Imagen tomada de la página personal de Facebook de Luis Manuel Otero Alcántara: https://bit.ly/3ZDKz3f
El 16 de abril de 2021, la serie de acuarelas del artista cubano Luis Manuel Otero A pesar de ser un niño bueno, yo no conocí a los Reyes Magos fue destruida por la policía política en La Habana. Desde principios de marzo, el artista había anunciado que esta serie era parte de un evento mayor, de una acción —entiéndase acción artística— que culminaría el 4 de abril, día de los niños en Cuba.[1] Para ese día, Luis Manuel había planeado una fiesta infantil con confituras, regalos y un payaso. Pareciera una acción inocente, poco incisiva políticamente, poco aguda artísticamente. Sin embargo, el Noticiero Nacional de Televisión en horario estelar le dedicó un programa de veinte minutos a esta acción de Luis Manuel Otero, dirigido a demostrar que había sido financiada por una organización de los Estados Unidos. El dinero, primera obsesión del Estado, es el elemento protagonista para deslegitimar a un ciudadano en Cuba.
El Estado divide las relaciones de intercambio en dos posibilidades: las legítimas, por desinteresadas, gratuitas y por tanto de buena voluntad, donde no interviene el elemento dinero y las ilegítimas, comerciales, donde el dinero es parte de la relación de intercambio; interesada, no gratuita, moralmente incorrecta, por la forma de intercambio promovida por el capitalismo. Así, el Estado, mediante el programa de televisión del comentarista Humberto López, expuso los elementos justificantes para romper relaciones sociales en la acción anunciada por Luis Manuel Otero con la presencia del dinero como principal evidencia.
Imagen tomada de la página personal de Facebook de Luis Manuel Otero Alcántara: https://bit.ly/3ZDKz3f
Sin embargo, una economía totalmente controlada por el Estado deja dos opciones a sus ciudadanos para adquirir bienes —incluidos bienes de primera necesidad y de forma escasa—. Primero, a través de puntos de venta “normados”, “la bodeguización”, y segundo, en tiendas en Moneda Libremente Convertible (MLC) donde solamente se puede comprar con una tarjeta magnética a la que se le hayan transferido euros. Estas tiendas, con precios absurdamente altos, son la única manera de adquirir confituras para los niños, cuando las hay —entre otros productos, incluidos aquellos de primera necesidad—.
Estas eran las relaciones de intercambio existentes entre Estado y ciudadano como única opción para adquirir bienes cuando Luis Manuel propone su acción. En A pesar de ser un niño bueno, yo no conocí a los Reyes Magos, el artista intentaba propiciar una forma de intercambio no deseada por el sistema: regalaba a los niños las confituras. Sin embargo, no es la gratuidad el detonador de conflicto para la policía política, sino que no sea el Estado el protagonista de la iniciativa. Esto era lo inadmisible, la autonomía de un evento en el que el Estado no intervenía, donde no era uno de los actores: entregar, recibir, reciprocar. Aunque Luis Manuel no era el único ciudadano proponiendo una forma de intercambio fuera de aquella establecida por el Estado total, sí era de los pocos que la anunciaba, la describía, la explicaba públicamente con tales intenciones. En Marzo de 2021, Luis Manuel es entrevistado por Diario de Cuba, prensa no estatal cubana. En un video de nueve minutos, el artista explica las imágenes en las que trabaja, las intenciones de la obra, qué tipo de arte le interesa y sus principales referentes artísticos. A pesar de ser un niño bueno, yo no conocí a los Reyes Magos es anunciado como una obra, no como una donación o un acto de bien público.
Imagen tomada de la página personal de Facebook de Luis Manuel Otero Alcántara: https://bit.ly/3ZDKz3f
Su serie tenía como motivación un recuerdo infantil generacional, la experiencia sensible del primer encuentro con los sabores, texturas y olores de las confituras que comenzaron a entrar al país en la década de los noventa. Después de la caída del campo socialista y con la entrada del capitalismo de Estado, comenzaron a tener presencia las corporaciones extranjeras y las cadenas hoteleras españolas; fue despenalizada la circulación del dólar y, sobre todo, se abrieron por primera vez para todos los “clientes” las “diplotiendas” —tiendas exclusivas para diplomáticos o autorizados a comprar después de regresar de un viaje estatal—. Las “diplotiendas” estaban abastecidas con aquellos bienes que habían sido entendidos hasta ese momento como productos capitalistas, con una connotación ideológica negativa, opuesta al sistema estatal socialista.
Nosotros, los niños nacidos en los ochenta, crecidos con una estética soviética de austeridad, nos enfrentábamos por primera vez a los colores de aquello que los adultos llamaban capitalismo. En 1990 había comenzado también la crisis económica e ideológica conocida como “Período Especial”, una profunda escasez de alimentos y de cualquier tipo de producto, falta de energía eléctrica, abastecimiento de agua y gas, con apagones de hasta doce horas cada día y una devaluación del peso que redujo el salario promedio a un equivale de tres dólares al mes. La entrada del capitalismo de Estado fue el remedio del Partido Comunista de Cuba (PCC) a la grave crisis que enfrentaba el país, pero no era una solución para todos, más bien nos enfrentó a un nuevo dilema: la presencia de unos productos diseñados para ser deseados, no sólo para cubrir necesidades básicas al familiar estilo soviético, sino para encender nuevas ilusiones y vivir la imposibilidad de cubrirlas.
Imagen tomada de la página personal de Facebook de Luis Manuel Otero Alcántara: https://bit.ly/3ZDKz3f
Mis padres como los de Luis Manuel, y la mayoría de los adultos, no podían darnos acceso a los chicles con calcomanías de Barbie, los Chupa Chups, los M&M’s, las tabletas de chocolate Nestlé, las botellas de Coca Cola o Fanta, los helados. Luis Manuel y yo, sin conocernos durante nuestra infancia, y a pesar de haber vivido en barrios distantes, nos enfrentábamos a un mismo dilema y buscamos la misma solución: hacer “colecciones de papelitos”, como llamábamos a las coberturas de confituras, casi nunca consumidas por nosotros. No soy capaz de explicar cómo comenzó y cómo fue posible que, al menos en la ciudad de La Habana, los niños compartiéramos la tarea de coleccionar las coberturas de aquellas confituras que no podíamos degustar: una gran fetichización del objeto; las coberturas eran preciadas, las conservábamos entre las páginas de un libro seleccionado para esta tarea y las intercambiábamos, intentando siempre obtener una mejor, más colorida o que conservara más el olor de la confitura que había cubierto.
Los niños del barrio de San Isidro, donde Luis Manuel tiene su residencia y es sede del Movimiento San Isidro (MSI), no coleccionaban papelitos en 2021, pero sufrían un dilema similar al de los noventa. La crisis económica actual es sólo comparable con aquella del “Período Especial”, sólo que ahora se agrega una baja, aún mayor, de la credibilidad a los argumentos del pcc para sostenerse como única opción política. Otra vez las familias debían comprar en dólares o euros en tiendas estatales administradas por las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) para alimentarse y, nuevamente, ser la única forma de acceder a las confituras.
Esta similitud entre nuestros recuerdos noventeros de una infancia recolectora de coberturas y la actual situación de los niños del país y de San Isidro llevó a Luis Manuel a dibujar coberturas de confituras inaccesibles a gran escala, para luego colocarlas en la sala de su vivienda estudio. Este era un ejercicio de reproducción mimética en el que sólo variaba la escala de los diseños de coberturas, aumentando su tamaño como recurso para destacar un contenido específico, una oda a las coberturas como objeto, una oda a la contradicción que representaban las formas de intercambio del capitalismo de Estado.
En la mañana de la anunciada fiesta infantil, la Seguridad del Estado —policía política— cierra la calle donde se encuentra la sede del Movimiento San Isidro, impidiendo el paso de los niños a la actividad. Luis Manuel y Manuel de la Cruz —quien haría de payaso para la actividad— salen con las bolsas de confituras y se dirigen a los niños que esperaban en la calle con sus padres. Enseguida la policía política los detiene y los traslada a una estación de la policía. El 16 de abril, luego de varios días de arresto domiciliario ilegal, Luis Manuel realiza, a modo de protesta, el performance Garrote Vil. Había comenzado el VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba, y muchos artistas, intelectuales, periodistas y activistas se encuentran, en ese momento, sin acceso a Internet y con una vigilancia permanente de la policía política que les impide salir de sus viviendas como parte de las acciones preventivas de la Seguridad del Estado mientras se celebra el congreso del partido único. Durante su performance, Luis Manuel se somete a sí mismo a los efectos de un garrote vil en la sala de su casa, durante ocho horas, y la acción es transmitida en directo vía Facebook. La policía política entra a la vivienda de Luis Manuel, lo detiene con violencia —también a la activista Áfrika Reina, quien lo asistía— y destruye los dibujos de confituras a gran escala de la serie A pesar de ser un niño bueno, yo no conocí a los Reyes Magos.
[1] El 4 de abril se celebra el aniversario de la Organización de Pioneros José Martí, a la que pertenecen todos los niños a partir de cuarto de primaria, la OPJM tiene una connotación ideológica, su lema es: “Pioneros por el comunismo, seremos como el Ché”.
La Habana, Cuba, 1985. Artista visual y antropóloga cubana. Graduada de la Universidad de las Artes, máster en Antropología visual por FLACSO, de Ecuador. Cursa el programa de doctorado en Antropología Social en la Universidad Iberoamérica, de la Ciudad de México.