Autoría Colectiva, “197 carteles de mano con fotografías de los detenidos-desaparecidos durante el Terrorismo de Estado en el marco del Plan Cóndor (1973-1985)”, 1985-2018. Fotografía: Mariana Martínez Bonilla
No hay archivo sin un lugar de consignación,
sin una técnica de repetición
y sin una cierta exterioridad. Ningún archivo sin afuera.
Jacques Derrida
El sujeto de la filosofía parece no tener imagen concreta, cuanto más nos esforzamos por pensar en el sujeto trascendental propuesto por la filosofía de Immanuel Kant, por considerar un ejemplo crucial para la Modernidad, más nos damos cuenta de que toda imagen delimitada lo revienta debido a los compromisos de dicha subjetividad con una abstracción trascendental en la que se juega precisamente su conceptualización y su universalidad; o sea, eso que justamente Kant quiere sostener: un modelo de sujeto que sea base y fundamento de un conocimiento universal y necesario.
Que el sujeto universal reniegue de tener una imagen específica podría ser un caso más entre los infinitos problemas filosóficos que no parecen tener relevancia en la vida cotidiana, o sea, uno de esos caprichos que estudian los filósofos simplemente porque no se les ha ocurrido uno todavía más excéntrico e inútil. Pero, en la actualidad, considero que no podemos simplemente contentarnos con una posición desentendida de la representación política de los sujetos.
Una postura así es insostenible hoy día y creo que este tema abre cuando menos un par de problemáticas incipientes.
La primera tiene que ver con que estamos ante una serie de desplazamientos vertiginosos respecto de los estudios del sujeto como tema de estudio. El sujeto contemporáneo rara vez es pensado en abstracto: tiene historia, semblante, cuerpo, localización geográfica, inscripción simbólica y lenguaje.
La segunda es que la imagen de cada modelo de subjetividad tiene la posibilidad de representar los medios de la sujeción que lo atraviesan. Para plantearlo en pocas palabras: el sujeto no es sin su representación.
Con esto sobre la mesa me interesa traer a consideración una serie de problemáticas situadas alrededor de la relación de la filosofía con la memoria política de sujetos, particularmente ante la emergencia cada vez más necesaria y pujante de los estudios sobre visualidad de la subalternidad en los contextos de México y América Latina.
Pienso específicamente en las líneas de estudios que parten desde un enfoque de crítica al sujeto de la Modernidad, emplazadas ya sea en los análisis políticos de los ejercicios de memoria, pero considerando la relevancia de los archivos en que se guardan las imágenes de tales sujetos, especialmente porque ahí tienen sitio cuestiones sobre su injusticia política, sobre su diferencia constitutiva, su materialidad corporal y sin duda sobre los ejercicios en que se ha llevado a cabo su exclusión, o bien alrededor de los procesos de marginalidad y vulnerabilidad en que acontecen estos individuos. No hay crítica al sujeto moderno que no pase por ahí.
Por ello es imprescindible pensar si la filosofía ha quedado fuera de la escena que piensa al sujeto contemporáneo y su representación a partir de estudios de archivos y sobre todo cuando se trata de sus imágenes. Y es que en la actualidad abundan nuevas perspectivas de estudios sobre la imagen, hay estudios en cultura visual, estudios iconológicos e iconográficos, semiótica, análisis del discurso gráfico, teoría de la imagen, sociología de tecnologías visuales, teoría de la fotografía, estudios sobre imagen digital, arqueología de los medios visuales, etc. El campo es vastísimo y se habla ya desde hace tiempo de un giro iconológico a sabiendas que no hay un único eje ni un modelo crítico y teórico que pueda pensar las imágenes y agotarlas.
También proliferan los alcances de una serie de disciplinas muy concretas orientadas a repensar la subjetividad moderna y su huella en el mundo. Pienso en los estudios de crítica poscolonial y decolonial, con enfoques críticos de género, de racialidad y de clase, estudios culturales, transespecistas, posthumanos, etc., mismos que enfocan constantemente a figuras de la subalternidad con herramientas de análisis tan bien delimitados que eluden la generalidad con que suelen plantearse las problemáticas tradicionales de la filosofía política o de la filosofía del sujeto.
Por otro lado, cabe hacer un ejercicio de reconsideración y ponderar en qué medida puede intervenir la filosofía en este campo problemático.
Desde mi trinchera, particularmente, considero que la filosofía debe incidir y participar de las discusiones sobre representación de sujetos, incluso a partir de archivos o documentos visuales y anclados en la imagen como medio, pero sin confundirse con las aproximaciones de las disciplinas y enfoques antes mencionados. Y quizá ya no se trate simplemente de proponer conceptos universales para asegurarse que se trata de filosofía, sino de justificar por qué competen a los temas nodales de la filosofía sin que se pierda su matiz histórico determinado.
Y desde ahí cabe mencionar algo que no es ajeno a estos problemas: la filosofía sostiene con la memoria una relación bastante espinosa. Considero lo anterior porque circula con mucha frecuencia la idea de que la filosofía es su historia y su tradición, es decir, se confunden su historia con su proceder.
En todo caso, habría que meditar sobre cuál es su relación con las tecnologías específicas que hacen prevalecer la memoria de la filosofía: cátedras, academias, escritura, ejercicios espirituales, formación disciplinar, ideologías, mecanismos de poder, instituciones, etc. ¿Cómo se puede, entonces, legitimar que la esencia de lo dicho en el pasado se conserva plenamente en lo que se resguarda a través de las tecnologías de la memoria? ¿Cómo sabemos realmente que hacer archivos filosóficos o sobre filosofía o sobre sujetos políticos es ya suficiente para cobijar y asegurar la continuidad del pasado y la identidad de la práctica filosófica? ¿Cómo notamos que lo que queda dentro del archivo de la filosofía es lo único que hay que considerar respecto de todo lo político que se juega en la representación de los sujetos de cualquier pasado histórico? ¿No queda siempre algo fuera en todo archivo y en todo ejercicio de memoria? ¿Qué hacer con ese afuera? ¿Cómo incluirlo sin producir en ese acto una nueva exterioridad? ¿Cómo lidiar con esa violencia que implica hacer una memoria a partir de las imágenes?
Ahora bien, Jacques Derrida ha rastreado este problema en muchos de sus textos, no hay uno dedicado en exclusiva a ello, muchas de sus reflexiones se concentran en los siguientes textos: La farmacia de Platón, Mal de archivo, Ecografías de la televisión, Hay que comer... o el cálculo del sujeto.
En La farmacia de Platón, Derrida nos deja ver que ya el mismo Platón se preguntaba si es posible reproducir de memoria el discurso de alguien ausente; nos hace manifiesto que ya en el Fedro está insinuada la pregunta por la legitimidad de la representación discursiva: es decir, ya ahí se plantea quién y con qué estrategias, con qué tecnologías, habilidades y recursos, puede y tiene derecho a reproducir la palabra de otro... mas no de cualquier otro, sino de un otro que es también alguien ausente y que es necesaria dicha ausencia para hacer acto de memoria, o sea, una nemotecnia en la que se remplaza al origen del discurso ya no sería discurso vivo sino suplemento de pensamiento, un mero semblante, resto, espectro de λóγος: escritura.
Justo en dicho marco cabe decir que la escritura y el archivo han sido temas que Derrida ha privilegiado como parte de su empresa filosófica y política, porque, para él, hacer deconstrucción implica sumirse en una empresa en aras de una justicia siempre por venir y cercada por lo imposible: la violencia. Temas cruciales a la teoría del sujeto y su representación política.
Lo que deja ver Derrida, a mi consideración, por tomar un ejemplo, es que la filosofía puede todavía aportar conceptualmente desde su estrategias y producción de conceptos, pero, sobre todo, desde la deconstrucción misma de los conceptos atrincherados en la tradición filosófica.
En última instancia, lo que sí no cabe ya es que la filosofía trabaje en un monolingüismo, se requiere también considerar las intervenciones de otras disciplinas alrededor de la imagen, del archivo y del sujeto.
Porque incluso el sujeto trascendental tiene una política de fondo y, muy a su pesar, también reside sobre una imagen del pensamiento que precisa ser analizada con el detenimiento, sospecha, prudencia, cautela y asombro propios de la filosofía.
A mi consideración, la filosofía ha recibido una gran lección en las últimas décadas: su universalidad está en crisis pero no por entero su necesidad.
Considero que todavía tiene algo que aportar para pensar a los sujetos políticos y sus archivos de imágenes, si bien esto todavía tiene que demostrarse y sostenerse en el por venir y en aras de una justicia que se juega en el destino mismo de la deconstrucción. Y quizá no pueda hacerlo sin constituirse ella misma como partícipe de un diálogo y funcionando ocasionalmente como ese afuera de todo archivo y sin el cual el mismo ejercicio de memoria pierde su sentido, incluso y a pesar de las exclusiones inevitables que supone preservar cualquier imagen, particularmente cuando se trata de sujetos políticos.