Déjame ser tus ojos

Verónica Bujeiro
Febrero-marzo de 2024

 

 

Reflejo, 1976. Fotografía: Wikimedia Commons

 

¡Mírame! ¡Mírame bien! De acuerdo, cambiemos el ángulo. Probemos uno más. Otro… ¡No, no llores! Seguro tuvimos una mala noche. Mírame por acá. ¡No, no! ¿Ya vas a empezar con las preguntas? ¡¿En serio quieres saber eso?! De acuerdo. Mi respuesta es: en este momento y en este mismo lugar hay alguien más bello, bella que tú. ¡¿Ahora me culpas?! Estás tan acostumbrada a verte en mí que has aprendido a aceptarte, pero si tu reflejo llega a caer en un espejo extraño verás otra cosa, acuérdate del último hotel. ¡No me amenaces con ese cepillo! ¿Qué quieres? ¡Es nuestro trabajo! Los espejos somos como esas amistades que te engañan con halagos, pero nunca vamos a mentirte. Siempre va a haber alguien más bello, bella que tú y alguien más feo también, por supuesto.  Pero, ¡tranquilízate! Vamos, vuelve a mí… Enganchemos nuestra mirada. Anda, vamos por el hechizo. Ven conmigo del otro lado. ¡Mírame! Me cuesta creer que no sepas la belleza que eres. ¿No me crees? ¡No vuelvas a amenazar con romperme! Las maldiciones que se dicen de nosotros son reales. Además, yo soy sólo una frágil superficie que te dice cómo te ven los demás. ¡Entiende! Soy un objeto del pasado. Conmigo puedes jugar, sostener un romance, hacernos las ilusiones de vez en cuando, pero nunca nos mentiremos por la mañana. Debes considerarte afortunada porque un espejo no siempre estuvo al alcance de todos. Mi posesión dependía de un alto estatus económico, pues poseer una idea de tu mirada es un verdadero lujo, ¿no crees? Pero te entiendo… Hoy en día los espejos tenemos retos muy complicados, hay otros artilugios que saben engañar peor que nosotros. Aunque a diferencia de ellos seguimos conservando nuestras cualidades mágicas. Se dice que podemos hablar, pero eso no es verdad. Todo esto que está sucediendo es producto de tu necedad. Si los espejos pudiésemos hablar… ¡Las cosas que diríamos! Sí, ya sé, hay un espejo parlante muy famoso, al que una mujer le hizo las mismas preguntas que tú me haces ahora. Pero, ¿sabes qué hay detrás de ese cuento? En principio la madrastra malvada era en realidad la madre biológica. ¿Puedes creerlo? La verdadera historia, la más siniestra, es que esa madre comenzó a reconocer en su hija a su propio reflejo y decidió envenenarla de a poco. No con manzanas emponzoñadas y esas tonterías, sino con leves comentarios como:

 

—¡Párate derecha!

—¡No saques la panza!

—¡Ya deja esa paleta! ¿No ves que estás muy gorda?

—No sonrías, se te ve el diente que no encaja en la boca. ¡Ay, ese diente! A ver si al crecer y con el desarrollo se te compone.

—A ver, ¿qué tienes ahí? Ay, no, heredaste la piel de la abuela. Ponte esta crema.

 

Y así la niña fue creciendo, rectificando en la mirada de mamá sus inseguridades, siempre fieles y dispuestas a desarmarla. Dejó de sonreír por el diente que no encajaba en la boca, vomitaba a escondidas porque se sentía demasiado gorda y ante cualquier imperfección quería arrancarse la piel a pedazos. La niña solía mirar su reflejo en uno de nosotros, pero la imagen que le devolvía iba directa hacia la mirada de la madre, forjando versiones monstruosas de sí misma. Pasaba horas rectificando sus defectos y aunque uno que otro logró convencerla de lo contrario, nunca dejó de sentirse incómoda, horrenda en ese cuerpo que no correspondía a la mirada de su mamita querida. Lejos estaba la pobre niña de entender qué pasaba realmente en la cabeza de su madre. Es duro cuando no sabes qué hacer con tu dolor y lo único que queda tras esas heridas que se llevan por años en la mente es envenenar la mirada de los otros. El único que tenía una idea era su espejo personal, porque cuando no tenemos enfrente a las personas también podemos verlas a través de sus objetos.

La historia de la madre era más que evidente: con sus colecciones de maquillajes, cremas, los vibradores faciales, los libros de dieta, los de autoayuda, los aparatos de ejercicio y los momentos en los que rompía en histeria y se tiraba al piso porque el espejo no respondía lo que ella quería. Su joven hija era un permanente recordatorio del paso del tiempo o una sustituta alejada de todos sus ideales, de ahí que quisiera destruirla a toda costa. Lo mejor es que esa niña fue realmente rescatada por un príncipe. El beso que se cuenta es un tacto íntimo que la liberó de la envenenada vista de su madre. Los espejos lo sabemos bien, pues los amantes siempre se prueban en nosotros. Imaginan la mirada del otro posándose sobre ellos y practican ese acercamiento, lejos de todo reflejo negativo. Este es el mejor momento para nosotros, porque la persona enamorada nos mira con la misma ternura que es mirada. Todos somos plenos en esa vista, pero no dura demasiado. Al “vivieron por siempre felices” sigue la rutina y la indiferencia. En ninguna parte se cuenta cuando el príncipe dejó de mirarla. Se cuenta que fiel a su estirpe, ella también salió a esparcir venenos dejando ciegos a mujeres y hombres para privar a todos de esa mirada que, según ella, le pertenece. Y la malvada madre no murió o no al menos como dicen. Es muy probable que la conozcas porque ahora ofrece venenos detrás de un mostrador o en imágenes fantásticas que aparecen detrás de objetos relucientes como las pantallas. Vende elixires milagrosos de belleza, pues, ¿quién no quiere que sea el cuadro el que envejezca por nosotros? Ella lo sabe y con sus zapatos de hierro baila una danza imposible. El sonido que hace encanta y urge a las personas a acceder a sus ofrecimientos. Con cada oferta que aceptas ella se come tu corazón y rejuvenece cada noche. ¿Cómo lo sé? Los espejos siempre hemos sido sus aliados. Si te untas sus pociones mágicas puedo reflejar algunos cambios repentinos, pero al paso de los días el ataúd de cristal seguirá creciendo contigo. Crecerá y crecerá hasta que no puedas despertar de tu sueño de incomodidades y expectativas. ¡Pero no me veas así! No soy un traidor. ¡Yo también he sido presa de sus engaños! Ella me recomendó esta poción de mercurio añejo para lubricar mi superficie, porque soy consciente de mi decoloración y ese reflejo cada vez más débil. Soy una superficie frágil, ya te lo dije. Pero eso no tiene por qué cambiar la relación entre nosotros.

  I'll be your mirror. Reflect what you are…

Me cuesta creer que no sepas la belleza que eres. Los demás son trampas, por favor no te reflejes en nadie más. Déjame ser tus ojos.

I'll be your mirror. Reflect what you are…

 Anda, vamos por el hechizo. Ven conmigo del otro lado. No me abandones. La parte de las maldiciones es cierta. Si algo toca nuestro corazón de cristal podemos hacer mucho daño. Si me abandonas podré contar todo lo que he visto de ti. No, no es una amenaza. Seguro probaste con el filtro, el maquillaje, la crema milagrosa, pero anda, ven conmigo, déjame ser tus ojos.

 I'll be your mirror. Reflect what you are…

Siempre podremos ser cómplices y entre nosotros ver mal a los demás. Lo que sé de ti, nadie lo sabe. Siempre estaré aquí, reflejando lo que eres. Por favor, no dejes de mirarme.

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Verónica Bujeiro

(Ciudad de México, 1976).

Egresada de la licenciatura en Lingüística de la enah, guionista y dramaturga. Es autora de los libros La inocencia de las bestias y Nada es para siempre. Ha sido becaria del Imcine, del Fonca y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.