otro viaje a la semilla
Mira a este niño lindo, tan sonriente y tan rojo:
cómo se ríe sin dientes,
se levanta y se alarga, vocifera
con el rostro de acné que poco a poco
va cubriendo su barba tan amada
por la hermosa mujer que en él se apoya
y se da media vuelta y al fin desaparece,
mientras una muchacha toma al hombre del brazo
y le quita una cana que resalta
sobre su saco negro que ya se ha vuelto blanco
y ha perdido dos tallas en una lenta curva que se
encoge,
mas parece que muy alegremente porque mira,
muchacha,
cómo sonríe sin dientes este ancianito calvo y colorado.
escribiendo en gerundio
Entre otras cosas
para enriquecerse con los otros, juntos,
al juntar las palabras y formar escaleras y puentes
levadizos
que unan habitaciones desconocidas antes.
Para transitar por todas las resonancias posibles
y estropear los usos automáticos, buenos, del lenguaje.
Para ponerse sombras, y sombras, y redobles
debajo de las tapas craneana y torácica,
encenderse los centros y los flancos.
Para que la relatividad deje de ser teoría
y se aparezca Hegel en las noches.
Para perderle el miedo a los disfraces y a las voces
distintas.
Al escribir el mundo se incorpora
y lo que parecía inorgánico se organiza y se tensa,
y los sentidos intensifican los radios de sus arcos
perceptivos.
Escribir es también revolverse, entrecruzarse con los
aspavientos
y abrir encrucijadas donde estaba el silencio
enterradito y quieto.
Defenderse de lo definitivo, embriagarse, ver las fotos
de lado.
Es cobrar importancia y malgastarla.
(De Parva natura, México, UAM, Molinos de Viento 174, 2022.)