Urinario de mampostería. Cie Drouart Boulevarts Intérieurs, París, Francia, 1865. Fotografía: Charles Marville, State Library Victoria, Australia
En París todo es pequeño, las porciones de comida, los departamentos y los bares. Esto obliga al bailarín trasnochador parisino a desarrollar dos habilidades motrices: bailar en un espacio del tamaño de una cabeza de alfiler y el control de esfínteres. Los dueños de muchas discotecas y bares han sabido capitalizar sobre la política de género para optimizar el espacio y ofrecen un baño único para todos sus clientes, en algunos lugares, incluso, han desaparecido los mingitorios. Es en una fila mixta para entrar al baño, con una vejiga llena de cerveza, que visualizo que se ha diseñado un mundo para que pueda orinar rápidamente, sin tramites y sin esperas.
El filósofo Žižek cuenta el estupor que sintió al ver los inodoros tradicionales alemanes, donde el desagüe se encuentra enfrente. El diseño obliga al usuario a oler e inspeccionar su propia mierda con lujo de detalle. Según el filósofo, el inodoro materializa el conservadurismo político alemán, su fascinación por lo vivido y su reticencia a dejarlo ir. El carácter revolucionario francés, contrasta el filósofo, se traduce en que el agujero se encuentra bien atrás para que el pasado desaparezca lo más pronto posible. Žižek concluye que la relación de una cultura con sus desechos de la toilette es un reflejo de la posición política que toma frente al mundo.
El verdadero eau de parfum parisino es el olor a orines el domingo por la mañana. Los rastros de un Sena de riñón pueden verse dibujados en las estaciones de tren, en las zonas de fiesta como Châtelet o Bastille y en cualquier lugar donde haya una jardinera que pueda esconder a alguien. Es histórico el esfuerzo de la alcaldía de París para reducir el problema. Los primeros baños públicos parisinos se instalaron en 1834. Los vespasiennes eran un conjunto de mingitorios cuyo diseño evolucionó al ritmo de la estética de la ciudad. En un principio se concibieron como columnas con anuncios publicitarios al exterior. La idea de combinar el orinar y el publicitar motivó el primer debate sobre cómo debía ser un baño público y la concepción de estructuras especializadas para cada función. Los afiches de teatro encontraron su sitio en las emblemáticas torres de Morris, personajes mudos de pinturas de la Belle Époque, del cine y la cotidianidad del parisino contemporáneo. Los mingitorios se transformaron en estructuras sobrias de metal que buscaban reducir la exposición del usuario a miradas del exterior, una característica aprovechada por homosexuales en busca de caricias. Después de más de 140 años, los vespasiennes no lograron adaptarse más a los criterios de salubridad y buenas costumbres de la época y cedieron su paso a los sanisettes, baños cubiertos para evitar los malos olores en vía pública, pensados para ser usados por una persona a la vez y, estos sí, accesibles a mujeres.
En la primera década del siglo xxi los franceses se preguntaron: ¿quién puede hacer uso de los espacios públicos? Una pregunta que visualizó lugares de exclusión y cómo la vida cotidiana no es la misma para todos. Fue así como los sanisettes se volvieron un símbolo de discriminación, pues su costo impedía la entrada a personas sin un franco en la bolsa y su tamaño a personas en sillas de ruedas. El cambio en la legislación francesa en 2006 sobre el acceso a establecimientos e instalaciones abiertos al público provocó que los sanisettes fueran ilegales y tuvieran que ser remplazados. Encuentro interesante que en el remplazo de los sanisettes y los vespasiennes se haya decidido conservar un ejemplar como una memoria material de ideas obsoletas, como esa mancha que no se va al bajarle al inodoro.
Vespasienne. Square des Batignolles, París, Francia, 1865. Fotografía: State Library Victoria, Australia
Mi vejiga ubica con precisión los nuevos sanisettes en los barrios de París. Esta habilidad, aunque inútil, pues la localización puede encontrarse por Internet, me ayuda a encontrar sanisettes que se mantienen en funcionamiento hasta tarde y se encuentran decentemente limpios. Estos baños automáticos tienen el diseño de un árbol ancho de color gris y funcionan como elevadores. Al presionar el botón se abre una puerta corrediza. El espectáculo al interior de la sala es inesperado, lo mismo puede ser una película gore o una historia cliché de superación personal. La cabina es de color gris y los muebles que hacen de inodoro y lavamanos, a veces blancos, algunas paredes tienen instrucciones escritas en braille. Cuando se presiona uno de los dos botones disponibles para terminar la sesión, una voz robótica se despide: “Gracias por haber seleccionado un lavado con ahorro de agua, esto solo tomará un par de minutos”. A pesar de su sofisticación, en el baño público automático aún se encuentran mensajes sugerentes en los espejos, se tapa con la basura que la gente arroja en él y la mayor parte de las veces se tendrá que recurrir a técnicas milenarias como “la aguilita” para poder utilizarlo.
Hay 435 sanisettes en todo París, la mayor parte de ellos localizados en el centro, y, casi todos serán remplazados antes de las olimpiadas de 2024. Tener los ojos del mundo mirando la ciudad cuando esta se ha proyectado a sí misma como progresista en temas ambientales, ha obligado a ingenieros a concebir nuevos baños que estén a la altura de las expectativas. El nuevo modelo no solo será ecológico, también será eficiente y postpandémico. Se dice utilizará energía renovable, un tercio del agua actual y tardará treinta segundos en desinfectarse. Los ingenieros han buscado multiplicar la eficiencia al agregar un mingitorio exterior.
Es en una fila para entrar a un baño mixto francés, con una vejiga llena de cerveza, que visualizo mejor mi cultura. Recuerdo con vergüenza cuando compañeras de la facultad denunciaron que eran grabadas en los baños y que los videos se difundían en páginas pornográficas. Recuerdo lo mucho que las autoridades tardaron en escucharlas y hacer algo serio al respecto. Recuerdo las temporadas de lluvia, cuando el drenaje de mi ciudad se tapaba, y los aguaceros hacían salir las aguas negras. No era necesario más salir a buscar un baño público, pues el baño público lo cubría todo. Recuerdo cómo, al día siguiente, mi padre se sentaría al lado de mi cama y me diría: “Hijo, despierta, ayúdame a desinfectar el patio y la banqueta”.