Francisco Corzas, Figura humana, litografía sobre papel, 1982, Acervo Artístico UAM
Aún recuerdo haber entrado al salón de danza por error, pero una corazonada le ganó a la indecisión de huir antes de que fuera demasiado tarde. De pronto, entró la profesora. No era la que yo esperaba. Se sentó, se presentó y, una a una, todas dijimos nuestros nombres. “Danza contemporánea”, escuché mientras anotaba mis datos en una libreta. No sabía que ese error trimestral me llevaría a recorrer efímeros caminos de aventura.
Decidí quedarme porque tenía conocimientos sobre el lenguaje propuesto y había una voz que me decía: un nuevo reto. Cada clase era salir de mi zona de confort, de preparar al cuerpo para la presentación final del trimestre. El impulso de Dioscelina, la profesora a cargo, nos motivaba a tomar el taller en serio. ¿Qué impacto podría tener en la universidad para tomarlo de tal manera?
Antes de esta experiencia, no había visto difusión sobre danza. Sabía que existían los talleres y que la danza folklórica destacaba sobre los demás. No sé si la vida universitaria ilumina por fragmentos que ciegan lo que ocurre fuera de clases, pero antes de entrar al taller no tenía conocimiento sobre la forma en que se llevaban a cabo los actos culturales. No hasta marzo de 2020.
Se acercaba el día, hubo ensayos generales y un aviso que decía: “sesión de fotos en el teatro”. Era una participación que prometía no quedarse en el ámbito de quienes pertenecíamos al taller: se avecinaba un gran umbral de salida. ¿Quién contactó al fotógrafo?, ¿existe un registro fotográfico y videográfico de las presentaciones en el teatro?, ¿qué tan importantes son los talleres dancísticos para la comunidad estudiantil?
Después vi pegados por las paredes de la unidad carteles con la leyenda:
También recuerdo haber quitado uno por la anécdota de verme en las fotos que estaban en el cartel, de donde ahora copio los datos pegados a la puerta de mi recámara.
Llegó el día, y entre nervios, miedo y ansiedad escuché un “salgan e improvisen entre todos. Llamemos la atención, que nos vean”. Mentiría si afirmo que esas fueron las palabras claras, pero el objetivo era compartir un lenguaje mediante el cuerpo. Dieron tercera llamada: abrió el telón. ¿Funcionó difundir(nos)? Sí. Hubo público, aplausos y mil emociones que aún recuerdo con alegría. Sin embargo, para la última presentación, la suerte no fue la misma. ¿Falló la difusión? Entre aplausos con vacíos más grandes nos dieron un reconocimiento, cerraron telón. Terminó.
¿Qué cambió hubo de una función a otra?, ¿por qué el ánimo de la comunidad bajó?, ¿el público radicaba en meros familiares y amigos?, ¿será que a los alumnos no les interesa la danza? Muchas dudas siguen rondando en mi cabeza sobre la organización de los eventos culturales y el impacto de la danza en la población estudiantil. Valdría la pena cuestionarse cómo se han difundido las presentaciones artísticas dentro de la uam-i, pues estos argumentos sólo señalan el caso de danza. Pero, ¿qué pasa con teatro?, por ejemplo.
Hasta este punto podría describir dos fallos:
1) Horario: no todos los alumnos son proclives a faltar a sus clases.
2) Difusión: los carteles se pueden volver invisibles a la vista en los pasillos.
Además, las publicaciones en redes sociales no prometían tener un gran alcance. ¿Qué otras estrategias se podrían implementar? Difícil sería comparar lo que ocurriría después, en otro fin de trimestre: llegó la pandemia y se terminó el escenario para los bailarines universitarios. Así, cambiamos la duela, la barra y la coexistencia por cuadros que reflejaban cuerpos intocables, lejanos, solitarios y en silencio. La danza parecía dejar de ser colectiva.
Los talleres siguieron su rumbo en la virtualidad. La difusión se volvió por completo al Zoom y a las redes sociales. Sí, tomaron más renombre, tuvieron un alcance mayor. Al aceptar participantes de cualquier institución, era permisible conocer estudiantes de otros lugares. Pero lo más importante es que a pesar de la lejanía, las clases en línea permitían aferrarse a expresar y evadir las frialdades del confinamiento por un instante.
La presencia en redes se hacía más constante. Los proyectos tenían una salida más inmediata al público. Ya no sólo era la participación de la comunidad, todo estaba a un clic de acceso para cualquier persona interesada. Parece lejano recordar estas experiencias, pero fue un pasado que sirvió para dar visibilidad a la producción dancística de la Universidad. No sólo de danza contemporánea, pues los talleres de danza clásica y folklórica también rompieron fronteras comunicativas.
Por la vivencia anterior, el esfuerzo que vino después de este proceso virtual sirvió para entrar con más empuje a las aulas presenciales. Quizá sólo faltaba motivar a los estudiantes, hacerles ver que la danza no es un mero pasatiempo, que los talleres marcan un cambio para quienes se animan a probarlos. Sin embargo, no me tocó vivirlo ya que terminé mis estudios durante la pandemia. Por tanto, no pude ser testigo de la realidad en foro, pero ¿será que si hubo un cambio positivo?
Como estudiante de la Academia de la Danza Mexicana, tuve la oportunidad de regresar, en 2023, a pisar el escenario que toqué escasas veces. Sin embargo, la estrategia de difusión volvió a ser la misma de cuando me presenté en 2020. Es decir, salimos a exponer nuestros cuerpos desde el Fuego Nuevo hasta la entrada del Kiosko. Recuerdo que algún trabajador del teatro, al finalizar la presentación, dijo: “les fue bien, casi nadie asiste a estos eventos”. Por bien se refería a un aforo de cincuenta personas, para un teatro con mayor capacidad en butacas.
¿Cuál táctica es la llave que abre la puerta al reconocimiento en danza?, ¿hace falta crear una cultura universitaria donde se apoyen estos actos?, ¿o dejamos caer la culpa en las estrategias de difusión? Es difícil tener una respuesta que conteste a lo anterior. Uno no puede obligar a los estudiantes a involucrarse en cosas artísticas. Pero tal vez sí pueden existir otros caminos que los motiven y les planteen un interés por conocer lo que el lenguaje de la danza comunica.
No es hasta esta convocatoria que vuelvo la vista a reflexionar sobre la difusión que hay sobre los talleres culturales que brinda la uam-i. La que más me viene a la memoria es la experiencia de Danza contemporánea y mi regreso como estudiante de la Academia. Hacer un escaneo por las plataformas virtuales, como Facebook e Instagram, que dan cabida a manifestaciones artísticas, me permite tener una esperanza sobre la visibilidad a los talleres de danza.
Por todo lo anterior, aún me surgen más preguntas que respuestas: ¿cuál es la importancia de tener talleres en las universidades?, ¿es el esfuerzo de las profesoras el que da visibilidad visibilidad a la danza?, ¿son ellas quienes toman la iniciativa por compartir los esfuerzos de sus alumnos?, ¿sería necesario poner como uea optativa alguna actividad cultural? Los espacios como la Casa Rafael Galván, ¿podrán volverse nuevos escenarios?
Esta reflexión nace de la experiencia en el taller de danza contemporánea. Y aunque no hago mención sobre lo acontecido en el de danza clásica, a cargo de la profesora Selene Luna Chávez, no demerita el esfuerzo y la pasión que la profesora transmite a sus alumnos. La importancia de estos talleres no sólo se refleja en las presentaciones trimestrales, sino en el aprendizaje, acompañamiento y el lugar seguro que se vuelven los salones de danza. El impulso y motivación de ambas profesoras siguen latentes en mi camino por la danza.
La difusión no debería quedarse en meros chispazos académicos, tal vez valdría la pena documentar más sobre su existencia: hacer publicaciones más constantes o, incluso, hacer un recorrido histórico por los profesores y alumnos que han pisado esos talleres. ¿Qué se ha dialogado con el lenguaje del cuerpo?, ¿cómo se vive la danza en las demás unidades?, ¿existiría la posibilidad de crear una sola compañía de danza uam?
Si bien el objetivo de esta reflexión no promueve la ausencia de la difusión cultural, sí busca pensar en accionar otras estrategias a partir de estos cuestionamientos. Por ejemplo, podría existir una página dedicada al archivo de las presentaciones, con las biografías de las profesoras que imparten los talleres. También se podrían compartir las experiencias de los alumnos y las alumnas: brindar una mirada más profunda y cercana a lo que se vive en cada clase. Se trata de dar visibilidad a la semilla dancística universitaria que, algún día, podría volverse el fruto artístico proveniente de una pantera.