Entrevista a
Germán A. de la Reza

Mihaela Helmis
abril-mayo de 2023

 

 

Estación de tren de Temesvár-Józsefváros (1917), ahora Timişoara-Iosefin. Imagen: Wikimedia Commons


Versión española y actualización del original publicado por la Academia Rumana: „Mihaela Helmis in dialog cu Germán A. de la Reza. Formatoare, viața culturală a anilor 80 din Romania”, Contemporanul, n° 6, julio, 2022, p. 16-17.

Hoy Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, de 1990 a 1995, Germán A. de la Reza fue investigador de la Universidad de Estocolmo y en el periodo 2005-2006 ocupó la Cátedra “Simón Bolívar” de la Universidad de París. Se graduó en las universidades de Bucarest, Toulouse y París en las disciplinas de historia, sistemas complejos y economía. Ha publicado una treintena de libros, entre los cuales destacan: La invención de la paz, galardonado con el Premio Pensamiento de América y disponible en cinco idiomas; Défis de l’intégration en Amérique latine, publicado en París en 2010; y Sistemas complejos, editado el mismo año en Barcelona. Sus obras literarias incluyen una Antología de poesía rumana, publicada por la UAM Xochimilco en 2000, y cinco libros de poesía (Décima interior, Columna de luz, Poemas 1988-2008, En el reino de las teas y Doppelgänger), además de una novela histórica, El cuaderno de Timișoara. La entrevista nos fue concedida en rumano, con un gran manejo lingüístico de su parte.

 

Creo ver tres etapas en tu relación con Rumania: los años de formación universitaria, el reencuentro que propició la Revolución de diciembre de 1989 y los regresos al medio universitario con ocasión de la edición de dos libros académicos tuyos, Inventarea păcii y Sept épisodes de la lutte contre la désintégration de l’Amérique latine, y la próxima aparición de tus obras literarias en rumano: Umărul de hârtie. Antologie poetică y Caietul de la Timișoara. ¿Qué significa Rumania para ti?

Llegué a Rumania a finales de la década de 1970 y entré a estudiar rumano en la escuela Lenau de Timișoara, la misma que albergó el último concierto de Franz Liszt antes de consagrarse definitivamente a la composición y donde Herta Müller, Premio Nobel de Literatura en 2009, terminó la secundaria. Tuve magníficos maestros, algunos de ellos también escritores, aunque mi verdadero aprendizaje tuvo lugar cuando pude compaginar el conocimiento de la cultura popular del Banato y la descodificación de la poesía culta rumana, sus sonidos y sentidos misteriosos.

 

¿Cómo era Rumania para ese joven de dieciseis-diecisiete años?

Antes de llegar a Timișoara había estado unos días en Bucarest, ciudad austera y sombría. Todavía eran visibles las secuelas del terremoto de 1977 y no había conversación que dejara de interpolar anécdotas sobre los momentos trágicos y los actos heroicos de la población. Pero no todas eran malas noticias: Sergiu Celebidache, el célebre director de la Orquesta Filarmónica de Múnich, había dado un concierto en el Ateneo Rumano causando sensación entre los habitantes de la capital por su interpretación de la “Rapsodia rumana” de George Enescu. Timișoara, en cambio, era otro mundo. La primera imagen que me presentó la antigua provincia del Imperio austrohúngaro fueron sus colinas cubiertas de rosas: un océano de flores sin siquiera senderos para atravesarlo. Como ocurre en toda ciudad, el humor de la población era variado, si bien predominaba la expresión desinhibida y una herencia cosmopolita que se expresaba en rumano (una versión melodiosa y elegante del rumano), húngaro, alemán y serbio. Sus gentes comunicaban sin reservas, aunque me recomendaban de tiempo en tiempo desconfiar de los informantes de la Securitate, la poderosa policía política del régimen. Todo amor tiene una fecha de nacimiento: el mío por Timișoara comenzó cuando comprendí que el deseo de proteger al adolescente que venía del otro lado del mundo lo expresaban quienes también necesitaban protección.

 

¿Tenías planeado estar un tiempo determinado y regresar a Sudamérica? ¿Cuál fue el motivo que te llevó a aprender el idioma y dejarte integrar por una cultura de origen latino, pero extraña?

Antes de llegar a Rumania había estado en París y gracias a una beca y unos trámites preuniversitarios sabía que mi estancia en Europa abarcaría varias etapas de mi vida. Mi llegada a Timișoara fue parte de ese proyecto, lo que explica que la transición del aprendizaje lingüístico a la inmersión en la cultura popular no tuviera momentos de discontinuidad. Todo lo contrario. El primer o segundo libro que compré en Timișoara fue Palabras adecuadas del gran poeta Tudor Arguezi; edición bilingüe que me acercó a varios aspectos del dominio lingüístico: sintaxis, énfasis, ritmos, flexibilidad formal del lenguaje. Más importante, me ayudó a comprender la relación entre el rumano y el español, el trasfondo común de nuestros idiomas. Luego llegó la época de George Bacovia, cuyos poemas recité y traduje para los amigos; una de mis últimas adquisiciones es Plumb (Plomo), editado por Prut International en la capital de la República de Moldova, Chisinau. Me sabía varios de sus poemas de memoria, poemas simbólicos, con imágenes casi palpables:

 

De-atâtea nopți aud plouând,

aud materia plângând...

sunt singur, si mă duce un gând

spre locuințele lacustre.

 

(Tantas noches escucho llover / escucho llorar a la materia / estoy solo y me lleva un pensamiento / hasta las moradas lacustres).

 

Impresionante para nosotros: la simultánea conquista de la literatura y la cultura popular, aunque parece que la poesía tuvo un papel definitivo, no solo por Arguezi y Bacovia, sino también por Nichita Stănescu.

Los escritores construimos nuestro oficio en torno a una serie de lecturas, a un ser querido o a una concepción de vida. A mí me fue dado construir mi expresión intelectual a partir del círculo literario que conducía Nikita en su pequeño departamento de la Plaza Amzei, número 9. Allí se reunían de vez en cuando jóvenes poetas, escritores de renombre, críticos literarios, músicos, pintores o simplemente amigos de Nikita. Fui pocas veces. La primera lo hice con Romulus Brâncoveanu, gran poeta y años más tarde decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Bucarest. Allí conocí también a Ion Stratan, Nino; un personaje extraordinario.

 

Por entonces todos ustedes eran estudiantes.

Creo que Nino había concluido sus estudios en la Facultad de filología, no recuerdo muy bien, pero acababa de publicar Ieșire din apă (Salida del agua), su libro de debut. Fue el miembro más brillante de los Optzeciști, el movimiento literario de los ochenta; estaba dotado de una cultura literaria parecía no tener límites; su capacidad para moldear el pensamiento y las palabras sorprendía por sus destellos de genialidad. En casa de Nichita también vi a otros jóvenes poetas: Traian Coşovei, libre y emprendedor, Florin Iaru y Mircea Cărtărescu; los tres, junto a Nino, publicaron Aer cu diamante (Aire con diamantes), el manual de poesía de una generación.

 

Germán A. de la Reza

 

Ese movimiento vino con el cambio de época que significó Nichita Stănescu y lo que se leía y escribía principalmente en el Cenáculo del lunes, organizado cada semana en la Casa de Cultura “Preoteasa”.

Recibí de Nichita tres regalos: su luminosa e inspiradora amistad; el poema que dictó a su esposa Dora y que lleva por título mi nombre en versión integral (“Para Germán Adolfo Cesar Roberto de la Reza Guardia”), y la amistad de Nino. Nino fue mi guía en la literatura inglesa y en la nueva poesía rumana, el primero que señaló la calidad de Exil pe o boabă de piper (Exilio en un grano de pimienta) de Mircea Dinescu, un poeta poco conocido antes de que el mundo lo viera en la televisión rumana el día de la caída de Nicolae Ceauşescu. Me presentó a numerosos poetas y lo acompañé a un par de reuniones del Cenáculo del lunes. La primera vez fue a principios de los años ochenta, cuando reemplazó a Nicolae Manolescu, el profesor de filología que dirigía las discusiones. Si mal no recuerdo, fue la ocasión cuando Mariana Marín leyó un poema rebosante de talento: O sută de ani de război (Cien años de guerra), libro que recibió el premio al libro de debut. En otra fecha, Mircea Cărtărescu, Premio de la FIL de Guadalajara 2022, leyó un poema duramente criticado por los miembros del Cenáculo porque ese era el tono general de sus debates.

Al momento de revisar estas líneas, hacen fila en mi mesa de noche Creionul de tâmplărie (Lápiz de carpintería), de Cărtărescu, y Mutilarea artistului la tinerețe (La mutilación del artista en su juventud), de Mariana Marín, arte de soledad, de mutilación a través de las palabras. A mi correo electrónico llegan periódicamente las novedades literarias rumanas, casi al mismo tiempo que a mis amigos que viven en el país, y hace unos meses recibí de la Radio Rumania los audiolibros de Ion Stratan y Traian Coșovei. Los regalos de Nichita se reproducen continuamente.

 

Tengo la sensación, Germán, de que estás aquí, con nosotros, aunque en realidad te encuentres a miles de kilómetros de distancia y hablemos sobre hechos que acontecieron hace treinta-cuarenta años. Es como si esa experiencia formativa se mantuviera viva.

Y viva también está la memoria de los cursos en la Universidad de Bucarest. Tuve buenos maestros y en su mejor momento, aunque esto no le quita que nuestras clases fueran arduas: implicaban numerosas lecturas y duraban hasta la noche. Comprensiblemente, las únicas personas interesadas en asistir a las sesiones éramos nosotros, los que teníamos que preparar exámenes. Pero hubo una excepción: las clases que impartía Ion Ianoși.

 

Nuestro profesor de estética.

Y principal autoridad en ese campo. Si algo pudo publicarse casi sin límites y sin censura durante el periodo comunista, fueron los libros de estética. De buena calidad, tanto de autores nacionales como traducciones. Recuerdo la muy activa Editorial Meridiane, la revista mensual Secolul XX, el semanario România literară, reflejo de la intensa actividad intelectual del país, además de varias revistas nacionales y provinciales, verdaderas plataformas de la nueva poesía rumana. Decía, la información en temas de estética era abundante y de buena calidad, pero Ianoși poseía el don de las conferencias: era un artista de la comunicación académica. Le bastaba un título interesante, una cita brillante para captar nuestra atención y luego transcurría la hora sin sentirlo.

 

Su magnífica práctica docente recuerda los cursos de los años 1925-1935, cursos a los que asistían estudiantes de varias facultades. También en las clases de Ianoși había estudiantes de otras facultades.

Cierto: recuerdo su lección sobre Andrei Tarkovsky, el entusiasmo y la profundidad con los que nos habló sobre Stalker. A mi lado había estudiantes de filología y también del Instituto de teatro y cinematografía. Ianoși fue el primero en explicarnos la calidad artística de esa película solo semanas después de su primera proyección, realizada en los Países Bajos.

 

Era una época de apertura con cierres, si me puedo expresar de esa manera. La gran apertura había ocurrido en los años 1970-1975, y el gobierno todavía no había roto con nuestros emigrados más exitosos.

Emil Cioran, Eugène Ionesco, Mircea Eliade, Sergiu Celebidache; se intentaba corregir la actitud que había alejado del país a Tristán Tzara, Constantin Brâncuși, a los premios Nobel George Emil Palade y Elie Wiesel, al economista de origen rumano Jacob Viner, y a tantos otros. Por comodidad o por ignorancia, el tiempo presente tiende a simplificar las épocas pasadas. El siglo XXI ha logrado convencer a tirios y troyanos que lo único que ocurrió en los años ochenta fue la Guerra Fría. Sin embargo, al menos en Europa, más allá de las diferencias de régimen político, había una noción clara de lo que representaba la cultura; hoy ya no sabemos lo que es. El viejo desiderátum que buscaba acercar la cultura a las personas de modestos recursos parece habernos conducido a su opuesto: la cultura se ha convertido en un simple entretenimiento. Aunque la censura comunista propiciara que la información económica, sociológica y política fuera escasa y de pésima calidad, lo cierto es que la cultura contaba con obras maestras en los géneros de teatro, novela, poesía, pintura, cine. Incluso un ámbito menos expuesto al escrutinio público, como la traducción, ofrecía grandes contribuciones: la traducción de Góngora por Darie Novăceanu; la inmejorable traducción de la Lógica del conocimiento científico de Karl Popper por Mircea Flonta, hoy miembro correspondiente de la Academia Rumana; los pasajes que Gheorghe Vlăduțescu traducía directamente del griego antiguo; el manejo de originales por parte de Gheorghe Enescu cuando explicaba el teorema de Kurt Gödel.

 

Verdaderos eruditos, si los consideramos entonces y aún hoy. Para nosotros eran modelos de pensamiento libre en un momento en el que tenías que estar realmente atento a lo que pensabas y especialmente a lo que decías.

Y también a las oportunidades que nos brindaban los descuidos del régimen. Uno de ellos permitió que conociéramos a Constantin Noica, el legendario filósofo formado por Martin Heidegger y refugiado en las alturas de Sibiu. Mi generación participó en ese encuentro, si mal no recuerdo, en 1981.

 

1981, en efecto, era invierno. También lo recuerdo a Noica y a sus famosas polainas, su dicción continua y articulada.

Él acababa de publicar Devenire intru ființă (Devenir dentro del ser), el libro de filosofía heideggeriana más importante de los Balcanes. Me parece escucharlo proponiendo la creación de una escuela de filosofía con estudiantes sobresalientes, veintidós jóvenes que un día podrían iluminar al país. Noica no hablaba como la gran inteligencia que era, antiguo alumno de Ion Barbu y Nae Ionescu, y amigo de Mircea Eliade, pensador primero encarcelado y luego mantenido en residencia forzada durante muchos años, sino como un maestro visionario. Mientras nos hablaba, Gabriel Liiceanu, su principal discípulo, nos alcanzó unos pedazos de papel para que escribiéramos nuestras preguntas. Cuando Noica las respondió, no le gustó una en particular. Decía algo así: “¿Qué importancia puede tener educar a veintidós grandes filósofos si veintidós millones de personas viven en la oscuridad?”. La pregunta aludía al hecho de que era poco probable que los veintidós millones de habitantes del país (según el censo de entonces) llegaran a enterarse de lo que dijeran los eventuales veintidós filósofos. Yo fui el autor de esa pregunta, avergonzado por el disgusto que le ocasionaba al hombre que había venido a nosotros con una propuesta tan generosa y necesaria. Hoy volvería a poner la misma pregunta, pero haría todo lo posible porque Noica tuviera éxito.

 

En ese momento nosotros, los jóvenes, pensábamos en el Mercado Común Europeo y en la posibilidad de que algún día fuéramos parte de este. Ya está hecho: desde 2007 somos miembros de la Unión Europea, aunque no escasean los desafíos. Con tu experiencia personal, lograda en Francia, Suecia, Rumania y México, ¿cuál te parece que será el destino de la integración europea? ¿El mismo que en América Latina?

El primer libro que publiqué en Rumania, Inventarea păcii (Invención de la paz), buscaba desentrañar los orígenes intelectuales de la integración, tanto en Europa como en América Latina. El tronco es el mismo y se remonta a los proyectos de Emeric Crucé, el duque de Sully, el abate Saint Pierre, Jean-Jacques Rousseau y Emmanuel Kant. Llegaron a América Latina a finales del siglo XVIII y Simón Bolívar los tradujo en el Congreso anfictiónico de Panamá de 1826. Iniciativas similares tuvieron lugar en nuestro continente en 1846, 1856 y 1865, aunque todas resultaron infructuosas. Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Robert Schuman y Jean Monet pusieron las bases de la integración europea, América Latina intentó hacer lo propio apelando al esquema de unión aduanera, pero encontró grandes dificultades y los tratados decayeron en simples acuerdos comerciales. El caso de Europa fue distinto: durante su primer medio siglo de integración, la Comunidad europea se consolidó y fue ampliando las facultades de sus instancias supranacionales. En tiempos más recientes, sin embargo, la tensión entre las soberanías nacionales y la europea ha vuelto a activarse y todo indica que los avances serán lentos, más cuidadosos.

 

Pronto aparecerá en versión rumana tu antología poética y El cuaderno de Timișoara. ¿Qué puedes decirnos de tu nueva incursión en la cultura rumana, esta vez desde la vertiente literaria?

El cuaderno de Timișoara es una novela histórica ambientada en la Revolución antitotalitaria de Rumania. La basé en textos, documentos, entrevistas, fotografías y diarios que recopilé durante mi estancia en el país a finales de 1989 y los primeros meses de 1990. Busca ser una historia a tres, cuatro voces, no solo para alumbrar las facetas de un periodo complejo, irreductible a los maniqueísmos de muchos historiadores, sino para dar cabida a la diversidad de perspectivas y posiciones políticas de la época. Su escritura me exigió varios años de preparación, el consejo y la reflexión de amigos, antiguos colegas e historiadores, y el viaje a Rumania en 2017, cuando tuve el honor de ser orador en la apertura del año universitario de mi alma mater. La versión rumana la trabaja el profesor Coman Lupu de la Universidad de Bucarest, uno de los mejores traductores del país, autor de las versiones rumanas de Jorge Ibargüengoitia y Mario Vargas Llosa.

La antología de mis poemas, cuyo lanzamiento está programado para la primera mitad de 2023, forma parte de un diálogo empezado en la adolescencia. Mis primeros versos se publicaron en rumano en una revista universitaria; dos décadas después, fue mi turno de traducir una antología de los poetas de la generación de los ochenta y publicarla en la colección La luna en la Escalera de la UAM, dirigida por el escritor mexicano René Avilés Favila, autor del texto introductorio. En 2021, el Periódico de Poesía de la UNAM publicó mis traducciones de Nichita Stănescu y tengo lista la versión española de su célebre volumen 11 Elegías. La antología la traduce la profesora Catalina Constantinescu y está al cuidado de Călin Vlasie y Romulus Brâncoveanu. En algún sentido se trata de una vuelta a los orígenes.

 

El final de esta conversación lleva en su seno la semilla de un comienzo: nuevos intercambios, nuevas embajadas de nuestras culturas: te esperamos en Bucarest.

Quizá con ocasión del Festival de Poesía FinLit o un 2 de octubre, día en que Nino y yo cumplimos años.

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Mihaela Helmis

Egresada de la Facultad de filosofía de la Universidad de Bucarest y una de las principales gestoras y periodistas culturales de Rumania, tiene amplia experiencia en la difusión televisiva y radiofónica de la creación literaria, las artes escénicas, la pintura y la escultura, el arte popular y la música clásica. Por su labor de promoción le fueron conferidos numerosos premios y condecoraciones a nivel nacional e internacional. En 2019, la Academia Internacional Oriente-Occidente le otorgó su prestigioso Gran Premio de Arte.