Fotograma de la cinta de animación Migración (2020), cinemano y guion de Arturo Lopez Pío; música de Ampersan; realización de Josué Vergara, en http://bit.ly/40Be4CD
El jardinero es también un coleccionista.
Deja que las flores le inspiren.
Medito sobre la mano del jardinero.
¿Qué toca? Es una mano amorosa, que espera, paciente.
Toca lo que todavía no existe. Custodia la lejanía.
En eso consiste su dicha.
Byung Chul Han, Loa a la tierra: un viaje al jardín.
En Loa a la tierra: un viaje al jardín, de Byung Chul Han, se lee que “hay nombres de flores que son maravillosos, otros son lúdicos y también hay otros que son misteriosos: prímula o ‘llave del cielo’, bellorita o ‘bella perenne’, arañuela o cabellos de Venus, iris de luto, diente de perro, cruz de Malta, nometoques, hierbamora o ‘solano negro’”. Este libro es una oda a los nombres, a las palabras, a la maravilla de entrar en contacto con la tierra, a la potencia reflexiva que genera el cuidado y el cultivo de un jardín: el libro de Byung Chul Han es un homenaje a la dicha.
Viajar es una actividad que tiene diversas manifestaciones a lo largo de la historia y es el espacio del texto el que le ha conferido una capacidad monolítica, puesto que quien la ejecuta parece hallarse en cierto estatismo: estamos sentados o de pie, detenidos ante ese “junco infinito” —a decir de Irene Vallejo— que nos muestra un mundo posible. Éste se dispara en una multiplicidad de rutas y trayectos que tienen lugar en otro tiempo: el tiempo de la lectura como el del jardín es de una contextura diferente al de la continuidad del tiempo del “trabajo”. Quien lee, viaja.
La poética del lector es la del viajero que no sólo es un explorador de la experiencia sino también de las palabras. Las palabras son espacios concretos: museos o laberintos, jardines o abismos, cementerios y crucigramas: paraísos, infiernos, músicas. El viaje del lector inaugura la posibilidad más asombrosa —considerada una utopía por el racionalismo— de romper el tiempo continuo. La idea occidental de secuencialidad que el propio libro de Byung Chul Han sitúa en entredicho cuando algunas flores osadas crecen en el jardín invernal y resisten las heladas y el frío.
El tiempo del jardín rompe con la continuidad esperada de las estaciones, hace que quien cultiva, quien cuida el universo vegetal se olvide del tiempo: no hay prisa ni obligación en el jardín como tampoco existen en la lectura. En estos lugares secretos somos libres, se nos permite ser, pensar, viajamos dispuestos a transformarnos, a ser otros, a imaginar, el jardín y el libro son los grandes misterios asombrosos de nuestra dicha. Nada ni nadie interfiere en ellos; el invierno es bello porque nos muestra las enseñanzas del frío: paréntesis, intervalos, mundos en un entre aconteceres dispersos. Las rutas del jardín y del libro nos muestran los caminos misteriosos de nuestra propia reflexión pero no son egoístas y, aunque conocen la dureza de la piedra, son conscientes de que el dolor y la empatía están confrontando visiones, prejuicios, ideas fijas.
Muchas son las reflexiones filosóficas que atraviesan Loa a la tierra: viaje al jardín. Cada capítulo, destinado a describir una flor (cómo se cultivan, cuáles son los significados de sus nombres, sus etimologías y sus íntimas conexiones con el espíritu del jardinero), circunda el tema del cuidado, de la fragilidad y del amor a la vida ecológica. En los parajes de cansancio de las sociedades postcapitalistas en las que no hay siquiera espacio para un jardín, el cultivo de uno mismo se vuelve un asunto apremiante. Los gobiernos no parecen interesarse, al menos en América Latina, por expandir las áreas verdes; cada centímetro de la urbe es ocupado por grandes construcciones de dimensiones colosales; la ciudad crece hacia arriba haciendo sombra; abajo, la luz apenas si ilumina los resquicios de las viviendas diminutas, los negocios, las vitrinas. Una ciudad oscura crece; los parques, los patios de recreo, los jardines se ven desplazados por una dinámica atroz de la propiedad. Las personas son desplazadas a las periferias; en los centros urbanos el capital financiero se expande vertiginosamente beneficiando a los corporativos que invierten en la industria inmobiliaria.
En el documental titulado Push, de Fredrik Gertten, se exponen con mucha claridad y lucidez estos asuntos. Loa a la tierra: viaje al jardín ofrece, morosamente, otro modo de habitar la tierra. Si no podemos tener espacios destinados al cultivo como tal ni bellos jardines en los cuales hacer florecer un precioso mundo vegetal, entonces nos refugiaremos en un jardín interior colmado de libros, de música, de reflexión. Cada libro es un viaje; cada texto, un jardín.
En un diálogo con autores del romanticismo alemán: Hölderlin, Schiller, Novalis, Byung Chul Han entreteje las impresiones reflexivas que su jardín suscita. No es casual la elección de autores, pues los románticos tenían una consciencia asombrada de la naturaleza que era un espacio de esparcimiento pero también de misterio y fascinación. El ser romántico la percibe como un libro abierto e infinito cuyos mensajes son una inagotable extensión de lo divino. La flor azul, la melancolía, la conciencia misma de la divinidad se desplegaban en la naturaleza que es, en sí misma, poética. Así, Loa a la tierra: viaje al jardín se puebla de poemas que dialogan con las reflexiones, danzamos de un sitio a otro y también nos sentimos involucrados con el amor por un entorno. También la música es una constante, pues los Cantos del alba de Schumann son el telón de fondo que enmarca la sutil tragedia del renacimiento del jardín.
Walter Benjamin, con la reflexión en torno al coleccionismo, le permite a Byung Chun Han pensar en el anhelo por dar existencia: el jardinero es un coleccionista no porque se aferre al capricho de atrapar la singularidad fetichista de cada planta o flor, sino porque su labor es la de hacer existir y, más aún, la de reunir, suscitar la coexistencia entre las cosas y los seres como si en ello se cifrara la conservación, ¿no es acaso la misma sensación que tiene un lector ante los libros? Esa ansia por poseer conocimientos y saberes no es meramente acumulativa; entraña, más bien, la idea de poder dar existencia, porque crear es engendrar, es decir, generar coexistencias. De ahí que muchos lectores terminen escribiendo; desean compartir otro universo, hacer posible que el lector viaje para modificar su concepción del tiempo.
Con elementos de un diario (apartados fechados, notas personales sobre circunstancias aparentemente nimias, reflexiones misceláneas), Loa a la tierra: viaje al jardín resulta una recolección de apuntes botánicos, pero también escritura íntima: el tiempo del jardín se contrapone al mundo del trabajo. La tierra se cultiva, pero el placer de cultivar se asocia con la función más intrínseca de la vida: es una vinculación orgánica, natural, apropiada, equitativa. El ser humano se encariña con la tierra, ama a los animales que la habitan, es incapaz de matar. El respeto por la vida es asombroso, una manera de ser y sus consignas parecen mantras: “no matarás ni a una hormiga”, “respetarás la vida por encima de todo”, “no dejarás que tus hijos arranquen las flores por deseos de poseer la belleza”.
Viajar, leer, reflexionar son una triada que no actúa separadamente; su engranaje es la imaginación. La razón no parece suficiente para comprender el mundo que habitamos; la realidad rebasa nuestra percepción. Un movimiento doble conmina al pensamiento filosófico: imaginar y retornar a la raíz. He ahí que el viaje por emprender se dará mediante la dicha, que no es una bobalicona felicidad ni un asunto de “temas” en el arte ni en el pensamiento: la dicha es la posibilidad de ver, de experimentar, de pensar. La dicha también es crítica, reflexión y voz alzada. Es el valor que tenemos de entregarnos a una pasión que, posiblemente, no coincidirá con las exigencias de un mundo voraz y superfluo. La lectura, la demora, el cultivo, la detención, el amor son mi viaje al jardín.
El jardín enseña a recobrar los cinco sentidos atrofiados por el universo virtual, por el exceso esquizoide del absurdo en las sociedades masificadas. Ecos del Walden, de Thoreau, ecos de los Cinco sentidos, de Michel Serres, ecos de las revelaciones primigenias del humano que, antes de pensar, siente y antes de sentir, sobrevive, no en aparente soledad sino con su entorno. Edén, jardín, paraíso: allí es posible enamorarse de un sauce, de anémonas, de formas, de presencias, de fantasmas, de seres. La vida no sólo es humana: es animal, acuática, vegetal, terrosa, solar, esférica, etérea y absoluta: vida.