El asesino dentro de mí

Marina Porcelli
Diciembre de 2023-enero de 2024

 

 

Fotografía: Pixabay

 

Biógrafo de Freud, también psiquiatra, la tesis principal del libro de Theodor Reik, El asesino desconocido (en su edición en español, Buenos Aires, 1943) puede resumirse así: en nuestro intento por resolver un asesinato, además de la búsqueda de justicia, el esclarecimiento de los hechos, y la asunción de responsabilidades, ocurre también el alivio al confirmar que justamente nosotros no lo cometimos. Quiero decir, Reik trabaja la dimensión psicológica de la criminalidad, la de los que cometen actos delictivos y la de los que castigan. Y da un ejemplo clarísimo. Matan a un hombre en un pueblo de Alemania, y las sospechas se enfocan en una mujer “porque” tiene mala reputación, “porque” se cree que se prostituye. Primero se juzga, luego se buscan pruebas. Recién en la edad Moderna aparece la figura de lo racional como forma de alcanzar la verdad en un juicio (el pasaje que va de las ordalías a las pruebas, del que habla Foucault), pero, insiste Reik, aún la lógica más rigurosa no está del todo exenta (y acá, la rima) de cierta carga psicológica.

 

No somos impulsados solamente por motivos racionales cuando dependemos de tendencias infantiles: el sistema del yo, en su lucha contra el ello, es ayudado por fuerzas que proceden de afuera de éste. (…) La parte más significativa de las precondiciones y móviles del crimen es siempre oscura. Lo que ocurre en [el inconsciente], durante el crimen, es en gran parte desconocido para su yo.

 

Entonces se trata del asombro ante nuestros propios fenómenos psíquicos. Y Reik escribe: se ha dicho que el peor traidor del criminal es su mano. Siempre, en todo acto, dejamos una huella que revela nuestra personalidad. El inconsciente juzga con la ley del Talión: si asesinaste, debes ser asesinado. “La historia de los indicios demuestra que el autocastigo puede ser reemplazado por la autotraición”. Los actos fallidos, el regreso al lugar del hecho, las confesiones espontáneas responden al impulso de la necesidad inconsciente de castigo: los asesinos raramente se desinteresan del crimen. Muchos criminalistas sostienen que gran parte de los homicidios no serían descubiertos si no fuera por la preocupación posterior que despiertan en sus autores. Algunos asesinos tratan de culpar a otra persona, otros se obsesionan con la investigación, otros anuncian crímenes nuevos. Y escribe Hegel: el castigo es el derecho del criminal.           

En el regreso, en la vuelta al escenario, se da la repetición: el asesino experimenta otra vez un placer siniestro. Cuando lo explican, por poner un caso, dicen que olvidaron un objeto y que tienen que recuperarlo, o que súbitamente necesitan registrar la ropa del muerto, o que el crimen fue durante la noche y ahora quieren verlo a la luz del día. Que, si lograron escapar al castigo una vez, podrán escapar todas las veces de la policía. Además, en las declaraciones, como un duelo inacabado, subyace la idea de que el muerto cobrará venganza. En retribución, exige una vida. Que él mismo perseguirá y perseguirá y se aparecerá en todas partes, acosando, hasta cumplir con el equilibrio de la justicia. Ciertas sociedades creen, de hecho, que el cadáver dirá el nombre del asesino. Que el mismo cadáver puede cambiar en presencia de los culpables y delatarlos: se coloca un objeto en la boca, por ejemplo, y el cuerpo lo escupe cuando se acerca el homicida. O se le alteran los rasgos de la cara. O se mueven sutilmente brazos y piernas. O de golpe crecen plantas junto al asesinado, y ciertos insectos andan por el cuerpo y luego se desplazan y señalan al asesino. Algunos de los parientes duermen junto al muerto toda la noche, ya que, si apoyan la cabeza sobre el pecho del cadáver, pueden soñar quién lo mató. 

Como casi nunca se comete el crimen en presencia de testigos, la reconstrucción del hecho, a partir de los indicios, es la única herramienta formal con la que cuenta la criminología. Se llama “indicio” a todo aquello que sirve como prueba, pero no constituye una prueba en sí misma. La criminalística moderna distingue entre la verificación de los hechos que pueden servir como prueba, la investigación de su significado, y la determinación de su valor probatorio. Reik hace mucho énfasis en el desplazamiento, esos discursos que se corren del método lógico y entran en la dimensión psicológica. El acusado, por ejemplo, estuvo una vez mezclado con un asesinato, entonces, “seguramente, también ha cometido éste”. Otro ejemplo más: sucedió un robo en un parque, a altas horas de la noche.

La fiscalía: qué hacía el acusado ahí. Ese es un parque al que van los ladrones de noche.

La respuesta de la defensa: para qué un ladrón va a ir a un parque de noche, donde únicamente puede encontrarse con sus colegas.

Examinar la opinión de por qué la gente va a un parque de noche, con un único propósito, concierne más a la psicología que a la lógica, escribe Reik.

Ahora bien. En las conferencias dictadas en Río de Janeiro, La verdad y las formas jurídicas, Foucault detalla ese pasaje que va desde la organización del sistema de justicia griego (y hace una relectura extraordinaria de Edipo), pasando por las ordalías medievales, hasta las fórmulas de la razón y de la lógica. La pregunta fundante que desata este trabajo de Foucault refiere justamente a cómo se produce la verdad en la reconstrucción del hecho. En el primer y antiguo derecho germánico no existe el sistema de interrogatorio. A partir del daño, dos individuos o dos familias o dos grupos se enfrentan, como en un ejercicio de duelo o de oposición. Alguien acusa y alguien se defiende. Es una forma ritual de la guerra, así de hecho, el proceso penal surge como una relaboración de la actitud bélica. Posteriormente, se instalan las ordalías, las pruebas corporales, físicas, que consisten en someter a alguien a una lucha, pero esta vez (dice Foucault) contra su propio cuerpo. Ahogarse en el río del pueblo, con las piernas y brazos atados, o sobrevivir en una hoguera constituyen pruebas de la verdad, y eran válidas para demostrar si se puede vencer o fracasar. Las ordalías quedan prohibidas definitivamente en 1215, cuando se instala el proceso de interrogatorio, cuestionamiento, confesión y tortura. Se llega así a un sistema anclado en la racionalidad como método de la verdad, en su forma, no en su contenido, forma que organiza las prácticas jurídicas.

Pero determinar no las pruebas lógicas para impartir justicia, sino cuáles son los impulsos y los autocastigos que operan en un crimen es el centro de este libro de Theodor Reik. Que se cierra con la idea de que ni siquiera los físicos creen actualmente en el determinismo absoluto. Y de que en todo acto siempre subsiste un elemento de libertad.

Cuando en el análisis nos referimos al poder sintético del yo, queremos significar que la personalidad está actuando como un todo, y que no podemos negar que toda acción es, a este respecto, un acto simple y libre.

Y el verdadero problema de la criminología, dice entonces Reik, no consiste tanto en estudiar por qué algunas personas se convierten en delincuentes, sino por qué hay tantas personas que no lo son.

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Marina Porcelli

(Buenos Aires, 1978).

Es editora. Ha colaborado en el suplemento Laberinto, del periódico Milenio. Su primer libro de cuentos, De la noche rota, fue publicado por la Universidad de La Plata en 2009. En 2014 recibió el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés.