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En matemáticas, el arte de hacer preguntas
es más valioso que resolver problemas.
Georg Cantor
Es temprano, abres los ojos, te estiras y empiezas a hacer un plan mental de tu día. Preguntas el clima que habrá, los horarios para hacer ese trámite y la opinión de la gente sobre la película que verás después del trabajo. Te levantas, te bañas, preparas el desayuno y acumulas pensamientos ociosos. Preguntas sobre lo que pasa en el mundo, sobre las ventajas en la salud de tus nuevos hábitos y sobre la mejor ruta para llegar al cine. Te formas, esperas, buscas los memes más graciosos, te enteras de la última ocurrencia del gobierno, maldices, tramitas y vas a trabajar. En la oficina, googleas la palabra que has olvidado cómo escribir, preguntas si es normal tener x años y sentirse frustrado en tu trabajo. Llegas a casa y googleas películas, gatitos, datos curiosos. Y te puedo decir que estás tan acostumbrado al buscador de Google, a su eficiencia y diseño minimalista, que comienzas a confundirlo con tu propia mente.
Sabes, antes, el hombre preguntaba a los astros, a los sabios de la aldea, hacía largos viajes para llegar a bibliotecas como la de Alejandría, o a templos como el oráculo de Delfos, todo para acercarse a ese sitio donde sus dudas y, por ende, su futuro, pudieran ser resueltas. Y como si se tratara del Aleph de Borges, la visión de todo la has encontrado en un sitio modesto, en un espejo donde empiezas a ver en cuanto dejas de reflejarte. No te confundas, pero el buscador de Google no es tu celular ni Internet. Si Internet es la biblioteca, Google es el bibliotecario. Es un ser que está lejos de ser omnisciente, su virtud es la eficiencia. En el artículo que le dio origen se lee: “La importancia de un sitio web es inherentemente un asunto subjetivo, que depende del interés del lector, conocimiento y actitud… PageRank es un método para ordenar objetivamente y mecánicamente sitios web, que mide el interés y la atención humana dedicada a ellas”.[1]
PageRank era el nombre del algoritmo detrás del buscador de Google y el más documentado. Está basado en una idea previa para medir la importancia de artículos académicos. La idea es simple, mira: un robot hace una búsqueda y da clic a la página que llama su atención y sigue las ligas que hay en ella a otras páginas hasta que, de una manera aleatoria y sin necesidad de un hipervínculo, salta a una nueva página y repite. Registra las veces que visitó cada sitio web y con eso infiere su importancia. El bibliotecario no es capaz de saber si el contenido de lo que hay en la biblioteca es relevante o no, el valor de los libros se mide solamente por sus últimas páginas, las referencias. Google no es una máquina de conocimiento, es una máquina de preguntas y citas.
Las respuestas de los astros estaban reservadas a sacerdotes que daban certidumbre sobre las cosechas y el destino de la tribu, las bibliotecas y sus copistas permitieron conservar la sabiduría de la humanidad durante milenios, las respuestas de la religión ofrecieron estabilidad y un paraíso para soñar. Las respuestas de Google sólo tienen un interés: vender tus preguntas. La mayor parte de los ingresos de la compañía vienen de sus anuncios publicitarios. Google tiene la capacidad de recordar las búsquedas que has hecho por Internet, de leer tus correos de Google Mail, se sienta contigo cada vez que usas Youtube y mucho más. Preocupado por ti, Google usa toda esa información para mostrarte el próximo producto que resolverá todas esas inseguridades y te hará feliz. Entre más tiempo pasas buscando, el bibliotecario te conoce mejor y te da más material de tu interés debajo de una montaña de catálogos. Todos ganan, Google te hace entrenar a su algoritmo y producir más preguntas, las empresas venden y tú te vuelves más sabio. ¿No es así? Entre más tiempo pasas buscando el algoritmo mejora empujado por los millones que la empresa gasta en investigación. PageRank está lejos de describir la sofisticación del algoritmo actualmente.
Yo he entrenado a mi buscador con mi correo de Google desde hace diez años, me conoce tan bien que termina mis frases. Para tratar de eliminar el sesgo del buscador y enseñarte qué busca la gente en Google, creé una nueva cuenta, simulé una niña de once años, que se registró diciendo que tiene veinte, borré cookies y usé una VPN para cambiar mi localización IP. La niña teclea: “tengo 11 años y...”, Google sugiere las preguntas que otras niñas que sí han existido han hecho, “…mi regla es irregular”. No lleva ni cinco minutos de existir y el mundo ya le ha dado su primer drama: reglas irregulares. Como todo padre preocupado pregunto: “cómo hablo a mi hija de… (Google sugiere) la menstruación”. Así es, Google ha visto este conflicto familiar muchas veces antes. La niña crece: “tengo 20 años y… no sé qué hacer con mi vida / tengo arrugas / se me cae el pelo”. “tengo 30 años y… no sé qué hacer con mi vida / soy un fracasado / no tengo amigos”. La joven hecha de bits también tiene problemas existenciales que Google está feliz de resolver. La vida continúa: “tengo 40 años y… no he logrado nada / no me baja la regla / no tengo amigos”, “tengo 50 años y…. sigo menstruando / estoy embarazada / me duelen los senos”. Es curioso cómo se puede escribir una biografía con sólo preguntas. “Tengo 60 años y… se me cae el cabello / quiero jubilarme / quiero trabajar”, “tengo 70 años y… no puedo dormir / estoy sangrando / se me hinchan los pies”. El navegador se entrena rápido. Te dejo como ejercicio ver lo que Google te sugiere si eres hombre, pero con estas simples preguntas Google conoce tu edad, algunas inseguridades y tu estado de salud.
Google sabe más de nuestras dolencias e inseguridades que nosotros mismos, pues el algoritmo sí puede recordarlo todo. También sabe de los pensamientos que tememos compartir con los demás. Se pensó que, después de la elección de Obama, Estados Unidos viviría una época postracismo. Lo que no supieron los politólogos es que en algunos estados se buscó más por “nigger president” que por “first black president”, y que la palabra “nigger” se acompañaba en las búsquedas con “jokes, stupid, I hate”. Parte del discurso de Trump habló a esa gente, quienes también googlearon más seguido “Trump Clinton” que “Clinton Trump” y que se apenaban al declarar en las encuestas su simpatía por él. Sabrás que, contra todo pronóstico, Trump ganó las elecciones. ¿Qué pasaría si Google completara tus preguntas con el nombre de un candidato en particular; si por el afán de mantenerte conectado te mostrara noticias amarillistas que alimentaran tus prejuicios; o si se diera cuenta que entre más ansioso te sientes más compras?
Las preguntas inician los momentos más importantes de tu vida: “¿A qué dedicarme? ¿Te quieres casar conmigo? ¿Qué tengo, doctor?”. Las preguntas pesan, son un abismo que separa a la potencia del acto, nos hacen conscientes de nuestra ignorancia y de lo complejo que es el mundo, nos definen. Por eso, no hay nada más humano que esconderlas, ignorarlas o pedirle a un ser sin rostro que las resuelva. El poder de Google se debe a que ofreció un confesionario para nuestro subconsciente temeroso de la duda y a que fue el primero que puso precio a lo ineludible del ser humano: preguntar.
[1] Lawrence Page, Sergey Brin, Rajeev Motwani, Terry Winograd, The PageRank Citation Ranking: Bringing Order to the Web, Technical Report, Stanford InfoLab, 1999.