Imagen generada por Inteligencia Artificial mediante la plataforma Leonardo AI
Ricardo mandó un mensaje por el chat:
Mala señal su brevedad y que como conclusión usara el emoji de cara roja que dice groserías.
—Puedes estar feliz —expresó apenas me senté. Por su actitud y tono podía prever para dónde iría la conversación y el reclamo. Era uno de los creativos más brillantes del país y un genio para storyboards, imágenes digitales como un artista en pintura. Apenas un año atrás era el candidato para sustituir al director de su área.
El problema fue la crisis que alcanzó a la compañía, como al mundo, donde el dogma cuasi religioso para manejarlas es recortar personal. De otra forma, los inversionistas se llevan la lana para quebrarte. El chantaje como forma excelsa del capitalismo.
—Al punto, Ritch, ¿qué pasó?
—Por fin me nombraron director.
—¡Genial! ¡Muchas felicidades! ¿Luego?
—Me pusieron como objetivo que el área se reduzca a uno o dos.
—¿Cómo? ¡Son una docena y eso sin contar becarios o los que están tercerizados!
—Que no son necesarios. Con dos “recién egresados”, me indicó el de recursos humanos, tendrían el empuje para esa nueva tecnología que cambiará el mundo. Me entregó el último número de Forbes dedicado a cómo la Inteligencia Artificial es la cuarta revolución industrial.
Con más de medio siglo a cuestas era un mal chiste eso de “recién egresados”. En las bolsas de trabajo pululaban puestos para recién egresados, contratados a prueba, con salario bajísimo y que, a cambio, solicitaban experiencia para alguien del doble de su edad. Cada año había más egresados, lo que abarataba la mano de obra. Aún recuerdo una junta donde claramente nos dijeron: “si el empleado no puede, recuerden que allá afuera hay una docena que quieren”.
—No es mala onda, Ritch, pero que seas un ejecutivo de un área clave y con dos empleados me huele mal. ¿No lo crees?
—Súmale lo que luego el de rh me expresó por aparte, que es mucho más barato pagar un año de cualquier IA ilustradora que cubrir el seguro social de un sólo y único empleado. No te rías, así lo dijo. Además, comentó que un consultor de importancia hizo una demo ante el grupo directivo. Solo escribió en inglés lo que se deseaba como la nueva imagen corporativa y que en cinco minutos la IA lo tuvo listo.
—Eso suena a una presentación preparada.
—¿Y qué quieres que te diga de quienes leen Forbes como si sus articulistas fueran profetas bíblicos?
—¿Qué harás?
—No aceptaré el puesto, solo es por cubrir apariencia y evitar que me vaya a otro lugar. Si creen que una IA les puede generar una campaña publicitaria, están perdidos. Esto ya es ridículo.
Un mes después ganamos tres cuentas importantes bajo el lema de ser la primera compañía de marketing totalmente IA. Ritchie me envió otro mensaje cuando aparecieron los carteles como anuncios por doquier:
Las campañas publicitarias eran un fenómeno parecido a las farmacias similares: “lo mismo, pero más barato”.
Los egresados de diseño, ilustradores y artistas protestaban a diario. Los encontrabas como conductores o repartidores de apps. El gobierno saliente prometió proteger sus derechos, el entrante dijo que tomaría cartas en el asunto.
Nada se hizo, los inversionistas amenazaron con llevarse el dinero del país.
—Ya era hora de que llegaras —saludó Ricardo tal como era su costumbre—. Te soltaron tarde la correa.
—¿Qué madres hacemos aquí? ¿Qué te picó que estamos en un concierto de un grupo de moda?
—Calla y escucha.
Un chico con el pelo pintado de verde y agrupado en picos como punk trasnochado apareció en el escenario. La algarabía y el griterío fueron intensos, en especial el femenino que se encajó con agudo filo en mis oídos.
La música empezó. A leguas se notaba que era playback y eso sin considerar que era el único músico presente. Ritch dijo algo que no escuché debido a los decibelios que hacían vibrar mis entrañas. Escribió en su teléfono y me presentó la pantalla:
Tres horas después estaba de visita en su apartamento suplicando por analgésicos. La sordera, otitis, suponía, era una muralla ante cualquier sonido. Ritchie, con mucha paciencia, casi gritaba su monólogo.
—La imagen del chavo que viste hoy está construida a la Shein. Unas IA predicen cuál será la imagen y formas de vestir que se pondrán de moda; consiguen un maniquí humano, que no le aterran las multitudes, lo uniforman, y otras le componen la música.
—¿Y cómo saben que es este chavo y no otro?
—Lanzan en corto a unos treinta en simultáneo, llenan de chismes y artículos creados con IA a medios, influencers y tiktokeros. Miden el sentir en redes con otras IA y con eso empujan los candidatos a producto final.
—Eso es caro.
—No en esta era. Un sonidero es barato, crear seguidores por millares es barato, promocionar es barato. Y con que uno pegue, el retorno de la inversión es brutal.
—Algo los debe distinguir, la música, el estilo, la letra.
—Alimentaron a las IA con la historia musical del último siglo. Y optaron por algo que ya sucedía: sobre simplificación musical en melodía, ritmo, letras. Así que generar algo nuevo sólo es reciclar algo no tan viejo, amansarlo, añadir letras que insinúen sexo y los arreglos son de primer semestre. Es la era de la cultura commodity.
Luego, para demostrar su punto, tomó los éxitos más recientes de quince cantantes o grupos. En la computadora hizo una disección musical. Quitando detalles por aquí y por allá, eran lo mismo. Idénticos incluso al jingle de la última campaña publicitaria para nuestro mayor cliente.
—Te lo compro: imagen, storyboards, artículos y chismes de artistas, música y músicos son campos IA. Te aseguro que hay campo para el arte, la originalidad y que quedarán fuera.
—Dame un ejemplo.
—El teatro, la escultura, instalaciones, literatura. Hay un mundo real que se extiende más allá de lo digital. ¿No crees?
Ritch sonrió y me pasó otro analgésico.
Cuando me acerqué a la figura, el vigilante de la sala se acercó y me pidió que me alejara un poco.
—Ritch, esto no es un Jorge Marín. Tiene las alas, el rostro con la máscara, la pose. Incluso la firma, pero es de este año y él tiene un lustro que falleció. ¿Correcto?
—Depende de cómo quieras verlo. En todo detalle, perfección e imperfección es un Marín. Estaba en sus apuntes de las obras que no concluyó. Solo que una IA conectada a una impresora 3D y a una serie de bots fueron los que la, no sé si decir que la fundieron, aunque el proceso es tan cercano que sólo un especialista te diría la diferencia.
—Es una falsificación entonces.
—Tampoco. Digamos que es como el Réquiem, de Mozart. Los tres primeros movimientos son suyos, los demás los esbozó y Süssmayr los terminó. ¿Quién es el autor? Para unos, la IA es una herramienta que permitió concluir la obra inacabada de Marín. No tiene personalidad jurídica ni intención de crear, sólo sigue su programación y genera lo que se le indica que haga.
—Entonces, la responsabilidad recae en el creador de la IA, sea persona física o moral.
—Un colectivo, el código es abierto y se le enseñó con material público como el que está en colecciones privadas. ¡Ah! Y antes que le sigas, una ong es la que levantó un crowdfunding para conseguir la impresora y los bots. Digamos que quien está atrás son todos y nadie.
—Un fantasma recorre el arte.
—El de poder continuar el trabajo de artistas y sin atribución personal, sólo al artista originario. ¿No te gustaría que sucediera lo mismo con tu obra? En mi caso, aún me debato entre resistir o sobrevivir como arte memoria recreada por las IA.
Caminó por el pasillo y se detuvo frente a un cuadro.
—Un Van Gogh que no es un Van Gogh, ¿aprendí bien?
—Este es un caso distinto. La máquina que la elaboró fue diseñada a propósito para replicar el movimiento y tiempo al pintar. Cada cuadro fue analizado a nivel casi molecular. Se duplicaron los colores base con las fórmulas de su época y lugar y se sabe cómo mezclarlos. A partir de aquí, la IA propone un cuadro y lo pinta. Cada uno es donado a museos y galerías en el planeta. Otro fantasma más se hace presente.
—Ahora soy ejemplo, víctima y predicador —le dije a Ritch mientras pasaban los créditos de la película—. Allí está.
—Nada mal: obra original y guion. Todo con tu nombre. ¡Felicidades!
—Un detalle. Admito que soy olvidadizo con mi obra. Demasiados textos a lo largo de varias décadas. Yo no escribí el cuento en el que se basa la película, menos el guion.
—¿Una IA?
—Toda la película lo es. Actores, directores, música, guion. ¿Te acuerdas del que se quedó en tu lugar como director?
—Sí.
—Fue el que creó el comando para la IA multiarte. Me siento honrado y prescindible, un fantasma creador.
Ritchie dijo Resistance is futile y me abrazó un largo rato.
(Ciudad de México, 1969)
Ingeniero en sistemas. Publica constantemente en plaquettes, revistas físicas, virtuales e internet. Ha sido seleccionado para participar en diversas antologías. Imparte talleres de escritura para la Tertulia de Ciencia Ficción de la cdmx. Pertenece a la generación 2020-2022 de Soconusco Emergente.