Yo soy la materia de mi libro: Montaigne y las razones del cuerpo

Alfonso Salas
febrero - marzo de 2023

 

 

Monumento funerario de Michel de Montaigne, 1593, Museo de Aquitania, en Burdeos, Francia. Fotografía: F. David, Wikimedia Commons

 

I

La mañana del 22 de junio de 1580, Michel de Montaigne salió de Burdeos, Francia, para emprender un viaje que marcaría el rumbo final de Los ensayos. Diez años atrás se había recluido en la torre del castillo propiedad de su familia para escribir en soledad; pero este paréntesis en la elaboración de su obra —había publicado los primeros dos tomos ese mismo año— tenía un motivo especial. Más allá de conocer las ruinas romanas, destino obligado para todo viajero que se jactara de apreciar los vestigios de la civilización antigua, Montaigne buscaba tratar el mal renal que lo atormentaba, al parecer hereditario, en las famosas aguas termales de las zonas alpinas.

Gracias al Diario de viaje a Italia por Suiza y Alemania en 1580 y 1581, documento por mucho tiempo extraviado, conocemos hoy los pormenores de aquella experiencia. Descubierto accidentalmente en 1770 y publicado cuatro años después por Meusnier de Querlon, bibliotecario del rey, el texto da cuenta de las jornadas durante los diecisiete meses y ocho días que se prolongó la travesía. La mitad del diario fue redactado por un asistente desconocido a quien dictaba el propio Montaigne —éste alegaba su pésima caligrafía, además de la fatiga de manejar la pluma—. En algún punto del trayecto, el ensayista asume la redacción del diario y las descripciones se vuelven más personales hasta alcanzar un nivel de registro obsesivo sobre la dimensión corporal. De manera prolífica, la escritura informa no sólo del régimen de dietas y ejercicios que Montaigne llevaba a cabo para atenuar sus dolores, así como de la ingesta de agua en los baños a los que acude, sino también de la morfología de los sedimentos, causantes del dolor renal que expulsaba a través de la orina, detallados en color y tamaño.

Debido a la deleznable exposición de los desechos del cuerpo así dispuestos ante el lector, algunos opinan que el diario no estaba pensado para publicarse. Si bien esto es posible, también lo es el hecho de que el texto brinda una oportunidad única para conocer la dimensión crudamente carnal del autorretrato ensayístico —“Soy yo mismo la materia de mi libro”—. Como una bitácora de las transformaciones del cuerpo y la meditación ante el dolor durante el viaje, la escritura del diario contribuye a apreciar aspectos inestimables en el marco del nacimiento literario y filosófico del yo moderno. 

 

II

La cuestión del espacio interior en la obra de Montaigne ha sido fuente de debates filosóficos inagotables. Recupero sólo uno que ilustra la pertinencia del relato de viaje. A mediados del siglo xx, una facción radical del estudio cartesiano argumentó que el escepticismo de Montaigne era la génesis del modelo internalista del individuo moderno. A propósito de las noticias que llegaban sobre América, el ensayista había demostrado que con simples pinceladas era capaz de poner en tela de juicio todo el paradigma civilizatorio occidental: “No avanzamos, más bien giramos y damos vueltas de acá para allá; andamos sobre nuestros pasos. Me temo que nuestro conocimiento es endeble en todos los sentidos”. Pero el escepticismo de Montaigne era en realidad sólo un engrane de una maquinaria filosófica más compleja.

El escepticismo radical creyó encontrar en las reflexiones de Montaigne un símbolo de sabiduría y autosuficiencia triunfante. Esta concepción fomentaba la idea de un escritor ególatra, quien además de ser degradado de filósofo a diletante, pretendía valerse por sí mismo desconectándose del mundo exterior. “Helo allí, el sabio en su torre”, parecía ejemplificar Montaigne como botón de muestra. Bajo esta lectura, su obra se tornaba en material especulativo sin propósito, con una visión de la vida interior impredecible. Así parecía confirmarlo su ensayo “La ociosidad”: “El alma no tiene un objetivo establecido, se pierde. Porque, como suele decirse, estar en todas partes es no estar en lugar alguno”. Ante este prisma de incertidumbre, el objetivo de su obra —ensayarse a sí mismo— se reducía a un ejercicio de organización mental; la subjetividad, una cosa preexistente, pensante, transparente a sí misma; y Los ensayos, boceto metodológico cartesiano, un medio para descubrirla. A la zaga, se tuvo que reconocer que esta noción conducía invariablemente a un problema de autosuficiencia.

Gracias a la estimación de nociones estoicas en el pensamiento de Montaigne se apreció su obra de una manera más justa. Estas inquietudes habían cobrado relevancia desde los estudios de Pierre Villey (1908), cuyo trabajo, con influencia positivista, terminó por definir una lectura dogmática de Los ensayos. Bajo este esquema, a cada estrato de escritura le correspondía una fase evolutiva de pensamiento: estoicismo, escepticismo y epicureísmo. No obstante, la apreciación estoica fue vital para comprender la obra del ensayista en su propio contexto histórico.

Las aplicaciones de esta doctrina pueden resumirse en una serie de preceptos y virtudes como constancia, paciencia y razón, las cuales dotaban al individuo de autonomía racional para cultivar la fortaleza y afrontar así las calamidades del día a día. Montaigne así lo refería en su ensayo sobre “La tristeza”: “Los estoicos prohíben a sus sabios sentirla, por ser siempre cobarde y vil (...) Yo estoy un poco expuesto a tales pasiones violentas. Mi aprehensión es dura por naturaleza, y la emboto y ofusco todos los días con el razonamiento”.

Además de Cicerón, Epicteto y Marco Aurelio, referencias clave para el pensamiento estoico contemporáneo de Montaigne, su principal guía es Séneca, cuyas ideas apelaban a la practicidad y el control de las pasiones humanas. Séneca afirmaba que la introspección, autodisciplina, tolerancia y moderación conducirían a una dignidad humana, algo especialmente apreciado por Montaigne en tiempos de conflicto extremo debido a las constantes guerras religiosas entre católicos y protestantes que azotaron Europa en la segunda mitad del siglo xvi.

Así, el sabio estoico, incapaz de alcanzar la racionalidad absoluta que demandaba el cartesianismo, se vio obligado a declinar finalmente su ideal de autosuficiencia. El reconocimiento de un mundo más allá de sus narices obligó al escéptico a enfrentarse a otras mentes. Surge, gracias a este paradigma filosófico, un cambio de actitud, uno de apertura a la conversación que deja atrás la arrogancia del sabio aislado en su monólogo infructífero. A diferencia de aquel paradigma, la subjetividad estoica no se concibe como algo preexistente. Se construye, día a día, a través de la suma de experiencias y transformaciones que van modelando las cualidades individuales. He aquí la pertinencia del diario de viaje, registro de un ejercicio de autoconocimiento, como una construcción activa —y descarnada— del autorretrato lingüístico que se complementará, eventualmente, con la apreciación de los lectores.

III

7 octubre de 1580. Al llegar a los baños de Baden, hoy Alemania, el redactor desconocido apuntaba en el diario, con sutil asombro, lo siguiente:

 

El señor de Montaigne bebió siete vasitos que equivalían a un cuartillo grande de los de su casa; al día siguiente, cinco vasos grandes más, que equivalían a diez de los pequeños y venían a hacer una pinta. Ese mismo martes, a las nueve de la mañana, mientras los demás comían, se metió en el baño y, después de salir, sudó abundantemente en la cama. No estuvo en el baño más que una media hora; pues los de este país, que están todo el día jugando y bebiendo, sólo se meten en el agua hasta los riñones; pero él se mantenía sumergido hasta el cuello, tumbado a lo largo del baño.

 

Hay en estas líneas una ambivalencia. Por una parte, Montaigne sigue un régimen riguroso para tratar el mal que lo aqueja, pero al mismo tiempo transgrede la norma de la medianía que sugiere la doctrina estoica. Tomemos en cuenta que la interpretación romana tradicional alentaba a seguir la senda del sabio a través de una racionalidad austera y la desvinculación de las emociones (apatheia). Pero aquí y en otros pasajes observamos que, conforme el escritor avanza en su trayecto, éste se vuelve cada vez más flexible en sus disciplinas. ¿Cómo explicar esta contradicción?

En lugar de rechazar por completo el dolor por medio de la razón, como lo aconseja el canon romano, Montaigne se inclinó por una asimilación afectiva. Esto significó para el viajero francés un acercamiento empático a su enfermedad. En otras palabras, el énfasis en el cuerpo reorientó su viaje estimulando la creación de un sistema terapéutico propio. El ensayista reconoció que el mal renal que padecía no representaba una condena de muerte (de hecho, no sería la causa de su deceso como lo fue para su padre, sino una infección de garganta). Así, buscó en la intermitencia del dolor aquellos momentos de gozo que le daban preciosos instantes de tranquilidad y placer: “Yo tenía un fuerte cólico que me había durado veinticuatro horas y en esos momentos estaba dando los últimos ramalazos; pero no dejé, sin embargo, de disfrutar la belleza de aquel lugar”. De este modo, la asimilación del dolor y la aceptación de su enfermedad tendría fuertes implicaciones en sus ideas sobre la vida y la muerte, plasmadas sobre todo en la etapa final de escritura de Los ensayos.

 

IV

Final del viaje. Montaigne regresó a su castillo el 30 de noviembre de 1581. Contra lo esperado, se reincorporó a la vida civil tras ser electo alcalde de Burdeos, asumiendo la tarea política de mantener una relación cordial entre los reyes Enrique III, católico, y Enrique IV, protestante. Publicó en 1588 el tercer libro de Los ensayos con importantes adiciones y matices a los dos primeros tomos, lo que refleja la importancia empírica del viaje en su pensamiento. En su intimidad dialógica trazó límites entre las perturbaciones, reconociendo aquello que su cuerpo era capaz de tolerar, sin corromper el alma. Estos cambios respecto a sus propias afecciones le permitieron trascender el rechazo que guardaba la doctrina estoica hacia el cuerpo, reorientándolo hacia una aceptación de su dolencia con dignidad: tránsito filosófico de una rigidez dogmática estoica hacia una vertiente más humanista y cálida, combinada con un discreto hedonismo, abierto a la diversidad empírica. En suma, Montaigne estableció una conexión definitiva entre interior y exterior a través de la aceptación del cuerpo, esa parte liminar entre el alma y el mundo del que tomó conciencia a través de la escritura de viaje.

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Alfonso Salas

(Distrito Federal, 1990)

Maestro en Historia Internacional por el cide y licenciado en Historia por la unam. Fue colaborador del proyecto editorial Lado b entre 2018 y 2019. .