Agujero negro

Ingrid Fugellie Gezan
diciembre 2022 - enero de 2023

 

 

Fotografía: Pixabay


I

El agujero negro ─receptáculo que todo lo engulle y atrapa─, ha vuelto más profunda su apertura pero no logra retener las huellas que voy dejando. Puedo resistir su atracción, impedir que me obligue a flotar y dar vueltas sin fin en su inmensa cabida. Palpo la sombra que arroja, me detengo, algo de la gravedad gira, recorre un trecho y se abalanza.

Podría pensar al revés, saltar las barreras que construyo en silencio. Podría cancelar la ruta del viaje, atreverme a torcer la forma, a forcejear el ritmo del péndulo, a iluminar la caverna. En la imagen de un espejo me suspendo, busco refugio en el filo de esta clausura, oculto las sombras de una presencia que fustiga, en locales abandonados reservo el coraje, me anula el miedo.   

 

Por razones que desconozco, cubierto de sombras, el brote de un impulso ajeno, de una violencia prestada, de la fuerza enorme que ingiere y atrapa.

  

Mutilados, los sonidos de la tarde se han perdido, las sombras y sus resplandores desaparecen. Un monstruo deslumbrante por lo aciago de su luz arroja el tiempo y lo absorbe. Plenitud es lo que permanece en su interior. Vértigo es lo que provoca. Las visiones muertas permanecen, lo sagrado se impone.

 

Abrumada, aturdida por una marea intangible me deslizo en el flujo del tiempo, avanzo por corredores de sentido nebuloso, un mecanismo eficaz me retiene.

 

II

Perdida en el abismo, en las desoladas horas del final azaroso, en el logos de la cifra oculta, las maderas se ahuecan, ceden al artificio, devoran las palabras, se derrotan. Un sonido aplastante interrumpe el tiempo. Hay paredes, orificios, señales. Confundida por la duda, por lo fantasmal del suceso, mi cuerpo es ahora un fetiche: no brota el saber, no encuentro evidencias, todo impregnado de sopor, todo aconteciendo en el vacío.

 

La casa se inunda de objetos raros, se advierte un origen confuso. Nada perturba la fuerza descomunal, las presencias acontecen azarosas, el malestar, sus presagios, la luz que parpadea, el arraigo del mal, se tornan ahora inevitables.

 

III

Subo las escaleras. Es hora de iluminar las cosas, de volver sorprendentes sus contornos, de aceptar el sonido de los muebles cuando se acerca la tarde y el calor reduce su voltaje. Ruidos de la calle atraviesan las ventanas, otra vez las sombras, los destellos de luz, el movimiento. Oscilar entre la ciencia y las virtudes del olvido, entre acumular datos y dejar que la memoria trafique por el mundo, entre volver a nacer y enterrar los vestigios. Intento una trama oculta, un camino que me deje traspasar las barreras, acudo a unas cuantas certezas, me prohíbo anochecer a la deriva, puedo bordear las orillas sin perder el rumbo, ordeno incluso la estancia, la agilizo. Mis pasos se tornan seguros, aunque me asalte la duda. La duda que previene y calcula, el miedo que desquicia.              

 

IV

Reflexionar confunde, no puedo dejar de percibir el vacío, no consigo el impulso dual que admite la salida, el tacto, lo posible. Leyes que han poblado de sobornos las esquinas ensombrecen el rigor que precede a la duda: sombrío su resultado, cercana la derrota. Al margen del enredo algo sucede, algo retumba en la huella que elude el silencio, un aparato eficaz desencadena la acción.

 

V

Si el descanso fuese derrota, si las caídas subalternas al vivir, si el candor no obligara a las tinieblas, si no las pusiera de rodillas, si la fuente del recuerdo se agotara antes que el pulso de la imagen:

               la tarde se esfumaría al borde de un abismo.

No se abrirían las puertas del cerebro, no ardería la mirada, todo se detendría en el sepulcro de la historia. El malestar que antecede al acto urdiría otra cosa, tal vez una alarma del infinito que preludia el sonido, o la fantasía de un rumor. Es difícil saber cuándo se agota la indolencia, cuándo perece la duda, en qué momento disparar las evidencias al pozo del acontecer.

 

Me interno ahora en ese lugar erudito que arroja pruebas, en ese derrumbe de blancura que anida en el centro de la noche, en ese instante luminoso y breve que no tiene destinatario porque ha perdido el nombre.

 

CDMX, octubre 2020, septiembre 2021, diciembre 2022

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Ingrid Fugellie Gezan

(Punta Arenas, Chile, 1946). Es psicóloga, artista visual, escritora, docente y gestora cultural. Ha publicado artículos, ensayos y reseñas sobre teoría y crítica de arte en revistas y periódicos mexicanos de difusión cultural. Su producción visual se ha exhibido en gran cantidad de muestras individuales y colectivas en museos, galerías y casas de cultura de Chile, México, Guatemala, Honduras, Ecuador, Argentina, Suiza, Estados Unidos y Malawi.