La actriz Mayra Sérbulo interpreta el personaje de María en la puesta en escena Todos Santos, bajo la dramaturgia de Mónica Perea y la dirección de Sixto Castro Santillán, en la Sala Xavier Villaurrutia del Centro Cultural del Bosque. Fotografías: Secretaría de Cultura / inbal
México es un país atravesado por una violencia que tiene muchos registros, desde la experiencia más tangible de la sangre hasta los muchos modos en que puede permearse en los gestos, en la cotidianidad. Todos Santos es, en ese sentido, una obra que se mete a indagar algunos mecanismos que a veces pasan inadvertidos, porque nos pasan como como si fueran una realidad a parte de la nuestra. Como a la señora Ángeles, la patrona de María, cuya historia le está pasando enfrente, pero de la que no se entera porque no quiere enterarse. La historia de María es la historia de muchas mujeres mexicanas que son desplazadas de sus comunidades de origen y se ven en la necesidad de trabajar de empleadas domésticas. Ella quiere volver a su pueblo a la fiesta de Todos Santos para llorar a sus muertos. Nos lo cuenta mientras prepara todo para emprender ese viaje de vuelta a los suyos.
¿Qué papel juega en la obra ese ejercicio de la violencia que es menos letal, pero igual de hiriente, como la indiferencia, el hecho de hacer que la trabajadora del hogar duerma con el perro o el gesto de haberla comprado?
Creo que María es el tipo de personajes invisibilizados por la sociedad. Esas mujeres a las que prefiere no voltearse a ver y que, por un lado, otras mujeres dicen considerar parte de su familia pero que las tratan peor que si fueran mascotas. María es, además, esa mujer que encarna los daños colaterales del narcotráfico, padeciendo una de las maneras contemporáneas en nuestro país del despojo de tierras. Vemos en los medios de comunicación masiva, en redes sociales, esas historias de éxito de los narcos que tienen un poder adquisitivo impresionante, que compran cosas caras y ostentosas y que cosifican a las personas todo el tiempo. Sin embargo, gente como María paga el precio real y nadie la voltea a ver, no se les mira y sus historias se cuentan poco porque no impresionan de la forma que lo hace el poder.
Ese precio, además, también se paga generalmente en soledad, en abandono. Todos Santos monta en escena una de las muchas realidades que viven quienes se quedan cuando el resto de la familia busca “una vida mejor” “al otro lado”. ¿Qué expresiones de la lengua te parecen propias de este fenómeno y qué papel juegan en tu obra? Pienso en cómo “allá” adquiere un matiz muy específico, o expresiones como “brasero”, “el envío de dinero”, “seguir los pasos”, “irse”, “juntar para venirse”, o lo que significa dejar de mandar dinero (la metonimia del olvido, del adiós, del silencio).
La idea de la migración es una constante en nuestros países latinoamericanos, sobre todo en las zonas rurales. Todas esas expresiones forman parte del día a día en muchos lugares de nuestro país. Hay pueblos enteros que se mantienen de las remesas. Vivimos inmiscuidos entre tanta violencia, pobreza y falta de oportunidades, que irse a vivir a otro sitio se convierte en una necesidad en la búsqueda de condiciones de vida dignas. Percibo una sensación generalizada de no sentirte “alguien”, de sólo ser una persona anónima más dentro de un pueblo perdido entre la miseria y ningún lugar. Y claro, migrar trae consigo la promesa de ser ese Alguien anhelado. Los primeros años puede haber un arraigo de lo que se dejó atrás, pero la nueva vida deja de ser una posibilidad para convertirse en la realidad cotidiana: ¿quién va a querer volver a ser nadie? Más que olvido, me parece que es una resignación de terminar con las esperanzas de volver porque se encontró esa mejor vida o se perdió la vida en el intento. Quienes se quedan en los pueblos, suelen ser las mujeres, los niños y los ancianos quienes, irónicamente, son la población más olvidada y desatendida por las sociedades.
Ante esta desatención, creo que algo necesario es volver a focalizar la mirada en lo que no se mira, como lo haces en Todos Santos. Recordar, por ejemplo, las múltiples connotaciones que puede tener un nombre, como la María de tu obra, que pone en tensión varios de estos sentidos: entre María de los Ángeles, María la Virgen de Guadalupe, Ángeles, Lupita, María. ¿Cuál es el rol simbólico que adquieren estos nombres y su relación con la cosmovisión de lo religioso/cultural que se permea en toda la obra?
Uno de los nombres peyorativos que se utiliza para referirse a las mujeres indígenas es el de “Marías”. Es muy fuerte porque no dejamos de ser un país colonizado y María es uno de esos nombres que vinieron a imponer los españoles. Esas mujeres son señaladas por ser indígenas y por resistirse a la colonización, pero al mismo tiempo se llaman como impusieron los conquistadores y profesan esa religión que se vino a imponer. Y, por otro lado, en esa religión, María es considerada la Madre de Dios y de todos los hombres. Mi intención es señalar las contradicciones y traer a colación esos nombres propios arraigados en el imaginario mexicano y señalar que el refugio de aquellos que no tienen protección se encuentra en la religión.
Este olvido, esta desatención, esta precariedad, esta violencia, todos son parte de los muchos hilos que tensan el tejido de la realidad, que bordan el relato de María, en el que se trenzan y trastocan ciertas palabras, como la “protección” que adquiere un matiz siniestro cuando se le debe pagar, la “autodefensa” cuando es del estado de quienes es necesario defenderse, o “seguir los pasos” que es un gesto de doble filo, entre enfrentar el mismo destino y transitar el mismo sendero, la misma promesa, de una vida mejor. ¿Cómo mutan los sentidos de la lengua desde una situación social a la otra?
Precisamente creo que buscamos que las cosas sean simples, que los problemas tengan una única solución y la vida no es así, es un tejido que se tensa, enreda y, muchas veces, ni siquiera empezamos a urdir nosotros. Las razones por las que personas como María llegan a esos lugares y situaciones no son fáciles de analizar, son muchos factores alrededor que tienen a la gente sumida en la miseria y la falta de oportunidades. Ante la orfandad de protección por parte de las autoridades, surge la autodefensa. Son muy comunes en el contexto latinoamericano, tristemente, se han estudiado bastante y su estudio ha traído como consecuencia las estrategias para disolverlas.
Me parece que en Todos Santos cobra una función ejemplar la imagen del sueño americano contra el infierno del pueblo del que se quiere escapar, las violaciones, los secuestros, las guerrillas, la muerte, y el cruce de estas realidades que es María, la voz que es todas las voces de la obra, o mejor, que encarna todas las voces de su historia en escena. ¿Qué tanto este personaje puede apalabrar su historia y la de su pueblo y su familia en tanto que se vuelve una exiliada de su propio pueblo, es decir, desde la lejanía, desde la añoranza de su tierra y todo lo perdido?
Quise generar una atmósfera que poco a poco fuera cuestionando al lector y espectador si María aún estaba viva o se encontraba hablando desde la muerte. Incluso ella misma se lo cuestiona hacia el final del texto. Me gusta la idea de dejar eso a la interpretación. Ella encarna los daños colaterales del complejo problema del narcotráfico en nuestro país, al mismo tiempo que padece de la discriminación por su color de piel y origen étnico. Esto me hace recordar la paradoja budista del árbol que se cae en medio del bosque y que no hubo nadie cerca para oírlo, ¿hace algún sonido? La gente de los pueblos perdidos en las sierras y selvas mexicanas es amenazada, acribillada y desplazada constantemente y nunca hay nadie para escucharlas. Lo que no se nombra, no existe, por eso me parece fundamental dar a conocer estas historias, hacerlas visibles y exponer su complejidad.
Y creo que esa complejidad también se aprecia desde los rituales, desde lo simbólico. En Todos Santos, María se la pasa haciendo un mole para su gente durante toda la pieza dramática. Y es interesante cómo una parte de su relación con sus muertos esté atravesada por la gastronomía (pienso en el mole, los tamalitos, el chocolate espumoso o el café con piloncillo) que se cierne en torno al día de muertos (no por nada el pueblo del que parte María es Todos Santos). ¿Cuál es la importancia que adquiere este ritual de preparar alimentos para los difuntos, este gesto de ofrenda, en Todos Santos?
La comida es parte de la cultura de todos los pueblos y en México tenemos la particular creencia de que volveremos después de muertos a estar con nuestra gente, pero compartiendo los alimentos. Para los pueblos originarios, esa preparación es especial e igual de importante que el ritual mismo de la fiesta, no están separados, sino que forman parte del todo. Haciendo de comer se comparten los saberes de generación en generación y se mantiene viva la cultura que se enseña para su preservación. La cocina mexicana está permeada de saberes ancestrales. Y para continuar también con la memoria de los difuntos es que se levantan las ofrendas o altares de muertos en honor a esos que no están en este mundo de los vivos. Para mí, María se convierte en un símbolo de la madre de todos esos sin voz que murieron en el anonimato y a los que ella les hace un poco de justicia para que no queden en el olvido.
(Ciudad de México, 1985)
Estudió la licenciatura en Psicología y la maestría en saberes sobre subjetividad y violencia. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Fonca. Es autor de Puntos cardinales, Luz y cadencia, Tres maneras de-venir ficción y Elogio de la cicatriz (Kintsukuroi).
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