Juega de toque
y saca de banda:
crónica de una batalla anunciada

Jesús Francisco Conde de Arriaga
Febrero-marzo de 2024

 

 

Fotografías: Rodrigo González Olivares, "El peso de la plaza", 16 de diciembre de 2023, Monumento a la Revolución

 

Quizás, inexistente lector, pudiera pedirle que haga un trayecto, junto a mí, al lado de un personaje que ha ido del metro Pantitlán hasta Indios Verdes, y entre viajes inusitados, pasó, quizás, por Garibaldi o por Santa Cecilia (parecen las mismas plazas, pero una está en la Guerrero y otra está en la capital del mundo, sucursal del cielo: Neza York); ha conocido el mundo y sabe que no es ni tan ancho ni tan ajeno, ha vivido entre vidrio, conociendo a quienes han escrito su vida de subida y saben que es lo mismo que de bajada. Este personaje conoció —permítame, lector, que sigamos junto a él— la calle: yo callé cuando lo conocí y lo vi cayendo entre la “merca” yendo de aquí para allá. En el tráfago ha conocido lo que pocos saben: el poder de la palabra. La lengua es la patria del hombre, y ha sabido que también en la lengua se libran batallas, y nuestro personaje, en el momento que quisiera que usted nos acompañara, estaba tallando versos en una libreta, esbozando metáforas y calambures: no le salen, es sólo un intento de ser parte del mundo que ve y contempla: frente a él hay una oportunidad de entender de otro modo lo mismo, de decir lo que siempre ha querido. A nuestro personaje, inexistente lector, tendríamos que bautizarlo: digamos que el azar lo nombró, pensemos que es, quizás, inocente, escribamos juntos su nombre: Inocencio Azar.

Y como el destino lo lleva escrito en su gracia, sus pasos lo han llevado hasta las afueras de un parque público, en donde un ritmo obstinado llena los callejones poblados de árboles. Y como si fuera un ritual busca rápidamente una tienda en dónde conseguir un par de tragos de aquella ambrosía que algunos llaman caguama. Deja el importe de tres Carta Blanca y piensa que, a sus casi cuarenta años, la Ciudad todavía le depara algunos secretos; en este parque, con parque suficiente en el morral como para un par de horas, se dispone a develar uno nuevo: una decena de jóvenes se juntan y se ríen y riman, de modos más o menos afortunados. Es un cipher —según le cuentan—, un término que, si bien se masificó con la película 8 mile, escrita por Scott Silver —quien también co escribió la inquietantemente seductora Jocker— y protagonizada por Eminen, viene de varias décadas atrás. En 1963, un estudiante de Malcolm X, Clarence 13X, después conocido como Alleh, el Padre, se separó, por no coincidir en sus preceptos, de la Nación del Islam, el movimiento político y religioso fundado por Wallace Fard Muhammad en Detroit, en los años treinta, que busca mejorar las condiciones políticas, económicas, sociales y espirituales de la comunidad afroamericana en los Estados Unidos. Alleh, quien en un principio llevó el nombre de Clarence Edward Smith, fundó, después de su separación de la Nación del Islam, The Five Percent Nation, también conocida como la Nation of Gods and Earths o los Five Percenters, bajo la premisa, entre muchas otras, de que el mundo se dividía en el ochenta y cinco por ciento del mundo, que no conoce a Dios en la Tierra; el diez por ciento, que son esclavistas, ricos y poderosos, y el cinco por ciento, que conoce el origen, es decir, que conocen a Dios.

Inocencio Azar es uno de esos vecinos que ve a dios en las esquinas de su barrio —Victoria y Norte 76— cuando juega de toque y saca de banda y sólo quiere alargar la noche. Esta vez, como siempre, va al encuentro de la promesa de un trago más que se hace breve y ve con desánimo que la fiesta languidece: pocas personas aguantan su ritmo; los jóvenes expropian los cascos de sus Carta Blanca que preludian la tormenta de la cruda y los mosquitos han hecho festín de la carne ebria: ni siquiera el humo del cigarro bien habido los espanta. Comienza a oscurecer e Inocencio quiere recuperar sus envases para no perder el importe, pero fracasa, y piensa que sólo le queda el regreso, siempre tortuoso, a casa, cuando escucha que cerca hay versos un tanto más pulidos, con una métrica meliflua y promisoria; Inocencio, viejo y derrotado por sus cuatro décadas enquistadas en la soledumbre, se acerca tambaleante al origen de esas cuartetas que poco tienen de Sabines y mucho de Quevedo.

 

Soy Horacio Quiroga

al que la gallina degolla,

este pollo no es gallo

tiene más cresta mi polla.

 

Tú dices carne de soya,

mi cuchillo lo desolla

meto un ejército en tu culo:

¡caballo de Troya!

 

Ya lo sabes,

te pongo a llorar como las cebollas,

son golpes de Chávez,

de Márquez, o de la Hoya.

 

Yo sí que traje un espectáculo de verdad,

tanto que van a llorar de la felicidad,

verán a David Bisbal llorando

en posición fetal

recibiendo una putiza

de la Maldita Vecindad.

 

Las manos en el aire,

mi voz en la bocina,

mi ego por las nubes,

su culo pa’ mi vitrina,

su cabeza en una bolsa,

rumbo a tierra alicantina

¡Ahí está su pinche campeón,

no me aguantó ni media rima!

 

Embelesado por los insultos vertidos en arte mayor y menor por igual, Inocencio inquiere en el origen de tan sutil prosodia; le cuentan, no sin antes soltar un par de tragos de su ya escasa cerveza, que es una batalla “escrita” que, a diferencia de lo visto antes, tiene en sus entrañas la especificidad de que las injurias son garabateadas con antelación; sin embargo, el improvisar y el escribir en clave de Hip hop guardan un secreto en común: son un código, un de-cipher, porque las rimas que los raperos adheridos o influenciados por los Five Percenters improvisaban o escribían contenían referencias al dogma y a sus creencias, y tenían que ser descifradas por los iniciados en los secretos del movimiento.

Inocencio se exalta y se embelesa en las posibilidades de pertenecer a un selecto, culto y refinado cenáculo en donde pueda decantar su virulencia en alguien que, con las mismas armas, lenguaje y métrica, pueda responder ante el desafío de hacer de las carencias virtud. Con el casco de su cerveza como testigo, y con el ofrecimiento de un cigarrillo Camel por delante, Azar firma su primera batalla ante un estudiante de medicina espigado y de cabello largo, también apasionado del arte de despanzurrar con rimas al prójimo: se hace llamar Welbu Gontier y pactan los términos de la peculiar lid: se verán en punto de la medianoche para batirse en versos.

“Dichoso usarcé que sabe la hora en que muere”, piensa Inocencio, y sabe que tiene un par de horas para pergeñar algunos versos heroicos, trocaicos y yámbicos: la sangre hierve y la promesa del combate lo obliga a brindar por el honor que está en juego; con el olfato entrenado y las noches a cuestas, no le es difícil encontrar en dónde perpetuar la leyenda del santo bebedor: frente a él, encallado en la calle de López, se yergue el bienaventurado “Montmartre”, un baño con servicio de cantina. Nuestro personaje se dirige con pasos sicalípticamente ebrios al promisorio lugar cuando, sin querer, y haciendo honor a su apellido, choca con un hombre de cabello corto, barba rala y mirada profunda. Ante los reclamos, Inocencio encuentra la única salida posible en esos momentos: lo reta a otra batalla escrita. Iván Espinosa —es la gracia del hombre— es su nuevo rival, y queda con él para enfrentarse a la una de la mañana. Azar cree que, en un par de horas, con una cuba terciada en la mano, podrá escribir los versos necesarios para medir su novel pluma en ambos combates.

Llega la primera cita. Welbu llega con actitud gallarda y comienza a espetar sus versos inmisericordes; Inocencio no siente lo duro, sino lo rimado; pensó mucho en sus ataques, pero no consideró la defensa. Welbu, con voz apagada y queda, acierta una estocada tras otra:

 

Mi fe está depositada, y en un disparo te liquidaré,

haré que llueva tu sangre, el mar de rojo iluminaré,

que incluso parecerá la bandera del país francés.

Esto quedará en la historia, pues esto es el Día D.

 

El señor Azar resulta ser escritor

Es un señor que aleja rockeras por su aspecto y olor.

Pensé y dije: “mejor pasa turno, porque será una completa decepción”,

pero supuse que amaba el freestyle como yo, y le tenía una gran pasión,

pues el freestyle no es un meme ni una serie, pero ante el rey, el azar no tiene la primera posición.

 

Aunque incluso tenga las llaves, este soldado de Ryan no me vence ni por sumisión,

Su misión aquí es intentar derrotarme, pero ni con Mau lograrías enterrarme un garfio en el pulmón.

Ni con un Kame Hame Ha lograrías causar una explosión.

Así que pídele a Dexo dexametasona para aliviar todo el dolor que te causaré yo.

 

El amargo trago de los versos de Gontier opaca el ron Appleton blanco en la garganta de Inocencio que trata de defenderse sin lograrlo; como puede, rima “francés” con “Lorencez” y suelta una rima pornográfica con Mia Khalifa de referente. Echa mano de los albures aprendidos en las calles de Neza York, pero queda derrotado. La pluma de Welbu Gontier está afilada y se enquista entre el orgullo y el pecho de Azar. La batalla no dura más de cinco minutos. Con el amor propio zaherido, regresa apresurado al sacrosanto Montmartre, pide tres cubas terciadas más que apura sin reparo, y comienza a corregir los versos que había preparado un par de horas antes. Con la orgullosa mirada fija en las servilletas improvisadas como pergaminos, observa los ataques que apelan lo mismo al cine mexicano que a la música pop noventera; a Heinrich Böll que a Muzio Clementi y al Doctor Chunga.

Llega la cita y le toca comenzar a él. Con los ojos enrojecidos y el aliento enfiestado, Inocencio atestigua cómo las rimas se agolpan en su lengua, se atan, se empalman, se encadenan y bailan desordenadamente entre sus dientes, pero no hacen por pasar más allá de sus labios, aferradas a la lúbrica ternura del ron. Termina el round que apenas quedó en dolorosos apuntes y su rival, Iván Espinoza,  comienza sus estrofas con sobria sevicia:

 

Mi pluma es un susurro en la mañana,

esa muerte que, sigilosa, te acecha en la mañana.

Soy la muerte en esta época dorada,

¡Ay, Macario!, por más que le des vueltas al asunto

siempre estará arriba tuyo.

 

Y es que esta muerte no trae guadaña ,

trae una L en la mano,

que cuando dispara hace Paz, y te atraviesa el alma.

¿No sabes en dónde estás?, pues bienvenido a Comala.

No hay Amparo Dávila que te salve,

no son contratos legales;

en tu comida vi la sombra de tu padre,

pues tu sólo eres un huésped y yo el inalcanzable.

 

Tú te escondes detrás de las redes, no quieres mostrarte en realidad:

quiero decir que te escondes detrás de las paredes, no quieres mostrarte: Minotauro de Creta

Twitter es tu laberinto, pero estás solo en esta batalla,

eso es tu Laberinto de la soledad,

porque tú y yo, tú y yo, somos muy distintos,

tú eres un personaje, yo soy una persona,

tú te disfrazas en el papel de intelectual, yo me muestro en mi intelectualidad.

 

Como escribiera Nicolás Guillén, Azar ha perdido tantas veces esta noche que ya llama Corona a la Victoria. Vuelve la vista, nostálgico, a la calle de López y ve con desazón que la cantina ha cerrado sus puertas. Sin embargo, con alivio también contempla que no queda nadie alrededor. Sus verdugos han partido y está en el centro de la Ciudad, cobijado por la promesa inclemente del próximo despuntar del sol, y con él, el castigo por los excesos de la noche bienaventurada. Inocencio, que trae las sombras de la noche en los ojos y la sed del marinero que regresa enquistada en la boca, comienza a andar hacia las entrañas del primer cuadro capitalino. Fiel a su vocación de perro noctívago, no tarda en hallarse entre los bastiones de un ron barato y un par de cumbias; pero antes, en una servilleta comienza a esbozar nuevos versos, en desorden; algunos son amorosamente cursis, otros están cargados con lesivo encono y unos más son en contra de la burguesía. De todos modos —piensa—, el amor y la vida son cruzadas diarias, y es menos doloroso enfrentarlas con los versos desenvainados y una rima a flor de piel.

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Jesús Francisco Conde de Arriaga

(Ciudad de México, 1983)

Narrador y ensayista. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas 2009 - 2011 y en dos ocasiones del programa Jóvenes Creadores del Fonca. Ha publicado Campanario de luz, y La espantosa y maravillosa vida de Roberto el Diablo. Es traductor de las novelas Panna María, de Jerome Charyn, así como de la trilogía Los cañones de los Médici, La esmeralda de los Médici y Los halcones de los Médici, de Martin Woodhouse y Robert Ross, publicadas por el Fondo de Cultura Económica. Editor de la revista Casa del Tiempo de la uam.