Sólo el olor de la tierra permanecerá:
 Sanctorum, de Joshua Gil

Mariana Martínez Bonilla
Diciembre de 2023-enero de 2024

 

 

Fotograma de Sanctorum, cinta dirigida por Joshua Gil en 2019


En el libro Bordes de lo real en la ficción. Cine chileno contemporáneo (2020), Carolina Urrutia y Ana Fernández advierten la existencia de una tendencia en la producción cinematográfica contemporánea relacionada con la representación de las problemáticas del presente. Se trata, según las autoras, de la recurrencia de argumentos ficcionales que encuentran su anclaje en situaciones que ocurrieron realmente y que, de una u otra manera, fueron mediatizadas masivamente.

Frente a los códigos del cine documental y su pretensión de objetividad, el cine que “rodea lo real” supone un quiebre de las lógicas representativas, propias de las cinematografías latinoamericanas desarrolladas entre finales de la década de 1980 y el inicio de los 2000, también conocidas como “Novísimos cines”, y caracterizadas por el desarrollo de poéticas que operaron mediante la elongación temporal, las narrativas subjetivas e intimistas y el emplazamiento fijo del plano.

Para referir explícitamente al caso mexicano, películas como Noche de fuego (2021), de Tatiana Huezo; La civil (2021), de Teodora Mihai; El norte sobre el vacío (2022), de Alejandra Márquez; Los lobos (2019), de Samuel Kishi, Vuelven (2017), de Issa López; y Las elegidas (2015), de David Pablos, son ejemplo de esta renovación cinematográfica. En todas ellas se lleva a cabo una reflexión acerca de múltiples acontecimientos de la agenda noticiosa y los debates sociopolíticos contemporáneos.

Dentro de ese corpus está también Sanctorum, filme dirigido por Joshua Gil (Puebla, 1976), que ofrece una visión liminal de los afectos y el trauma relacionados con aquello que condiciona algunos aspectos de la vida en México desde que se inició la Guerra contra el narcotráfico. Ésta recurre a una forma narrativa híbrida que oscila entre la no ficción y la ficción fantástica para narrar la historia de una población mixe dedicada al cultivo de marihuana. 

A lo largo del argumento, los habitantes de dicha población se ven involucrados en un suceso fatídico, lo cual los obliga a buscar su emancipación a toda costa. El dispositivo estético-narrativo contrapone los espacios de lo público y de lo privado, así como de lo social frente a la naturaleza indómita que funciona como telón de fondo para el desarrollo de la violencia extrema que enmarca la vida cotidiana de aquellos individuos. A su vez, mediante el montaje y la recurrencia de efectos visuales y sonoros que descolocan constantemente el sentido del relato, la narración se entreteje con la representación de las consecuencias tanto sociales como ambientales de las actividades extractivistas llevadas a cabo por encargo de un grupo delictivo. 

Al hablar sobre el proceso de realización de su filme, el director ha admitido haberse inspirado en las noticias acerca de los niños y mujeres explotados en los plantíos amapoleros y los campos de marihuana en el país, hechas públicas por la prensa internacional durante 2017. En la película, esto se traduce en la mostración de múltiples conflictos entre los pobladores de la región y los diferentes agentes del crimen organizado que, constantemente, intervienen en sus dinámicas sociales. A esto se suma una problemática paralela de carácter material que demuestra la urgencia del rescate de los saberes ancestrales, pues solamente mediante ellos sería posible frenar la erosión y el agotamiento de los recursos naturales que suponen el sustento vital de la zona. 

 

Fotograma de Sanctorum, cinta dirigida por Joshua Gil en 2019

 

En esta película, las advertencias sobre el inminente fin del mundo se presentan a partir de la interrupción del discurso realista mediante de una serie de imágenes-afección que trastocan los límites entre lo real y lo imaginario. La recurrencia de motivos visuales y narrativos fantásticos da cuenta de la urgencia por elaborar anudamientos del sentido que no reposen sobre las imágenes de la violencia, sino que, desde la recuperación de las figuras de la mitología indígena mixe, se propongan desde enfoques diversos para conformar nuevas cadenas significantes en torno a la devastación humana y ambiental relacionada con el narcotráfico en México. De ahí que la naturaleza se presente como lugar de inscripción de los temores más profundos de los protagonistas, pero también como el punto gestacional de la emancipación natural y social. Sobre todo mediante grandes planos generales de las regiones boscosas, el director nos muestra las contradicciones y paradojas inherentes a las actividades extractivas. La puesta en imagen de la precariedad económica y la escasez de recursos naturales se opone a la mostración del exceso y la opulencia característicos de la narcoestética. 

Así, el bosque se presenta como un lugar tanto de vulnerabilidad como de productividad crítica. Éste cesa de ser el lugar sobre el que se desarrollan las acciones de la narración para convertirse en el protagonista de la misma al abandonar su función de contextualización narrativa y transformase, entonces, en una suerte de imagen-afecto a partir de la cual se despliegan los múltiples conflictos narrados.

En su filme, Gil entreteje una serie de reflexiones que nos proponen un futuro no deseable que parece acecharnos en el presente histórico. Sin embargo, aquello que sucede a lo largo de la historia no se inscribe en alguna coordenada espacio-temporal específica. Entonces cabe hablar del pasado como aquel umbral espacio-temporal desde donde se enuncia la advertencia sobre el fin de los tiempos, mediada por las figuras no sólo de lo espectral, sino de la naturaleza.

La temporalidad de la narración da cuenta de las consecuencias de las actividades extractivas y la violencia exacerbada en las regiones que funcionan como centros de producción de materia prima y operación de actividades ilícitas por parte del narcotráfico. Las transiciones entre el día y la noche, o la continuidad y relación causal entre las actividades desarrolladas por sus protagonistas, proponen una tensión entre la realidad del presente en las comunidades acaparadas por la actividad extractiva del narcotráfico y un posible futuro catastrófico, relacionado con la explotación irracional de los recursos naturales y el agotamiento de los suelos fértiles. Lo que se presenta en la película es, entonces, una interpretación de aquello que podría estar sucediendo, pero que no ha acontecido por completo.

El modelo narrativo semirrealista de Sanctorum propone una problematización de la racionalidad según la cual se ha representado la violencia relacionada con el narcotráfico en el cine mexicano contemporáneo. Se trata de una lectura mediada por la fantasía y lo fantástico que emana de las cosmovisiones mixes en donde lo sobrenatural convive con el mundo real sin manifestarse como una afectación ominosa, una afectación que supone el retorno del pasado como punto de quiebre en el estado de cosas constantemente actualizado mediante la irrupción de aquellas figuras que acechan constantemente a la comunidad: fantasmas, hombres de fuego y otras entidades supernaturales. 

Más allá de representar el horror, dichas figuras alertan sobre el devenir violento del relato al tiempo que codifican las estructuras simbólicas del filme y dan lugar al anudamiento de la aparición de lo desconocido en un entorno hostil con el ofrecimiento de un orden no racional reparativo (incluso, cabría hablar aquí de una suerte de justicia ecológica operada desde la naturaleza misma), un orden que remedie los temores más profundos del hombre relacionados con la exacerbación de los episodios violentos a lo largo del filme.

El surgimiento de Sanctorum en un contexto en el que las manifestaciones artísticas y cinematográficas demuestran una clara preocupación por elaborar espacios de reflexión en torno a la huella humana sobre el espacio de la naturaleza puede ser indicador de un nuevo paradigma epistemológico audiovisual, desde donde se proponen otros ejes de interpretación del Antropoceno y de respuesta ante la devastación planetaria producida en su seno por los más diversos agentes. 

Los elementos fantásticos que acompañan la inscripción del trauma en el tejido social (por ejemplo, un niño que busca a su madre y terminará muriendo en el acto, o un hombre que debe liderar el levantamiento armado para prevenir que el narcotráfico se apodere por completo de su poblado) entretejen las relaciones entre el pasado y presente de manera tal que es posible vislumbrar una mínima esperanza de un cambio positivo en el estado de cosas, ya sea que la tierra se regenere desde sus entrañas mismas, que el fuego arrase con todo el mal, preparando el terreno para una nueva época de fertilidad o que, simplemente, algunas de las heridas más profundas puedan comenzar a cicatrizar, tomando la forma de la rabia, pero también de la dignidad y la identidad colectiva.

Sanctorum

Guion y dirección de Joshua Gil

México-Qatar-República Dominicana, 2019, 80 min.

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Mariana Martínez Bonilla

Investigadora independiente, egresada del Doctorado en Humanidades de la UAM Xochimilco.