Casas prestadas

Brenda Ríos
abril - mayo de 2023

 

 

Fraccionamiento Los Portales (s/f), Archivo Histórico de la Ciudad de México, Planoteca clasif.: 401 (073)/156, PH2G2

 

En los últimos seis meses, he vivido en casas de cinco amigos, un Airbnb horrendo en la colonia Del valle y un departamento que compartí con una chica mes y medio. Es una versión del cuento “Ricitos de oro”, una lacia sin casa: dormí en las camas de mis amigos, me bebí su café, me bañé en sus regaderas, vi sus favoritos en Netflix o Amazon.

Nada como la tragedia para conocer a alguien.

En la pandemia enloquecí. No hay otra explicación racional al respecto. Enloquecí y cerré mi departamento donde había vivido los últimos ocho (¿nueve?) años en la colonia Portales. Lo puse en venta (con deuda Fovissste incluida) y me fui con todo y todo, plantas, muebles y cincuenta cajas de libros a casa de mi madre en Acapulco. Estaba harta de la ciudad, de mi edificio, de mi vida y, sobre todo, de mí. La pandemia sirvió para que uno, en ese claustro obligado, se conociera un poco más y eso hice. Me resulté insoportable. Y no vi ningún sentido vivir en una ciudad que, cerrada, era idéntica a cualquier otra: Toluca si viene al caso. Da igual.

Pasaron varias cosas en el inter: una, mi depa no se vendía (toda la gente inteligente me recomendó rentarlo, pero esta no es una historia de inteligencia), y dos: me ofrecieron el trabajo de mis sueños en la ciudad que acababa de dejar.

El trabajo era absorbente así que no tenía tiempo para pensar cosas como “¡Qué coño estoy haciendo con mi vida ahora!”. Decido rentar un departamento entonces. Volverlo a montar. Contrato a la misma mudanza que se llevó mis cosas a Aca. Todo de vuelta. Dos mudanzas nacionales. Mi departamento propio ya estaba siendo negociado para entonces. Tardaríamos seis meses para que me liberaran oficialmente de la deuda. Gracias a una beca pude pagar la renta del nuevo sitio. Un año me permití vivir en un mejor lugar. Luminarias, metro, Metrobús, cafés, restaurantes y parques. Valía cada peso ese depa de ochenta metros cuadrados, dos recámaras y ¡zotehuela! Mi vida de clase media repuntaba.

Renuncié al empleo a los seis meses, pero, con todo, en un hilo de sucesos irracionales, decidí que no tenía caso quedarme con el plan de vivir en el puerto. Veinticuatro años de vivir en la ciudad transforman. La ciudad ganó.

Tres meses antes de que venciera mi contrato de arrendamiento consigo un nuevo préstamo hipotecario (¿por qué no?) y con lo que me dieron del departamento compré otro. Todos creen que amo la Portales, que es mi barrio, mi identidad, y sí, es verdad. Pero hay otra razón mayor para vivir ahí: no me alcanza para otro lado. Me encantaría vivir donde rentaba, por ejemplo, o la Álamos, la Narvarte. Pero, una vez que me entregan el nuevo departamento (el segundo que compro en la vida) situado a un kilómetro y medio del anterior (soy brillante), mi primo me convence de remodelarlo. Había quedado un poco de dinero del préstamo así que me pareció buena idea. Me fui a Aca (de nuevo) mes y medio en lo que me entregaban mi lugar de revista de decoración. El departamento que vendí estaba en una mejor zona de portales. Lo vendí barato. Como me dijo A, podría hacer un TikTok con las brillantes decisiones para que la gente aprenda de mi experiencia.

Le avisé al administrador, un hombre mayor, que haría algunos arreglos. Me dijo que el piso era muy duro y que iba a ser difícil quitarlo (¿?) y que cómo planeaba yo cambiar la cocina cuando en ese mismo espacio (su depa está arriba del mío), él y su esposa habían cocinado para cien personas por no sé cuántos años. Bueno, mientras esperaba en Aca a que el depa estuviera, pronto me mandó un mensaje, que por qué había tirado yo un muro de carga. Ahí empezó la pesadilla. Mi primo estudió en el Poli, pero no creo que haya faltado a la clase donde enseñan qué muros son de carga y cuáles no. Le pedí que hablara con el señor. Nada iba a estar bien a partir de ese momento.

El señor me exigió permiso de remodelación que lo da la alcaldía. Mandó llamar a la policía. Exigió revisión de protección civil. No conforme con eso, llegó una comisión dada por un DRO, que es más exhaustiva que la de protección civil. Todos esos ingenieros y arquitectos concluyeron que no se tiró un muro de carga. La obra avanzó por dos meses. No acabaron porque esas inspecciones robaron tiempo. El 2 de noviembre, día de asueto, llegó el carpintero no a las nueve, sino a las ocho de la mañana. La vecina de al lado me llamó para gritonearme. Que estaba dispuesta a impedir mi remodelación porque no podía más con el ruido. La dejé ser. Para entonces se había vencido el permiso. El administrador lo sabía. Dijo que si no conseguíamos extensión del permiso llamaba a la policía. Y mi depa está aún sin poder habitarse. Llevamos dos meses en espera del permiso. Al ex alcalde lo acaban de meter a prisión por un caso de fraude inmobiliario. Esa alcaldía es la misma que en el sismo del 17 había dado permisos a inmobiliarias que construyeron edificios que se cayeron recién hechos, con las banderitas de colores ondeando en sus balcones. A mí me retrasa dos meses un permiso para poner closets y cocina. Un desastre.

Tenía que estar en la ciudad por trabajo, así que tomaba decisiones de muy corto plazo: de aquí al viernes, de aquí a la próxima semana.  

Primera parada: Salom. Vive solo, muy cerca de Viveros. Depa enorme con terraza. Me preparó un colchón inflable en una recámara. Ahí sólo hacía café en la mañana y como él trabaja en casa evité comer para no molestar. Fueron pocas noches, más bien usé su espacio para dejar maletas porque yo tenía viajes cortos. Después de las seis de la tarde llegaban los desarropados del arte y la vida a su casa: sendas botellas de vino y buena música y charla. Come orgánico. Churrumais de nopal.

Segunda parada: Lupi. Como cuida a su padre en Tulancingo, deja su depa vacío tres días a la semana. Tlaxpana, a una cuadra del metro Normal. Usa sábanas de felpa. Lupi firmó escrituras de su departamento el mismo día que yo. Ella vive ahí y yo no puedo habitar mi casa. Gemelo bueno y gemelo malo. No tiene cocina, así que debía salir a buscar café y a comer fuera. Tampoco tiene cortinas. A las 6:43 el sol me despertaba de manera contundente. Hay una tienda cruzando la calle. A falta de bares y restaurantes unos jóvenes del barrio se reúnen ahí a beber cerveza y escuchar música, por lo general los sábados en la noche. Hay mucho ruido de gente ofreciendo cosas. A veces dos camionetas de colchones al mismo tiempo. No cocina Lupi, ni aunque tuviera cocina lo haría.

Tercera parada: entre viajes cortos decidí rentar un Airbnb, decía cuarto con baño privado. Lo que no decía el anuncio es que el cuarto estaba en el segundo piso de una casa obscura donde viven los dueños. Ellos duermen cruzando el pasillo. Y no me dieron llave. La hija era quien ponía el anuncio en el sitio. Me dijo que no era necesario puesto que su madre siempre estaba ahí para abrir. Para colmo no podía llegar yo después de las 10. Que lo decía el anuncio. Yo había entendido que se refería a la hora del check in. Mi cuarto había sido el de ella. Diplomas por dondequiera y muchas, muchas imágenes religiosas en la cabecera. Ya había yo comenzado taller en línea y a esas alturas ya no tenía pudor de que salieran mis camas en hoteles; en este caso, le llamaba la “cama católica”. Estaba a unos pasos de la estación de metrobús Nápoles. Cuando sólo se tiene la opción de Insurgentes es un caos. Me tocó que cerraran la avenida dos veces en una semana.

Cuarta parada: me veo con S., me dice “¿por qué mejor no compartes depa?”. Una amiga está buscando “rumi”. ¿Yo? ¿Qué tengo, veinte? Cuando me hizo cuentas concluimos que sería lo mejor. Me mudé a dos estaciones de metro de mi departamento. Un depa helado y cómodo, a cuatro calles de Villa de Cortés, el parque estaba del otro lado. A nosotras nos tocaban las putas y las patrullas que pasaban a cada rato. Mi “rumi” es repostera en su tiempo libre. Y sospechaba yo que me engordaba a propósito. De todo lo que vendía hacía extra que dejaba en casa. Ese edificio estaba sobre Isabel la Católica y el ruido de carros era tremendo. 24 horas. Curiosamente dormía increíble.

Quinta parada: esperábamos el permiso de remodelación en cualquier momento y creíamos que lo tendríamos un jueves que estaría yo de viaje. De ilusa dejé el depa que compartía y le pedí a Lupi si me dejaba quedarme sólo una noche. Ella viajaba quince días a Oaxaca de trabajo. Me quedé esos días y poco más. Una amiga me recordó que A. me había ofrecido su casa. Tenía un cuarto extra con baño y ella no estaba en todo el día. No era muy amiga mía, por eso no lo consideré. Pero en estas circunstancias le pregunté si podía quedarme unos días. Dijo que sí. Cuando rentaba ese departamento caro, A. era mi vecina. Sólo que ella vive en el lado aun más caro. Frente al Parque Pilares. Yo vivía por el Parque de los Venados. Regresé al área. A mi lugar de comida oriental. Cafés. Viví de lujo por unos días. Sin señales del permiso. A comer orgánico, extra sano. Le llevan a la casa verduras sin pesticidas, pan de arroz integral sin gluten, toallas para lavar ropa que no dañan el medio ambiente. Todo de consumo responsable. Tiene más aparatos electrodomésticos que una tienda de Coppel en provincia.

Hago la crónica de mi generación y sus espacios personales.

Llevamos dos meses esperando el permiso. El administrador llamará a la policía si ve gente instalando repisas. Abrí la tumba de Tutankamón y sufro las consecuencias. Lejos estoy del drama pandémico. Vivo instalada en el no lugar, mis cosas están en cajas, mis muebles y plantas y libros en un lugar esperando volverse a juntar como piezas de lego. Un castillo proletario. Eso pido. Me quise ir de la ciudad, ofendí a los dioses, lo sé. Mi paz mental ya fue puesta en la piedra del sacrificio.

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Brenda Ríos

Escritora. Imparte talleres de escritura creativa en distintos espacios del país. Miembro del Sistema Nacional de Creadores 2019-2022. Premio Estatal de Poesía María Luisa Ocampo, Guerrero, 2018; Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2013. Es autora de una decena de libros, entre los más recientes están Olvidar a nadie, Ediciones Periféricas, 2023; Hombres de verdad, Turner, 2022; La luz artificial de las cosas, Arlequín, 2021; Ensayo, colección Contacto, UNAM, 2020; Raras, ensayos sobre el amor, lo femenino, la voluntad creadora, Turner, México, 2019. Algunos de ellos pueden ser descargados en poesiamexa.wordpress.com y en laflecharoja.com.mx. Hombres de Verdad y Raras… fueron libros incluidos en diversas listas de los mejores libros del año en distintos medios nacionales.