El epígrafe de la novela de Nora Coss, ganadora del Premio Bellas Artes Juan Rulfo para Primera Novela, es una afortunada y brevísima explicación de los sentimientos engendrados por la confesión del tormentoso mundo familiar, ya sea dentro o fuera de la ficción: “Si hablo, mi dolor no se calma: y si callo, ¿dónde está el alivio?” (Job 16:6). No es posible, o deseable siquiera, callar ni guardarse la vorágine de sensaciones desbordadas por el rompimiento familiar y sus consecuencias. Nubecita funciona como un alegato contra el silencio: nada debe impedir que el abuso quede sepultado, las palabras siempre abastecerán incluso a quien no puede —no quiere— hablar.
Esta vertiginosa novela es un largo soliloquio en el que Eliana, la perspicaz adolescente que narra la historia, nos deja caer encima todo su repertorio coloquial lleno de sarcasmo y una brutal honestidad para articular sus terribles experiencias familiares. Ya desde la primera línea ella establece su condición de encierro: “Siempre soñé con salir de casa. Más que salir, huir de ella”. La necesidad de escapar del dolor y el abuso anidado en su entorno doméstico es la primera característica manifiesta de Eliana. También es notable su claro estado de depresión y vulnerabilidad frente a los ataques de su madre y hermana, así como de la hostilidad mal disimulada de su padre. Se sabe aislada de todos; no recibe afecto, nadie le demuestra solidaridad ante su condición física determinada por el sobrepeso. El único apoyo afectivo lo halla en el Padre Miguel, líder católico de su natal Sabinas, Coahuila.
Si algo caracteriza Nubecita es el tono tan ambiguo con el que narra ciertas conductas oscuras de los personajes. Ahí reside su mayor virtud. Lo poco que sabemos con certeza está determinado desde la perspectiva de Eliana y es justamente lo que desconocemos —y que poco a poco comenzamos a intuir— aquello que constituye la parte más siniestra de este indeseable universo familiar.
Trazar el perfil de los personajes de Nubecita implica dibujar el mapa de violencia que los une. Todo el libro está atravesado por referencias espaciales vinculadas con la hostilidad, el desapego y el hartazgo dentro de esta familia clasemediera.
Pili se nos presenta como una adolescente consentida e interesada que lentamente percibe la conducta predatoria de Xavier, su padre, y comienza a tomar distancia. Desafortunadamente, los ataques sexuales paternos ya han sucedido cuando ella toma estas acciones.
La madre, Maribel, tiene evidentes aspiraciones de clase. Intenta, por todos los medios salir de la clase media baja construyendo otro piso en su casa, comprando ropa en tiendas caras a pesar de no tener suficiente solvencia económica para darse tales lujos. Es, pues, vanidosa, clasista y manipuladora. Resulta obvia su preferencia por Pili, en tanto la hija más bonita y simpática, opuesta a Eliana, a quien no se cansa de maltratar verbalmente por su sobrepeso y su manera de vestir. Maribel, pues, resulta una auténtica violentadora pues también solapa el abuso hacia Pili con tal de no despertar rumores que echen abajo sus esfuerzos de escalar socialmente.
Xavier, progenitor de las chicas y esposo de Maribel, es cómplice del maltrato de esta última hacia Eliana mientras ataca sexualmente a Pili. Hay un trato implícito entre ambos padres; cada uno aparta la mirada de las acciones reprobables de su cónyuge respecto a las hijas. Pero Coss no cede a la idea de que el horror se esconde detrás del padre abusador, también tenemos a una madre alcohólica, hipócrita, manipuladora y solapadora imposible de justificar y unas hermanas que, a pesar de vivir ese infierno, están dispuestas a pasar una encima de la otra con tal de obtener lo que quieren. En ese sentido, es interesante el lazo entre las hermanas. No hay sororidad entre ellas, tampoco compasión o empatía. Cada una atraviesa su inferno como mejor puede. Se llaman “piruja” una a la otra, se maldicen con la mirada, se detestan sin disimulo. El infierno es individual, aun a pesar de llevar la misma sangre y compartir un mismo techo.
Ahora bien, el Padre Miguel es percibido por Eliana como “un amigo, hermano, refugio”. Ella no siente ningún tipo de amenaza de su parte, incluso sabiendo lo ambigua y polémica que resulta su cercana relación para la comunidad católica de Sabinas. Coss elabora una aguda reflexión sobre la doble moral de la sociedad mexicana a partir de la intervención de este personaje; las sospechas de pederastia son legítimas, aunque no comprobables. Pero cuando se trata de lidiar con el abuso al interior del núcleo familiar —como es el caso de Xavier hacia Pili—, todo parece ser más permisible, se esconde con más convicción, se justifica con mayor presteza para evitar el escarnio público y la vergüenza.
Eliana asume progresivamente que el sistema de la vida familiar en ocasiones legitima, solapa y tolera el favoritismo, la competencia, el abuso. Ahí participa el ojo crítico de Coss; nada debería quedar “en familia”, nada es inofensivo. Eliana está condicionada para rechazar su propia imagen a partir del maltrato psicológico y verbal del que es víctima, también sufre la falta de educación sexual debido al pudor emanado del conservadurismo e hipocresía de su propia madre. Por tanto, los múltiples abusos tejidos dentro de este círculo familiar están vinculados con la desinformación y el anacrónico ultracatolicismo. Nadie, ni al interior del núcleo familiar ni tampoco los agentes externos a él, es capaz de desenredar la maraña de hipocresía, falsedades morales, relaciones ambiguas y resentimientos y, por ello, ceden ante el camino más simple: el solapamiento, el silencio, la normalización.
La construcción de una nueva habitación en la parte superior de la casa es el factor que desata la competencia desmedida entre las hijas Méndez Arreola, tomando como hilo conductor la persecución del amor paterno, un ideal que Nora Coss se encargará de pisotear con mucha destreza. El espacio doméstico, entonces, se convierte en una cárcel que resguarda el resentimiento y el abuso. Irónicamente, la intención de ampliar la casa mediante una habitación nueva es lo que hace que ese “hogar” fallido colapse progresivamente.
Resulta particularmente atractiva la forma en que cierra el primer capítulo de la novela. Eliana pierde la voz mientras asiste a misa con su familia. Ella está a punto de leer la primera epístola de Pablo a los corintios, quien escribe este largo texto en defensa de la fe y la virtud a sabiendas de que aquellos convertidos al cristianismo se enfrentaban al vicio, las tentaciones y la falta de fe causados por un creciente paganismo instalado en el corazón de Corinto. Podemos leer entre líneas que Corinto es un símil de Sabinas, Coahuila, donde transcurre Nubecita. Una ciudad llena de hipocresía, fe mal encaminada, abusos, omisiones e hipocresía.
Los versículos que lee son: “El amor [...] no toma en cuenta el mal recibido […] todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. ¿Cómo defender el amor, la institución matrimonial, en virtud de la incondicionalidad si al mismo tiempo se exige soportar y sufrir todo en su nombre? Este es el punto medular de la historia familiar en Nubecita: se soporta lo indecible en nombre de instituciones —el matrimonio y la familia— que ya no funcionan en favor de sus integrantes. La pérdida del habla de Eliana es una muestra simbólica de todo el universo retratado en la novela: la omisión y el silencio frente al abuso y la degradación.
No obstante la carga de dolor y degradación que anida en estas páginas, Coss se da el tiempo de plantear el asomo de un futuro bajo el cual todavía puedan corregirse las circunstancias adversas derivadas del rompimiento familiar sufrido por Eliana. Es casi a la mitad de la novela cuando insinúa que, en su presente de enunciación, ella ya escapó de su casa y que el resto de su familia, acaso, estén “muy quitados de la pena, disfrutando de la vida” tras su fuga. Una vez que Eliana entiende que su voz se ha ido, acaso para siempre, ella asciende a un estado mental y emocional cuasi zen que le ofrece la capacidad de formular algo parecido a la esperanza. En el cierre de la novela, ella escapa de casa y dice haber “aprendido a vivir en silencio […] El mundo ya no tiene nada que decirme”. ¿Qué esperar de un mundo como éste, a fin de cuentas? Mejor aspirar a la soledad, al silencio. Eliana, en ese estado de ascetismo y separación de lo mundano, se percibe a sí misma como una deidad joven y poderosa. Piensa que puede crear nueva vida, un universo mejor, y admite que su único deseo es la destrucción del mundo —de todo eso que la llevó al aislamiento, a sufrir lo indecible— como forma de acceder a un mejor mañana. Ella es la tormenta, la nube que borrará todo. El poder de rehacer el camino determinado por los demás está ahora en sus manos. A pesar del dolor y el desamparo, no todo está perdido.
Nubecita
Nora Coss
México, Nieve de Chamoy, 2019, 200 pp.