El muñeco feo

Ernesto Juárez Rechy
febrero - marzo de 2023

 

 

Ilustraciones: Hugo Ramírez Rosales

 

No me he decidido a vivir, porque, en cuanto uno lo hace, llegan los padres y la vida se complica. Sin embargo, no soy como aquellos que presumen que no les gustan los padres, a mí no me molestan ni me caen mal, de hecho, cuando mis amiguitos los traen, me gusta escucharlos o contemplarlos, y sí, algunos son muy graciosos, pero sólo un ratito, porque después hay que lidiar con berrinches, plegarse a su voluntad, prestarles atención, cuidarlos; hay de todo, sí, pero para mí que los padres bien portados son raros.

Uno nunca sabe lo que le va a tocar, sólo se pide que estén sanos, lo demás no importa, aunque hay que ser honestos, uno se ilusiona y dice “pues me gustaría uno así y así”, y te los imaginas, pero no va a ser lo que tú quieras.

A nadie lo educan para ser hijo. Uno tiene que estar adivinando qué le pasa al padre, qué le duele, porque sólo ves que se pone de mal humor, que le cuesta hablar, que todavía no sabe comunicarse; le das de comer, y nada, intentas jugar con él, pero no quiere; y si te toca una mujer es peor, porque las madres son más delicadas, tienes que cuidarlas más, lloran y lloran, y por más que trates de ofrecerles cosas, es inútil, hasta que se les pasa, después de un rato, y resulta que andaban sentidas por algo que no imaginabas.

Cada edad es un reto: la andropausia, la menopausia, la crisis de los cuarenta, la de los treinta, pobres, el mundo está como está y ellos con sus problemas hormonales, con sus crisis de identidad… ¡no se aguantan ni ellos mismos! Y hay que agregar, aunque los queremos mucho, que pueden ser bastante groseros, miro a algunos de mis amiguitos con sus padres y admiro cuánta paciencia les tienen, me gustaría ser así, pero por el momento no puedo.

Supongo que a cualquier edad es duro tenerlos, porque significa una responsabilidad, una renuncia, dejas de vivir para ti y tienes que considerar a los demás, no es tan fácil, si, por ejemplo, no te gusta ir al kínder, decir “renuncio”; no, porque en la casa el dinero no alcanza, hay que pensarle, no nada más porque te gustaría cambiar vas a buscar otra familia y listo. Un miembro no se puede sencillamente cortar.

A mí me interesan otras cosas, yo quisiera aprender de todos ustedes que saben tanto, afanarme por las mismas cosas por las que ustedes, como cuando mis amiguitos vienen a verme y de repente se ponen a hablar de lo afortunados que son, me enseñan las fotos de sus padres, lo que a mí me aburre tremendamente, no sé, supongo que hay personas que nacen con experiencia y otros que jamás la tendremos, personas que, no sé por qué razón, miramos con extrañamiento esto que a todos les parece tan natural: querer tener más que los demás, desear la mujer del prójimo, comprarse una casa en el extranjero con dinero robado, estar en la cima de la jerarquía, agredir a los que te corrijan, y llenarse de padres… pero entiendo sus buenas intenciones, uno quisiera educarlos bien, darles lo mejor, estar siempre con ellos, mas una cosa es lo que uno se propone y otra lo que se puede hacer, además, la vida es azarosa y es imposible estar cien por ciento seguro de que las cosas saldrán como deseamos. Tal vez sea que los ratones me han vuelto un descreído.

Hace unos días pude ver a una madre sentada en uno de los columpios del parque donde vivo, de repente apareció otra y quería sentarse en el mismo columpio, obviamente no cabían, pero ninguna de las dos quería ceder… así son, impulsivos, no han conocido el respeto ni la consideración hacia el otro, tampoco han aprendido a controlarse, y hay que perdonárselos “porque ya están viejitos”, lo cierto es que la mamá más pequeña estaba sentada ahí sin molestar a nadie y después llegó la otra y, sin pedir permiso ni avisar, quería ocupar el mismo lugar. La gente no se pone a ver quién es justo y quién injusto, lo que les preocupa es la tripa, “la sangre, que llama” dicen ellos, no importa si su padre o su madre son unos malparidos, tienen razón por ser de su misma familia, y ya ves, se pelean por juguetes, cargos políticos o terrenos, llega uno de los hijos y, sin averiguar qué pasa, ya se está peleando con otro hijo, incluso a muerte, por cuestiones heredadas. Para ganarse el apellido hay que bautizarse en sangre.

¿Traer más progenitores a este mundo? No, gracias, está horrible la situación, y no veo cómo mejorará, los ojetes no dejarán de apretar porque les da placer ser ojetes, y luego traer a aquellos pobres a sufrir se me hace egoísta, porque es un deseo egoísta, ¿o qué otra cosa significa apadrinarse sino perpetuarse? Bien dicen que los padres son el reflejo de los hijos, porque claro, no lo dicen, pero eso es lo que declaran. Si tuviera un padre lo educaría para que fuera considerado con las demás personas, o sea, haría de él lo que lo que la gente llama “un pendejo”, y aquí recuerdo, y comprendo, la canción que me cantaban para dormirme: “tus amigos no son los del mundo”.

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Ernesto Juárez Rechy

(Xalapa, Veracruz, 1979)

Estudió Lengua y Literatura Españolas en la Universidad Veracruzana. Participa regularmente en la sección cultural de La Jornada Veracruz y actualmente colabora en la obra interdisciplinar de danza contemporánea Las promesas del abismo. Mantiene el blog clavelesentusalgas.blogspot.mx