La novela, no sólo como género literario sino como estructuración de una perspectiva, desarrolla el problema de la consciencia y, por tanto, también el del inconsciente. De acuerdo con sus diversas épocas y contextos, muestra los laberintos psíquicos no sólo de individuos sino de colectividades, de ahí que percibamos elementos novelescos en películas, por ejemplo, en cualquiera dirigida por Amos Gitai, cuya filmografía se encuentra repleta de símbolos mesiánicos y judaicos. De igual forma, la conciencia inconsciente de Tolstoi o Dostoievski representa aspectos individuales y colectivos en torno a sus diversas maneras de entender el cristianismo. ¿Cuál es, así, la conciencia (inconsciente) que prevalece en Dominio de Claudina Domingo? Es la conciencia que se desarrolla desde el siglo XX con el existencialismo en Europa pero que, en América Latina, se filtra con su paciente y demorada gotera de ausencias y vacíos; se trata de la consciencia nihilista. Individuos sin Dios “ni temor de Dios”, actuando en un mundo destartalado, empobrecido (por tratarse de México), una generación “perdida” e insalvable (eso lo sabemos hoy), la generación de los ochenta en México: gótica, rockera, zapatista, una generación que nace con la crisis: crisis social, económica, ética, política. Una crisis que, además, caracterizará la entrada del siglo XXI en Occidente y que dominará el panorama sociopolítico de la “persona” en constante estado de fragmentación; las mujeres, por su parte y desde luego, ocuparán un lugar aparentemente “marginado” dentro de la crisis pero son, a la vez, el agente de los verdaderos cambios y de las luchas subterráneas: las mujeres transforman las mentalidades, modifican las concepciones ideológicas de fondo aunque no suelen aparecer como protagonistas en la historia oficial. Los tiempos de crisis denuncian inestabilidad, desasosiego; la constante sensación de no saber quién se es ni quién es el otro. Existe una ausencia de compromisos entre los seres humanos, de lazos duraderos, poca firmeza en la convicción, quebranto. Todo ello lo encontrarán narrado en Dominio. Relatando dos historias paralelas, la del presente narrativo de una mujer hospitalizada, y la de una adolescente nacida en los ochenta, Dominio es una novela sobre el viaje: el viaje de la vida misma hacia la muerte y el viaje de la experiencia en sus múltiples vericuetos.
Podríamos pensar que la novela es sobre el erotismo, sobre los cambios en la adolescencia, sobre la búsqueda de la libertad y, quizá, sí aborda estos asuntos, pero también, como si de un río subterráneo se tratara, trata sobre la fragilidad humana. La narración en primera persona es muy interesante porque siempre deja entrever el inconsciente del personaje; en Dominio, la protagonista (nombrada Claudina —uno de los elementos que ejercen el “pacto autobiográfico”—)[1] nos muestra su psique alumbrada por sus sueños y por su inteligente y descarnada conciencia crítica, pero, paralelamente, nos va mostrando sus pequeñas y grandes heridas. Deseando quizás esconderlas, el texto las muestra poco a poco, como una hiedra que se distiende plácida en los caminos del libro. Y la primera cuestión que salta a la vista en la narración es el insistente, necio y rotundo ocultamiento de la infancia; la infancia de la cual el personaje hasta reniega, auto-declarándose una adulta desde entonces, con un indicativo precioso narrado como de pasada, un momento en el que la niña enferma de las alergias que la acompañarán siempre. La sintomatología referida a las vías respiratorias, el asma y sus derivaciones, es muy elocuente: el ataque a la respiración, actividad primordial de la existencia, condiciona desde su aspecto más primario a un continuo ámbito necrofílico que se repite de muchas formas en los elocuentes episodios al borde de la muerte del personaje. La adolescente Claudina también oscila entre la muerte y la vida mientras experimenta esas circunstancias siempre duales que la orillan a una vida en la que no queda claro por qué exactamente se siente apresada. Como si el personaje no tolerara el amor, el amor de sus padres, por ejemplo, que en la novela está muy lejos de presentarse como opresivo, desagradable o violento, el personaje emprende curiosas luchas con su entorno que quizá peca más de aburrido que de infame. Semejante al Quijote que lucha contra sus molinos de viento, esta adolescente angustiada por comerse el mundo (como todo adolescente), se lanza a las calles en busca de las experiencias que le provoquen vibraciones interiores. Sin experimentar con drogas o con alcohol, Claudina emprende, en la novela, el camino de los sueños y las iluminaciones diurnas. La opresión que plantea es, pues, más imaginaria que real, pues los padres aparecen en el texto como personas amorosas, que están ahí para amar a su hija incondicionalmente y que nunca la abandonan, incluso en estas complejas situaciones hospitalarias de la vida adulta. El reclamo es interior y personal pues Claudina se siente siempre “mayor” y no quiere ser una “niña”, dejando entrever ese desasosiego que nos provoca ser amados incondicionalmente, un vínculo único y poderoso, sobre todo, entre la madre y los hijos.
Me parece que la lección de la novela es ésa; este personaje no se rinde ante el amor, porque rendirse implicaría amarse a sí misma. Así, Dominio alcanza una de las fibras más interesantes de las preocupaciones feministas contemporáneas: cómo enlazar la lucha feminista con los afectos. Para ello, en un volumen siguiente de esta autobiografía inconclusa —porque la autora continúa viva—, es necesario hurgar en el presente del personaje, esa mujer abrumada por el hospital tiene una historia, ¿qué la llevó a esas camillas?, ¿cómo la vida de adolescencia conecta con lo que alguien es de adulto?, ¿acaso nuestro futuro está atrozmente condicionado por el pasado sin posibilidad de puntos de fuga? Todas esas inconformidades y decepciones de la adolescencia, la sensación de la ropa barata, la pobreza, el barrio feo, ¿se pueden transformar en otra cosa que hagan que nuestro espíritu se perciba distinto, que embellezca sus impresiones oscuras, sus bajas autoestimas, sus limitaciones de clase? Las heridas del ser se trasladan al lenguaje en la adolescencia, porque el adolescente es el ser más brillante del mundo, y así como es el más hermoso rebelde (el fruto de la esperanza social), es también el ser más frágil; en la adolescencia comprendemos algo esencial: que la muerte nos ronda cada segundo y, vulnerables como somos entonces, deberíamos contar con el norte que nos enseñara que el amor es precioso, que hay que saber recibir y que la generosidad no sólo es dar sino esperar, pacientes, esos gestos increíbles de nuestros padres que, al final, decidieron quedarse y no abandonarnos a nuestra suerte. Cuando nos perdonamos y los perdonamos quizás este mundo destartalado se vuelve un poquito más justo porque, al menos, ya no estamos en él con esa sensación desagradecida de no poder recibir: no poder recibir la vida.
Con ecos de Henri Michaux y su encuentro con las drogas como vía de conocimiento, con ecos de ese Viaje al fondo de la noche de Ferdinand Céline; Dominio se inscribe en las narraciones evidentemente poéticas que encuentran en la creación, una potencial salvación del nihilismo. Me queda claro que Claudina Domingo ha debido escribir esta novela, que es imperativo que escriba lo que sigue y que escriba siempre, pues ahí, en ese espacio abierto y posible de la página (más allá de las publicaciones, del “éxito”, de toda la parafernalia libresca —que sin duda, Claudina la autora, desde luego, merece—), ha encontrado ese amor del que he hablado. Las puertas no están cerradas sino abiertas y Claudina (nuestro personaje), sólo ha necesitado abrirlas, no hay nadie empujando del otro lado, quizá tan sólo esa misma Claudina necia, absolutamente brillante y crítica que, por alguna razón singular, no se decide a abrir y a dejar que el aire corra.
[1] Hay que recordar que Phillippe Lejeune es quien define el “pacto autobiográfico” como una suerte de convenio del autor con su lector que, mediante actos verbales específicos, identifica, explícitamente, al narrador con el personaje y el autor de la obra. En este caso, dicho pacto autobiográfico se cumple mediante los rasgos que identifican al personaje con la autora del libro; sin embargo, podrían considerarse como testimonios exactos de ello, los paratextos alrededor de la novela (entrevistas) en los que la autora ha declarado que su texto es una “autobiografía”.
Dominio
Claudina Domingo
México, Sexto Piso, 2023, 240 pp.