fachadas de un mundo que sabe insulso pero que, en su extrañeza, no deja de despertar su rechazo:
La apropiación de ti, que nada suyo
fuiste o quisiste ser mientras vivías,
es lo que despierta ahí mi extrañeza.
¿príncipe tú de un sapo? ¿No les basta
a tus compatriotas haberte asesinado?
Ahora la estupidez le sucede al crimen.
El despojo de la esencia de la palabra es algo que Cernuda ve también en poetas vivos, incluso en sus amistades. “Supervivencias tribales en el medio literario” es un lamento ante la ruina en vida del propio Manuel Altolaguirre, amistad cercana de Cernuda, a quien concibe como un ser despojado de su don por la sociedad burguesa que lo circunda. Escribe Cernuda:
Quisieron consignar al olvido su raro don poético,
cuidando de ver en él tan sólo y nada más que a «Manolito»
y callando al poeta admirable que en él hubo
Los conflictos tanto entre orden y poesía como entre literatura y sociedad que se muestran en “Supervivencias” se conjuntan en un lamento por una forma de vida que Cernuda halla deleznable, pero vislumbran la resistencia de la alteridad a través de la palabra, que es lo único que se le aparece al poeta como un existir digno: uno que se entrega a la belleza. Estas mismas tensiones —también presentes en “Birds in the Night”— se expresan en otros momentos del poemario como reflexión histórica, ya sea en un pasado distante o en su contemporaneidad. Este encuentro de fuerzas es el eje al que se cierne “El poeta y la bestia”, en el que Cernuda indaga en la persecución de Goethe por parte de Napoleón, al igual que en el cierre del libro, una despedida rotunda a España: “A sus paisanos”.
Desolación de la quimera es entonces una expresión melancólica del dolor del mundo y aún más de aquel que se produce cuando la palabra, única vía en contra de esta fuerza, es ultrajada por lo que la sensibilidad desprecia. No obstante, a pesar del desasosiego del poeta, en el libro se hallan también algunas de sus contemplaciones líricas más memorables, recordándonos que la poesía y la música también se entraman sobre el papel.
En “Hablando a Manona” y “Niño tras un cristal”, la voz de Cernuda se vuelve tierna, casi a manera de canción de cuna. El poema inicial del compendio, “Mozart”, es una loa exuberante para el compositor, a quien Cernuda admira como si fuera “la música misma”. Más adelante, se presenta un poema de largo aliento: “Luis de Baviera escucha Lohengrin”, en el que se expresan la fuerza de la catarsis y la capacidad inherente del arte de trastocar al poder.
El amor por las imágenes también se expresa en las páginas de la obra final de Cernuda. Desfilan pinturas (“Ninfa y pastor por Ticiano”), estampas japonesas (“Bagatela”) e incluso descripciones de personajes literarios (“Dostoievski y la Hermosura Física”). Ante la gravedad de la existencia —incluso de aquello que circunda a la literatura— el poeta mira hacia el pasado, hacia otras artes. Con ello, el poemario se replantea también como un texto de estética, un ejercicio autorreflexivo del quehacer artístico —ya sea musical, pictórico o literario— donde se encuentra, de nuevo, que la belleza es el sosiego de vivir y quien la persigue, un ser noble.
En el último verso de “1936” —penúltimo texto del libro— Cernuda reflexiona sobre una conversación con un hombre desconocido a quien conoce en México. Se trata de un soldado que participó en la Brigada Lincoln en la Guerra Civil y su conversación evoca un sentido de esperanza. Cernuda comparte el consuelo de este encuentro con el lector. El poema cierra con palabras de agradecimiento que son un recordatorio crítico para leer a través de las sombras. A sesenta años de la muerte de Cernuda, la canción de los versos suena más clara nunca.
Hay quienes, a pesar de la oscuridad, aún se yerguen —y viven— en un sentido único de virtud:
Gracias, compañero, gracias
por el ejemplo. Gracias porque me dices
que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
uno, tan sólo uno basta
como testigo irrefutable
de toda nobleza humana.
Escritor, fotógrafo y creador interdisciplinario. Estudió la licenciatura en Letras en la unam y una Maestría en Literatura Comparada y Estudios Culturales en la Universidad de Cambridge. Ha trabajado en el ámbito museístico y como productor cinematográfico.