Fotograma de la cinta de animación Migración (2020), cinemano y guion de Arturo Lopez Pío; música de Ampersan; realización de Josué Vergara, en http://bit.ly/40Be4CD
Punto de partida
“Usted está aquí”, te dicen los mapas para darte certeza de tu paradero, de tu situación física y material en este espacio sin nombre. Tu destino está cerca, pero no sabes leer las calles ni orientarte según la rosa de los vientos. El norte y el sur dan lo mismo cuando estás parada, petrificada en un sitio que se siente extranjero. Tus pies ni siquiera responden al impulso de moverte de ahí porque la solitud que te brinda estar extraviada es mucho más placentera que iniciar el desplazamiento. O más cómoda. O menos entusiasta. Quizá necesitas ese reposo después del naufragio interior que te ha cansado las piernas, aunque tengas miedo de nunca volver a ti, de no hallar la señal del retorno. Tu destino, repites, está cerca. Pero temes estar equivocada y confundirlo con una simple estación, una parada en el camino que se extiende en el horizonte. Por eso ves el mapa y no enfrente, porque se instala en ti el miedo a continuar con la misma pesadez una vez que atisbes el largo trecho. Te ubicas extraña, ajena, y sólo en el andar —dice Machado— se hace el camino, y sólo caminando, dices tú, podrás sentirte en casa alguna vez, en algún sitio.
Punto A
Eres otra mujer a solas en el naufragio de su propia búsqueda. Estás ahí, en ese punto desvencijado por el olvido. Colocas una taza de café frío frente a ti; beberlo o no te convierte en una u otra: la del instinto maquiavélico o la conformista. Lo bebes y te asumes la segunda; qué más da conformarse de vez en cuando, qué más da no moverse, estar en suspensión sólo por estar, porque la vida últimamente pasa frenética sin asirte de la mano, porque el río fluye llevándose lo conocido a otra parte y las estaciones comienzan a borrar sus fronteras. Qué más da estar impávida y contemplar, qué más da apretar los músculos para no desfallecer de tanta espera. El mundo se modifica y tú ahí, pasmada, en el punto de inicio, bebiendo café frío porque no eres más que una mujer que decidió pausar el naufragio de su propia búsqueda, a solas, como muchas otras cuyas rutas desaparecieron de los mapas y los noticieros. Si vas a moverte, que sea por voluntad propia.
Punto B
Ocurre que una o dos veces en la vida te desplazas hasta cierto sitio ocupado por un rostro disímil que te hace un cachito de espacio. Te topas con el anuncio que dice “bienvenida a” y emergen en ti las ganas de consumir visualmente el lugar. Hay pasión ahí, hay novedades; hay habitantes desaparecidos, olvidados, fantasmales, vivos; hay mitos e historias, hay fronteras corpóreas y lagos apetecibles; hay más noches que días; hay tanto en ese sitio que es de él, de ese otro. Hospedarte, ¿hasta cuándo? Olvidar tu origen, ¿hasta cuándo? Huir de ti, ¿por qué no? Hay peligro en el punto A de ser asediada por ti misma. Aquí, en el otro lado, tu atención se enfoca en acercarte, en conocer y en habitar la ternura; alcanzar ese punto B que comprime el mapa hasta unirse a ti, borrando todo kilometraje. No hay distancias para el amor.
Punto C
Pero hay vías de escape, salidas de emergencia. Te inunda un instinto de sobrevivencia básico: huir a otros sitios. Tu brújula interior tiembla apuntando el sur y quieres caer, ir cuesta abajo sin atribuciones negativas, porque también avanzas. Caes para acudir al llamado de la vida que se escapa conforme el tiempo avanza; el vértigo es señal de tu entrega. Quieres contemplar y seguir mapas, aunque te pierdas, aunque preguntes una y mil veces cómo ir hacia allá o acullá, tú quieres descubrir el mundo de afuera para satisfacer tu hambre de movimiento. Tienes un itinerario en tus manos que pocas veces funciona pues, así como la vida, ningún hallazgo es predecible. Pero imaginas otro lugar, un punto C. El horizonte se expande y con él, tus dudas sobre qué ruta seguir. Tocas un fragmento de mundo en cada pequeño paso.
Punto D
“Usted está aquí” es lo que lees, pero la frase parece irreconocible. Tú estás ahí, según el mapa, pero no te sientes ahí. Desterrada del concierto de tus genes buscas familia en ningún lado. Estás en estado meditativo, repasando historias de soledades que caminaron al lado de otras para crear eso que se llama compañía. Tus libros y tú se reconcilian en el entramado arte de recordar. Ahí están tus heroínas de cabecera: Lisístrata, Antígona, la señora Dalloway, Jane Eyre, la pastora Marcela, la Aminta de María de Zayas, Elizabeth Bennet, Josephine March, Matilda, Anne la de las tejas verdes, Hermione Granger. El recorrido mental resulta entrañable e inspirador. Ellas se mueven, deciden, actúan, logran y también respiran: saben detenerse a evaluar. Y ahí estás, en ese estado interno y volátil de autoconocimiento. ¿A dónde irás una vez que poses los pies sobre la tierra? No lo dices en voz alta, pero la lectura de tus lecturas evoca la parsimoniosa tarea de narrarte tu propia historia. El punto D es incómodo por familiar; tu destino está cerca.
Lugar de destino
Tu sitio preferido es quedar varada al borde de todo, siempre al borde. Te encanta la sensación limítrofe entre lo que eres y lo que puedes ser. A ese abismo le llaman sufrir de impostura. Puede que tengan razón. Aún no estás lista para definirte concisa e irrevocablemente. Hay puntos de intersección que calibran tu brújula; ahí redescubres zonas fantasmales y sitios instagrameables. Te detienes en los hostales de paso. Puede que en todos puedas colocar un letrero de “aquí estuvo x”, una indicación, un recuerdo de tu pie humano en ese trecho del mundo. Sin embargo, ya has aceptado la inexactitud de los mapas, porque una y mil veces has perdido el norte, el sur, el este y el oeste. Te quedas dormida a mitad del recorrido o despiertas siendo el conductor. Qué más da. Te das cuenta de que no has corrido desde que eras una jovencita y, con la furia recién despertada, metes velocidad a tus pasos. El calor recorre tu cuerpo, sientes tu brújula palpitar, quién sabe si de miedo, quién sabe si de triunfo. Tu lugar de destino trepida en algún sitio, está cerca, asediando el movimiento de tus piernas. Sientes que casi estás ahí, en ese lugar señalado.
¿Añadir nuevo destino?
Cansa correr sin una dirección exacta. Cansa saberte extraviada en un mundo que promete predestinación. Cansa no ver señalamientos de tránsito. Cansa haber completado la carrera y cerrado el círculo y no encontrar una fuente de recuperación. Cansa el mito de Sísifo como norma sistémica. Usted está aquí sin estar, camine, pregunte, siga indicaciones del gps o su propio instinto, no importa a dónde llegue, sino cómo: un nuevo destino se aventura al arribo de cualquier meta. Aunque las rutas que persigas sean anticuadas, siempre habrá a dónde llegar. No obstante, tus pies descalzos siguen enterrados como dos pilares inamovibles, cómodos en el punto de salida. Pero no desesperas; no hay vuelta atrás ni camino por delante. Tu punto de ubicación protagoniza el aquí y ahora, te restituyes en ese sitio conocido y, por un segundo, mientras giras 360 grados sobre tus puntas, te sientes repatriada.