En memoria de
David Huerta
Ha muerto mi amigo

Anaïs Abreu d'Argence
Diciembre de 2022-enero de 2023

 

 

Fotografía: Rodulfo Gea / CNL-INBAL

 

“Se murió David”, me dijo. Sin preámbulos. Mi esposo había perdido en un segundo algo que sabía le tocaría arrancarme también a mí, y tenía que hacerlo rápido. Por una parte, creo, tenía la esperanza, inconsciente, por supuesto, de que así sería menos traumático el desprendimiento. También creo que tenía una urgencia por compartir el concepto de muerte anclada al concepto de amistad entrañable. Si por lo menos hubiéramos estado juntos, habríamos tenido una materia a la cual aferrarnos, pero ambos estábamos solos. Así que nos quebramos cada uno por su lado.

Soy consciente del lugar común que es el quiebre, pero justo hace unas semanas, una de mis más grandes amigas se lastimó una pierna y me cuenta que, para ayudar a sanar, le dan un tipo de terapia que consiste en hacerle microheridas con rayo láser en el tendón. En seguida, pienso que la muerte de un ser querido es recibir esas microheridas en la parte frontal del cuerpo. Desde la cara: por eso se dice “se me partió la cara”, en el pecho, el corazón, el estómago, las piernas. Uno sin dudarlo se parte aún con más intensidad en el vientre, en aquello que los orientales llaman el tantien y que es el centro de nuestra fuerza vital. Hasta ahí se cuela la muerte. Por eso la noticia nos lleva muchas veces a tener que sentarnos para poner un contrapeso y no doblarnos. Otras veces simplemente nos doblamos y lloramos sin consuelo. Cada muerte nos hace actuar de formas distintas, no es algo que podemos prever. Murió un lunes. Habíamos quedado en vernos el viernes en su casa. Es la única cita a la que no llegó en nuestra amistad. Por lo demás, estuvo siempre.

Conocí la poesía de David gracias a mi esposo, que repetía con frecuencia el poema “Detalles”, el cual se sabía de memoria. Él lo recitaba y quienes escuchábamos nos estremecíamos. También le debo a mi esposo haber conocido a David como ser humano y como amigo.

Fue parte del proyecto editorial que construimos hace ya más de diez años. Y cuando digo que “fue parte” no sólo me refiero a que publicamos sus Tres poemas, un libro que contenía tres textos inéditos impresionantes, cercanos en tiempo y, me atrevo a decir, en potencia, a Incurable. También lo digo porque fue parte del entusiasmo, del apoyo económico, del apoyo en forma de “sí se puede”. Fue vital para nosotros contar con él desde el inicio. Me atrevo a decir que, de no ser por esto, posiblemente La Dïéresis no existiría. David quería muchísimo a La Dïéresis y ésta lo amaba a él. Algo similar pasaba con el bellísimo Taller Martín Pescador. David podía reconocer en quienes vivimos para realizar libros de manera artesanal a una especie de hermanos. Te daba la mano y nunca la quitaba. Su apoyo era incondicional.

 

Fotografía: Ramona Miranda / Secretaría de Cultura

 

Por supuesto, también pienso que ha muerto uno de los mejores poetas que han pisado la tierra, y en cuanto cuelgo el teléfono y, tras recibir la noticia, quiero regresar apresuradamente a sus versos para aferrarme a su voz. No me voy a detener en su poesía, porque ya lo han hecho mucho más grandes y talentosos escritores, pero sí me detengo en su libro Lápices de antes, de 1993, porque me retumba. Quiero reclamarle (francamente pobres muertos que nunca se libran de nosotros) que no escribió “Antes de morir” o “Antes de aceptar que he muerto”. Allí nos pudo haber dejado una especie de “receta” para saber qué pasos, con qué energía digerir este momento. Allí, donde está expuesta esa anticipación a momentos de verdadera importancia: esa preparación, ese ritual. Confieso que encuentro en el mismísimo prólogo un nuevo poema que se forma y de pronto creo que es un regalo, una especie de poema autobiográfico escondido para el final, este final:

 

Antes de pintar un tema sacro

Antes de escribir un texto confesional

Antes de expresar una opinión política

Antes de cerrar los ojos

Antes de que comience el futuro

Antes de meterse al mar

Antes de emprender un viaje

Antes de tocar la carne de un ser humano

Antes de besar una ausencia

Antes del eco

Antes de que la manifestación callejera sea disuelta

Antes de entrar en el desierto

Antes de decir cualquiera de las grandes palabras

Antes de concluir la espera

Antes de tirar la basura

Antes de morir

 

En este extraordinario acomodo puedo reconocer otra más de sus enumeraciones, un Aleph más de mi amigo. Ahí encuentro su sensibilidad única, su hondura, su manera de mirar el mundo, su congruencia política (siempre a la izquierda), su necesidad de hacer algo, su hiperquinesis, su dulzura, su pasión por las palabras, por el mundo hecho de muchos otros mundos. Quisiera decir que David siempre pensaba antes de hablar, pero a veces su imprudencia podía ser una confesión maravillosa, una extraordinaria asertividad. En seguida sé que su sentido del humor es una de las cosas que más falta nos va a hacer: esa mezcla de franca erudición con desparpajo que era un deleite. Por suerte —pienso aún en este punzante dolor— tenemos a Verónica, a quien dedico cada una de estas palabras. Lo más hermoso de nuestro amigo habita en ella, y eso nos permite saber que para nada todo está perdido. Heredamos cosas que no contemplamos: yo heredé un abanico de mi abuela que resultó estar impregnado de su aroma y esto se ha convertido en algo maravilloso, pues creo que heredé su olor para volver a él cuando me sea necesario. Vero me heredó a mí y espero poder ser una amiga a la altura de las circunstancias.

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Tiempo en la casa 6
Diciembre de 2022-enero de 2023
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Anaïs Abreu d’Argence

(Ciudad de México, 1982). Es artista del libro, editora, poeta y narradora. Es egresada de la Escuela de Escritores de la Sogem. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en dos periodos (2009-2010 y 2020-2011) y de Jóvenes Creadores del Fonca (2014-2015). Directora y creadora del proyecto de edición contemporánea y de libros de artista La Dïéresis Editorial Artesanal. Su libro de poesía Lo que se pudo ver fue publicado en México (UAQ, 2020) y España (Ediciones Liliputienses, 2021).