Siete viñetas para una discusión alrededor de la IA

Marco Antonio Millán
Octubre-noviembre de 2023

 

 

Imagen generada por Inteligencia Artificial mediante la plataforma Leonardo AI

 

¿Estar estupefacto es una manera de sentirse estúpido o en estupor, digamos, asombrado ante los cambios tecnológicos? Hay formas de la Inteligencia Artificial (IA) que parecen inundarnos, pero no se escucha hablar mucho de la estupidez artificial, tal vez porque mediante la IA se ha evidenciado la estupidez natural de los muchos que cuentan con teclado digital. La estupidez, según Teofrasto, es la“pesadez” de espíritu que acompaña nuestras acciones. ¿Qué hay de la racionalidad? ¿Es menester distinguir la inteligencia de la racionalidad?

Estas siete viñetas intentarán abrir estas cuestiones a debate bajo estas premisas:

  1. La tecnología digital del capitalismo cibernético no propicia por sí misma el fracaso de la racionalidad humana. La racionalidad humana es más bien excepcional y hasta se premia su distinción. En el mejor de los casos se alaba a quien, para bien o para mal, se dedica a labores que la enaltecen, digamos un científico de ciencias duras o, si se me permite, un filósofo; no digo un profesor, porque no necesariamente incrementan o enaltecen la racionalidad, antes bien, parecen sucumbir, cada vez más notoriamente, a la performatividad tecnológica. La pandemia aceleró el proceso.
  2. Es la movilización, el afán de movimiento, digamos, y no la contemplación lo que caracteriza, al menos hasta nuestros días, al grueso de la población humana. La movilidad de masas, reales y virtuales, enmarca uno de los sucesos más notorios de una civilización —como la nuestra— que aspira a la mundialización en una globalidad de conexiones cibernéticas. Los archivos, las personas, las mercancías se movilizan como nunca antes en la historia humana. La inteligencia se mueve veloz por el mundo, lo determina. La racionalidad parece ir por rumbos menos determinantes.
  3. Hace más de setenta años, se pensó que la televisión enajenaba o alienaba, según el argot en turno de aquel tiempo, pero no fue así. Aunque Umberto Eco contestó rápido esa cuestión y enfatizó que la gente echaba a perder a la televisión y no la televisión a la gente. En nuestros días, acaso pase lo mismo con las pantallas del ordenador o del teléfono móvil. La inteligencia artificial revela, paradójicamente, lo poco usual de la inteligencia natural, lo poco usual de la racionalidad humana. No que no se tenga, sino que no se la use más allá de lo básico, inmediato y necesario.
  4. Eruditos de la repetición suelen ser los dedicados a las más diversas exégesis de la historia de las ideas o de la filosofía. Futuras presas de la sustitución de su trabajo por máquinas inteligentes, porque ¿qué le puede impedir a la ia elaborar papers académicos de rigor y acceder a cuartiles dignos de elogio cuando la inmensa mayoría de los escritos hechos por humanos son —como decía Octavio Paz— repetición de las repeticiones? ¿Cómo adviene la racionalidad frente a la mera inteligencia maquínica? Si de antemano el autoplagio o la erudición del comentario de las grandes obras ya plagaba el mundo de las ideas, es previsible —como ya comienza a notarse— que una IA haga lo propio, es decir, haga lo que ya se hacía y hace a discreción.
  5. La tecnología actual no es la culpable del fracaso de la racionalidad humana, lo único que ha hecho es revelar que, a mayor cantidad de accesos a una red de Internet, mayor es la evidencia de lo que los seres humanos en realidad somos y el modo en que nos comportamos. Antes de la red de redes, también ocurrían comportamientos irracionales, pero no se dejaba una evidencia tan explícita, ni tan defendida. La libertad de expresión ha mostrado sus excesos, sólo eso. Una imbecilidad documentada en el día a día, sin saciedad en el horizonte.
  6. Aquí se impone una distinción básica en función de lo dicho. La tecnología ha revelado lo demasiado humano del ser humano. Sólo lo ha revelado, no lo ha creado. Dentro de dicha revelación, se podría decir que la inmensa mayoría adolece del ejercicio de la racionalidad, pero no del uso tecnológico de la inteligencia, asimismo una minoría ilustrada se supondría que hace uso de la racionalidad, pero de un tipo de racionalidad que se limita a ser compartida por un puñado de expertos o especialistas en algo o en la obra de alguien (racionalidad epistémica). En ambos casos, es decir, el de las mayorías, “la canalla”, y el de las minorías, “élites”, lo que priva es el uso de moderado a excesivo de la irracionalidad, en unos lugares más que en otros, pero ciertamente, en todos lados.
  7. Mantengo, también, como idea clave, que la IA sostiene al estupor/estupidez actual haciendo manifiesto, mediante el desarrollo tecnológico, que el ser humano avanza en la tecnología “pleno de méritos”, pero dando testimonio fehaciente de lo difícil que resulta, pese a ello, que la humanidad se haya vuelto más digna o sabia o, al menos, que posea sentido común. En cambio, frente a ese panorama, la “racionalidad” parece un ejercicio más bien anómalo o extraordinario, fuera de lo común o, mejor dicho, fuera del ritmo de la época técnica. Quizá lo mismo que cualquier otra época a juzgar por las historias humanas conocidas.

 

Dos conclusiones para las siete viñetas:

  • Que es necesario asumir las diferencias y debatir acerca de la racionalidad y la inteligencia en el marco de los usos y abusos que de esos conceptos se tiene y en el contexto del capitalismo cibernético actual.
  • Que la tecnología no propicia nada ajeno a lo que el ser humano ha sido, más bien revela aspectos inéditos de nuestras conocidas formas de ser, donde es evidente la ausencia de comportamiento racional en aras del estupor social y de una servidumbre voluntaria hacia la inteligencia cibernético-digital. A la estupidez no le falta inteligencia.

 

 

 

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Marco Antonio Millán

Profesor Investigador Titular C del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Unidad Cuajimalpa de la Universidad Autónoma Metropolitana.