Mi primer encuentro con la poesía de Ingrid Bringas (Monterrey, 1985) ocurrió poco antes de la pandemia, cuando en 2019 —si mi memoria no falla— Periódico de poesía publicó en su sitio web cuatro inéditos de ella. Era abril, nos acercábamos al apogeo de la primavera, y me sorprendió descubrir unos versos nostálgicos, perfectamente escritos, sin caer en ningún efectismo. En aquel momento ya se había abandonado como impostura social la melancolía, y se hablaba seriamente de lo devastadora que podía ser la depresión; por eso, mi primera reacción fue desconfiar de los versos que tenía en frente.
En la humedad de mis manos se posó un pájaro
sus alas sobre mi palma rompiéndose como dos nueces
la quietud de su corazón era honda
su canto frondoso
escuché su propia voz
que era mi canto —sus plumas brillantes
lo solté
sacudió mi desgarrado silencio que ostenta la alegría
en el fondo de mi pecho.
(De Nueces).
Sin embargo, los versos de Ingrid parecían resonar en frecuencias muy bajas y, poco a poco, sentí la necesidad de regresar a ellos en incontables ocasiones, hasta casi memorizarlos y familiarizarme con aquel “hogar que no era hogar”, la convicción remordida —puesta en boca de Emily Dickinson— “de encontrar el amor/ en una criatura olvidada”, y aquella mano (¿acechante?, ¿onerosa?) que echó el aliento al interior de la casa abandonada en cuyo pecho (¿o deberíamos leer repecho?) “un pájaro revolotea” como aquel verano incansable del que nos hablaba Camus.
Posteriormente, como suele ocurrir cuando un autor llama poderosamente nuestra atención, empecé a encontrarme con mayor frecuencia fragmentos de su obra en Internet —reconozcámoslo: ¿qué poetas tenemos al alcance en nuestras librerías?—, los cuales ratificaban en buena medida la opinión que me había formado de ella como una autora que iba apilando versos de una simplicidad engañosa y vibrante, con una intensidad disimulada, y cuyos poemas entregan sus descubrimientos poéticos casi inadvertidamente. Por ejemplo, en Jardín botánico (México, Abismos Casa Editorial, 2016) se lee ese poema sentencioso y enigmático que es "Dermis":
Esta sangre madura palabras debajo de la dermis
traza una geometría invisible
traza una voluntad
un músculo
¿qué hay debajo de la piel?
su simetría
una gramática apenas
un nombre
una lengua que aprende, le recorre la sangre
debajo de la dermis se escuchan voces
la de la supervivencia —la del llanto que salpica a los otros.
Este texto establece la piel del sujeto lírico como frontera natural en la que se oponen y reflejan dos realidades: aquella de los signos lingüísticos como frutos de la sangre que delinean la razón (“una geometría invisible”); el ánimo, tal vez el deseo (“una voluntad/ un músculo”), y su correlato intrínseco (“su simetría”, “una gramática”, “un nombre”, “una lengua”). Al final, perdemos nuestro marco de referencia extrínseca e intrínseca porque ¿cuáles son las voces “de la supervivencia” y cuáles las “del llanto que salpica a otros” que resuenan en el interior? ¿Debemos suponer que aquellas están “fuera” y estas “dentro” del yo lírico?
Luego llegó la emergencia sanitaria por la Covid-19 y nos sumergimos en un impasse de dos años que suspendió las actividades presenciales y el rebusque de libros físicos; sin embargo, casi al finalizar este periodo, Ingrid Bringas ganó el Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen Estrada 2021 con su libro Frontera Cuir (México, Universidad Autónoma del Estado de México, 2021) el cual da voz, de manera sensible y contundente, a los migrantes pertenecientes a la comunidad lgbtq+ en el norte del país. Este poemario de largo aliento otorga sin eufemismos un nuevo significado a la otrora llamada “literatura comprometida”, vivificándola como botón de muestra de lo mucho que puede comunicar efectivamente un poema, a veces en un solo verso y pocas palabras —contrario a la opinión de Wittgenstein y sus juicios lapidarios sobre ese juego del lenguaje que es la poesía—:
La frontera es el
cruising de las naciones.
O bien:
Hay demasiadas voces en el lenguaje del odio.
Naturalmente cabía preguntarse cuál sería el siguiente paso en la obra poética de la autora y, para sorpresa de propios y extraños, Ingrid Bringas anunció recientemente la presentación de La casa no existe (México, Los libros del perro, 2022) donde continúa su exploración de la ausencia y el ocre vacío dejado por esta, adoptando un tono mucho más intimista, personal, y conciliatorio que en sus libros anteriores.
Mi madre contempla la telaraña
con la vocación de comer un fruto
muerde la pulpa y observa:
cómo se va tejiendo la noche.
(De Tareas domésticas).
A través de los poemas breves a los que ya nos tiene acostumbrados (algunos rayando en el aforismo y las sentencias de un solo verso tan queridas por el último Nietzsche), así como una novedosa andanada de imágenes sencillas, pero no menos concluyentes, Ingrid nos habla desde la cotidianidad doméstica y el entramado de la memoria sobre muchos de los temas que le han preocupado, algunos de manera más bien velada, pero que han estado allí desde sus primeros textos: la remembranza del amor —como antesala ineludible de la muerte y otras formas de ausencia—:
Este cuarto donde amé
será también mi lecho de muerte.
(De Habitaciones).
Al igual que la presencia emblemática de la madre (o su recuerdo) como contención ante todas las pérdidas:
No quiero hablar de los ojos de mi madre
peligrosos como la noche.
He buscado en los espejos de este hogar
el reflejo de los suyos
como dos canicas
como dos sombras que me guían.
Y ahí es donde encuentro todo lo que he perdido.
(De Tareas domésticas).
No podían faltar los juicios sumarios del padre, quien oscila a veces como figura impresentable incapaz de reservarse lo siguiente:
Afortunadamente no soy la fea de la familia,
me lo ha dicho mi padre.
Tengo los ojos de mi madre,
las caderas ceñidas de su hermana,
esta herencia de mujer alta.
A veces, menos fea que las demás de la familia.
(De Secretos de familia).
Y, en otras ocasiones, es alguien capaz de compartirnos —de manera un tanto inexplicable— por qué se niega a hablar de aquello que odia:
[...]
porque para él todo eso tiende a desaparecer.
Aún hoy, después de tantos años
prefiere padecer nuevos silencios,
hablar de otra cosa, nubes, el jardinero
o mujeres bellas.
[...]
(De Tareas domésticas).
Al final, Ingrid apunta a convertir la experiencia poética de La casa no existe en algo con lo que podamos identificarnos plenamente; haciendo eco de los silencios, muchas veces ominosos, que pueblan los rincones familiares de cualquier casa, sin olvidar del todo que también, de cara a la tragedia, existen instantes llenos de luz. Es en este sentido que la poeta retoma mucho del espíritu trazado en Frontera Cuir como acto de justicia reivindicativa hacia todas las víctimas de los distintos tipos de violencia doméstica, sin caer en el patetismo, la superioridad moral o el discurso programático e infalible que amenazan con erguirse como única respuesta ante este fenómeno.
Un techo alto que te traiga de regreso
con su música, tu mundo fantasmal
para enterrarte en una esquina.
Como un muñeco de trapo.
Para ser todas las mujeres que te nacen en la noche.
(De Un cuarto propio).
Estamos, en suma, frente a un texto conciso y hermoso, intimista e inexhaustible, que revela el perfeccionamiento lírico alcanzado por su autora y seduce con su ocupación paradójica de la casa como símbolo, a través de sus despojos —el polvo que se acumula en los estantes, los fantasmas que parecen escucharnos cuando se reza, la soledad agazapada con el moho, el eco donde no se oye nada—, y la fugacidad onírica de todos sus ocupantes, ya sean reales, ficticios, o meramente evocados —los gatos dignos de adiración y respeto, las urracas que anidan en la ventana, la tía oficiosa, Safo de Lesbos, la hermana operada a corazón abierto, Virginia Woolf, el abuelo que quisimos enterrar en el patio, las cosas que odiamos, Emily Dickinson, el hermano muerto—. Un tributo a la ausencia como anclaje ilusorio ante el destino innombrable y agazapado en cada uno de sus versos: poder afirmar que la casa no existe, pero llevamos con nosotros la tradición y el secreto de lo que se ocultó indefectiblemente entre sus paredes.
Porque la experiencia confirma plenamente aquella sentencia de Secretos de familia: “No hay mayor infierno para el futuro/ que una familia compleja” y, haciendo eco de lo que afirman terapeutas y sociólogos, todas las familias lo son.
La casa no existe
Ingrid Bringas
México, Los libros del perro, 2023