Estropear los usos automáticos: Parva natura, de Eduardo Casar

Laura Sofía Rivero
agosto - septiembre 2023

 

La poesía tiene mala fama de ser muy importante. O, mejor dicho, más importante que cualquier otra forma de expresión o género literario. Quienes la ven de esta manera la instalan en un pedestal que la aleja de todas las cosas que nos rodean; la convierten en algo intocable, una estatua que se contempla de lejos y que hay que respetar sin cuestionamientos. Además, propician que se expanda esa maña tan nociva de creer que hay palabras y temas poéticos en sí mismos; en lugar de invitar a encontrar la poesía en todas partes.

Esa brecha tan habitual no se experimenta al leer el poemario Parva natura. Eduardo Casar no traza límites entre la vida diaria y las palabras, se afana constantemente en construir puentes insospechados que las unan. Ya sea una alberca que guarda la quietud del agua en reposo, el ruido de un martillo clavando en la pared o la triste planta olvidada de una recepción, sus poemas recrean el milagro por el cual el lenguaje nos permite observar nuestra realidad más ordinaria con verdadero asombro.

En la nota introductoria Casar explica que Parva natura, como sus otros poemarios, es producto de las circunstancias y no de un proyecto literario. Con esto quiere decir que él no escribe libros de poemas, sino poemas sueltos que a veces tienden a reunirse y tomar forma en conjunto. Esta cualidad resulta muy fresca en tiempos como los nuestros que parecen engolosinados con la literatura temática cada vez más cercana a la disciplina escolástica de las tesis. A esa diversidad de temas y de tonos de Parva natura, la anuda el sutil hilo del incesante interés que Casar tiene en no dar nada por sentado: escribe con el propósito de deshacerse de lo automático, siempre al acecho de una mirada inesperada.

Sus juegos del lenguaje no sólo resultan divertidos, van mucho más allá. Casar es un hábil orfebre: dota de vitalidad a las palabras rancias, hace funcionar con maestría los “errores” que cualquier tallerista tacharía acríticamente y concibe la poesía como un proceso que no consiste en usar las “palabras buenas” del idioma sino en moldear el lenguaje de manera novedosa, muchas veces tomando de manera literal las connotaciones enquistadas por tanto uso. Casar es un resucitador de metáforas muertas.

En muchos de los textos de Parva natura se alcanza a percibir una predilección por cómo la literatura puede apresar el tiempo o construir uno propio. Hay poemas que prolongan un instante, que lo captan en los versos como la pintura impresionista logra aprehender la luz de un momento del día. Hay otros que, al contrario, nos hacen ver que la eternidad cabe en un poema; apenas una página donde se encapsula una vida humana (“Otro viaje a la semilla”) o los viajes microscópicos que experimentamos después de nuestra muerte (“Reencarnaciones”). Poemas como éstos llevan a cabo la proeza literaria de volver posible lo imposible, se desbordan de imaginación y dejan una sensación muy similar a la de los mejores cuentos fantásticos.

Resulta curioso que en esta nueva edición de Parva natura Casar opte por no modificar ningún poema y dejar el libro tal cual apareció hace dieciséis años. En la nota asegura: “si uno decidió que esos poemas iban así, así hay que dejarlos, aunque sólo sea porque uno ya no es sino aquel antepasado del que los escribió”. Esta captación del yo como una materia que se transforma es un asunto que trasciende a distintos niveles de su oficio: mediante textos interesados en representar las transformaciones, pero también como una poética personal trazada en los versos de “Escribiendo en gerundio” que señalan las virtudes de escribir: “para perderle el miedo a los disfraces y a las voces distintas”.

Esta idea delinea un eco al epígrafe de Víctor Manuel Cárdenas que, como umbral, da la bienvenida a su libro Ontología personal: “La poesía no cambia nada: / es un espejo / donde se mira / el que cambia”. Confesaré que no sólo el poeta puede mirarse allí. Yo misma me enfrenté a mi propio reflejo al leer, por segunda vez, Parva natura. Y además de recordar el contexto tan distinto en el que me encontré con estos poemas hace más de una década, volví a experimentar la emoción de leer estos textos llenos de una erudición lúdica (capaz de confeccionar poemas eróticos con conceptos de teoría literaria) en donde el lenguaje se concibe como parte de la vida. Cada texto nace de una osadía que culmina en una hazaña, el ingenio va de la mano con la musicalidad lírica.

Con su obra literaria y su labor como divulgador de la lengua en los salones de clases y en la televisión, Eduardo Casar demuestra que se puede ser inteligente sin ser solemne, se puede amar el lenguaje sin caer en la pedantería y se puede jugar sin ser banal. Porque el juego nos invita inevitablemente a ver las cosas de otra manera, con mayor profundidad y como si fuese la primera vez.

Parva natura

Eduardo Casar

México, uam (Molinos de Viento 174), 2022, 64 pp.

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Laura Sofía Rivero

(Ciudad de México, 1993).

Ensayista y docente. Ha ganado el Premio Nacional de Ensayo Joven José Luis Martínez 2020 y el Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2017, entre otras distinciones. Ha sido becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas y del programa Jóvenes creadores del Fonca. Actualmente estudia el Doctorado en Literatura Hispánica en el Colegio de México.