Revisitar el
sueño mexicano

Víctor M. Gálvez Peralta
Diciembre de 2023-enero de 2024

 

 

Frank Tannenbaum (1893-1969), historiador y sociólogo austríaco-estadounidense, líder de las huelgas de las refinerías de Bayona, 1915-1916. Fotografía: Flickr Commons project, 2012

 

El hombre tiene tanta necesidad de huida como
del alimento y del sueño profundo.

Auden

La historia de México desde la mirada extranjera adquiere inusitados matices, lo confirman los viajes de André Bretón y de Antonin Artaud a tierras mexicanas y las estadías de escritores anglosajones en diferentes épocas.[1] Muchos años después otra generación de escritores franceses hará lo propio: J. M. G. Le Clézio[2] y Phillipe Ollé-Laprune[3] coinciden en la tentativa por descifrar un territorio mediante sus símbolos. Esta búsqueda motivó la visita de estos y otros autores al país del sueño interrumpido. Su estancia se parece más a una errancia, un tránsito por la extensa geografía del territorio, cuyo destino incierto les condujo a conocer, de primera mano, aquel tiempo mítico que proliferó en el imaginario extranjero desde el “descubrimiento” de América. Para Antonin Artaud el viaje significó un peregrinar por los símbolos ocultos en la fisonomía del paisaje, por las prácticas rituales, antes que por los sitios arqueológicos. Descubrió en las culturas vivas del norte de México la experiencia trascendente y poética que consideró imposible de alcanzar en el viejo continente.

El viaje y el sueño conducen a páramos similares. En esta ruta coinciden personajes diversos en sus principios e intenciones. La búsqueda que lleva a cabo Artaud lo aleja de su origen surrealista y le vuelve, hasta cierto punto, un precursor de experiencias etnográficas posteriores. En este sentido, puede considerarse la experiencia de Artaud en la sierra tarahumara como la de un pionero. Al respecto Le Clézio considera: “Sueño de una tierra nueva en la que todo es posible; en la que todo es al mismo tiempo muy antiguo y muy nuevo; sueño de un paraíso perdido en el que la ciencia de los astros y la magia de los dioses se confundían; sueños de un retorno a los orígenes mismos de la civilización y del saber. Muchos poetas han tenido este sueño, tanto en Francia como en México, y no por azar el sueño atrajo a México a uno de los más prestigiados buscadores de sueños: el surrealista André Bretón”.[4]

En esta suerte de peregrinaje que Artaud lleva a cabo hay mucho de enigma y pocos documentos que confirmen su estadía por el norte de México, si bien se conserva el registro de los textos que publicó en periódicos nacionales y las conferencias que impartió en la Ciudad de México durante su estancia; también hay registro de su entrada al país el 6 de febrero de 1936 por el puerto de Veracruz. Por otro lado, se disipa su experiencia entre los Rarámuri y la historia se puebla con los matices y la ambigüedad de la leyenda, sin embargo, lo importante es el contacto, el testimonio de Artaud acerca de una experiencia viva, de las prácticas rituales y la ceremonia del jícuri. Este testimonio da cuenta de una búsqueda ideológica y vital. En el terreno de las ideas paradójicamente le emparenta con las luchas revolucionarias, incluso parece ir más allá y propugnar una suerte de anarquismo. En este sentido, resulta interesante comparar la experiencia de Artaud con un norteamericano que visitó y radicó en México por aquellos años: Frank Tannenbaum,     

Se ha insistido en que los ideales fundamentales de la Revolución mexicana fracasaron con su institucionalización, muestra de ello fue el rezago del territorio rural frente al imparable desarrollo urbano. Consecuentes con el progreso industrial, los gobiernos posrevolucionarios desconocieron la importancia del campo, no sólo como motor económico sino también como opción ideológica. Curiosamente fue un norteamericano, satirizado de imperialista, quien reivindicará en un texto poco consultado la vigencia del “proyecto rural” para la constitución del México moderno. El historiador Enrique Krauze recrea la historia de este joven norteamericano: Frank Tannenbaum, quien en 1950 publica México, la lucha por la paz y por el pan.[5] Claramente identificada con el movimiento anarquista, la visión de Tannenbaum no podía ser sino tachada de retrograda por los intelectuales mexicanos, en cuya defensa, menciona Krauze, solamente se pronunció un tímido Daniel Cosío Villegas.

La primera visita de Tannenbaum a México coincide con la administración educativa de José Vasconcelos, a mediados de 1922. Inspirado por las enseñanzas de John Dewey, el maestro en Columbia de Tannenbaum, Moisés Sáenz, recuerda desde su puesto de subsecretario de Educación en la administración de Calles la puesta en marcha de las denominadas “escuelas rurales” que difundían una serie de conocimientos prácticos y competencias relacionadas con la experiencia diaria y las necesarias para las actividades más cotidianas, a la vez que sumaban su esfuerzo con el apoyo a las campañas de alfabetización.

Fueron estos aciertos, junto con la lectura que Tannenbaum hiciera de las motivaciones de la Revolución, los que le entusiasmaron sobremanera, al punto de afirmar que el futuro de México prometía finalmente el ascenso de las clases populares al escenario político, en el cual desarrollarían su papel históricamente protagónico. Dado su recién adquirido entusiasmo por la causa revolucionaria no dudó en pronunciarse a favor de la expropiación de la tierra. Lo que llamó la atención de políticos, tanto norteamericanos como mexicanos, que sospechaban de su militancia comunista. Al respecto Krauze menciona: “A fines de los años veinte aquel joven profesor americano era, sencillamente, un anarquista pacífico y constructivo converso a la doctrina expresa (agraria, laboral, educativa y nacionalista) de la Revolución mexicana.”[6] 

Como consecuencia de esta conversión aparecen dos libros que dan cuenta de su inquietud por que la promesa mexicana siguiera por un derrotero favorable: The Mexican agrarian revolution (1929) y Peace by revolution (1933). Posteriormente Tannenbaum se desempeña como consejero en asuntos agrarios para el presidente Franklin D. Roosvelt y reafirma su postura acerca de la trascendencia de la Revolución mexicana, sugiere además que, para lograr su consolidación, en el terreno político y no sólo educativo, resulta imperativa la inclusión de los pueblos indígenas, a los que él llama pueblos libres de México. Podemos identificar el tipo de Revolución que Tannenbaum suscribía a partir de lo apuntado. Claramente reivindica los valores del agrarismo e indigenismo que Zapata encarnó y que tienen como consecuencia directa la aparición del movimiento zapatista. Pero antes de adelantarnos en los hechos conviene recordar el imaginario del México contemporáneo que trivializa el papel de los pueblos originarios en la construcción de la idea del México moderno.

Si esto ocurre dentro de una nación tan contradictoria como la mexicana y que aún tiene como tarea pendiente el reconocimiento de su diversidad, no es de sorprender que un norteamericano ajeno a esta realidad, aunque sensiblemente interesado por ella, se engañara desde su errónea perspectiva, la cual no le permitió ver que incurrió en varios errores, como el de pensar que la comunidad local había logrado desplazar la hegemonía católica, o que los intereses del indígena se correspondían con los del campesino, e incluso con los del obrero; además de identificar a la organización comunal con un retorno a las formas de propiedad prehispánicas, juicio del todo anacrónico, incluso para los que suscribían varias de sus tesis como es el caso de Cosío Villegas.

El desarrollo del indigenismo en México coincide con el desarrollo del Estado nacional. A diferencia de los estudios antropológicos del resto del mundo, la antropología mexicana estudiará su misma composición social, al encontrar “lo otro” dentro de los límites de su propio territorio. El indigenismo se vio afectado por una política de aculturación y asimilación que buscó entorpecer el desarrollo de los estudios antropológicos apegados a un modelo anticolonialista. Entonces, frente al ánimo asimilacionista se opone la alternativa de una autoctonía, una solución radical, pues se encuentra influenciada por el viejo mito de las raíces nacionales, al menos en este aspecto es que los enfoques de Tannenbaum pueden ser cuestionables, debido a que pasa por alto la capacidad de las comunidades para autogestionarse y lograr la organización comunal. Estas diferencias serán clave en el proyecto indigenista nacional emanado del Estado, al menos desde el punto de vista discursivo, pues en la práctica la realidad es otra, ese México del campo sigue postrado, ha emigrado y continúa emigrando a los Estados Unidos en busca de oportunidades laborales y sociales que su país no ofrece. Si bien los resultados del proyecto indigenista emanado del Estado son del todo cuestionables, en el mejor de los casos significó una aculturación exitosa pero siempre al margen de cambios sociales profundos y, sobre todo, sin garantías de mejores condiciones económico-sociales para los pueblos originarios. El discurso vigente se ha modificado a la par de las instituciones, pero de igual forma, los resultados concretos son insuficientes.

La tentativa ideológico-anarquista de Tannenbaum es relevante al pensar en Artaud porque ambos buscan una ruptura con el orden hegemónico imperante, producto de una sociedad moderna y capitalista que ya por aquellos años mostraba sus contradicciones y fisuras. Para Tannenbaum los postulados originales de la Revolución pasaban necesariamente por una reapropiación de la tierra y sus recursos por parte de las comunidades indígenas. Para Artaud la búsqueda del nuevo hombre no podía hacerse ya en sociedades modernas y tecnócratas, era necesario revivir la experiencia de los pueblos originarios que mantenían aún su vinculación con el pasado en el presente, mediante su cultura, pero también desde su territorio. La sola idea de propiedad, tan necesaria para el modelo capitalista, carece de sentido para comunidades como la tarahumara. En este sentido, el vínculo entre la tierra y las prácticas rituales y por ende la experiencia poética es indisociable, son parte de una misma retórica, mantiene una visión cíclica del mundo en la que se actualiza el pasado mítico de forma constante por medio de las prácticas rituales y la sabiduría de los ancestros, un equilibrio que parece imposible de reproducir para la sociedad mexicana actual, un momento donde aún queda pendiente responder a la interrogante que supone el otro frente a nosotros, símbolo ineludible de la alteridad.


[1] Luz Elena Zamudio, Espacio, viajes y viajeros, México, UAM / Aldus, 2004.

[2] J. M. G. Le Clézio, El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido, México, FCE, 2015.

[3] Philippe Ollé-Laprune, México: visitar el sueño, México, FCE, 2011.

[4] Le Clézio, J.M.G., Op. cit., pp. 218-219.

[5] Enrique Krauze, “Frank Tannenbaum: El gringo que entendió a México”, en Letras Libres núm. 114, México, diciembre de 2010.

[6]  Enrique Krauze, Op. cit., pp. 18-32.

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Víctor M. Gálvez Peralta

(Xalapa, 1988). Poeta. Recibió la beca para jóvenes creadores en el estado de Veracruz (pecda) en el área de Poesía. Publicó de manera independiente el poemario La T arriba. Ha colaborado en revistas como Encuentros2050, Revista nini, Pliego16 y El pez y la flecha. Cursa la maestría en Literatura Mexicana Contemporánea en la UAM-Azcapotzalco.