Imagen generada por Inteligencia Artificial mediante la plataforma Leonardo AI
Detrás de las nubes grises se filtraba un resplandor. Alma tocó el vidrio, un holograma se activó para mostrarle los datos del clima, la calidad del aire y los anuncios sobre las nuevas terrazas interiores. Quitó la mano para observar todo a detalle, las nubes avanzaban lentas, creando remolinos alrededor del círculo blanco. Desde pequeña, soñó con explorar el mundo del otro lado del vidrio. Miró hacia abajo, el esmog llevaba varios días de un tono rojizo. Suspiró. La luz apenas lograba penetrar el gris denso. Siempre creyó que lograría salir y comprobar que las personas de Abajo tenían la piel y el cabello multicolores, como en los libros infantiles que tanto le gustaban. Su familia siempre vivió en la torre, le agregaban los pisos que fueran necesarios para ostentar su posición y atender el número creciente de la estirpe. Los únicos sonidos que llenaban su mundo eran el filtro de aire, el desliz de puertas, los elevadores subiendo y bajando, las llantas y pasos mecánicos de los asistentes que atendían a la familia. Un andromed se detuvo frente a ella.
—Paciente Alma, el quirófano está casi listo. Es hora de tomar los relajantes.
La compuerta en su centro abrió, desplegó una bandeja y tres pastillas de diferentes tamaños. Alma tomó la primera y la pasó. Era una cápsula que reventó al bajar por su garganta. Hizo una mueca antes de tomar la siguiente: blanca, chiclosa, que le dejó un sabor dulce. Agarró la última y suspiró. Nunca había logrado bajar más allá del décimo piso. Cuando tenía ocho años se le escapó a la niñera y corrió por los pasillos hasta dar con una puerta muy escondida al fondo, descubrió grandes escaleras que descendían sin parar. Bajó durante horas, o al menos así le pareció. Se detenía de vez en cuando para escuchar detrás de las puertas trabadas. No había indicios de qué podría haber del otro lado. Nunca supo cómo la encontraron, sólo que sus padres no podían dejar de gritarle por estar tan cerca del suelo.
—¿Algún problema? —el andromed la escaneó y recitó sus signos vitales—. Tome la medicina para cumplir el protocolo.
Alma cerró los ojos antes de tragar la última pastilla.
—En unos minutos comenzará a sentir los efectos. Por favor espere aquí, vendrán por usted.
El andromed se dio la vuelta, sus ruedas patinaron sin hacer ruido. La entrada se deslizó para dejarlo salir de la sala. Sin pensarlo, Alma dio un paso hacia el frente. Sabía que habían sellado la puerta especial, nunca pudo volver a abrirla. Pero el elevador estaría libre. Quería correr, aprovechar que no había nadie cerca. Un escalofrío la detuvo. El mareo le nubló la vista y perdió el equilibrio. Logró llegar hasta el sillón y se dejó caer. Intentó controlar su respiración, las costillas le apretaban cada vez más. Sus oídos se taparon y se llevó la mano al cuello, segura que en cualquier momento se asfixiaría. Las lágrimas recorrieron sus mejillas, cerró los ojos.
Las puntas de los dedos estaban entumecidas, era una sensación agradable. Su respiración regresó a la normalidad y aunque seguía mareada, el sentimiento de ligereza le encantó. Se podría quedar acostada para siempre, sin preocupaciones y nunca la operarían. Abrió los ojos y su visión empezó a restaurarse, un sentimiento de pequeñez la invadió. Las paredes luminosas, las integraciones que siempre habían formado parte de su entorno, el vidrio que rodeaba el edificio para protegerlos del exterior, pero sobre todo el silencio que reinaba, la obligaban a preguntarse por qué. ¿Por qué vivían en lugares tan desconectados de los de Abajo? ¿Por qué su padre tenía que usarla para ganar? ¿Por qué la debían fiscalizar?
Alma se acomodó para recargarse en el borde del sillón. El material de la superficie era resbaloso, alisó su vestido con las manos y logró detenerse. La ligereza empezaba a transformarse en felicidad, con un toque de somnolencia.
—Veo que los medicamentos ya surtieron efecto.
Intentó erguirse al escuchar la voz de su padre. El mareo la obligó a recostarse de nuevo y el movimiento repentino le nubló la vista.
—Me han notificado que ya vienen por ti. ¿Cuántas veces te tengo que decir que no apagues la función atmosférica? Modo sendero.
El vidrio activó la proyección que tanto le gustaba. Alma fijó la mirada en el techo, sin contestar.
Imagen generada por Inteligencia Artificial mediante la plataforma Leonardo AI
—Todo será más fácil una vez que termines el proceso de fiscalización, y cuando tu madre regrese de su mantenimiento, podemos empezar los preparativos de la boda.
Ella contuvo la respiración.
—Las cosas al fin se están acomodando, esa explosión en el sur nos terminó beneficiando más de lo que creí. Sólo falta que cumplas tu parte.
Los pasos se acercaron y Alma tuvo que hacer un esfuerzo para que las lágrimas no se le desbordaran. Su padre la miró desde arriba, con una sonrisa que ella ya había aprendido a interpretar como victoriosa.
—Se avecinan grandes cosas para la familia, ¿entiendes?
Alma asintió y, cuando él carraspeó fuerte, se apresuró a contestar:
—Sí, padre.
—¿Entiendes la importancia de la fiscalización temprana?
Volvió a asentir.
—Todo debe salir acorde al plan.
—Sí, padre.
—Nada de sorpresas, Alma. Ya eres una señorita.
Su padre le dio la espalda en cuanto sonó el timbre de llegada. Dos andromeds desplegaron una camilla a su lado y la cargaron de inmediato. Después, uno la aseguró amarrando sus brazos, pies y torso, mientras que el otro realizaba exámenes de control.
—Actividad motora disminuida en un setenta y cinco por ciento.
Uno de ellos comenzó a deslizar la camilla, mientras que el otro se dirigió a su padre.
—Paciente en ruta de operación, favor de confirmar parentesco.
Alma alcanzó a ver cómo le escaneaban la huella digital y tomaban unas gotas de sangre. Cuando se validó su identidad, él regresó a su asiento y fijó la mirada en la pantalla, sin decir nada. Alma volteó hacia la ventana, el esmog y las nubes grises habían sido reemplazadas con un paisaje verde: colinas llenas de pasto que se movían como olas por el viento y un cielo azul que se le figuraba muy falso. Se despidió en silencio del mundo detrás de la proyección.
El elevador los llevó hasta el piso veinte. Alma sólo conocía el ala hospitalaria porque la obligaban a visitar a su madre durante sus estancias largas, a veces el mantenimiento normal no la arreglaba por completo y Alma odiaba verla así. En cuanto entraron al quirófano, los andromeds encargados cobraron vida. La pasaron a otra camilla más acolchada, le amarraron las extremidades y el abdomen con cintas maleables, que apretaban más al intentar moverse. Miró hacia el andromed que le estaba acomodando la cinta en la frente, y decidió hacerle la pregunta que nadie le había podido responder:
—¿Dolerá?
—La operación está diseñada para ser lo más rápida posible. En pacientes tan jóvenes como tú, sólo tendrás molestias pasajeras unos días después.
Sintió un pinchazo y vio que otro andromed le inyectaba un líquido claro. Los monitores prendieron y sus signos vitales llenaron la pantalla. La camilla se transformó en escuadra. Los andromeds se alejaron y del techo bajó la máquina que iba a llevar a cabo su operación. Recitó sus datos con una voz metálica: “Alma Santamaría, quince años, estatura: ciento cuarenta y cinco centímetros, ritmo cardíaco acelerado, complexión delgada, temperatura: treinta y cinco grados”. Una aguja gruesa se acercó poco a poco y Alma no pudo evitar retraerse, la cinta alrededor de su cabeza se tensó. Un andromed se colocó detrás y se aseguró de que no cerrara los ojos. Su respiración se aceleró más, estaba segura de que en cualquier momento su corazón dejaría de latir.
La aguja se introdujo entre su ojo izquierdo y la nariz. Sabía que en la punta llevaba el nanochip que alteraría su cerebro. Aunque no percibió dolor, la sensación del objeto extraño dentro de ella le generó asco. El reflujo subió por su garganta y abrió la boca para jalar aire, deseando no vomitar. Desde el fondo de su nariz, sintió cómo se movía la aguja. La descarga eléctrica llegó de repente y su cuerpo entero se contrajo, provocando que las cintas le cortaran la piel.
La máquina retiró la aguja y la escaneó antes de anunciar: “neurotransmisor activado exitosamente, fiscalización terminada”. La camilla regresó a su posición inicial y los andromeds comenzaron a retirarle las bandas. Los empujó, quiso levantarse y frente a sus ojos apareció el texto: “rebelión detectada”. Una descarga eléctrica la obligó a recostarse de inmediato y pensó que ahora sí vomitaría. Le inyectaron otro tranquilizante y Alma cerró los ojos, la camilla empezó a moverse. La llevarían a un cuarto de recuperación, y tal vez podría escapar si fingía estar dormida cuando la dejaran sola.“Rebelión detectada”, perdió el conocimiento con la segunda descarga.